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Leslie Jamison, escritora: “Cuidar de mi hija me ha mostrado que puedo ser una versión desordenada e imperfecta de mí misma”

En ‘Astillas’, la autora estadounidense convierte las dificultades de la crianza y el duelo del divorcio en una reflexión profunda sobre cómo reconstruirse entre el amor, la pérdida y la creación

Los cambios vitales siempre provocan una especie de crisis que requieren reconstruir quiénes somos. La maternidad es uno de esos cambios “torbellino”, pero también la separación o el divorcio suelen suponer una transformación. La escritora estadounidense Leslie Jamison (42 años, Washington) ha explorado desde la literatura qué ocurre cuando confluyen ambas experiencias: convertirse en madre y atravesar el final de un matrimonio. Y lo ha hecho documentándose en uno de los mejores fondos de biblioteca: su propia experiencia. Astillas (Anagrama, 2025) —su sexto libro, pero quinto traducido al español—, traducido por Rita da Costa, es el resultado de esta exploración que retrata no solo cómo es ser una madre separada —y en pleno confinamiento por la covid en una ciudad como Nueva York—, sino también cómo se sobrevive emocionalmente en una época marcada por la precariedad y el aislamiento.

Escrito de forma fragmentaria, como ya lo hicieron con sus obras otras autoras coetáneas como Rivka Galchen o Leila Sucari, Jamison refleja muy bien cómo discurre el tiempo durante los primeros años de crianza: constantemente interrumpido. Pero precisamente en esto ve una gran oportunidad para poder dar valor a los “pequeños momentos” más significativos de un bebé, esquivando así todos aquellos momentos monótonos que hay detrás.

Su escritura se convierte entonces en una forma de resistencia: un modo de dar sentido al caos cotidiano, de encontrar belleza en “los pedazos de una vida rota”. Cada fragmento funciona como una pequeña ventana hacia los pensamientos, dudas y descubrimientos de una mujer que intenta hacer posible la creación literaria con la creación que implica la maternidad sin desdibujar los contornos de ninguna de las dos. “Hay muchísimas formas en que el cuidado y la creación se enriquecen mutuamente”, explica a EL PAÍS la autora.

PREGUNTA. Cuenta la historia de su divorcio, teniendo una niña de 13 meses. ¿Diría que es un tema poco explorado en la literatura?

RESPUESTA. Aunque cada vez hay más relatos literarios sobre la maternidad y, especialmente en los últimos años, más narrativas personales sobre el divorcio, no había leído muchos textos que entrelazaran ambos temas como ejes principales, una especie de doble hélice interesada no solo en ambas experiencias, sino en explorar la intensa simultaneidad emocional: esa sensación de alegría que coexiste con el dolor. Quería que esos hilos no solo convivieran en la página porque me habían sucedido al mismo tiempo, sino que se iluminaran mutuamente del modo en que lo hicieron en la vida real, y también que reflejaran una experiencia de simultaneidad radical (vivir sentimientos contradictorios al mismo tiempo), que creo que casi todos experimentamos de una u otra manera.

P. Separarse de su hija por primera vez le generó angustia, así como las veces sucesivas en las que su exmarido se encargaba de ella. ¿Ha descubierto algo sobre sí misma o sobre la maternidad a partir de enfrentarse a esa distancia física con su hija?

R. Parte del trabajo primordial de la maternidad, al menos para mí, ha sido entender que la intimidad y la autonomía no son dioses en competencia; que el amor puede profundizarse a través de la experiencia de tener vidas separadas, algo que a veces cuesta más aceptar con un hijo, porque sientes una responsabilidad y un apego radicales. Pero realmente he llegado a creer esto respecto a mi hija: el hecho de que ambas tengamos también nuestros propios vínculos con el mundo (incluida su vida separada con su padre) puede fortalecer, y no comprometer, nuestro lazo mutuo.

P. Sobre el vínculo entre madre e hija, dice de su madre que es la única persona a la que le ha podido pedir ayuda sin un ápice de ambigüedad. ¿De qué manera esa relación ha influido en la forma en que se relaciona con su propia hija?

R. En muchos sentidos importantes, me siento como un pararrayos de madre: recibo la intensa electricidad del amor de mi madre y actúo como un tipo de conducto, transmitiendo ese amor a mi hija. Es una forma de decir que siento que estoy entregando un regalo que ya recibí, y quiero que mi hija sienta que puede depender de mí del mismo modo, o de formas distintas, en que yo he dependido de mi madre.

P. ¿Hasta qué punto convertirse en madre reabre viejas heridas con los padres?

R. La crianza puede abrir viejas heridas, pero creo que con la misma facilidad —o incluso con más fuerza— puede abrir nuevas formas de apreciación. Después de tener a mi hija experimenté cierta tristeza por los años difíciles que viví con mi padre, pero también llegué a apreciarlo más profundamente (también me ocurrió con mi madre): entendí que ser padre o madre es difícil, y que es absolutamente imposible hacerlo de manera perfecta.

P. ¿Es la escritura sobre maternidad necesariamente fragmentaria por la propia naturaleza de la experiencia materna?

R. Los fragmentos evocan de manera muy concreta algo propio de la experiencia de la maternidad: el tiempo está siempre interrumpido, dividido en pequeños fragmentos de atención y distracción. Pero para mí también llamaron la atención sobre cómo la profundidad puede existir dentro de los llamados “momentos pequeños”: un cuenco cae al suelo y el bebé piensa que puede usarlo como un sombrero divertido; un vaso se rompe y el niño se maravilla del poder y el terror de hacer que algo se quiebre. Los fragmentos permitieron que esos pequeños momentos tuvieran peso, y también me permitieron alejarme de un estilo narrativo que me obligara a replicar toda la repetición y tedio que también forman parte de la crianza.

P. Usted narra cómo llevó el portátil al hospital y empezó a escribir pocas horas después de dar a luz. ¿Hay una tensión entre el impulso de crear y las expectativas de la maternidad?

R. Existen ciertos conflictos fundamentales en torno al tiempo y la atención que son absolutamente reales: el tiempo no es infinito, y la energía tampoco, así que cuidar de un ser humano significa necesariamente que no siempre puedes entregarte al trabajo. Pero siento que esos conflictos reciben demasiada atención; yo estaba interesada también en documentar las sinergias: en todas las formas en que el hecho de observar a un ser humano tomando conciencia del mundo podía agudizar mi curiosidad sobre la emoción, la identidad, el yo, la intimidad y el amor, de modos que, sin duda, profundizarían y ampliarían mi trabajo. Hay muchísimas formas en que el cuidado y la creación, en los sentidos tanto maternal como artístico, se enriquecen mutuamente.

P. “Tenía la impresión de que nunca haría nada más que dar de mamar y deambular de aquí para allá con la niña pegada al pecho”, escribe. Suele decirse que los días son largos, pero los años son cortos. Ahora que ha pasado un tiempo, ¿lo percibe así?

R. Cuidar de mi hija me ha mostrado de una forma muy visceral y constante que una parte esencial del amor y la intimidad consiste en sentir que puedes ser una versión desordenada e imperfecta de ti mismo ante otra persona; que no tienes que ser siempre perfecto ni estar representándote para ella. Ser una fuente constante de amor y cuidado para mi hija —de un modo que no depende de que ella sea “buena” conmigo o de que me mantenga interesada— ha agudizado mi curiosidad y compromiso con las formas en que todos podríamos ofrecernos mutuamente ese tipo de contención y permiso: darnos espacio, a veces, para ser desordenados, imperfectos, aburridos o incompletos.

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