El horror de Teuchitlán abre sus puertas: “La única verdad es que no les importan los desaparecidos”
Cientos de personas se adentran en el rancho de Jalisco destinado a campo de adiestramiento del narco, en el que se han encontrado huesos humanos y cientos de zapatos y ropas de jóvenes en paradero desconocido

Y el rancho del horror abrió sus puertas. El Auschwitz mexicano, como se le ha dado en llamar, es un recinto en medio de cultivos segados de caña de azúcar al que se accede por un portón negro de hierro con agujeros de bala. Adentro hay ya poca cosa, un secarral con cuatro palmeras llenas de polvo, sucios cuartos de baño y tres cobertizos techados con lámina. El día 5 de marzo, cuando un colectivo de personas que buscan a sus familiares desaparecidos entró sin llamar, descubrió restos óseos humanos e indicios de incineraciones, cientos de prendas de ropa, objetos de aseo y hasta juguetes. Pero la imagen que ha causado conmoción y llevado el imaginario colectivo hasta los nazis ha sido la pila de zapatos sin dueño que se halló. Se trata de uno de esos campos de adiestramiento que usa el crimen organizado para sumar jóvenes a su causa. Se conoce también que son sometidos a las prácticas más crueles para que pierdan el miedo a usar los cuchillos y las pistolas, incluso matarse entre ellos. Muchos de los miles de desaparecidos que se cuentan en México pasaron por las garras de narco. Y ya no se sabe si están vivos o muertos.


















A la visita acudieron este jueves algunos colectivos de buscadoras, del mismo Jalisco, donde se encuentra el rancho Izaguirre, o de otros Estados. Se oyeron llantos desvanecidos por la impresión, pero sobre todo cundió la desesperanza porque ya no había pruebas allí adentro. “¿Para qué nos han traído aquí?”, se preguntaban. “Esto es una burla”, decían. “La única verdad es que no les importan los desaparecidos”, declaraban a la prensa, que también accedió a la finca por primera vez. La Fiscalía de Jalisco, a instancias de la federal, fletó siete autobuses y traslado allí a decenas de periodistas que se agolparon a las puertas a empujones bajo un calor de desmayo y una polvareda que se masticaba. Dentro, los buscadores removían con los pies el suelo terrizo y aún salieron algunos calcetines, una mochila azul de Adidas, un rastrillo de afeitar de mango dorado, algunos cepillos de dientes. “Así es como buscan las pistas”, criticaba con ironía uno de ellos antes varios micrófonos.
Al mazazo por el macabro hallazgo el 5 de marzo ha seguido el estupor por el trabajo chapucero de la Fiscalía estatal de Jalisco, que entró en el rancho el pasado septiembre y detuvo a 10 personas, rescató a dos y sacó de allí un cadáver. Y poco más. El recinto quedó supuestamente precintado, pero hasta dos vehículos han robado allí en los meses que siguieron a aquella operación. Estaba prácticamente abandonado. Poco o nada se sabe de los supervivientes, no se tomaron las declaraciones oportunas, ni las huellas dactilares, ni siquiera se preguntaron por la propiedad del rancho, a pocos kilómetros de Guadalajara, una de las capitales más prósperas de México. Todo lo ha denunciado públicamente el fiscal general, Alejandro Gertz Manero. Tal desidia se explica en México por el miedo al crimen organizado o por estar conchabados con él y estos descalabros con las autoridades policiales son comunes por todas partes. La Fiscalía General se ha hecho cargo del caso, se han sacado todas las ropas, zapatos y objetos y se han mostrado al público por si algún familiar reconoce las prendas de sus desaparecidos. Pero el enfado con la investigación estatal es desmesurado. Tantas pistas desperdiciadas. La finca está ahora completamente horadada, porque han hecho calas en el suelo para buscar pistas. En algunos de esos agujeros, una banderola roja indica que hay “positivos”. En ciertos rincones hay montículos cenicientos.

El rancho se ha abierto al público, pero la información es escasa o nula. ¿Cuántos muchachos y muchachas pasaron por allí, en cuánto tiempo, sobrevivieron, de quiénes son esos huesos hallados, qué ocurrió exactamente allí y desde cuándo? No hay nada que contar mientras la Fiscalía hace su trabajo, pero ya han avisado del desastre de quienes tuvieron que recabar las pruebas, y las buscadoras temen que, una vez más, se tiren la patata caliente unos a otros y el asunto se cierre sin resultados. Se da por hecho que el campo de atroz adiestramiento estaba en manos del Cartel Jalisco Nueva Generación, que gobierna la zona, pero ni eso es seguro.
En el suelo sin enlosar de uno de los pabellones descansan unas rudimentarias pesas para hacer músculo, que en realidad son dos latas oxidadas llenas de cemento y hay otros hierros en la pared que también parecen destinados a ejercicios físicos. “Los quieren fuertes”, dice una mujer buscadora, en referencia a los reclutamientos forzados del crimen. A su lado, una joven con la clásica camiseta que lleva la imagen de su desaparecido, no encuentra consuelo, sentada en los adoquines se echan en brazos de sus amigas del colectivo.

En México se cuentan 124.000 desaparecidos en las listas oficiales desde hace unas décadas. Los más antiguos eran presa del propio Estado, en lo que se conoció como la Guerra Sucia, cuando los militares y las policías desaparecían a los desafectos del régimen. Los de ahora son responsabilidad del crimen organizado. Unos entran voluntariamente a sus filas; otros son secuestrados cada día en los barrios, en las calles, en las carreteras y nunca más les vuelven a ver. Algunos estarán muertos, pero otros quizá pasaron el terrible aprendizaje en uno de estos campos para matar y se han convertido en criminales. A todos les buscan sus madres.
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