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Filtraciones, pleitos con el presidente y la guerra contra el narco: el complejo paso de los embajadores de EE UU por México

Un nuevo libro arroja luz sobre facetas poco conocidas de la diplomacia estadounidense en el país, donde convergen lo político, lo privado y las crisis que se libran tras bambalinas

embajador estadounidense en México Carlos Pascual
Barack Obama y el ex embajador estadounidense en México, Carlos Pascual, en una foto de archivo.
Elías Camhaji

Felipe Calderón estaba muy enojado. El entonces presidente mexicano volaba rumbo a Argentina para encontrarse con Cristina Fernández de Kirchner, José Mujica, Rafael Correa, Juan Manuel Santos y otros mandatarios en la XX Cumbre Iberoamericana. Era diciembre de 2010 y uno de los principales objetivos del viaje era conseguir apoyos en Sudamérica para la COP16, que se celebraba en Cancún. Aunque iba apenas de camino, el plan parecía irse al traste. Calderón leía en EL PAÍS las primeras revelaciones de WikiLeaks, una filtración masiva de cables diplomáticos estadounidenses, en las que salían, una tras otra, declaraciones inconvenientes que él mismo había hecho sobre los jefes de Estado que en unas horas debía convencer.

En uno de los documentos más comprometedores se evidenciaba que Calderón había acudido a Estados Unidos para aislar a Hugo Chávez, se quejaba amargamente de injerencias en las últimas elecciones y alegaba vínculos con su principal rival político, Andrés Manuel López Obrador, el actual presidente. “[Calderón dijo que] Brasil [era] clave para frenar a Chávez, pero lamentó que el presidente Lula se haya mostrado reacio a hacerlo”, se lee en uno de los cables. La filtración dejaba desnudo al presidente: las dudas que había en Washington sobre su estilo de gobernar y su personalidad, los primeros fracasos de la guerra contra el narcotráfico, su preocupación por el giro de Latinoamérica hacia la izquierda. Antes del escándalo, el mandatario pidió a Carlos Pascual, el embajador de Estados Unidos, información sobre lo que iba a salir a la luz. Pascual, sin embargo, se negó: los documentos eran confidenciales y suponía romper las leyes de su país. La relación entre ambos pasaba una de sus horas más bajas. Así lo recoge Embajadores de Estados Unidos en México: Diplomacia de crisis y oportunidades, un nuevo libro editado por el Colegio de México y la Secretaría de Relaciones Exteriores.

“El paso de Pascual es un periodo muy breve, pero que dejó muchas heridas, buenas lecciones y rutas abiertas que se cerraron muy pronto y que dejaron mella”, cuenta en entrevista Mario Arriagada, coautor junto con la académica María Celia Toro del capítulo sobre el embajador cubanoestadounidense. El apellido hispano podría hacer suponer una mayor afinidad con sus contrapartes de México, pero Pascual llegaba sin experiencia en América Latina ni en las costumbres y las leyes no escritas de la sociedad mexicana. Arriagada comenta que era más bien “un tecnócrata”, que venía a tomar el relevo del carismático Tony Garza, un republicano texano de ascendencia mexicana.

Había sido embajador en Ucrania y Pascual desembarcaba en 2009 gracias al Gobierno de Barack Obama con dos credenciales principales bajo el brazo. La primera era una línea directa de comunicación con Hillary Clinton, la entonces secretaria de Estado. La segunda, experiencia en bajar al terreno los recursos de la cooperación estadounidense para el desarrollo. Su encomienda era materializar las multimillonarias partidas de la polémica Iniciativa Mérida, el proyecto bilateral de seguridad, que se había anunciado con bombo, aunque los recursos no habían llegado rápido lo que alimentaba el nerviosismo de la Administración de Calderón en medio de la guerra contra el narco. “Le tocó llegar en el pico de la violencia, en un momento muy crítico, muy sensible, en el que había cada día masacres y ciudades prácticamente abandonadas”, dice Arriagada. “Entró sin querer a un campo minado”, comenta la historiadora Érika Pani, una de las cuatro coordinadoras del libro, presentado este jueves.

Ese momento álgido quizá ha hecho que Pascual sea recordado por muchos como “el embajador de una estrategia fallida impuesta por Estados Unidos”, señala Arriagada. ¿Pero qué se dice de él tras bambalinas? La gente que trató con el diplomático estadounidense y que fue entrevistada para el libro lo califica como “un tipo sensato” y que no estaba muy convencido con el enfoque “punitivista” de la estrategia de agarrar cabecillas del crimen organizado. Apostaba por el fortalecimiento de las instituciones y las policías locales, empujaba que se involucraran organizaciones no gubernamentales en acciones de incidencia, decía que había que atacar las causas multifactoriales de la violencia en lugares derruidos como Ciudad Juárez.

Pero había desconfianza: algunos diplomáticos de la Cancillería mexicana decían que “se metía demasiado”: se reunía con gobernadores, estaba en contacto con múltiples personas del Gabinete, era selectivo al compartir información y no confiaba mucho en el Ejército mexicano. WikiLeaks sacó al descubierto también cómo Washington confiaba más en la Marina que en la Secretaría de Defensa, una controversia que se mantiene hasta nuestros días en casos como el del General Cienfuegos y los ecos del llamado Culiacanazo. Y se abrieron tantas ventanillas en el trato de ambos países, que la Presidencia mexicana empezó a perder control de todo lo que se decía y a quién se decía.

Muchos panistas de aquella Administración aún colman de elogios a Pascual, aunque Arriagada asegura que la relación con Calderón no era muy buena. “No se caían bien”, dice. Las fuentes consultadas dicen que no había feeling y que no se conocieron en el plano personal, a diferencia del trato con Tony Garza. El autor dice que había otro tema de la vida privada de Pascual que no gustó al presidente: inició un noviazgo con Gabriela Rojas, hija de Francisco Rojas, entonces jefe de bancada del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la Cámara de Diputados, el principal partido opositor. “Su cercanía con la hija de un personaje importante de la oposición no tenía que haber sido un problema, pero así fue percibido”, señala Pani, autora además de otro capítulo. “Se llegó a decir que era un espía del PRI”, agrega Arriagada.

El escándalo de WikiLeaks dio el puntillazo. En un hecho inusitado, Calderón pidió a Obama durante una visita a Washington el retiro de Pascual, según esta versión. “Todo aquel que quiso saber qué comentarios tenía el embajador sobre México lo pudo leer y eso fue devastador”, comenta Pani. La historia apunta que ese momento marca también una época en la que ya no se habla de cables o cartas que tardaban semanas en llegar, sino de la diplomacia en tiempo real. “Te habla de cómo las condiciones materiales también importan, como la llegada del internet”, dice.

No bastó el intento del embajador por aclarar las cosas públicamente en una columna periodística ni el mal trago que supuso para Clinton ni las voces de defensa en la Cancillería mexicana. El Departamento de Estado aceptó “la renuncia” de Pascual con renuencia en marzo de 2011, la propia Clinton narró el episodio en su libro de memorias Hard Choices como una de sus “reuniones más difíciles”. ¿Fue el alcance inusitado del embajador, la falta de afinidad en lo privado, las filtraciones de documentos confidenciales? Para los autores fue un poco de todo. En diplomacia, lo personal, lo político, lo cultural y lo histórico trazan un terreno de líneas punteadas y sobrepuestas.

Embajadores de Estados Unidos en México: Diplomacia de crisis y oportunidades, una colaboración de 15 académicos y diplomáticos, sigue los pasos de 17 representantes de Washington: los personajes que se entrometieron en la Independencia del país, los que fraguaron la pérdida de más de la mitad del territorio, los que mediaron en las guerras mundiales, los que firmaron el Tratado de Libre Comercio. “Son personajes fascinantes, pero más que su personalidad, pesa más la capacidad de transmitir las necesidades de su gobierno: qué es lo que no pueden aceptar y qué es lo que quieren”, sostiene Pani. “Es una relación esencial e inevitable, en la que no podemos divorciarnos de Estados Unidos”, dice la historiadora sobre el intento de poner en papel dos siglos de grillas, crisis y quebraderos de cabeza permanentes. El libro está disponible de forma gratuita en la página del Colegio de México.

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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