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30 años del Proceso de Barcelona: luces y sombras de un sueño euromediterráneo

La capital catalana recupera protagonismo en la diplomacia de la región al revisar el legado y el futuro del gran acuerdo de 1995

Tres décadas después, quienes participaron en aquella reunión de ministros de Exteriores en la capital catalana aún recuerdan la ilusión que generó. El 28 de noviembre de 1995, en una Barcelona postolímpica que reivindicaba su identidad mediterránea, Europa y sus vecinos del sur rubricaron una declaración que aspiraba —nada menos— a transformar la geopolítica regional. Nacía el Proceso de Barcelona, un acuerdo que, en palabras de sus propios arquitectos, inauguraba “una nueva manera de abordar los problemas” del Mare Nostrum, combinando seguridad, economía y cultura como pilares fundamentales para la construcción de un espacio compartido de paz y prosperidad.

Aquel texto fue posible gracias a un momento histórico poco frecuente: los ecos del proceso de paz de Oslo, la sensación —hoy difícil de recuperar— de que Oriente Próximo estaba ante una oportunidad irrepetible y la convicción de que el Mediterráneo podía sacudirse su imagen de frontera fracturada. Tres décadas después, el balance del proyecto oscila entre las luces y las sombras. “La existencia del proceso de Barcelona ha estructurado, incluso yo diría, geopolíticamente, el Mediterráneo, a pesar de su ineficacia relativa para los proyectos concretos de desarrollo económico y social”, reflexiona el diplomático Senén Florensa, presidente ejecutivo del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).

Tras el acuerdo entre los miembros de la UE y 12 países socios de la orilla sur y este del Mediterráneo (Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Palestina, Siria, Túnez, Turquía, Chipre y Malta) hubo progresos tangibles —intercambios comerciales, programas culturales compartidos, una agenda política común incipiente—, pero también retrocesos de calado: el bloqueo del proceso de paz, la democratización fallida en gran parte del sur, el estallido de nuevos conflictos y un clima de desconfianza que ni siquiera la Unión por el Mediterráneo (UpM), creada en 2008 y con sede en Barcelona, consiguió disipar.

Joan Borrell, vicesecretario general de la UpM, define ese balance de claroscuros con una imagen reveladora: “La botella está muy medio vacía, pero si la tiramos, nos quedamos sin agua”. “No se puede renunciar a la idea de cooperar entre países”, insiste, una idea que comparte Florensa: “No hemos alcanzado los objetivos de un mundo maravilloso que nos planteábamos en el 95 cuando pensábamos que en 2012 tendríamos una gran zona de librecambio euromediterránea, pero hay que seguir remando. Si hoy tuviéramos que redactar un desiderátum para la región volveríamos a redactar lo mismo que en el 95. Los principios siguen siendo válidos para crear un área de paz y estabilidad, de progreso económico compartido y de diálogo y entendimiento”.

Aquella firma no solo marcó un hito diplomático, sino que también situó a Barcelona y a Cataluña en el mapa del diálogo internacional. “Barcelona se ha convertido en la ciudad símbolo de la cooperación euromediterránea, hasta el punto de que su sinónimo se llama proceso de Barcelona”, apunta Florensa. Cataluña quiere aprovechar ese prestigio para liderar un frente común de regiones que puedan dejar su impronta en la implementación del nuevo Pacto por el Mediterráneo, la iniciativa de la Comisión Europea que busca reforzar lazos y recuperar la influencia perdida en una zona de enorme interés geopolítico para Europa.

Al calor de la efeméride, Barcelona acoge estos días decenas de cumbres, conferencias y reuniones de alto nivel, que culminan este viernes con el X Foro de la Unión por el Mediterráneo, presidido por el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares; la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, y el viceprimer ministro y ministro de Exteriores de Jordania, Ayman Safadi. Participará también Dubravka Suika, titular de una nueva cartera del segundo Ejecutivo comunitario de Ursula von der Leyen que evidencia la creciente importancia que otorga Bruselas a la región: comisaria europea para el Mediterráneo.

El Pacto por el Mediterráneo, que pretender ser un complemento de la UpM, pone especial énfasis en la población joven de la región y en su formación. “La UE se ha dado cuenta de que el Mediterráneo es su espacio lógico de vecindad y de que otros actores quieren ocupar ese espacio”, señala Borrell, en referencia a potencias como China o Rusia.

Antes de la reunión en Barcelona de los responsables de Exteriores europeos y de la cuenca mediterránea, el Gobierno catalán quiso marcar sus prioridades en la Cumbre Euromediterránea de Regiones, donde se adoptó una declaración conjunta instando a la Comisión a incentivar el poder regional en el desarrollo del pacto. “Las regiones debemos intensificar nuestro papel en la gobernanza europea y mediterránea, en la definición y la implementación de las políticas”, reclamó el presidente de la Generalitat, Salvador Illa.

Barcelona acoge también estos días a representantes de más de 40 ciudades de las dos orillas del Mediterráneo en la Conferencia de Ciudades Mediterráneas +30, organizada por la red MedCities y el IEMed, que por primera vez se ha incluido en el programa del Foro de la UpM. “Un cambio de paradigma”, dijo ayer Collboni, “que reconoce a las ciudades como actores de pleno derecho de la cooperación mediterránea”.

“El Proceso de Barcelona cambió la perspectiva; supuso un cambio de visión y de actitud”, destaca Stefano Sannino, director general de Oriente Próximo, el Norte de África y el Golfo (DG MENA) de la Comisión Europea. “Que no haya tenido los resultados que hubiésemos esperado no significa que la idea no sea buena. Es una región muy fragmentada, con muchos problemas y enfrentamientos y no ha sido fácil encontrar un camino común, pero el futuro tiene que ser de integración”, aseguró a EL PAÍS la semana pasada en un aparte del Foro Económico y Empresarial Euromediterráneo, organizado por la Cámara de Comercio de Barcelona y el IEMed.

La efeméride no solo invita a la memoria, sino también a la acción: reforzar el papel de ciudades y regiones, consolidar los lazos comerciales y culturales, y renovar la voluntad política para construir un Mediterráneo más seguro, próspero e integrado; un esfuerzo que, aunque liderado por España, beneficia a toda Europa. “Queremos un pacto genuino con el sur del Mediterráneo”, afirmaba la comisaria Suika en una entrevista reciente con EL PAÍS. “Estamos en un nuevo contexto geopolítico y debemos poner un mayor énfasis y atención en esta región”.

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