El ‘Ghost Town’ de nuestra economía
La prioridad absoluta de nuestros políticos es la lucha por el poder. Lo que pase con nuestras vidas les viene muy guango
Recorro a pie una avenida cercana a la zona en donde vivo, al oeste de Guadalajara. Es una vía de evidente vocación comercial, repleta de placitas, escaparates y rótulos. La pandemia, y la subsecuente crisis económica provocada por la cuarentena y los cierres, han pasado por allí como un tsunami. La mitad de los locales ya están vacíos y tienen colgados con mecates o fijados con cinta a los cristales sus respectivos anuncios de venta y/o alquiler (al principio también los hubo de traspaso o remate de saldos). Entre las víctimas hay de todo: desde negocios que llevaban años instalados, y daban empleo a docenas de personas, hasta proyectos nuevos que no pudieron resistir ni siquiera unos meses antes de resignarse al cierre.
Tronaron, entre otros, unos abarrotes; una chocolatería; una pizzería; una distribuidora de cigarrillos electrónicos y de “vapes”; una marisquería; un taller de detallado automotriz; una carnicería (esa dos veces, porque llegó a reabrir con una “nueva administración” que duró incluso menos que la primera, de por sí efímera); una boutique; una academia de taekwondo (cuyo profesor titular, desesperado, salía a la banqueta para repartir volantes promocionales en traje de entrenamiento y con la cinta negra puesta); un café; un par de bares; un expendio de chilaquiles y otro de nieves y raspados. Incluso cayeron bajo la ola de la crisis un par de sucursales de “tiendas de conveniencia” de las cadenas más conocidas del sector y ubicadas en los alrededores.
La caída de las ventas, la ausencia obligada de clientela, el peso de los alquileres, y hasta la enfermedad (y, en algún caso, la muerte) de los dueños o los dependientes, acabaron con todos estos pequeños y medianos negocios. No nos engañemos: una crisis como esta no se trata de una batalla perdida del malvado capitalismo ante una nueva ola de igualdad o cosa similar (qué curiosa, esa retórica festiva y “progresista” que ha rodeado, por ejemplo, el anuncio del cierre de la cadena Cinemex, y que supone que la quiebra de un negocio es un triunfo de la sociedad). Detrás de cada uno de estos cierres hubo mermas, desempleo, pérdidas de inversión, deudas. Pero el sistema sigue tan tranquilo: el golpe se lo llevan, como siempre, los asalariados y comisionistas, los pequeños inversores y sus familias. Jeff Bezos y Elon Musk (y los dueños de Cinemex, claro, entre quienes se cuenta a algunos de los empresarios más ricos del país) siguen durmiendo a pierna suelta.
La avenida no está completamente desolada. Se mantienen en la trinchera, con muchos esfuerzos de por medio, una pequeña fonda de comida italiana y otra de antojitos, una tintorería, una tienda de alimentos para mascotas, una tortillería, dos estéticas, algunos locales de manicure, un par de bares, una llantera y una mueblería, entre otros. Ah, y también un puestecito de pastes hidalguenses, cuyo dependiente se pasa el día concentrado en observar el paso de los autos con aire melancólico. Su pequeño expendio está rodeado de casi puro local quebrado. Debe sentirse un rompeolas.
Esto no se trata de un problema local. Amigos en la capital del país, en Monterrey, en Puebla, en Torreón, en Oaxaca, me dicen lo mismo. Salen a la calle para topar de frente con los cascarones de empresas rotas y comercios hundidos. Y todo ha sucedido en menos de un año. Entre marzo y diciembre de 2020 se perdieron más de 700 mil plazas de trabajo registradas ante el IMSS. Pero el desempleo no matriculado es muy superior. Y qué decir del millón de micro, pequeñas y medianas empresas que han desaparecido durante la pandemia, según cifras del INEGI.
Casi 175 mil mexicanos han muerto de covid-19 (más los que den como resultado los cálculos de exceso de mortalidad, que pueden duplicar o triplicar estas cifras de horror) y las vacunas no acaban de llegar, pero el Gobierno y la oposición discuten todos los días sobre el control de Twitter y se concentran en las elecciones legislativas de junio. Y nuestra economía, entretanto, se convierte en un pueblo fantasma, de locales, oficinas y talleres abandonados, sin que nadie le tire un salvavidas. La prioridad absoluta de nuestros políticos es la lucha por el poder. Lo que pase con nuestras vidas les viene muy guango.
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