Japón busca una nueva identidad en un mundo inmerso en el cambio

Tokio, anfitrión de la cumbre del G-7, emprende un giro en su concepción de la seguridad con un fuerte aumento del gasto militar

El primer ministro de Japón, Fumio Kishida, durante una entrevista con medios extranjeros el pasado 20 de abril en Tokio.Eugene Hoshiko (AP)

En un mundo cambiante y con creciente tensión entre potencias, muchos países se hallan en proceso de redefinir su posición y capacidades. Para algunos, esto supone giros que tocan aspectos profundos de la identidad nacional. Es el caso de Japón, país anfitrión de la cumbre del G-7 que se celebrará este fin de semana, que se halla en medio de una trascendental ...

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En un mundo cambiante y con creciente tensión entre potencias, muchos países se hallan en proceso de redefinir su posición y capacidades. Para algunos, esto supone giros que tocan aspectos profundos de la identidad nacional. Es el caso de Japón, país anfitrión de la cumbre del G-7 que se celebrará este fin de semana, que se halla en medio de una trascendental reconfiguración de sus dimensiones militar y económica. Se trata probablemente del mayor viraje del Japón surgido de la posguerra, con su estricto pacifismo y su amplia proyección en los mercados globales.

El Gobierno presidido por Fumio Kishida, representante del ala moderada del conservador Partido Liberal Democrático —en el poder de forma casi ininterrumpida desde hace unas siete décadas—, avanza de forma decidida en ambas directrices, apostando por reforzar las capacidades de Defensa a la vez que impulsa cambios en la relación comercial con China. Todo ello, en estrecha coordinación con su principal aliado, EE UU, y con las grandes democracias avanzadas, como las que componen el G-7, que tendrá en la relación con Pekín uno de los asuntos clave de su cumbre anual.

En el apartado militar, la apuesta del actual Gobierno japonés es inequívoca. Ha puesto en marcha planes fiscales para duplicar el gasto militar en un plazo de cinco años, elevándolo del 1% del PIB al 2%.

En diciembre, el Ejecutivo nipón aprobó una nueva doctrina estratégica que señala, junto a las razones del cambio, su calado y el camino que pretende seguir. El documento afirma que “el mundo afronta el panorama de seguridad más complejo desde 1945. En ese contexto, Japón debe (…) prepararse apresuradamente para el escenario peor, incluido con un refuerzo fundamental de las capacidades de defensa”.

El texto advierte de que la nueva estrategia “transformará profundamente la política de seguridad nacional de posguerra desde el punto de vista de su ejecución”. Se reafirma el apego a los principios constitucionales pacifistas, pero se anuncia una acción diferente.

Aunque no supongan cambios a la Constitución, estas medidas sí representan pasos que superan décadas de estricta contención del desarrollo militar, uno de los pilares fundacionales de la identidad del Japón de posguerra. Un salto de esta magnitud y velocidad hubiera sido impensable y sin lugar a dudas extremadamente polémico hasta hace poco. Pero la invasión rusa de Ucrania y un claro deterioro de las relaciones entre democracias avanzadas y China han cambiado la atmósfera social, abonando las condiciones de apoyo a este giro. Además de esas dos grandes cuestiones, Japón también encara desafíos con el riesgo procedente de Corea el Norte, y una relación complicada con Rusia por una disputa territorial.

Capacidades misilísticas

Entre las novedades de la nueva estrategia, destaca la disposición a adquirir capacidades misilísticas de contraataque. Hasta ahora, en virtud de esa interpretación restrictiva del desarrollo militar, Japón se había limitado a equiparse con defensas antiaéreas. Ahora, en cambio, considera necesario contar con armas que puedan golpear puntos neurálgicos del enemigo en caso de sufrir un ataque.

También se anuncia una mayor apuesta por la industria de defensa nacional, hasta ahora con un perímetro bastante reducido, asimismo por los límites marcados a las exportaciones en este sector.

La estrategia, por otra parte, manifiesta la voluntad de haber desarrollado para 2027 las capacidades militares de una manera suficiente como para asumir la “responsabilidad primaria” de defensa en caso de invasión de la nación. La fecha de 2027 adquiere un especial peso si se yuxtapone a los planes chinos, que también tienen en ese año un horizonte marcado para completar una fase de la modernización de las fuerzas armadas.

La alianza con EE UU como pilar no solo permanece, sino que se declara la voluntad de reforzarla. Tokio y Washington sellaron recientemente un pacto para extender al espacio sus acuerdos de defensa. En paralelo, Japón cultiva lazos con el grupo Quad —a cuyo nacimiento dio un impulso decisivo, y del que son miembros también Australia, EE UU y la India— y da pasos, todavía de escasa entidad, hacia una mayor coordinación con la OTAN.

Japón no ha entregado armamento a Ucrania, pero sí se ha sumado a las sanciones occidentales contra Rusia tras la invasión. Su primer ministro, Kishida, ha protagonizado una significativa visita a Kiev mientras el líder chino, Xi Jinping, se hallaba en Moscú. Tokio ha manifestado su entendimiento de que la invasión rusa es un atropello inadmisible y que la respuesta ante ello puede ser determinante como factor disuasorio para posibles futuras ofensivas en su región —teniendo claramente en mente el riesgo de un ataque de Pekín a Taiwán—.

Es en esa óptica que Japón parece dispuesto a labrar una mayor cooperación con las democracias avanzadas a escala global, emprendimiento en el que el G-7 es un foro fundamental.

Relación con China

El grupo tiene previsto abordar en sus trabajos la redefinición de las relaciones económicas con China, un asunto de importancia a nivel global. La cumbre intentará enviar un mensaje unitario acerca de cómo avanzar en la reducción del riesgo vinculado con la gran dependencia de la manufactura china, así como advertencias a Pekín para evitar lo que algunos en Occidente interpretan como abuso de su posición económica de fuerza con prácticas coercitivas.

En este apartado económico, Tokio ha dado pasos significativos más allá de las sanciones económicas a Rusia. Ha acompañado, por ejemplo, los movimientos de EE UU para restringir el acceso de China a microchips de gama alta, una tecnología clave para el desarrollo de sectores como la inteligencia artificial, armamento de nueva generación, o sistemas de vigilancia masiva.

El argumento subyacente es que las democracias avanzadas no quieren facilitar a Pekín el camino en una senda que consideran crecientemente represiva en el interior y asertiva en el exterior. Una empresa japonesa, Tokyo Electron, dispone de capacidades muy difícilmente reproducibles en la fabricación de maquinaria esencial para producir chips de alta gama.

No es el único movimiento relevante en la revisión de las relaciones económicas con China. Pese a que la suspicacia japonesa ante la evolución de Pekín afloró hace ya tiempo, las relaciones económicas son de enorme calado, incluida la presencia de muchas empresas niponas en suelo chino. Kishida constituyó en su Gabinete un Ministerio de Seguridad Económica, símbolo de la voluntad de reconfigurar con un razonamiento sistémico algunos equilibrios económicos, en el entendimiento de que forman parte inextricable de la seguridad nacional.

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