Una campaña sin propuestas para los 18 millones de votantes con discapacidad
Los testimonios de cuatro personas con distintas discapacidades revelan que para ellos las ciudades son intransitables, se les niega el acceso a la información y los infantilizan. En este proceso electoral los candidatos han mirado para otro lado
Hilda Vázquez nació con ceguera total. Odia que cuando va a sacarse sangre a un hospital se dirijan a su acompañante y la traten “como tonta”. Tania Sánchez tuvo que irse a vivir a Lindavista, en el norte de la Ciudad de México, un lugar en el que encontró una de las pocas viviendas accesibles para su silla de ruedas eléctrica. Son algunos de los problemas de los más de 18 millones de votantes con discapacidad, una de cada cinco personas llamadas a las urnas en las mayores elecciones de la historia. Los cuatro entrevistados para este reportaje coinciden en que las propuestas de campaña para su colectivo han sido escasísimas y se sienten invisibilizados.
La periodista Katia D’Artigues (51 años) ha tenido una amplia carrera profesional que la ha llevado a múltiples medios de comunicación. En esta campaña electoral se ha centrado en entrevistar a los candidatos en su portal, Yo también voto, para visibilizar a la minoría más grande del mundo, según la ONU. Y también para lograr que se hable de las políticas públicas del futuro que espera su hijo Alan, que nació hace 18 años con Síndrome de Down.
Por la grabadora de la periodista han pasado candidatos a diputados, a gobernadores y las dos aspirantes a la presidencia. Pero lo han hecho porque ella, reconocida entrevistadora, les ha insistido. “Si tú no vas y les preguntas específicamente sobre discapacidad, no es tema. Punto”, explica D’Artigues en una llamada telefónica.
Las promesas electorales para las personas con discapacidad han sido igual de escasas que las políticas públicas ya implementadas. “Si tú no garantizas la movilidad física de las personas con discapacidad, es poco probable que puedan estudiar, trabajar, ir al doctor, que puedan salir de su casa. También está el problema para llegar a la información digital. Incluso el SAT [Servicio de Administración Tributaria] no es accesible. Es el único país que conozco donde ponen tantas barreras para pagar impuestos”, explica D’Artigues con ironía.
La ciudad en silla de ruedas
Tania Sánchez puso hace un mes una denuncia a la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México porque no pudo ir a ver a la banda de rock Interpol en el Zócalo. “Nos negaron el acceso de información y de protocolos para saber cómo iba a ser la accesibilidad de personas con discapacidad. Nos dijeron que preferían no decirlo para que no fuéramos”, explica la mujer de 34 años.
Desde que nació, Sánchez tiene una discapacidad motriz genética que se llama atrofia espinal tipo 3. La primera barrera para su silla de ruedas fue la escuela. “No había la infraestructura. Le decían a mi mamá que no iba a haber una maestra que me cuidara, que no estaban capacitados para tenerme ahí”, explica. Solo el 55% de las personas con discapacidad llegan a estudiar primaria en México, según los datos Consejo Nacional de la Política de Desarrollo Social.
El otro gran pendiente que las administraciones deben resolver para las personas con discapacidad es la movilidad. “No uso el metro porque el elevador lo suelen tener clausurado y lo usan como bodega. Dicen: ‘Es que casi no vienen personas con discapacidad, para qué los hacemos funcionar’. Es un círculo vicioso, no vamos porque no hay accesibilidad y no ponen accesibilidad porque no vamos”, denuncia la mujer.
En sus cuentas de Twitter y de TikTok, llamadas iwheelloveU, Sánchez y su novio reclaman los derechos de las personas con discapacidad. Lo que más le ha dolido a Sánchez en esta campaña es que muchos candidatos se han apropiado de puestos que le tocaban a personas en su situación, que han denunciado bajo el hashtag #Candidatosimpostores. “Firmaron una carta diciendo que tenían discapacidades como miopía o varices”, reclama.
La infantilización de los ciegos
Hilda Vázquez, que nació con ceguera total, recuerda el día que fue a hacerse unos análisis de sangre y a la hora de dialogar siempre se dirigían a su acompañante. “En ese mismo momento le digo: ‘Oye, a mí es a la que me vas a sacar la sangre’. La gente piensa que además de no ver, somos tontos”, explica la mujer de 51 años.
A Ernesto Rosas, que se quedó ciego a los 12 años por un desprendimiento de retina, un vendedor le devolvió el billete cuando iba a pagar unas palomitas para “hacer su obra del día”. “Ya somos elementos para espiar sus pecados”, dice entre risas el hombre de 61 años, abogado en una organización que atiende asuntos de personas con discapacidad intelectual. Añade: “Eso habla de que todavía socialmente se vincula la discapacidad con una situación de que no podemos valernos por nosotros mismos ni económicamente”.
Vázquez, que es trabajadora social en el Instituto de las Personas con Discapacidad de la Ciudad de México, se encuentra con el problema de la accesibilidad en las páginas web gubernamentales. “El hecho de que no te plantees como Gobierno la accesibilidad en ese tipo de cosas es que ni siquiera concibes que una persona haga las cosas como tú las haces”, denuncia.
¿Y qué han escuchado Vázquez y Rosas en la campaña para solucionar estas barreras? “Para personas con discapacidad visual no ha habido nada concreto”, denuncia la trabajadora social. “No hay en ninguna de las campañas algo claro que diga que vamos por buen camino”, asume el abogado.
Algunos candidatos han puesto a las personas con discapacidad bajo el paraguas del sistema de cuidados, para que haya centros a los que puedan acudir junto a adultos mayores y niños y liberar de carga a las personas cuidadoras. “Dicen de crear centros de asistencia. Está bien, pero que el Gobierno sepa que tiene una obligación de generar políticas públicas para facilitar nuestra independencia”, explica Rosas.
Una vida sin sonidos
Rubí Nolasco, de 37 años, es la cuarta generación de personas sordas en su familia. Trabaja en el Sistema de Aguas de la Ciudad de México y estudió criminalística. Como mujer trans, su sueño es escribir una novela de crimen de odio contra las personas de su colectivo en México.
En entrevista telemática explica los desafíos a los que se enfrenta cada día. “Cuando voy al metro y hay un problema, como un sismo o un incendio, no puedo escuchar los anuncios por el altavoz. También he sido objeto de burlas o acoso por parte de compañeros de trabajo o superiores”, escribe.
En la campaña no ha visto nada que la convenza, o que siquiera se dirigiera a su colectivo. “Ninguno de los candidatos ha propuesto soluciones para personas con discapacidad como yo. En el debate que vi, no mencionaron ni explicaron ninguna propuesta al respecto”, explica la mujer.
A los 18 millones de votantes con discapacidad llamados a las urnas hay que añadir a sus familiares, que también quieren escuchar propuestas para el colectivo. “La discapacidad impacta a toda la familia. La familia de una persona con discapacidad, por lo general, tiene más gastos y menos ingresos”, argumenta D’Artigues. Si tenemos en cuenta que en México un hogar tiene 3,6 personas, las medidas para personas con discapacidad podrían tener impacto en 64,8 millones de votantes.
—¿Qué hace falta para lograr la inclusión de las personas con discapacidad en México?
—Pues para empezar que nos volteen a ver. Ojalá nos consideraran como un buen negocio, por el número de votos que podemos aportar.
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