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Combat Rock
Columna
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Ceguera y vileza: lavarle la cara al poder

Identificar toda crítica como parte de una campaña de la actual oposición es una argucia simple y redituable

Antonio Ortuño
Marcha AMLO
Una marcha a favor de Andrés Manuel López Obrador, en octubre de 2020.HENRY ROMERO (Reuters)

Dado que se trata de una estrategia discursiva a la que le siguen sacando jugo, a costa de los ingenuos, resulta más o menos comprensible que el Gobierno federal y su entorno aseguren que aquellos que los critican y cuestionan lo hacen por apego a intereses corruptos e inconfesables. ¿Quién, que no sea deudor o plañidera del viejo orden conservador y mafioso podría atreverse a dudar del nuevo, popular y virtuosísimo? Ese es su argumento.

Identificar toda crítica como parte de una campaña de la actual oposición (PRI, PAN, PRD, y los grupos ligados a sus líderes) es una argucia simple y redituable. Por eso, a cualquiera que levante la voz, se le receta el consabido “¿Y por qué no lo decías antes?” (aunque lo haya hecho: eso no les importa). O se le acusa de ser empleado de algún notorio malandrín. Y si no existen pruebas de semejantes conductas o vinculaciones, se recurre a un truco más torcido: se le relaciona con inespecíficos “intereses extranjeros”. Porque, claro, lo que quieren las “fuerzas oscuras” del planeta es causar nuestra ruina y solo al “cerrar filas” con el Gobierno evitamos incurrir en “traición a la patria”. Y la patria, faltaba más, son ellos.

Sobra decir que tales señalamientos son absurdos y falsedades solo aptas para el consumo de bobos, de porros y de paleros. Y que parten de una confusión entre el enojo legítimo de millones y la molestia sectaria de unos cuantos. Desde luego que existen quienes defienden la memoria y los intereses del “viejo orden”. Sus simpatías, afinidades, enjuagues y comportamientos han sido públicos por años y lo siguen siendo hoy. Pero la crítica y el repudio ante la ineptitud, el autoritarismo, la necedad y los inocultables fracasos de este gobierno también provienen de sectores muy diferentes (y lejanos) a esos lobbys “conservadores” que tanto obsesionan al presidente y sus devotos.

Hay que ser muy ciego y muy vil para profesar (y divulgar) la idea de que las feministas, los científicos, los académicos, los artistas, los médicos del sector particular, los estudiantes de posgrados, los padres de niños enfermos de cáncer, los pequeños empresarios y comerciantes, los periodistas, los ambientalistas, los integrantes de organizaciones de la sociedad civil (se trata, en todos los casos, de colectivos agredidos por el presidente, sus funcionarios y personeros), o el simple ciudadano escéptico que no se traga la propaganda salvífica, forman parte de una conjura que pretende acabar con la esperanza de este país (y la esperanza, faltaba más, son ellos también).

Dejemos de hacernos patos: el presidente no insulta, descalifica y agrede a estos sectores (como sucede cada día de la semana, en su rueda de prensa matinal) porque esté “mal informado”. Lo hace a sabiendas de que le conviene vender la idea de que solamente los malvados y corruptos repudian sus políticas.

Los analistas, ya sean militantes o “equidistantes”, que compran este discurso maniqueo y mentiroso y se afanan en buscar la mano negra de la conspiración (y hasta se llevan las manos a la cabeza, denunciando un “golpe”) detrás de cada queja, protesta, crítica y cuestionamiento, en vez de esforzarse por entender de dónde viene la molestia pública con el gobierno, no hacen sino reforzar los postulados de la propaganda oficial. Lo sepan o no, son colaboracionistas, como lo fueron aquellos que jugaron el mismo papel en sexenios anteriores.

Lavarle la cara a un gobierno empeñado en mantener, concentrar y ampliar su poder mientras la economía, la salud, la educación, la seguridad y el crecimiento del país naufragan no es patriotismo. Hace medio siglo, todo un Carlos Fuentes se puso al servicio intelectual del gobierno priista e invitó a varios intelectuales a hacer lo mismo. La elección moral era “entre Echeverría o el fascismo”, llegó a asentar el histórico periodista Fernando Benítez, amigo íntimo de Fuentes y valedor, también, del mandatario. A estas alturas del partido queda claro que, hayan sido sinceros o interesados, aquellos grandes hombres no tuvieron la razón. En México, y la historia lo demuestra de sobra, ponerse del lado del Gobierno y el poder equivale siempre a darles la espalda a los ciudadanos.

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