Ciudad de México, ante su gran desafío: “Quédense en casa, estamos en alerta por pandemia”
EL PAÍS acompaña a la policía por las calles de Iztapalapa, para advertir a la población del riesgo de contagios que ha situado a la capital en máxima alerta
Por la celosía que resguarda la ventana del furgón policial se ven los comienzos de la Navidad en las calles de Iztapalapa. El vehículo avanza entre puestos de piñatas de colores, luces raquíticas con aspiraciones de Pascua coronan humildes azoteas, abetos dibujados, espumillón brillante y algún muñeco de nieve ficticio en una capital, Ciudad de México, que solo piensa en correr a la playa cuando la hoja del calendario marca diciembre. Iztapalapa es una de las alcaldías más populosas de la capital mexicana, con unos dos millones de habitantes que rondan los 30 años de media, altos niveles de delincuencia y una tasa de contagios por covid que ya acumula más de 39.000 casos. Uno de los farolillos rojos del mapa.
Los hospitales del valle de México, donde viven unos 23 millones de personas, están al 75% en las unidades de covid, una cifra alarmante que devuelve a los días de mayo, cuando se registraron los picos más altos. Médicos y enfermeros exhaustos lidian ahora con los abusos del Buen Fin de noviembre, una de las fechas claves del consumismo en medio mundo. Pero el lobo no ha enseñado aún las orejas: la Navidad, con sus fiestas y sus posadas, con las reuniones familiares y los encuentros entre amigos son las fechas clave que hacen temblar al sistema sanitario, a la policía y a los gobernantes. Tan es así que el valle de México decretó este viernes un cierre total de las actividades no esenciales hasta el 10 de enero. Los llamamientos de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, al uso del cubrebocas y a quedarse en casa, son constantes. Del éxito que consigan estas medidas públicas y del comportamiento en privado de la población dependerá la marcha de la pandemia en enero.
El comandante José Antonio Tierrablanca Guerrero, 26 años ya en la corporación policial, es ahora jefe de un sector de la alcaldía de Iztapalapa que agrupa a 200.000 personas, es decir, el director de la Unidad de Protección Ciudadana Oasis, y en la manga de su uniforme se ve bordada una palmera. “He buscado la palmera por la colonia, y la he encontrado, pero ni veo el agua ni la arena del oasis”, bromea. Detrás de su cubrebocas se adivina un gesto serio, el propio del que se pasa haciendo bromas todo el día. La patrulla por las calles de Iztapalapa será divertida.
Oscurece la tarde del viernes entre lucecillas navideñas, son días de celebración, pero la cosa pinta tranquila. Es una calma rara, como si de repente a los vecinos de Iztapalapa hubiesen tomado conciencia del semáforo rojo decretado esa misma mañana para la capital mexicana y todo el valle que la circunda. Es un código muy sencillo: la pandemia está que arde, no hay más colores en el semáforo para indicar la gravedad. A falta de denuncias concretas sobre alguna congregación en algún local, reuniones clandestinas de las que alertan los vecinos, la patrulla de Tierrablanca le da al perifoneo. “Quédate en casa, no hagas fiestas, necesitamos tu colaboración, si debes salir usa tu cubrebocas”, truena la megafonía del vehículo, parado frente a un grupo de personas que comen algo en un puesto callejero. “Mira qué caso hacen”, dice el comandante. La gente mira el vehículo verdiblanco, se voltea y sigue comiendo. Pero la situación no reviste gravedad, ciertamente. Unas calles más allá, los altavoces repiten el mismo mensaje, “alerta, alerta, estamos en situación de pandemia”, y tres chavitos que juegan a la pelota abandonan la cancha. “Hale, ya hemos evitado tres contagios”, celebra irónico el comandante.
Las campanas llaman a misa, una muchacha se santigua sobre la banqueta, el puesto de los tacos está tristón, cuatro cuates sin cubrebocas pero con distancia descansan a las puertas de casa… la tarde sigue tranquila. Pero nadie se llame a engaño. Si el Gobierno de la Ciudad de México ha sacado a las calles a 2.300 personas de participación ciudadana que llaman puerta a puerta para ver cómo está la gente y recomendarles hacerse una prueba gratis, es por algo. Las estadísticas se cuentan en muertos y eso no tiene mucha gracia. Cada día menos. Aunque parece que la población va tomando conciencia. Eso dice Tierrablanca y también Andrea Montes de Oca, la coordinadora de un puesto de pruebas rápidas instalado en Iztacalco, donde hacen 250 test al día, de los que aproximadamente un 5% da positivo y se les recomienda confinamiento (o se les proporciona si no tienen las condiciones en casa); a un 1% se le manda al hospital. Hace unos cuatro meses empezaron por 100 pruebas diarias que ahora se han multiplicado. La Ciudad de México efectúa alrededor del 40% de todas las pruebas del país. El 60% de los contagios provienen de fiestas y reuniones.
A ese esfuerzo se suman las patrullas policiales, con sus avisos por megafonía y atendiendo a las denuncias de los vecinos para desalojar fiestas clandestinas o congregaciones callejeras inoportunas. En estos casos, no siempre son las colonias pobres, ni mucho menos, donde se producen estas juergas. El Pedregal (ubicado en la delegación de Álvaro Obregón), la Juárez (en Cuauhtémoc), los Reyes (en Iztacalco), de clase media alta son algunos enclaves donde el hartazgo y ciertas libertades privadas mal entendidas están propiciando picos de contagio inesperados. Los barrios humildes tienen que seguir trabajando, los barrios pudientes se resisten a recibir instrucciones que afecten a su ocio. A pesar de todo, la jefa de Gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, ha agradecido la colaboración de la ciudadanía, considerando que los casos díscolos son la minoría.
La megafonía de la patrulla hace otra parada frente a las instalaciones universitarias de la UNAM en Iztapalapa. “Quédense en casa, usen cubrebocas, cuídense”. Un hombre con la mascarilla plegada en la garganta hace chanzas del mensaje: “Quedénse en casa, quédense en casa”, repite impostando la voz como un niño que se burla de su hermano. “¿Y quién me da a mí unas despensas?”, se frota el estómago. El jefe de la policía está cargado de paciencia, lo escucha sin alterarse, pero acaba por soltarle una fresca: “No más trabaja un poco, carnal”. Tierrablanca va escuchando los dispositivos que le comunican si algo va mal en algún lugar de su extenso territorio y por el camino encuentra varias patrullas policiales, a quienes les recrimina que no tienen bien puesto el cubrebocas, o que su torreta de comunicaciones no funciona. A nadie se le escapa que esta colonia, donde ahora se han instalado luces y decorado con murales ciertas calles, era antaño un territorio sin ley. Ahora hay delincuencia, “mucha y variada” pero el aspecto, al caer la noche, parece el de un pueblito inofensivo. Por lo menos desde el coche de la policía…
“Si no los mata la covid, los matan las balaceras que se montan aquí”, lamenta el comandante. Y dice una gran verdad. En un país acostumbrado a lidiar con un centenar de muertes diarias, los fallecidos por el virus parecen peccata minuta. A ello hay que añadir que en las zonas más humildes, la población a veces se resiste a creer eso del virus, aún hoy, cuando ha dejado ya más de 117.000 muertos en todo México.
Tres Estados están ahora en máxima alerta, Baja California Norte, Estado de México y la Ciudad de México. La Navidad ha quedado parada, salvo en los negocios esenciales, farmacia, seguridad, servicios básicos. Se acabaron las compras, los regalos, los restaurantes… Pero nadie se llame a engaño, las fiestas clandestinas y las reuniones familiares desmedidas pondrán a prueba los esfuerzos del gobierno capitalino por frenar la pandemia. No va a ser fácil gobernar una ciudad mastodóntica y dispar donde la conciencia de la pandemia va por barrios y el miedo sigue siendo tan diverso como lo es México.
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