Caro Quintero: capturado El Narco de Narcos, uno de los jefes históricos de Sinaloa
La Marina detiene en un pueblo de la sierra al veterano criminal implicado en el salvaje asesinato del agente de la DEA Kiki Camarena en los años ochenta. Catorce soldados que participaron en la captura fallecen al estrellarse el helicóptero en el que viajaban
Rafael Caro Quintero ha sido capturado. Quien fuera llamado El Narco de Narcos en los años ochenta, sobre el que pesaba la mayor recompensa que ofrece la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) para un criminal (20 millones de dólares), fue detenido el viernes en la sierra de Sinaloa. Fundador del legendario cartel de Guadalajara, después llamado cartel de Sinaloa, es la segunda vez que las autoridades le arrestan. En 1985 pisó la cárcel tras el brutal asesinato de un agente infiltrado de la DEA, Kiki Camarena, y en 2013 fue liberado en México tras una escandalosa decisión judicial, cuando le faltaban todavía por cumplir 12 años de condena. Estados Unidos jamás perdonó (ni olvidó) el crimen y presionó a las autoridades mexicanas para su recaptura. El viejo capo de la droga, que lejos de retirarse, contaba con un cartel a su nombre en el norte, regresa ahora a prisión con 69 años. Se trata de la mayor captura de un narco durante el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La justicia estadounidense afirma que su extradición será inminente.
Las autoridades lo han trasladado la noche del viernes al penal de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México. La cárcel se hizo famosa tras la segunda y última fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, que se escapó en julio de 2015 por un túnel conectado a la ducha de su celda.
En un vídeo filtrado por las autoridades, se observa a Caro con el pelo teñido de negro, una imagen que dista mucho de la última vez que se lo vio custodiado, donde parecía un hombre mucho mayor. En las imágenes que circulan en redes sociales, un marino le pasa una botella de agua y se observa al capo sudoroso, tomado por los brazos, no sometido, ni esposado. En un comunicado, la Secretaría de Marina informó de que fue un perro, Max, el que consiguió ubicar al narco “entre matorrales” en el municipio de la sierra de Sinaloa, San Simón (Choix).
Poco después de darse a conocer la noticia, un helicóptero de la Marina con 15 soldados que habían participado en el operativo contra Caro Quintero se desplomó en la costa Sinaloa, a la altura de Los Mochis. Fallecieron 14 marinos. Las causas del posible accidente son todavía un misterio y se ha abierto una investigación para esclarecer lo sucedido. “No se cuenta con información de que el accidente aéreo esté relacionado con la detención del presunto narcotraficante”, indica el comunicado de la Marina. López Obrador ha lamentado la muerte de los oficiales en un mensaje en sus redes sociales.
El Gobierno de Estados Unidos ha celebrado la captura como un éxito propio. El fiscal general, Merrick Garland, ha insistido en que el arresto supone “la culminación de un trabajo incansable de la DEA y de sus socios mexicanos”. “No hay escondite posible para quien secuestre, torture y asesine a un agente estadounidense”, indica el comunicado.
El operativo se ha ejecutado dos días después de la reunión en Washington de López Obrador con Joe Biden. Durante la visita del mandatario, la seguridad y el tráfico de armas fueron uno de los asuntos principales, además de la crisis migratoria. Con la captura del capo se salda una de las deudas pendientes de México con la Casa Blanca. “Un objetivo prioritario” para ambos gobiernos, apunta la Marina.
Aunque ya no posee el poder de antaño, la ficha del FBI alerta de que sigue siendo una amenaza para el tráfico de estupefacientes. Lo que deja abierta la puerta a una posible extradición, al igual que en su día otro de los narcos más buscados, Joaquín El Chapo Guzmán, fue extraditado a Nueva York semanas después de que Donald Trump tomara el poder en enero de 2017.
Caro Quintero cumplió 28 años de condena en México y cuando le faltaban 12 para cumplir su sentencia, fue liberado por un tribunal, un escándalo judicial que el Gobierno estadounidense jamás olvidaría. En agosto de 2013, el tribunal de apelaciones revocó la sentencia de 40 años de prisión por el asesinato de Camarena y del piloto que lo acompañaba, Alfredo Zavala. El tribunal alegó que un juzgado estatal debió haber llevado el caso, y no uno federal, y ordenó su liberación inmediata de una prisión de máxima seguridad. Pisó la calle el 9 de agosto de ese año, un viernes de madrugada.
Meses después, la Suprema Corte de México anuló la orden que lo liberaba, señalando que Camarena era un agente del Gobierno estadounidense y, por lo tanto, su homicidio era un delito federal, de manera que había sido procesado adecuadamente. Se emitió entonces una nueva orden de aprehensión contra Caro Quintero, pero era demasiado tarde. El capo había huido de la justicia y estuvo prófugo nueve años.
El brutal asesinato de Kiki Camarena reventó el poder que los jefes de la droga mexicanos habían adquirido durante décadas. La persecución de la DEA contra todos los fundadores del cartel de Guadalajara lanzó un duro mensaje para el narcotráfico, que se vio acorralado por primera vez. El cartel de Medellín de Pablo Escobar sufrió también las consecuencias de la ira de la DEA contra el narco unos años después. Los involucrados en el asesinato de Camarena no fueron extraditados —el mayor temor de un narcotraficante— y las autoridades mexicanas no impidieron la liberación de Caro, lo que supuso un segundo golpe para la credibilidad de la lucha contra el tráfico de estupefacientes.
Los días de Caro Quintero estuvieron siempre ligados a la sed de venganza de la poderosa DEA. Pocos se atrevieron a llegar tan lejos como los fundadores del cartel de Guadalajara, el padre de todos los carteles que nacieron después. El único que permanecía en prisión por el crimen del agente de la DEA era Miguel Ángel Félix Gallardo, el jefe de jefes. Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, consiguió la prisión domiciliaria por su edad, 91 años, y sus problemas de salud. Caro, también apodado El Príncipe, y el más joven del grupo, había conseguido salirse con la suya y volver al campo a los 60 años. Desde su guarida ofreció una entrevista a la revista Proceso donde afirmaba: “Yo ya no soy un peligro para la sociedad. No quiero saber nada de narcotráfico. Si algo hice mal, ya lo pagué”, señaló.
La deuda pendiente que mantenía por el crimen que le llevó a la cárcel en 1985 le perseguía noche y día. La sentencia en su contra consideraba probado que el 7 de febrero de aquel año, cuando Camarena salía del Consulado de Estados Unidos en Guadalajara, fue secuestrado por policías y entregado al cartel de Guadalajara. En una finca de la organización, el policía estadounidense fue torturado una y otra vez mientras un médico lo mantenía con vida. Cuando su cuerpo fue recuperado, se descubrió que había sido castrado y enterrado vivo.
Camarena era un agente estadounidense que, infiltrado en el cartel de Guadalajara, desmanteló una gigantesca plantación de marihuana, ubicada en el llamado rancho Búfalo. La versión oficial indica que, en represalia, los narcotraficantes lo asesinaron a él y al piloto con el que inspeccionaba los sembradíos de droga, Alfredo Zavala. Sus cuerpos aparecieron, un mes después de ser secuestrados, en una zanja a 150 kilómetros de Guadalajara.
El narco aferrado a su tierra
Pese a ser el criminal con la recompensa más alta ofrecida por la DEA, 20 millones de dólares, nadie en su tierra dudaba hace unos meses de cuál era su refugio: los pueblos donde se crio, la sierra polvorosa de Sinaloa y el desierto donde vivió desde joven con su familia, el norte de Sonora. Lugares pequeños, difícilmente accesibles, rodeados de su gente. Este viernes lo han capturado en Choix, un municipio rural al norte de Sinaloa, a unos kilómetros de ahí.
Regresar al terruño ha sido desde hace décadas la estrategia de los narcotraficantes mexicanos, aunque les pisaran los talones. Le sucedió a Joaquín El Chapo Guzmán, que fue detenido por última vez en una casa en Los Mochis (Sinaloa, en 2016) y se da por hecho que lo mismo sucede con el único gran narco de la vieja escuela que jamás ha sido detenido, Ismael El Mayo Zambada. Cuando Caro Quintero logró que un juez lo dejara en libertad, lo primero que hizo fue regresar a su pueblo. Reorganizar a su gente, negociar un pedazo del pastel y sin las excentricidades de su época, continuar con el negocio de manera silenciosa. El FBI lo ubicaba en Badiraguato (Sinaloa), el pueblo del que son casi todos los capos de la droga de México, y anuncia: desde ahí opera su propio cartel. No erró por muchos kilómetros el tiro.
Además de Badiraguato, hay otro lugar donde los vecinos habían ubicado a Caro Quintero antes que la DEA o el FBI. En el municipio de Caborca (Sonora) asediado desde hace más de un año por la violencia entre carteles locales, comenzó a sonar su nombre. No era raro, pues los que recuerdan la época de los ochenta, tienen en su imaginario la llegada de la familia de Caro Quintero a este pueblo del desierto sonorense. Cuando ni las calles estaban asfaltadas, una reportera con más de dos décadas de trabajo en la zona, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias, tiene grabada una imagen que todavía no olvida: una limusina rosa. “Caro trajo mucho dinero al pueblo, la gente lo estima mucho a él y a su familia. Muchos se quedaron a vivir acá y es algo conocido que va y viene de Sinaloa a estos rumbos”, señalaba en una entrevista.
En Caborca, a 100 kilómetros desérticos de la frontera estadounidense y sin apenas control de las autoridades, mantenía otro de sus refugios. Unas narcomantas señalaron el año pasado la llegada de pistoleros suyos en esta zona. Y algunos medios locales apuntaron a una pelea por la plaza de algunos que reivindicaban su nombre. La inteligencia mexicana filtró a la prensa local que Caro Quintero trabajaba en coordinación con el cartel de Juárez y su brazo armado, La Línea, para recuperar zonas de Sonora que mientras él estaba en prisión habían sido tomadas por otro cartel, el de los hijos de El Chapo, conocidos como Los Chapitos.
Una guerra entre Los Chapitos —herederos del imperio criminal de su padre que se han disputado el control total de la organización con otro de los fundadores, El Mayo Zambada— y bandas locales que resucitan el nombre de Caro Quintero mantienen sitiado el norte de Sonora. Pero mientras que ellos han desatado el terror en la región por sus nuevas formas de amedrentar a sus rivales, mucho más sangrientos, renuentes a pactos ni el más mínimo código de honor, el viejo capo seguía representando la época dorada del narcotráfico.
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