Un puente derrumbado, una economía estancada y una Alemania en crisis de identidad
Las elecciones del 23 de febrero marcarán el rumbo de un país con una crisis industrial, infraestructuras deficientes y dudas sobre su papel en el mundo de Trump, Putin y Xi
Cuando en la madrugada del pasado 11 de septiembre se derrumbó el Carolabrücke, o puente de Carola, lo que quedó en ruinas fue algo más que una infraestructura fundamental para la vida y el comercio en Dresde. Los escombros sobre el río Elba a su paso por esta ciudad en la antigua Alemania Oriental eran los escombros de una imagen que Alemania tiene de sí misma, y que proyecta hacia el mundo: el país de ingeniería punta, el de las infraestructuras impecables y el de autopistas, carreteras y tr...
Cuando en la madrugada del pasado 11 de septiembre se derrumbó el Carolabrücke, o puente de Carola, lo que quedó en ruinas fue algo más que una infraestructura fundamental para la vida y el comercio en Dresde. Los escombros sobre el río Elba a su paso por esta ciudad en la antigua Alemania Oriental eran los escombros de una imagen que Alemania tiene de sí misma, y que proyecta hacia el mundo: el país de ingeniería punta, el de las infraestructuras impecables y el de autopistas, carreteras y trenes capaces de desempeñar su función básica, transportar personas y mercancías.
“Para muchos era como un chiste: ¡no puede ser!”, recuerda Gunnar Klehm, veterano reportero del diario regional Sächsische Zeitung, en la redacción de su periódico con vistas al puente, mientras evoca aquella mañana de septiembre al conocer la noticia del derrumbe en el que, por fortuna, no hubo víctimas. “¿Qué puede pasar después de que te caiga un puente? ¿Que te caiga el techo en la cabeza? ¡Y precisamente en Alemania, donde la calidad técnica tiene un papel tan importante!”.
Alemania celebra el 23 de febrero elecciones legislativas anticipadas y en el país reina un ambiente de “desánimo e inseguridad”, en palabras del economista Rolf Langhammer, del Instituto de Economía Mundial de Kiel. Como si un puente metafórico —o un techo— pudiese caer de repente sobre las cabezas de los alemanes. El profesor Langhammer echa mano a una palabra muy alemana, angst, que significa miedo, pero también angustia y ansiedad: “Muchos alemanes sienten angst ante la pérdida de su patrimonio y su bienestar, y esto contribuye, naturalmente, a la sensación de inseguridad”.
Los sondeos electorales dan al democristiano Friedrich Merz como favorito, para suceder en la cancillería al socialdemócrata Olaf Scholz. Pero la gran novedad es que la extrema derecha podría quedar en segunda posición: un terremoto electoral que amenaza el tradicional consenso alemán, auténtico pilar de la identidad alemana tras la II Guerra Mundial. Más motivos para la angst. Otros pilares de esta identidad —la fortaleza económica, la potencia de una industria que vive de las exportaciones globales y, sí, también la fiabilidad de sus puentes y la puntualidad de sus trenes— se tambalean.
“Cuando las economías ricas declinan”, escribe Wolfgang Münchau en su último libro, “los signos no son inmediatamente visibles. La gente sale algo menos, gastan algo menos, van menos de vacaciones, tardan más en cambiar de coche. Los gobiernos, también, empiezan a ahorrar. En unos años, se ven baches en la calle y carreteras cerradas”. El libro, en una larga tradición de diagnósticos y vaticinios funestos sobre el futuro de este país, se titula Kaput. El fin del milagro alemán.
La primera economía de Europa lleva estancada desde 2019 y en los últimos dos años, el producto interior bruto se ha contraído. Más preocupante es la crisis en industrias clave como la del automóvil, desbordada por la competencia de China, rezagada en la carrera por el automóvil eléctrico, y atemorizada por un mundo de aranceles y nuevas barreras al libre comercio.
“El fundamento sobre el que se construyó la identidad germano-occidental tras la II Guerra Mundial fue, ante todo, el éxito económico”, explica Max Krahé, cofundador del centro de reflexión Dezernat Zukunft. En las ruinas del nacionalsocialismo, el milagro de la posguerra permitió a los alemanes mostrarse orgullosos de serlo, años antes de la ejemplar confrontación con el pasado o la reunificación de las dos Alemanias, otras señas de la Alemania contemporánea. “Por eso”, continúa, “el estancamiento es un problema de identidad. Es un estancamiento especialmente alemán y no general, puesto que Estados Unidos y otros países europeos como España, Portugal o Dinamarca crecen. Y por eso cuestiona precisamente el núcleo identitario consistente en decir la economía es lo que sabemos hacer”.
Y si no es la economía, ¿qué? Otros disponen del nacionalismo, pero en Alemania es tabú para una amplia parte de la ciudadanía, aunque son ideas que avanzan. La lengua tampoco vale: es compartida con Suiza y Austria, y está lejos de la potencia internacional del español o el francés (por no hablar del inglés). “Y la ciencia y la cultura no están en su mejor momento”, dice Krahé, “y ni siquiera el fútbol va bien”.
Ya hubo en Alemania otro momento similar a principios de los años 2000, cuando un número de desempleados que llegó a superar la barrera psicológica de los cinco millones alimentó una depresión colectiva y discusiones sobre la identidad de los alemanes. La caída de la superestrella, se titulaba uno de los libros que se publicaban, ya en la época, sobre el fin del milagro alemán. El socialdemócrata Gerhard Schröder liberalizó entonces el mercado laboral y, aunque las reformas le costaron el cargo, dejó a su sucesora, la democristiana Angela Merkel, un país listo para unos años de prosperidad.
“Los 2010 fueron años de crecimiento y estabilidad para Alemania”, valoraba recientemente un político democristiano crítico con Merkel, “pero este tiempo se desaprovechó”. “Nada fracasa más rápido que el éxito”, constata Josef Joffe, antiguo coeditor del semanario Die Zeit y docente en la Universidad de Stanford, convencido de que se necesita, en política económica y social, “un Schröder 2.0”.
El problema de Alemania es que los motores del bienestar están averiados o directamente rotos. Uno de esos motores eran las exportaciones a China de productos que los chinos todavía no sabían fabricar, pero resulta que ahora los fabrican tan bien o mejor que los alemanes. El otro era la energía barata que, procedente de Rusia, hacía funcionar la industria alemana, pero, tras la invasión de Ucrania en 2022, esta ventaja ha desaparecido también. El tercero era la protección militar de Estados Unidos, pero con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y su amenaza de retirar el paraguas, todo cambia, y Alemania se ha visto forzada a embarcarse en un complejo cambio de era con inversiones militares cuantiosas.
“Ahora Rusia amenaza a Alemania y Europa desde el este, Trump desde el oeste y China desde Asia”, resume Joffe. “Alemania afronta dos retos existenciales. Primero, debe movilizar su agotada economía. Y, segundo, reaprender a pensar estratégicamente. Es decir, reconocer las nuevas amenazas y defenderse de ellas”.
En la era de los Trump, Xi Jinping y Vladímir Putin, Alemania —su vieja industria, su consenso, su democracia descentralizada y hecha de equilibrios y contrapesos, sus principios universales— parece hecha para otra época. Otro mundo. “Alemania y la Unión Europea han confiado con ingenuidad en un orden internacional basado en las reglas, sin tener en cuenta que ahora las grandes potencias quieren jugar a ping-pong con ella”, dice el economista Hans-Werner Sinn, expresidente del influyente instituto Ifo y autor de aquel ensayo titulado ¿Puede salvarse todavía Alemania?. “Es hora de que Europa se una no solo a la hora de imprimir moneda, sino también de producir armas”.
La Alemania que en 15 días acude a las urnas es el país que se reunificó con éxito tras la Guerra Fría. El que salió bastante indemne de la crisis financiera de 2008, aunque dejó un poso de resentimiento en el sur de Europa por sus políticas de austeridad, y ahora la austeridad —el déficit de inversiones que ha dejado puentes como el de Dresde y otras decenas por todo el país— se le vuelve en contra. Es el país que en 2015 acogió a un millón de inmigrantes en algunas partes de la sociedad, pero añadió una nueva angst que propulsa al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania y amenaza con romper un dique que parecía perpetuo.
”Nos quedamos boquiabiertos cuando nos enteramos. Quince minutos antes había pasado un tranvía y una bicicleta también”, señala en Dresde, arrasada por las bombas aliadas y reconstruida en la posguerra, una vecina que pasea por la orilla del Elba junto al Carolabrücke, que también parecía perpetuo. “Lo echamos de menos”. “Derrumbes de puentes los hay en Italia, en Estados Unidos, en China”, puntualiza el economista Langhammer, de Kiel. “El problema es que nunca habíamos tenido algo así en Alemania. Y entonces uno se pregunta cómo puede ser que hayamos descuidado así nuestras infraestructuras”.
El alcalde de Dresde, Dirk Hilbert, declara a EL PAÍS: “Necesitamos más dinero para mantener las infraestructuras, pero a escala municipal escasea”. Y apunta a una de las fallas del federalismo, un sistema que en muchos aspectos hace de Alemania una democracia más avanzada que otros de su entorno, pero que crea conflictos de competencias y financiación: “Las ciudades y los municipios pueden invertir demasiado poco en las infraestructuras existentes, porque el Gobierno federal y los gobiernos de los estados les encargan tareas cada vez más costosas sin proporcionarles la financiación necesaria”.
Río arriba, hacia la frontera checa y por la Suiza sajona, se llega a Bad Schandau, a orillas del Elba. El temor a que se repitiese el accidente del Carolabrücke llevó en noviembre a cerrar el puente que conectaba ambas orillas y el pueblo quedó partido en dos. El único modo de cruzar, en un día gélido de enero, era dando un rodeo de decenas de kilómetros, o en barca.
“Es importante cuidar las infraestructuras”, dice Thomas Kunack, el alcalde, “y hay quien, quizá, haya actuado de una manera algo tacaña”. Pero Kunack es optimista, y confía en un pronto restablecimiento de la conexión. Usa la expresión que usaba la hoy denostada Merkel para expresar que Alemania podría acoger a los refugiados y para decir, en el fondo, que en Alemania todo era posible si los alemanes se lo proponían. También superar la crisis actual, como salió de otras: “Wir schaffen das”. “Lo lograremos”.