Macron, ¿y ahora qué?
El presidente de Francia cumple su promesa al promulgar la ley que aumenta a los 64 años la edad de jubilación, pero lo tendrá difícil para calmar el descontento
“Misión cumplida”. El presidente francés, Emmanuel Macron, podría citar el discurso del estadounidense George W. Bush en la cubierta del portaviones USS Lincoln tras la invasión de Irak, hace 20 años. En su caso, tendría razón. Macron promulgó el sábado de madrugada la impopular ley que aumentará la edad de jubilaci...
“Misión cumplida”. El presidente francés, Emmanuel Macron, podría citar el discurso del estadounidense George W. Bush en la cubierta del portaviones USS Lincoln tras la invasión de Irak, hace 20 años. En su caso, tendría razón. Macron promulgó el sábado de madrugada la impopular ley que aumentará la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, proyecto-faro de su presidencia. Y así cumplió una promesa electoral y reivindicó su voluntad de transformar Francia, pese al elevado coste político y social.
Una guerra ilegal no tiene nada que ver con una reforma que ha seguido todos los procedimientos democráticos y que el viernes recibió el aval definitivo del Consejo Constitucional. Pero, como Bush en 2003, la idea de misión cumplida puede acabar resultando engañosa. Macron ha logrado su objetivo. El riesgo, para él, es que haya cerrado la crisis en falso. Porque el rechazo a la ley no ha disminuido. El malestar social, tampoco. “Los debates están en la sociedad”, admitió hace unos días el presidente, “y sin duda seguirán vivos”.
La Ley de Financiación Rectificativa de la Seguridad Social para 2023, su nombre oficial, ya se ha publicado en el Diario Oficial. No hay marcha atrás. Ahora, ¿qué?
Viernes noche. Barrio de Le Marais, orilla derecha del Sena, París. Por las calles del viejo barrio judío deambula una treintena de personas, la mayoría jóvenes y vestidos de oscuro, algunos con máscara. Entonan canciones contra Macron. Colocan vallas en el asfalto para formar improvisadas barricadas. Incendian cartones o contenedores. En la oscuridad de la noche, las llamas fascinan. No tardan en apagarse.
“Que dimita, porque gobierna sin tener en cuenta al pueblo”, dice una de las pocas mujeres. Se llama Firouze, tiene 37 años, explica que es madre de cuatro hijos y que los educa en casa, asegura que no se pierde ni una manifestación. Su causa es la ecología, pero también la reforma de las pensiones, lleva un chaleco amarillo, distintivo de los franceses que en 2018 se levantaron contra el aumento del precio del carburante y pusieron en jaque a Macron. Promete Firouze: “No vamos a parar”.
En la otra orilla del Sena, sentada en su despacho en la Asamblea Nacional, la macronista más poderosa del hemiciclo ofrecía hace unos días otra perspectiva para el día que la ley ya estuviese en vigor. Aurore Bergé preside el grupo Renacimiento, el primero en número de diputados, y consideraba que el fallo del Constitucional pondría fin al proceso político de la reforma. Podría abrirse entonces un diálogo con los sindicatos y con la oposición moderada.
“La cuestión es cómo hacerlo para que las tensiones y la movilización puedan parar y podamos retomar el diálogo”, dijo Bergé. “Solo avanzaremos si hay personas razonables que acepten hablar. Es esto o que el país quede paralizado, la Asamblea paralizada, la calle paralizada. ¿Y quién gana al final? ¿Los franceses?”
Reiniciar la presidencia
Macron pronunciará el lunes un discurso televisado. Quiere pasar página, reiniciar la presidencia. No hace ni un año que los franceses lo reeligieron para un segundo y último mandato: no puede acumular tres consecutivos.
Los cuatro años que quedan hasta las próximas elecciones se harán largos. Está por ver si el resto del país quiere pasar página. Los sindicatos, tras organizar con éxito 12 jornadas de manifestaciones masivas a lo largo de cuatro meses sin que Macron cediese en nada esencial, se sienten despreciados. La oposición, dominada a izquierda y derecha por los más duros de ambos lados, tiene pocos alicientes para ayudarle. Sin mayoría en la Asamblea, lo tendrá difícil para gobernar. A esto se añade el divorcio con la ciudadanía, agravado durante estos meses de tensiones en la calle y el hemiciclo.
Dominique Moïsi —ensayista, veterano politólogo, consejero del laboratorio de ideas Institut Montaigne y autor, entre otros libros, de La geopolítica de las emociones— observa preocupado el panorama :”No creo haber sentido tanta incertidumbre sobre el futuro político de mi país”.
Moïsi dibujó este sábado, en una conversación telefónica, dos escenarios posibles. Escenario 1: “El Primero de Mayo habrá una gran manifestación contra la ley. Pero se instalarán la primavera y el verano. En otoño se celebra el Mundial de Rugby en Francia. Nos acercamos a los Juegos Olímpicos de 2024. La catedral de Notre Dame de París reabre triunfalmente. Y los franceses se resignan y Macron obtiene una victoria”. Avisa el experto: “No hay que enterrar prematuramente al presidente de la República. Tiene una voluntad de hacer cosas. Los franceses pueden pasar a otro tema. Este escenario, que es el que espera Macron, se acompaña de otras cosas: intentará equilibrar esta reforma impopular con reformas populares”. Y añade: “Este no es el escenario más probable, pero no lo excluyo del todo. Hay mucha excitación, favorecida por los medios de comunicación, y no se corresponde necesariamente con la realidad de Francia”.
Escenario 2: “Partiré de cifras espectaculares. En vísperas de la visita del rey Carlos III a Francia, que no tuvo lugar [se anuló por las huelgas, manifestaciones y altercados], salió un sondeo chocante: un 70% de británicos tenía una visión positiva de la monarquía y un 70% de franceses tenía una visión negativa de Emmanuel Macron. Hay algo nuevo en la resistencia a Macron: esta rabia, este odio. Se le rechaza como a ningún otro presidente antes que él. Hay algo profundamente emocional: el presidente demasiado joven, demasiado guapo, demasiado rico, demasiado cultivado, demasiado arrogante. Encarna todo aquello que la inmensa mayoría de franceses no son”. Reflexiona Moïsi: “Vivimos una situación nueva: al presidente le ampara el derecho, pero para una mayoría de franceses no es legítimo”. Y resume: “Este segundo escenario me parece más probable, o variaciones de este segundo. No se ha resuelto nada”.
En lo inmediato, Macron podría relevar a su primera ministra, Élisabeth Borne, a quien ha encargado buscar acuerdos puntuales con diputados de la derecha y la izquierda dispuestos a negociar leyes con el Gobierno. El éxito de la operación podría determinar su futuro. Otra opción sería una auténtica coalición. Varias personas entrevistadas en las últimas semanas coinciden en esta opción: una alianza formal, por ejemplo, con Los Republicanos, el partido de la derecha moderada.
“La única carta que puede jugar es la de una auténtica coalición con la derecha, con un primer ministro autónomo”, analizaba la politóloga Chloé Morin. “Mientras los franceses tengan el sentimiento de que el primer ministro no sirve para nada, pues es Macron quien lo decide todo, pienso que las cosas seguirán bloqueadas”.
El problema es que el concepto de coalición no figura en el ADN político del presidente, según el consultor y ensayista Alain Minc, que lo conoce desde joven. “Macron quiere adhesiones personales sobre la base de su encanto”, decía hace unas semanas en su despacho parisino. “Al principio funcionaba, pero ya no, ante todo porque no puede ser reelegido y su poder no dejará de bajar”.
El síndrome del pato cojo
Es el síndrome del pato cojo: el presidente sin capital ni futuro político rodeado de amigos y rivales que le quieren quitar la silla. Incapaz de gobernar e influir. Incapaz de seducir.
“El problema de Macron”, abunda el ensayista y politólogo Moïsi, “es que prefiere seducir que convencer”. Moïsi traza un paralelismo entre la política interior francesa y la política exterior. Entre las tribulaciones que le ha ocasionado la reforma de las pensiones en Francia y la incomprensión que suscitan algunas de sus declaraciones en la arena internacional. La última polémica, esta semana, estalló al afirmar, tras un viaje a China, que Europa debía marcar distancias con Estados Unidos en la crisis por Taiwán. Hace un año fue por creer que podría disuadir a Vladímir Putin de invadir Ucrania y más tarde, por afirmar que no había que “humillar” a Rusia al final de la guerra.
“Quiso seducir a Putin después de haber intentado seducir a [Donald] Trump, y ahora quiere seducir a Xi Jinping. Pero no convencer a Laurent Berger en Francia”, dice Moïsi en alusión al secretario general del sindicato moderado CDFT, que podría haber sido su aliado en la reforma de las pensiones. “Busca objetivos inalcanzables respecto a regímenes autoritarios, y, en cambio, no se ha dotado de los medios para llegar a los objetivos alcanzables en la negociación con los sindicatos, en particular con la CFDT”.
¿Ya no le funciona su proverbial capacidad de seducción? “Seducir a los franceses ya no es posible y seducir a las potencias extranjeras... Los aliados desconfían y los rivales son cínicos”, responde Moïsi.
En 2017, cuando aquel joven audaz y libre conquistó el poder, sí sedujo a los franceses, pero ahora se evidencia que no los convenció de aceptar las reformas con las que pretendía transformar Francia. Sintetiza Moïsi: “Del éxito de la seducción al fracaso de la convicción”.
Pero al final, sin seducir ni convencer, Macron ha cumplido con su promesa. “Esta reforma, la adoptaremos”, prometía a principios de año uno de sus consejeros. Y el viernes, mientras visitaba las obras de Notre Dame, incendiada en 2019 y casi reconstruida, el presidente declaró: “Cuando se fija un rumbo, se avanza (...). No abandonar es mi divisa”. ¿Misión cumplida?
Macron podrá decir que no habrá sido como otros antecesores suyos, que se dejaron intimidar por la calle o los sondeos. No será un nuevo Jacques Chirac, a quien su ministro y sucesor, Nicolas Sarkozy, llamaba “el rey holgazán” por la reticencia a hacer reformas. Otra cosa es que la cólera se apague.
“Aunque en el peor de los casos dejemos de manifestarnos, porque estamos cansados, en seis meses volveremos a empezar”, prometía el viernes por la noche Firouze, la chaleco amarillo que protestaba por las callejuelas de Le Marais. “Macron volverá a hacer tonterías, volverá hacer una ley que hará que la gente salga a la calle ¡Confío en él para que nos la vuelva a jugar!”
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