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La extrema derecha mantiene uno de cada tres gobiernos europeos pese al varapalo de Wilders en los Países Bajos

Los ultras gobiernan de manera estable en Italia, y lideran los sondeos en Alemania, Francia y el Reino Unido

Las elecciones del miércoles en Países Bajos suponen un varapalo para la variopinta familia ultraderechista europea. La derrota del veterano Geert Wilders y su muy personalista Partido por la Libertad (PVV) a manos de una formación liberal progresista (D66) aleja a los extremistas del poder en la quinta economía de la UE. Aunque Wilders, curtido en...

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Las elecciones del miércoles en Países Bajos suponen un varapalo para la variopinta familia ultraderechista europea. La derrota del veterano Geert Wilders y su muy personalista Partido por la Libertad (PVV) a manos de una formación liberal progresista (D66) aleja a los extremistas del poder en la quinta economía de la UE. Aunque Wilders, curtido en mil batallas y uno de los más históricos exponentes ultras en Europa, junto con el ya fallecido Jörg Haider y la familia Le Pen, cree tener cuerda para rato —hasta los 80 años, deslizó cuando aún confiaba en acabar el escrutinio como primera fuerza—, la extrema derecha neerlandesa queda fuera de todas las quinielas para la formación del Ejecutivo. Volverá a la oposición. Sin embargo, los ultras aún forman parte de ocho de los 27 gobiernos de la UE; y lideran los sondeos en Francia, Alemania e Italia, además de en el Reino Unido.

“El resultado de estas elecciones demuestra que los partidos de extrema derecha son tan mortales como los tradicionales”, expone desde Berlín Jeremy Cliffe, investigador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés). “Cuando ejercen el poder, les resulta más difícil presentarse como fuerzas antisistema. Eso abre oportunidades para partidos moderados y progresistas, o para otras formaciones de extrema derecha rivales, o —como hemos visto en Países Bajos— para ambos”.

Cliffe identifica, además, “lecciones” de la campaña de D66 para las fuerzas moderadas que combaten a los ultras en otras latitudes europeas. “La dinámica del sistema electoral neerlandés, altamente proporcional, no siempre puede replicarse en otros países. Pero su campaña ha sido optimista y ha tenido ambición política”. Ha ido, en fin, más allá de apelar al voto en contra.

La batalla contra la ideología ultra, sin embargo, está lejos de poder ser considerada como ganada en el Viejo Continente. En sus diferentes expresiones, gobierna en cuatro miembros de la UE: Italia, Bélgica —con la muy nacionalista flamenca N-VA—, la República Checa y Hungría. Y es socia minoritaria en Ejecutivos de coalición en otros cuatro: Finlandia, Bulgaria, Croacia y Eslovaquia, según el último recuento y categorización del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad. Recientemente, ganó por la mínima la presidencia polaca, pese a que el liberal Donald Tusk se mantiene como primer ministro. Y en Rumania, dos aspirantes ultranacionalistas estuvieron muy cerca de hacerse con la presidencia en unas polémicas elecciones cuya primera vuelta fue anulada por el Tribunal Constitucional por una presunta injerencia rusa.

Tras la más que presumible pérdida del Ejecutivo holandés, Italia se mantiene como único —y gran— faro para la ultraderecha en los grandes países de la Unión. Allí, Hermanos de Italia se mantiene como la fuerza dominante tras tres años en el poder y lidera las encuestas con en torno al 30% del voto, unos cuatro puntos porcentuales más que los que obtuvo en 2022. Meloni se ha convertido, además, en una de las figuras de referencia de la extrema derecha europea y es posible que su Gabinete sea el primero en Italia que complete una legislatura desde la posguerra.

En Francia, potencia en muchos ámbitos y segundo país más poblado de los Veintisiete, Jordan Bardella (Reagrupamiento Nacional) se sitúa en cabeza en los sondeos para las presidenciales de 2027 con alrededor del 35% de los votos, más del doble que cualquier otro candidato. Hasta la inhabilitación el pasado marzo de Marine Le Pen por malversación de fondos públicos, era ella quien lideraba las encuestas, incluso con algo más de ventaja que su delfín Bardella.

En un país supuestamente vacunado por 12 años de nazismo y Holocausto, Alternativa para Alemania (AfD) comenzó a encabezar algunos sondeos el pasado verano. Hoy lidera la gran mayoría, y todos le otorgan al menos una cuarta parte de los apoyos. Aun así, la extrema derecha alemana, la primera fuerza de oposición en el Bundestag, sigue sin tocar poder real. Sus candidatos fueron claramente derrotados en las municipales de septiembre en Renania del Norte-Westfalia, el Estado federado más poblado del país. Alemania hace equilibrios entre su necesidad de mano de obra cualificada y el aumento del rechazo de una parte de la población hacia los migrantes, capitalizado con éxito por AfD.

En el norte de Europa, donde la ultraderecha tiene representación parlamentaria desde hace décadas, las fuerzas extremistas tienen un horizonte menos halagüeño que en las mayores economías del continente.

En Suecia, todas las encuestas para los comicios parlamentarios del próximo verano otorgan a los ultras algo más del 20% de los apoyos, un resultado ligeramente mejor que el logrado en 2022. Sin embargo, todo apunta a que Demócratas Suecos, uno de los partidos de extrema derecha con más peso en la UE, perderá su influencia en el Gobierno del país escandinavo. Los populistas, que no forman parte del Ejecutivo de coalición de conservadores, liberales y democristianos, pero lo sostienen y condicionan profundamente, parecen abocados a la oposición ante el previsible regreso de los socialdemócratas al poder.

El Partido de los Finlandeses, que estuvo a punto de ganar las elecciones parlamentarias de 2023, lleva más de un año en caída libre. La formación populista y antiinmigración, que se ha visto envuelta en varios escándalos de tinte racista desde que pasó a formar parte del Gobierno de coalición de derecha, se desplomó hasta la sexta posición en las elecciones europeas celebradas el año pasado. Y en los sondeos para los comicios legislativos de 2027, se sitúa como cuarta fuerza, con poco más de uno de cada diez apoyos.

Por último, en Dinamarca, uno de los primeros países de la UE en los que la ultraderecha entró en el Parlamento —en 1998, el mismo año en que Wilders aterrizó en la Cámara de Representantes neerlandesa—, los ultras están divididos en dos partidos, cada uno rozando el 10% en los sondeos, pero lejos del gobernante Partido Socialdemócrata.

En Europa Central se concentran algunas de las formaciones de extrema derecha con más fuerza en el continente. En Austria, un tripartito de democristianos, socialdemócratas y liberales mantiene en la oposición al ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ), primera fuerza parlamentaria con casi un tercio de los escaños. En Hungría, el primer ministro ultraconservador, Viktor Orbán, en el cargo desde 2010, tiene bastantes posibilidades de sufrir un batacazo en las legislativas previstas para la próxima primavera.

Auge en el Reino Unido

Fuera de los Veintisiete, Reform UK, la enésima encarnación del populismo británico de derechas encabezado por Nigel Farage, lidera holgadamente los sondeos para las todavía lejanas elecciones parlamentarias de 2029 con alrededor de un tercio de los votos. Algunos estudios demoscópicos incluso le atribuyen un porcentaje equiparable al que suman laboristas y conservadores, las dos fuerzas hegemónicas en la historia británica. Si lo pronosticado por las encuestas acabara confirmándose, Reform UK obtendría una mayoría aplastante en la próxima Cámara de los Comunes, similar a la que actualmente ostentan los laboristas.

Y en Noruega, donde la ultraderecha irrumpió en el Parlamento mucho antes que en la mayoría de países europeos —obtuvo sus primeros escaños en 1973—, el Partido del Progreso estuvo a punto de hacerse con las riendas del Gobierno el pasado septiembre, cuando cosechó prácticamente una cuarta parte de los votos, más del doble que hace cuatro años.

Derrota de Wilders al margen, las elecciones neerlandesas dejan entrever una nueva tendencia en el interior de esos movimientos: la fragmentación. El PVV ha perdido 700.000 votos respecto a las elecciones de 2023, pasando del 23,6% al 16,7%, pero no todas esas papeletas han ido a parar a formaciones moderadas: dos partidos de ideología similar —JA21 y Foro por la Democracia (FvD)— han logrado capitalizar esa sangría. El primero pasa de uno a nueve escaños y de 70.000 votos a 620.000; el segundo, de tres a siete diputados y de 230.000 a 475.000 papeletas. “Los rasgos definitorios de la política europea esta década son el rechazo a los partidos en el poder, la fragmentación y la volatilidad, y la extrema derecha no está exenta de ellos”, cierra Cliffe, del think tank ECFR.

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