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Nuestra patria es Europa

Están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia, todo aquello que el proyecto europeo ha conseguido durante los últimos 80 años. Por eso es conveniente que salgamos a la calle

Manifestación en la Piazza del Popolo de Roma a favor de Europa, este sábado.Vincenzo Livieri (REUTERS)

El 22 de febrero pasado, el periodista italiano Michele Serra publicó en La Repubblica un artículo donde se preguntaba si no sería bueno organizar una gran manifestación de ciudadanos europeos en favor de Europa, de su unidad y su libertad. Una manifestación con una bandera única: la bandera de Europa. Una manifestación con un único lema sin paños calientes: “Aquí se hace Europa o se muere”. La manifestación ...

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El 22 de febrero pasado, el periodista italiano Michele Serra publicó en La Repubblica un artículo donde se preguntaba si no sería bueno organizar una gran manifestación de ciudadanos europeos en favor de Europa, de su unidad y su libertad. Una manifestación con una bandera única: la bandera de Europa. Una manifestación con un único lema sin paños calientes: “Aquí se hace Europa o se muere”. La manifestación se celebra hoy, 15 de marzo, en la Piazza del Popolo de Roma. No asisto a manifestaciones. Tengo fobia a las multitudes; no sé por qué: debería consultarlo con mi psicoanalista. La única manifestación a la que recuerdo haber asistido en mi vida fue la que se convocó en toda España contra los atentados islamistas de Madrid, en 2004, y fue porque mi padre, que ya casi no podía valerse por sí mismo, me pidió que lo acompañara. Pero a la manifestación de Roma asistiría; mejor dicho: asistiré, aunque solo sea con un vídeo mandado por móvil. El único problema de esa manifestación es que solo es italiana; debería ser europea: debería ser descomunal y celebrarse en todas las capitales de Europa. Todavía estamos a tiempo. No tengo ni idea de cómo se organiza una manifestación, no digamos una manifestación en toda Europa, ni siquiera sé si podría de verdad organizarse. ¿Podría? ¿Alguien sabría hacerlo? Ni idea. Lo único que sé es que es necesaria.

A Europa le ha llegado la hora de la verdad. Lo he dicho muchas veces: la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos. Utopías atroces —paraísos teóricos convertidos en infiernos reales— hemos inventado unas cuantas; utopías razonables, en cambio, solo esa. No uso la palabra utopía en su sentido etimológico —”No hay tal lugar”, traducía del griego Quevedo—, sino en su sentido, hoy mucho más común, de proyecto deseable, ideal, aunque de difícil realización. Nadie ha dicho que la construcción de una Europa unida sea tarea fácil; lo que sí sabemos es que ese proyecto es el único que puede garantizar la paz, la prosperidad y la democracia en Europa, y lo sabemos porque lo hemos comprobado durante los últimos 80 años. Y es la Europa unida —un proyecto político inédito en la historia, verdaderamente revolucionario, el gran proyecto político del siglo XXI— lo que está en peligro ahora. Los europeos de hoy vivimos atrapados entre Vladímir Putin y Donald Trump, entre un autócrata y un aspirante a autócrata, dos matones o dos gánsteres que solo entienden el lenguaje de la extorsión y solo acatan la ley del más fuerte, y que de ninguna manera quieren una Europa unida, porque no les gusta la democracia y porque saben que Europa es el gran bastión de la democracia en el mundo; también porque intuyen que, si Europa se uniera de verdad, sería un competidor imbatible para ellos: de ahí que hagan todo lo posible por desarticularla. Así que ahora mismo, en Europa, están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia; es decir: todo aquello que el proyecto de la Europa unida ha conseguido durante los últimos 80 años. Quien no lo vea es porque está ciego. Por eso sería como mínimo conveniente que los europeos —y no solo los italianos— saliéramos a la calle para decir algunas cosas que quizá vale la pena decir.

Por ejemplo:

Que somos europeos, que queremos seguir siendo europeos y queremos seguir viviendo como europeos. Que sabemos que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa, y mucho más importante. Que tenemos historias distintas, pero también una historia común y una herencia compartida: nos guste o no, todos venimos de Atenas y Jerusalén, de Sócrates y Jesucristo. Que tenemos lenguas distintas, pero un solo corazón. Que la Europa unida ya no es un proyecto de élites, como lo fue en un principio, un proyecto concebido por un puñado de valientes visionarios que, al final de la II Guerra Mundial, horrorizados por la carnicería indescriptible que acababan de presenciar, sintieron que una Europa unida era la única forma de que los europeos dejáramos de una puñetera vez de matarnos entre nosotros, como llevábamos mil años haciendo; no: ahora el proyecto de la Europa unida es un proyecto popular, porque los europeos hemos aprendido que en él nos va literalmente la vida y que de él depende la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. Habría que decir que Europa no es “un consorcio”, como lo llama Trump, sino “un proyecto sugestivo de vida en común”, por reciclar las manoseadas palabras de Ortega, y que, si tenemos que elegir una patria —aparte de la patria chica, que es la única patria de verdad—, nuestra patria no es España ni Italia ni Francia ni ninguna de las viejas naciones europeas: nuestra patria es Europa, una Europa unida que no puede construirse contra ninguna nación ni contra ningún sentimiento nacional, sino que debe respetarlos todos, integrándolos y trascendiéndolos. Y decir también que queremos una Europa unida de verdad, una Europa federal, capaz de combinar la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria. Que queremos vivir en paz y que, precisamente por eso, estamos dispuestos a defender Europa. Que, si hay que hacer sacrificios por Europa, los haremos. Que no queremos ver la violencia ni en pintura, pero que no somos unos pusilánimes y no nos vamos a dejar amilanar por los matones y los gánsteres. Que no tenemos miedo. Que no permitiremos que trituren a los ucranianos, entre otras razones porque sabemos que, si lo permitimos, los próximos en ser triturados seremos nosotros. Que, sobra decirlo, no tenemos nada contra los rusos y los estadounidenses, pero les rogamos, si hace falta de rodillas y sollozando, que hagan el favor de librarse cuanto antes del par de perturbados que los gobiernan. Que no queremos seguir dependiendo de Estados Unidos, que de ninguna manera queremos seguir siendo un protectorado estadounidense, que no podemos estar al albur de lo que voten cada año los norteamericanos, a ver si la próxima vez tenemos suerte y no votan a un indeseable. Que no debemos depender de nadie. Que, si nos unimos de verdad, podemos no depender de nadie. Que somos más fuertes de lo que creemos: que tenemos el primer mercado del mundo y usamos la segunda moneda del mundo y somos la tercera economía del mundo. Que somos fuertes, pero no creemos en el derecho de la fuerza: solo creemos en la fuerza del derecho. Que, si los europeos nos unimos de verdad y tenemos visión histórica y ambición política, el siglo XXI puede ser el de la Europa unida y, por nuestro bien y el del resto del mundo, debería serlo. Y que, aunque la Europa actual no nos satisface y queremos una Europa más justa, más equitativa, más libre, más próspera, más abierta al mundo y más solidaria con quienes más lo necesitan, sabemos que esa Europa solo la podemos conseguir unidos.

Para decir este tipo de cosas —y algunas más— podría convocarse una manifestación de europeos por Europa, en todas las capitales de Europa. ¿Hay alguien capaz de organizar una cosa así? Si lo hay, que se ponga; que se ponga las pilas, quiero decir. Lo necesitamos con urgencia. Necesitamos una manifestación descomunal, que le diga alto y claro al mundo que, aunque Europa está amenazada, los europeos no nos vamos a rendir. Que estamos juntos en esto. Que nuestra democracia nos importa. Que nos importan nuestras libertades. Que no vamos a dejar el mundo en manos de un par de gánsteres. Y así sucesivamente. Ojalá lo de hoy en Roma sea solo el principio. Ojalá prenda la mecha. La hora de Europa ha llegado. A la mierda mi psicoanalista: nos vemos en la manifestación. Avanti popolo!


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