Pemex y el plan de México para exprimir a un enfermo en tiempos de crisis climática
La Estrategia Nacional del Sector de Hidrocarburos y Gas Natural presentada por el Gobierno busca mantener la producción de petróleo y aumentar la de gas. Es débil frente a los esfuerzos climáticos que requiere el sector
Durante las últimas semanas, la agenda ambiental de México en foros internacionales estuvo marcada por anuncios llamativos. En la Conferencia de Cambio Climático de Naciones Unidas, COP29, que terminó el fin de semana en Azerbaiyán, la delegación dijo que el país está trabajando para tener una economía con cero emisiones netas a 2050. Y durante su estreno en el foro del G-20, la presidenta Claudia Sheinbaum rescató su idea de destinar el 1% del gasto militar mundial a la reforestación.
Casi paralelamente y a nivel nacional, el Gobierno presentó un documento sobre el que existía mucha expectativa: la Estrategia Nacional del Sector de Hidrocarburos y Gas Natural 2024-2030. Allí no solo debía quedar plasmado el plan para recuperar financieramente a Pemex, que con casi 100.000 millones de dólares en pasivos es la petrolera más endeudada el mundo, sino dar señales de cómo piensa el nuevo Gobierno, liderado por una científica, para mitigar la crisis climática. En un país como México, donde más del 60% de las emisiones provienen del sector energético, cualquier política de hidrocarburos es también climática.
Pero como lo señala el profesor Luca Ferrari, geólogo y especialista en la producción de hidrocarburos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se trata de un documento débil desde una perspectiva ambiental. “Aunque en este Gobierno se habla un poco más sobre el cambio climático, lo claro en esta estrategia es que la prioridad es evitar la quiebra de Pemex en el corto plazo. Y, solo hasta al final, se proponen algunas acciones ambientales”.
Aumentar el gas y mantener el petróleo
La ambición de México es clara: mantener la producción de 1,8 millones de barriles de hidrocarburos líquidos diarios y aumentar la producción de gas a 5.000 millones de pies cúbicos por día. Ambas metas implican enormes retos, empezando porque la última vez que se obtuvieron esos niveles de producción de petroleo fue a inicios de 2018.
“Frente al petróleo estamos en un declive geológico que hace que, sacar lo que queda en México, sea cada vez más caro y complicado”, cuenta Ferrari. En 2004, por ejemplo, se obtenían dos millones de barriles diarios con tan solo 200 pozos. Actualmente, la cifra bajó a 1,8 millones con 3.800 pozos, y con más del doble del presupuesto en exploración y producción, por lo que el objetivo, además más de ir en contravía con la acción climática, puede ser difícil de lograr.
En cuanto a incrementar la producción de gas, Fernanda Ballesteros, gerente del Programa en México del Natural Resource Governance Institute, explica que desde una “perspectiva de seguridad energética sí hay una razón detrás”. En México, alrededor del 60% de la electricidad proviene del gas, y el discurso de la soberanía energética que sacó a los privados de la ecuación – incluyendo a los que apostaban por las renovables – esquivó un dato importante: el 70% del gas que necesita México se importa de Estados Unidos. El problema, aclara Ballesteros, es que seguir invirtiendo en proyectos de gas hará la transición energética a renovables aún más lenta, a la par que México se hará más dependiente de un recurso que cada vez es menor y más costoso.
Atrapar el gas y reducir emisiones
Hay algo positivo en la estrategia presentada por el Gobierno: Ballesteros menciona la reducción de las emisiones fugitivas de metano, así como disminuir la quema de gas y aprovecharlo en los campos de Ixachi, Quesqui y Casquete. No es un tema menor. Los dos picos de mayores emisiones de gases de efecto invernadero generados por Pemex, recuerda, fueron entre 2012 y 2016, y entre 2018 y 2022. En el primer periodo, aumentaron en un 58% y, en el segundo, en un 51%. “Estos picos, sin embargo, están correlacionados con el metano, cuyas emisiones aumentaron un 302% y 177% respectivamente”.
Pero el documento público no explica cómo logrará estas reducciones y cuánto invertirá en modernizar la infraestructura para hacerlo. Los antecedentes no son muy buenos. “En 2016 se anunció que Pemex tenía planes de invertir 3.000 millones de dólares para solucionar la quema de gas, pero nunca hicieron nada”, dice la experta.
Actualmente, según el Plan de Sostenibilidad de Pemex presentado a inicios de este año, la petrolera se puso el objetivo de disminuir el 30% de sus emisiones de metano a 2030, con la idea de invertir entre 2.000 y 3.000 millones de dólares para lograrlo. En la estrategia de hidrocarburos, sin embargo, no se retoma el tema, ni se habla nada al respecto, como sí lo hace la Estrategia Nacional del Sector Eléctrico que se presentó días antes y que tiene escenarios de reducción de emisiones.
Insistir en la refinería
Si disminuir las emisiones de metano es algo positivo, en la otra orilla está insistir en impulsar a las refinerías, el punto que Ballesteros considera más preocupante. “La soberanía energética de López Obrador se limitó a la autosuficiencia de gasolina en medio de un mundo que quiere transitar a la electromovilidad”, asegura. “Durante los seis años del anterior Gobierno, el 90% del gasto de infraestructura de Pemex se destinó a refinerías, incluyendo la de Dos Bocas que aún no ha entrado a generar combustibles a su máxima operación”.
Pese a esto, la estrategia menciona poner a operar varias centrales, mantener otras, “alcanzar un nivel de proceso en Deer Park de 285.000 barriles diarios” e incrementar “la producción de gasolina, diésel y turbosina en 343.000 barriles diarios”. El riesgo, agrega el profesor Ferrari, es que la infraestructura de refinerías a las que le está apostando México termine convirtiéndose en un activo varado. “Cuando se invierte en una refinería es para que dure activa unos 40 o 60 años. Pero México si acaso tiene petróleo para alimentarlas unos 20 años más. Y no es una caída que tenga que ver con neoliberalismo o la ideología, sino con las condiciones geológicas. El país pasó su pico hace 20 años”.
Sutil mención a las renovables
La estrategia, sin embargo, también tiene algunas señales sobre las energías renovables y la transición energética. Habla, por ejemplo, de que Pemex desarrolle proyectos mixtos de eólicas, geotermia e hidrógeno verde junto a la Comisión Federal de Electricidad. También hace un énfasis en el litio, un mineral necesario para fabricar baterías de carros eléctricos, así como para los sistemas de almacenamiento de solares y eólicas. Lo cataloga como un “recurso estratégico de la nación”.
Pero nuevamente no explica cuál es el plan al respecto. El profesor Ferrari intuye que lo que quiere hacer el Gobierno es tratar de extraer el litio disuelto en las aguas que se desechan del proceso petrolero. Mientras, Ballesteros recuerda que hay un yacimiento de litio en arcilla en el Estado norteño de Sonora, lo que quiere decir que, en ambos casos, se necesitan técnicas de extracción muy distintas a la que se usan para sacar el litio de los salares en Chile, Argentina y Bolivia.
En el sexenio pasado se hizo una reforma en la que se nacionalizo el litio y se creó una empresa estatal para explotarlo, LitioMx, pero, lamenta Ballesteros “se trata de una compañía la que se le ha dado muy poco presupuesto”.
Sheinbaum, como científica climática, tiene el reto de rescatar una suerte de cadáver que, si sale de la debacle económica, tampoco tendrá mucha vida si solo sigue apostando por los combustibles fósiles. “A Pemex no hay que cerrarla, sino ir atenuándola paulatinamente”, dice Ferrari. “Quedarse solo con lo más rentable y que tiene menos impacto ambiental”.
Una buena idea para que la petrolera empiece a rendir cuentas de emisiones — agrega Ballesteros — es que se incluya su rol en los compromisos climáticos internacionales que el Gobierno de México debe presentar en febrero de 2025, al igual que los casi otros 200 países que se unieron al Acuerdo de París. Los compromisos que se presenten para entonces serán el primer documento climático que se elabora bajo el Gobierno de Sheinbaum. Al igual que sucedió con la estrategia de gas e hidrocarburos, es una política sobre la que crece la expectativa.
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