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Julia Carabias | ambientalista mexicana

“Hay un interés legítimo por sacar a la gente de la pobreza, pero se distorsiona cuando se vende como programa verde”

La bióloga mexicana reflexiona sobre la conservación medioambiental, el Tren Maya y los recortes a las instituciones ambientalistas

La investigadora Julia Carabias, en Ciudad de México.
La investigadora Julia Carabias, en Ciudad de México.seila montes
Jacobo García

A los 65 años Julia Carabias (Ciudad de México, 1954) conserva intacta la gasolina que mueve a un defensor de la tierra en uno de los 15 países con mayor riqueza natural del mundo: la indignación y el entusiasmo. Es así desde que hace 26 años creó, durante el Gobierno de Ernesto Zedillo (1994-2000), la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) durante una época en la que hablar de conservación, derechos de los animales o áreas protegidas era algo de hippies e inconscientes. Desde entonces participa en una lucha en la que muchos han pagado con la vida por enfrentarse a poderes que pretenden convertir la selva en una mina o en un pasto más para el ganado.

Desde que dejó Semarnat, Carabias formó parte de Naciones Unidas, es miembro del Colegio Nacional y ha sido reconocida con la medalla Belisario Domínguez, la máxima distinción del Estado mexicano y un honoris causa de la UNAM. En 2005 fundó Natura, una organización para promover la enseñanza y defender la naturaleza que no gustó a quienes la secuestraron en 2014. A pesar de ello, Carabias, hija de republicanos españoles, se entusiasma al ver la fuerza de los jóvenes y se indigna cuando escucha hablar del Tren Maya o el brutal recorte que asfixia las oficinas de medio ambiente.

Pregunta: ¿Cómo combinar un modelo de conservación en el que no haya niños famélicos y jaguares gordos?

Respuesta: Es necesario diseñar una política medioambiental en la que el sujeto de bienestar sea el dueño de la tierra. El diseño de un modelo productivo para las comunidades y no solo para su explotación. Sin embargo, en México, los recursos económicos han estado dirigidos hacia la explotación agropecuaria y las políticas de medio ambiente son una parte ínfima del presupuesto.

En el modelo actual las ganancias son para los intermediarios y a los dueños de las materias primas se les paga un precio ridículo porque el valor agregado se lo llevan los intermediarios. Sin embargo, hay comunidades en Oaxaca, por ejemplo, que han armado empresas del máximo nivel que venden sus maderas en los lugares más lujosos de la Ciudad de México que han ayudado a transformar sus condiciones de vida y tienen servicios de salud o educación gracias a un buen manejo de sus bosques. Sin embargo, la paradoja es que se enfrentan a una alta carga impositiva. Si ellos tumban la selva y siembran maíz reciben subvenciones de ‘Procampo’, pero si mantienen y cuidan sus árboles pagan impuestos como si fueran una multinacional.

P. Parece que quien quiere hacer bien las cosas está en desventaja.

R. La sustentabilidad cuesta y nadie quiere pagarlo; ni el consumidor ni el Gobierno. En los últimos años, el presupuesto para el cuidado forestal se ha ido reduciendo y ahora vamos en caída libre. En los últimos cuatro años [del Gobierno de Peña Nieto] se recortó el 60% de los fondos a lo que se añade otro recorte del 25% en los dos últimos años.

En lugar de inyectar recursos a las comunidades campesinas que hacen bien las cosas y mejoran sus condiciones de vida y que el valor agregado lo añadan con su trabajo, éste sigue estando al final de la cadena y hacen que la biodiversidad no cueste nada. Cuando una mesa se compra a un precio mil veces mayor de lo que costó el árbol, los recursos no van al cuidado de la biodiversidad sino a los intermediarios.

Un ejemplo de mejoramiento de niveles de vida es el ecoturismo. Las comunidades que se capacitan pueden dar un servicio mejor que cualquier hotel por una razón: ellos son los dueños. La señora o el señor que limpia los baños es dueño del hotel y sabe que en su trabajo radica la posibilidad de tener clientes y que regresen. Cuando los socios son los dueños de la tierra mejoran las condiciones de vida. Y le pongo un ejemplo, en un hotel hay un ocelote (felino similar al jaguar) junto a una cabaña. Ante esto hay tres posibilidades: atraparlo y llevártelo, matarlo, o la tercera, que es lo que han hecho, que es cerrar la cabaña para que el ocelote no vea alterada su vida. El turista que llega sabe que el lugar tiene un compromiso con la naturaleza y que esos ingresos son para la conservación de ese espacio.

P. ¿El consumidor también es responsable?

R. Si mantenemos estos patrones de consumo no aguanta el planeta. Los grandes problemas que tenemos con la crisis ambiental tienen que ver con el aumento de la población, la tecnología y los patrones de consumo y si queremos seguir los estándares de la sociedad norteamericana necesitaremos tres planetas. Así que tenemos que ir cambiando y esto empieza con información. Hay que saber que una camiseta que se vende en México a 30 pesos (1,5 dólares) se ha hecho con algodón de Centroamérica recogido por niños, que después fue a Asia y se transformó también utilizando niños. Después llega a nosotros y además alguien recibe un ganancia.

Lo mismo sucede con la demanda de proteína animal, que aumenta enormemente en las ciudades, mucho más que en zonas rurales. Cada vez se demanda más carne, huevo, queso o leche y un buen ejemplo de esos patrones alterados de consumo son los productos ecológicos. Se vende leche con etiquetas que dicen de “vaca de libre pastoreo”. Estas vacas están ocupando pastos que se lograron tumbando la selva para que ellas comieran. Hay que tener cuidado con las etiquetas orgánicas y la propaganda ‘bio’ y que el consumidor pague más por productos verdaderamente respetuosos con el medioambiente. El café es un buen ejemplo de ello.

P. ¿Pero son suficientes el café o el ecoturismo para sacar a la gente de la pobreza?

R. Sí, claro, sacas a toda la población rural de la pobreza. Lo que no vas a lograr es obtener de ahí la alimentación para todo el país. Si la lógica que mueve el modelo es conseguir más turistas y más divisas, perfecto, pero es una lógica muy distinta a la conservación del medioambiente. Queremos producir más madera, perfecto, y hay maneras de que esas comunidades vivan bien, pero si con ello queremos abastecer el mercado mundial hay que pensar en otra cosa. Las necesidades y los mercados deben ser regionales. No tiene sentido comer en Yucatán el maíz que viene de Sinaloa o de Estados Unidos. Los alimentos se pueden producir regionalmente pensando en el bienestar de la gente local y la naturaleza. El Tren Maya es un modelo que da empleo, ok, pero no un modelo de desarrollo.

P. ¿Qué le parece la construcción del Tren Maya?

R. Es imprescindible un estudio de impacto ambiental, pero antes de comenzar las obras, no después. Querer cerrar el circuito en la península de Yucatán es una necedad porque requerirá construir ciudades pero, ¿qué rayos hacemos repitiendo el modelo fracasado de transportar a gente como en los años setenta?

Hoy Tabasco es un lugar inseguro, con violencia, con pobreza y con la covid-19 hasta arriba y no es casualidad. Destruyeron por completo sus recursos naturales y ahora quieren repetirlo en el sur de Campeche, atravesando ecosistemas de alta importancia en biodiversidad, en agua, en captura de carbono y en especies animales. Las zonas por las que pasará el tren son de los pocos lugares de México donde hay una masa forestal compacta y bien conservada. Y esto se hace en nombre del desarrollo diciendo que son comunidades pobres pero lo que se ha hecho es abandonarlas y no invertir en proyectos sustentables. Le quitaron el dinero al control forestal, a la actividad turística comunitaria, al pago por servicios ambientales, a la Conabio (Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad) y la Conanp (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas) que contrataba mucha gente para el monitoreo y la vigilancia. Nos van a dejar un tiradero como en Tabasco.

P. ¿Servirá el tren para impulsar el campo?

R. Son cultivos extensivos y son negocios de otro tipo que no tienen nada que ver con el desarrollo del sureste. No hay nada de diferente al modelo neoliberal que concentra la riqueza en pocas manos y donde el campesino termina siendo el empleado de estas empresas.

P. ¿Y el programa ‘Sembrando vida’?

R. No tiene nada que ver con el medioambiente y es necesario llamar a las cosas por su nombre. No se puede pintar de verde lo que no lo es. Se trata de un programa agroforestal enfocado en los campesinos pobres y eso está perfecto pero no es un programa de conservación. Lo que se está haciendo es otra cosa con efectos económicos donde el campesino, por encima de cualquier cosa, va a por el subsidio. Un campesino con 20 hectáreas dedica la mitad a tener cuatro vacas y la otra mitad a poner maíz y a conservar bosque tropical. ¿Y qué hace ahora ese campesino? Tumbar esas cuatro hectáreas y recibir 60.000 pesos que es mucho más de lo que recibe por las vacas. Para solucionar eso es necesario un equipo técnico que ayude a capacitarlo y orientarlo, pero no. Arranca el programa y lo primero es el subsidio para que la gente lo reciba rápido.

P. ¿Por qué entonces se diseñan programas así?

R. Hay un interés legítimo por sacar a la gente de la pobreza pero se distorsiona cuando se vende como programa verde. Van a apoyar a 500.000 personas a salir de la pobreza, perfecto, y lo aplaudo, pero ¿qué pasará después? En la cadena de valor de esas plantaciones (de árboles frutales y maderables) vuelven a ganar los mismos. La gente me dice ‘no entiendo, porque antes me pagaban para conservar y ahora por deforestar'.

P. ¿Qué consecuencia tendrá en el país la desaparición de organizaciones importantes como la Conabio?

R. Conabio es una de las instituciones sobre conocimiento más importantes del mundo y ha servido para tener una base de datos que no tiene ningún país y que es una generadora permanente de datos y de conocimiento para la toma de decisiones. Desde construir una carretera a implementar un programa económico. Es la institución que nos da la alerta temprana sobre la situación medioambiental en el país.

P. ¿Por qué terminar con instituciones que funcionan bien?

R. Es un ataque y un desprecio hacia el conocimiento científico cuando la pandemia nos ha demostrado que hay que atender el conocimiento científico. No se creen que un país deba tener bases científicas solidas.

P. ¿En un mundo interconectado, las áreas protegidas no son responsabilidad de todos? ¿Podemos dejar su cuidado en manos de quienes viven ahí o a los gobiernos de turno ?

R. Los pobladores sí, son dueños de la tierra pero su manejo debe estar en el contexto de los acuerdos globales. Es necesario mantener grandes áreas protegidas como elementos para la conservación, para que se sostenga toda la cadena, pero el Estado debe garantizar esa conservación. No queremos selvas con árboles sino selvas con flora, fauna y microorganismos y hay ciertos espacios en el mundo que deben conservarse en grandes superficies. El Estado se tiene que encargar de eso y no puedes abandonar a la gente que vive en esos ecosistemas.

P. ¿Cuál es la situación en la selva Lacandona de Chiapas?

R. La selva Lacandona es el Amazonas de México. No tiene las mismas proporciones pero es el sistema tropical húmedo más importante que tenemos. En los años 50, México tenía 12 millones de hectáreas de selva de este tipo y ahora tenemos una. La pérdida se debe a la ganaderización del trópico, principalmente en Veracruz y Tabasco. Pero con el paso del tiempo estos Estados empobrecieron y llegó la violencia y no queremos que esto se repita. Quedan un millón de hectáreas repartidas en la selva Lacandona y en los Chimalapas (Chiapas) que si no se hubiera protegido ya se habría destruido porque hay mucho interés en acaparar la tierra. Hay muchos intereses económicos y políticos por la tierra y todo se ha alterado.

P. ¿Quién está detrás de esos intereses? ¿Qué se puede hacer?

R. Hay que fortalecer a las comunidades y exigir inversiones porque los recortes en la Conanp afectan a esas comunidades encargadas de la vigilancia. Detrás de los intentos por acaparar la tierra está la corrupción local que invade, regulariza y expropia. No son multinacionales, son intereses locales que mueven mucho dinero.

P. ¿Qué papel juegan las Secretarías de Medio Ambiente en América Latina?

R. Deben ser una prioridad. Es un error que nuestros presidentes piensen que lo medioambiental es una moda o algo secundario. Para lograr el desarrollo de una sociedad hay tres patas: la economía, el equilibrio social y el medio ambiente. La pandemia nos lo ha puesto en la cara. En los años 90, en América Latina, hubo mucho interés por el tema, se crearon los ministerios y se hicieron cumbres como la de Río de Janeiro (1994) pero con el tiempo se fue adelgazando el Estado para cumplir con organismos como el Fondo Monetario Internacional y comenzó a incluirse dentro de las Secretarías de Turismo o Desarrollo Urbano. Lo que terminó convirtiendo el tema en un pegote que no funciona.

P. ¿Y en México?

R. Hay una institución muy bien armada, muy sólida y con un buen marco legal. Tenemos los programas adecuados y los instrumentos para implementarlos, pero no hay dinero. El presupuesto había ido creciendo desde su origen, a pesar de que nació en medio de una crisis, pero sirvió para crear todas las instituciones actuales y se las fue dotando de medios y presupuesto hasta 2015. A partir de ese año llegó el primer recorte. El sexenio de Peña Nieto se cierra con un 60% menos respecto a lo que teníamos antes. Luego, en 2018, llegó otro recorte grande del 25%, otro del 20% en 2019, y este año otra reducción del 70% del gasto operativo. Como si fuera posible vigilar y gestionar el territorio sin dinero para personal o para gasolina. Han echado a la mejor gente y no se dan cuenta de que plaza que se libera es ocupada por el crimen organizado, los talamontes, el narco.

P. ¿Cómo describe la visión del medio ambiente de López Obrador?

R. Es una visión de los años 60 pero con el doble de población y con un país tres veces más deteriorado.

P. ¿Cómo recuerda la creación de la Semarnat?

R. Fue una experiencia muy rica. Tuvimos una primera etapa que se caracterizó por la llegada de académicos y científicos al Gobierno. El primer golpe llegó cuando quisimos hacer una reforma y la sociedad civil y la Cámara de Diputados nos dijo que no. Éramos gente trabajando en comunidades durante mucho años que proponíamos cosas correctas, pero con arrogancia, y nos dimos cuenta de que había que trabajar al revés y eso nos quedó grabado. A partir de ahí fue una oportunidad para construir un sistema sólido de áreas protegidas que nos permitió trabajar con las comunidades. Se crearon 144 consejos consultivos en el país, algo que no es fácil, porque significa hablar y exponerse a seis horas de críticas y reproches de la población pero que, finalmente, son muy positivas porque ellos son los actores clave en la conservación. Lo más duro fueron los incendios de 1998 en los Chimalapas y el accidente de Puebla donde murieron muchos brigadistas. Todavía tengo pesadillas con esos incendios.

P. ¿Le frustra la respuesta a problemas que parecían, al menos, bien diagnosticados?

R. En estos 25 años hemos avanzado mucho en política ambiental pero es insuficiente. Hay un andamiaje legal muy sólido y hasta la Constitución recoge el derecho al medio ambiente. Se ha capacitado a jueces y hay sentencias de la Suprema Corte que colocan el tema ambiental en el centro y eso da esperanza. El problema es cuando el Poder Ejecutivo se apropia del Legislativo y espero que no suceda lo mismo con el Judicial. Es triste lo que pasa en la Cámara de Diputados porque la mayoría construida no es la de los votos sino una suma construida de partidos. El equilibrio de poderes es clave para el medio ambiente.

P. ¿Cómo ve a los jóvenes?

R. Son los que me dan energía. La juventud se está formando, entiende lo que pasa y quiere un futuro menos malo. No son pasotas y se nota en el mundo y en México.

P. ¿Qué enseñanzas deja la pandemia?

R. La pandemia ha puesto en el centro del debate la mala relación del ser humano con la naturaleza. Otra enseñanza tiene que ver con nuestra forma de consumir. El hecho de ver a la naturaleza recuperar espacios, animales en las ciudades o ríos más limpios nos deja claro en la conciencia el impacto que provocamos. La pandemia ha logrado que reflexionemos sobre esto y si volvemos a la normalidad, cuando lo que había antes era una total anormalidad, habremos fracasado.

P. ¿Cómo ve el asesinato de ecologistas en México, uno de los países mas peligrosos del mundo para ellos?

R. Es muy preocupante lo que sucede en América Latina porque quienes defienden la tierra se enfrentan a profundos intereses y estos están cooptados por el crimen organizado. La defensa de un árbol contra el intento de tala de un vecino es una cosa pero proteger ese árbol frente al crimen organizado es otra cosa muy distinta. Está poco visibilizado el tema y hay que colocarlo en la agenda como ha pasado con el movimiento feminista. Si el Estado se retira y deja la defensa del medio ambiente en unas pocas manos no hay nada que hacer.

P. ¿Cuáles son las zonas de México más amenazadas?

R. La Sierra Lacandona, Chimalapas (Chiapas), la reserva de Calakmul (Campeche), la reserva de la Monarca (Michoacán) y la pesca en el Alto Golfo de Baja California.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.

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