La importancia de aprender qué y cómo comer para combatir el sobrepeso en niños y adolescentes
Malos hábitos en la compra, las prisas y no tener tiempo para cocinar tiene consecuencias en una buena nutrición, que se suman al sedentarismo y el abuso de pantallas
Hacer el menú semanal de comidas y cenas cuando hay niños pequeños en casa suele ser un quebradero de cabeza para las familias porque en la etapa infantil, tan importante en su desarrollo, no suelen tener un paladar evolucionado. Y no es ninguna novedad que a muchos menores les cueste tomar la fruta y la verdura que es necesaria para tener una buena nutrición.
Comer bien es un asunto crucial porque la obesidad infantil es ya un tema de salud pública. El Ministerio de Sanidad presentaba el pasado mes de julio unos datos demoledores tras el análisis de 237.460 niños y niñas de 10 comunidades autónomas: el 30% de menores de entre 2 y 17 años en España tenía exceso de peso y 1 de cada 10, obesidad. Según el Estudio ALADINO 2023, realizado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) con una muestra de 12.678 niños y niñas entre los 6 y los 9 años procedentes de 296 colegios, más de un tercio de los escolares analizados (36,1%) padecían exceso de peso, siendo el sobrepeso del 20,2% y la obesidad del 15,9%.
“Son cifras preocupantes”, explica la pediatra Elena Labarga, del centro de salud Numancia de Vallecas. “Y lo son porque la obesidad infantil tiene consecuencias y a la larga, en la etapa adulta, puede conllevar enfermedades cardiovasculares por el aumento de hipertensión arterial, accidentes cerebrovasculares, diabetes tipo 2, problemas de respiración, etcétera”, señala.
“La falta de información, y a veces por falta de recursos económicos, lleva a las madres, porque suelen ser ellas las que hacen la compra, a no leer las etiquetas y compran muchos productos procesados que no son en absoluto saludables”, sostiene la médica. Por ejemplo, según cita, los zumos de frutas que no llevan ni fruta, pero sí todo tipo de conservantes y edulcorantes: “O cogen mucho pan de molde o embutido procesado que no es tan saludable como el jamón serrano, ponen en las fiambreras mucho producto procesado y con azúcar como cereales, galletas de chocolate… ”. “Lo ideal para llevar al cole”, advierte la pediatra, “sería pan de barra, fruta y agua, todo lo demás no aporta nada y, además, si el niño se mueve poco, a la larga, cogerá peso”.
Labarga explica que dar una nutrición correcta y adecuada es algo sencillo y fácil de aplicar: “Lo primero es que hay que evitar el sedentarismo, lo que conlleva menos pantallas, hacer deporte, pasear en familia, ir andando al colegio, siempre mejor la dieta mediterránea —patrón alimentario caracterizado por un alto consumo de frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos y aceite de oliva— y, muy importante, no picar entre horas”. Para la pediatra, no es necesario dar de comer a los niños siempre que tienen hambre: “Hay que enseñar a comer cuando toca, con orden y, por supuesto, evitar las grasas saturadas (bollerías) y azúcares y no abusar de fritos ni empanados, y, si se usan, que no sean precocinados”.
Carmen Durang, enfermera de pediatría y psicóloga, considera que aunque la tendencia ha bajado ligeramente en los últimos años [el estudio Aladino 2023 indica que un 36,1% de niños y niñas tienen exceso de peso, una disminución de 4,5 puntos porcentuales desde 2019], el sobrepeso sigue siendo un problema de salud pública que afecta a la calidad de vida presente y futura de miles de menores: “No se trata de una preocupación estética, sino de un riesgo real para la salud”. En Atención Primaria, sostiene, “una de las cosas que más nos preocupa en las revisiones infantiles es la nutrición. No se trata solo de peso y talla: miramos hábitos, rutinas y cómo come la familia”. También, explica, analizan el exceso de azúcares y harinas procesadas porque provoca picos de energía falsa que dejan al niño con más hambre al poco tiempo. “A eso también se suman las grasas y la comida rápida, que encajan con el ritmo de vida actual y que dejan huella en el organismo”.
Cocinar requiere paciencia y las prisas no lo permiten
“Cocinar requiere presencia y disponibilidad, algo que muchas veces es incompatible con el ritmo profesional y la falta de conciliación familiar. Muchas familias optan por comedores escolares, donde las dietas están más estructuradas, pero luego por la tarde y la noche optan por tirar lo que sea al plato para salir del paso", sostiene Durang. Para la enfermera y psicóloga, la prisa manda más que el cuidado, y esa repetición diaria termina educando el paladar y el cuerpo hacia lo inmediato, no hacia lo saludable.
“Además, las familias con menos ingresos suelen acceder a alimentos que abultan más en el plato, pero que nutren menos e incluso dañan al organismo: fritos, pan blanco, procesados baratos”, subraya Durang. Esta situación es especialmente acusada en hogares con rentas bajas, se explica desde el Ministerio de Sanidad: “Para estos niños, niñas y adolescentes, crecer de forma saludable es aún más complicado, teniendo el doble de posibilidades de desarrollar obesidad”.
“Y en el tiempo ocio se repite la misma dinámica —palomitas, refrescos, nachos...—”, opina la enfermera. “Te traigo a tu sitio favorito’ suele traducirse en hamburguesas, patatas fritas y helados y, al final, lo que se regala con buena intención es un patrón que consolida la obesidad”, añade. La clave está en el hábito, continúa: “Cuanto antes se introduzca la variedad de alimentos, más fácil será que el niño acepte y disfrute de una dieta equilibrada”. “El cerebro se acostumbra a lo que recibe; si le das diversidad, querrá diversidad, y si le das siempre lo mismo, no querrá probar sabores nuevos”, añade.
Para Durang, lo que falta aún es una educación sanitaria realista, que explique de forma sencilla qué hace cada alimento en el cuerpo, y ayudar a la población a comprender para qué sirve realmente lo que comen: “La información cambia por completo la manera de elegir los alimentos. Saber que el azúcar en exceso bloquea la energía real y genera más hambre, que las proteínas construyen músculo y reparan tejidos, que las frutas y verduras aportan vitaminas y fibra que regulan el organismo, o que las grasas saludables protegen el corazón y al cerebro, convierte la alimentación en una decisión consciente y no en un acto automático”.