¿Por qué se mete tanta prisa por crecer a los niños?
La creencia de que las menores mejorarán su desempeño académico si se rigen, desde los tres años, por las reglas de los mayores, es errónea. El juego libre y el cuidado a las emociones son las mejores herramientas para respetar su desarrollo evolutivo
El sol entra por la fila de ventanales que dan al patio, una superficie de césped artificial con arenero, macetas y una escalera de palos y cuerdas. Dentro, un niño dibuja. Al acabar de rayar su folio con líneas azules, añade círculos verdes y en el centro un remolino negro. Dice que es humo. El resto, una piscina y una casa para peces y osos. A continuación, arruga el folio; lo abre y lo vuelve a extender, orgulloso de sus relieves. Una niña al lado le arranca el dibujo y lo tira a la basura. “A tu mamá no le va a gustar, lo has estropeado”. Pero el niño se levanta, recoge su dibujo y levanta la voz para decir que a él le gusta.
“Esta sociedad competitiva solo se fija en el fallo; es un problemón para la salud emocional”, lamenta el psicólogo Alberto Soler. “¿Nos preguntamos de dónde viene la autoexigencia que padecen hoy los adolescentes? ¿Por qué un papel arrugado hay que desecharlo y se considera que no vale? Él lo arrugó porque le gustaba así”, resume Isabela Alcántara, maestra de la etapa de Infantil (3 a 6 años) de la escuela infantil Garabatos. Sus dos sedes, en Madrid y en Colmenar, son de los pocos proyectos que quedan que acompañan niños hasta los seis años. Recientemente en Madrid, a pesar de la movilización de las familias para retener el segundo ciclo de infantil en la escuela, se cerró uno de los últimos centros públicos que recogía esta etapa de 3 a 6; Zaleo, en Vallecas. El resto del país también mantiene esta tónica.
Adaptar los espacios al movimiento
¿Por qué preocupa que se traslade el 3 a 6 a los colegios de Primaria? Porque, generalmente, “en vez de que los principios de esa etapa, donde se establecen sus cimientos, empapen la Primaria, son los más pequeños los que se tienen que adaptar, empujándolos a tener vivencias que no les corresponden por momento madurativo”, explica Nuria Comonte, educadora y parte de La Semilla Violeta, especialistas en pedagogías activas.
En los coles donde se añade 3 a 6 al espacio que ocupan Primaria y ESO puede ocurrir que acabe su juego libre porque los espacios no son iguales que en una escuelita (lo frecuente es que estén llenos de sillas, la psicomotricidad se reduzca y el patio solo se reserve para momentos concretos). “La escuela debe reconocer a las criaturas como personas, no como proyectos de personas”, dice Comonte. Soler refuerza la idea “es un reflejo de la sociedad competitiva y exigente en la que vivimos”.
La foto no extraña a nadie, competimos desde los cero años por ser el primero o la primera que se quita el pañal, que garabatea, que lee… Y, después, el primero o la primera de clase, de la promoción, la persona con mejor desempeño, la más productiva, la que tiene más likes…
“Les metemos en una carrera desde pequeños. La vida no tiene que ser eso porque luego recogemos las consecuencias como problemas de salud mental”, insiste Soler, autor de Niños sin etiquetas (Paidós, 2020). Y precisamente eso viene de no trabajar, según señalan las y los especialistas, cada etapa evolutiva con el espacio y la pausa que se requiere. Además, de no entender el grupo como un organismo con distintos ritmos y funciones, capacidades y necesidades, sino como un ser individual que se rige por las normas del mundo adulto; sistemas dentro de un sistema.
“El colectivo tiene poca importancia”, apunta Mar Hurtado, presidenta de la Associació de Mestres Rosa Sensat —asociación de maestros y profesores de infantil, primaria y secundaria, conectados por el propósito de mejorar nuestro trabajo como educadores—. “Somos más creativas porque podemos pensar juntas; somos más valientes porque no estamos solas, ese mensaje debe trasladarse y no se hace”, agrega.
Agotar la etapa que les toca
Para Hurtado, el problema del sistema educativo es que se saltan etapas evolutivas, que deben existir y respetarse para consolidar aprendizajes: “El aprender debería formar parte de un camino natural donde pasan cosas, las analizas, las tocas, las reproduces. Cuando un niño tiene que crecer rápido, primero olvida el sentido de las cosas, las aprende solo porque toca. Aquí pierdes motivación, tan necesaria, y el deseo de aprender”. Son dos de los principales problemas que se encuentran en Primaria y Secundaria y que derivan en problemas de salud mental.
Ella receta el campo como vitamina desde la primera infancia: “Si sales con las criaturas, a la naturaleza se pararán a escuchar los ruidos, a atender el silencio, a caminar despacio; se pararán a mirar las piedras, su textura…. Así les enseñas a frenar, escuchar, mirar, analizar que eso se traduce luego en comprensión lectora”. La naturaleza es el corazón del trabajo de la bióloga y educadora Katia Hueso. “Les conecta con su esencia de seres vivos y permite desarrollar el juego libre en su máximo esplendor”, explica Hueso. En contraposición, añade que obligar a un niño de tres, cuatro o cinco años a sentarse en un aula es una forma de maltrato: “Son personas, no tienen adquirido el esquema corporal, su cuerpo aún no está preparado para eso”.
Valientes y diferentes, pero no mucho
La autora de La naturaleza que nos cuida (2024, Plataforma Actual), incide, además, en la “contradicción” que existe entre “que nos exijan ser emprendedores, disruptivos, originales… pero que nunca nos hayan dejado ser”. “La infancia es ese momento único donde podemos experimentar el juego libre, donde experimentas la vida de forma controlada y segura”, prosigue Hueso, “si no lo haces ahí, lo terminarás haciendo en otra etapa donde esa práctica de la libertad tendrá peores consecuencias”.
La pausa es otra de las claves de esta etapa preescolar. La psicóloga Alicia Banderas incide en la idea de que, en 3 a 6 es importantísimo “no sobreestimular, porque dificulta la exploración por sí mismos, no respeta su ritmo de aprendizaje, merma su curiosidad e innata capacidad creativa, tan importantes para, por ejemplo, que aprendan a buscar alternativas creativas para solucionar un problema, en vez de obcecarse en un pensamiento rígido”. Además, explica Banderas, “deriva en estrés y desmotivación”. La atención a las emociones y el consuelo también son claves fundamentales de esta etapa y la escuela debe garantizarlas. Por eso esa cadencia es tan importante.
Atender la emoción y validarla
“Hay que entender y hacer entender que no hay emociones positivas ni negativas; el miedo nos ayuda a protegernos, la tristeza nos ayuda a saber cuánto queríamos algo; ellos deben saber que los acompañamos en sus emociones”, refleja Banderas. Desde la escuela infantil Garabatos lo secundan. “Las criaturas precisan que los acompañe una mirada que no juzga, respeta, espera, confía, que está presente y que entiende que cada ritmo es diferente”, explica Elena Romero Díaz, una de las directoras, que lamenta que cada vez sean “más escasos los espacios para hacer tribu y donde se acompañe no solo a la niña o el niño sino a la familia”.
Su socia, Cristina Llorente Jara, añade que cuando se respetan los ritmos, se da tiempo y se está presente, en un espacio preparado, los procesos en cada niño y niña se van dando. En su escuela, dedican un día a la semana al salir a la naturaleza y se imparten tres días de psicomotricidad en un aula específica. “Además de tiempo, les damos espacios preparados donde se dejan guiar por su deseo”, incide Llorente.
La rapidez del mundo de los mayores
¿Empezar antes el colegio garantiza la mejora del nivel académico en adelante? Las personas especialistas consultadas coinciden en que nada lo avala. Fernanda Bocco, psicóloga de La Semilla Violeta, explica que esta paradoja tiene origen en la falta de capacidad crítica y el bajo nivel de razonamiento detectado en Secundaria. “En ese momento se pide que en Primaria se exija más; pero como ahí tampoco se alcanza una buena capacidad cognitiva, metemos Infantil en la escuela. No se trata de adelantar, sino de que estén en la etapa que les corresponde: juego y experimentación física, afectiva y relacional, que el sistema educativo ve como tiempo perdido”, resume Bocco.
Y esas prisas se trasladan y no parecen beneficiar. “Un colegio es un sitio rápido, nervioso, que quiere resultados inmediatos”, explica Hurtado. “Y eso puede provocar que las criaturas queden colapsadas, aturdidas y se congele su aprendizaje. Se debe entender qué es un ser de tres años, qué necesidades y derechos tiene, y cómo la criatura va integrándose en unas rutinas de un colegio que desconoce”.
Para ella, es clave tener en cuenta los derechos de la infancia, y no solo sus necesidades: “Llevar a los niños a coles de mayores para prepararlos antes para el mundo terrible que les espera, es una creencia que existe, pero no hay una corriente que diga que, efectivamente, en un colegio que siga una dinámica de mayores aprenderán mejor y antes”.
No toca leer antes de Primaria
A Jordi Perales, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Educación de la UOC, le indigna este planteamiento: “Todo lo que sea forzar a un alumno a hacer algo para lo que no está preparado es una gilipollez y una pérdida de tiempo. Ponemos a Finlandia de ejemplo, pero allí esperan al momento madurativo adecuado para cada proceso (leen con siete años). ¿Cuanto antes mejor? No. Cuando madurativamente estén listos. Igual que no sacas el bizcocho antes de tiempo o lo subes de temperatura, con las criaturas esperas al momento óptimo para cada cosa. El currículo no dice que al terminar Infantil salgas leyendo. Los inspectores deberían fijarse en si los colegios lo hacen, para reducir la presión que les llega a las familias”. Recuerda, Perales, además que hasta los seis años la escolarización no es obligatoria.
El juego, el término más defendido y repetido. Ese que “permite un sinfín de desarrollos y madurez, pero se ve como tiempo perdido”, repite Bocco “¿Tiempo que podrían invertir en qué, en sacarse una oposición?”, bromea Soler. En consulta, de forma cada vez más frecuente, ve las consecuencias de “acortar la infancia”. “Problemas de ansiedad, consecuencia de no haber tenido ese juego como actividad principal, vemos niños menos felices”.
Desde La Semilla Violeta añaden que “cuando los niños y las niñas son empujados a que dejen de experimentar con el cuerpo, lo que viene detrás a nivel cognitivo no tiene donde anclarse. Es pura ciencia, no hay discusión posible. “Al enseñar a un niño a aprender sin moverse, cerramos sus canales de aprendizaje por conexión neuronal; le reprimimos y contenemos”, refuerza la fisioterapeuta y osteópata infantil Maite Mate.
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