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Federica Mogherini: la diplomática perseguida por el fantasma de la inexperiencia

Los nombramientos para los cargos en Bruselas que ha desempeñado la italiana generaron controversia desde el primer momento. Ahora la Fiscalía europea la acusa de fraude y corrupción en la contratación pública

A Federica Mogherini la ha engullido esta semana un escándalo que bien podría ser la trama de una de las novelas policiacas que tanto disfruta leyendo. La que fuera jefa de la diplomacia europea entre 2014 y 2019 fue arrestada ―aunque solo durante unas horas— por la p...

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A Federica Mogherini la ha engullido esta semana un escándalo que bien podría ser la trama de una de las novelas policiacas que tanto disfruta leyendo. La que fuera jefa de la diplomacia europea entre 2014 y 2019 fue arrestada ―aunque solo durante unas horas— por la policía flamenca el pasado martes a instancias de la Fiscalía europea, que la acusa de fraude y corrupción en la contratación pública dentro de su actual responsabilidad como rectora del prestigioso Colegio de Europa, con sede en Brujas. La imputación de Mogherini y de Stefano Sannino, ex secretario general de los servicios diplomáticos europeos, ha sacudido Bruselas. La investigación de la Fiscalía europea, que por primera vez apunta a la cúspide de la arquitectura comunitaria, es otro guantazo a la credibilidad de las instituciones europeas en un momento en el que estas buscan resguardarse de los ataques que reciben desde dentro y fuera de la UE. Pero el golpe va más allá: la investigación pone en entredicho también la reputación de una institución, el Colegio de Europa, que desde después de la Segunda Guerra Mundial ha venido formando las élites de Bruselas y pone sobre la mesa una vez más las complejas relaciones entre los lobbies y los políticos bruselenses.

La conmoción en las instituciones europeas que describen varios políticos con los que ha hablado este periódico, que no dan crédito a lo sucedido, en parte se debe a que Mogherini (Roma, 52 años) se ha convertido en uno de los nombres ilustres de la burbuja bruselense. Aterrizó en la capital belga en 2014 y desde el primer momento los nombramientos para los cargos que ha desempeñado han generado controversia. Siempre por el mismo argumento: la falta de experiencia. La apuesta del entonces primer ministro italiano Matteo Renzi como Alta Representante para la Política Exterior y Seguridad Común generó recelos entre los entonces 28 socios comunitarios. Hasta ese momento, esta política socialdemócrata hija de un director de cine había sido diputada en Italia durante seis años y ministra de Asuntos Exteriores en un breve periodo de seis meses. Ese bagaje se antojaba demasiado escaso para alguien que debía ser capaz de ponerse al teléfono y hablar en nombre de Europa. Un veterano diplomático recuerda que la propuesta fue ampliamente contestada. “La elección equivocada”, titulaba un editorial de Le Monde.

Mientras las grandes capitales dudaban sobre las tablas de Mogherini, los pequeños estados del Este la acusaban de ser afín al Kremlin. Esa sospecha se fundamentaba en una visita de la italiana al presidente ruso, Vladimir Putin, cuando su país tenía la presidencia de turno de la UE. El viaje respondía a los esfuerzos de Bruselas por rebajar la tensión en la región tras la anexión rusa de la península de Crimea, pero los países bálticos vieron detrás de esa reunión la relación privilegiada que tradicionalmente habían mantenido Roma y Moscú y los intereses económicos y energéticos de ambos países. “No apoyaré a una persona que sea pro-Kremlin”, llegó a decir la entonces presidenta lituana Dalia Grybauskaite.

Los deseos de Renzi, sin embargo, acabaron imponiéndose en el delicadísimo reparto de altos cargos de la UE, en el que Italia siempre ha sabido jugar sus cartas. Mogherini, que encarnó la llegada de la generación Erasmus a las instituciones, despachó todos esos comentarios advirtiendo sobre el machismo instalado en esas acusaciones. Hábilmente, incluso recordaba que su antiguo jefe, Renzi, era más joven que ella sin que nadie pusiera en duda su capacidad para ejercer de primer ministro.

Al llegar a Bruselas, la italiana decidió trasladar su despacho desde el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) al edificio de enfrente, la Comisión Europea, de la cual también era vicepresidenta. Con ese gesto marcaba distancias respecto a su antecesora, la británica Catherine Ashton, y trasladaba el mensaje de que estaba dispuesta a dar una única voz a los entonces 28 países de la UE en un ámbito, el de la política exterior, que requiere la unanimidad de todos los socios. También destacó por sus buenas relaciones con otras instituciones. “No le importaba estar horas dando explicaciones en el Parlamento Europeo”, dice un diputado. “Tenía don de gentes y una gran capacidad comunicativa, algo que luego se echó de menos”, resume otro.

Sus antiguos colaboradores, que no dan crédito a lo sucedido esta semana, explican que no tenía horario de trabajo. Madre de dos niñas, se dedicaba a su labor los siete días a la semana. “Eran jornadas larguísimas, tranquilamente de 15 o 16 horas, con noches en blanco”, recuerda un funcionario, que insiste en pedir cautela para abordar el escándalo. “Era muy escrupulosa en todo. Me cuesta creer que el caso tenga que ver con cualquier tipo de enriquecimiento personal”, añade.

El logro del programa nuclear

Uno de los mayores éxitos de su mandato fue el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, firmado en 2015 entre Teherán y Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania. Mogherini, como coordinadora de ese grupo de potencias, fue clave en un pacto que dos años más tarde Donald Trump se encargaría de dinamitar. Pero la italiana pudo saborear también la amargura del cargo al tener que lidiar con la guerra en Siria o la crisis migratoria en el cargo. Y sobre todo, de no lograr hablar por los Veintiocho. Su propio país, ya con otro signo político, se distanció de un cargo que acabó considerando poco útil para sus intereses al requerir largos viajes que la apartaban del salón donde se toman las grandes decisiones del día a día.

Pero la investigación de la Fiscalía europea no tiene que ver con esa época, sino más bien con su segunda etapa en la burbuja bruselense. Ese periodo empieza cuando no había pasado ni un año de haber dejado su cargo, que pasó a manos del español Josep Borrell. Mogherini fue propuesta para ocupar el puesto de rectora en el Colegio de Europa, una institución que a menudo se equipara con la École Nationale d’Administration (ENA) francesa por su vocación de formar a las élites europeas. Su elección estuvo plagada de críticas, públicas y privadas, por parte de profesores, estudiantes y políticos, que se quejaban de la “falta de experiencia académica” de la italiana, licenciada en Ciencias Políticas, y de un supuesto “amiguismo” con el presidente del comité que iba a designarla, el expresidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy. Un grupo de diputados incluso denunció ante la Comisión un posible “conflicto de intereses”.

Mogherini ha tenido que lidiar durante su etapa al frente del Colegio de Europa con la expulsión de un profesor acusado de acoso sexual y una denuncia del World Jewish Congress por pintadas antisemitas en la puerta de alumnos judíos, un hecho por el que Mogherini abrió una investigación. Pero ninguna crisis tiene las dimensiones de la que ahora afronta. La policía flamenca arrestó a Mogherini, a Sannini y, según La Repubblica, a Cesare Zegretti, otro alto cargo de la institución educativa. A pesar de que la Fiscalía europea mantiene en secreto los detalles de la investigación, el foco está en la adjudicación del contrato para crear la Academia Diplomática de la UE en 2021, financiada con fondos europeos para formar a jóvenes diplomáticos. Según la prensa italiana, la Fiscalía indaga si se filtraron al Colegio de Europa las condiciones de los concursos antes de que estas fueran publicadas oficialmente.

La noticia ha conmocionado a la cúpula comunitaria, que pide prudencia pero a la vez marca distancias con los imputados. Los recientes escándalos sobre supuestos sobornos vinculados a la empresa china Huawei o a los gobiernos de Qatar y Marruecos no hacen sino amplificar esta nueva crisis. Algunos diputados ―siempre en privado― dan pábulo a unas polémicas declaraciones en La Stampa de una de las presuntas implicadas en el Qatargate, la exvicepresidenta del Parlamento Europeo Eva Kailí, quien ha afirmado que Bélgica “no es un país seguro para la política”. Otros piden ir con pies de plomo y esperar a los resultados de la investigación. Los partidos ultras y euroescépticos, en cambio, festejan esa imputación como una victoria que refuerza su tesis sobre la corrupción de la política europea. Por ahora, Mogherini ha dejado su cargo y confía en que la justicia respalde su gestión. Pero la Fiscalía europea ha añadido por lo menos un punto y aparte en su carrera dentro de la burbuja bruselense.

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