Yemen, un país en guerra bajo tutela saudí

Al entrar en el octavo año de conflicto, Riad impulsa la coordinación política de todas las facciones que se oponen a los rebeldes Huthi

Un soldado del Consejo de Transición del Sur, durante el rezo de la tarde en Adén.Sam Tarling (Sana'a Center for Strategic Studies)

Las vistas en el ascenso al palacio presidencial de Masheeq son tan espectaculares como delusorias. El azul del golfo de Adén evita que la mirada se pose en la destrucción y la miseria del camino que conduce hasta allí. También el nombre engaña. No hay palacio ni presidente en Masheeq. El modesto complejo hace las veces de sede del Gobierno internacionalmente reconocido de Yemen y alberga a su primer ministro, Maeen Abdelmalik Saeed. Pero las decisiones importantes no se toman allí, sino en Riad, la capital de Arabia Saudí.
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Las vistas en el ascenso al palacio presidencial de Masheeq son tan espectaculares como delusorias. El azul del golfo de Adén evita que la mirada se pose en la destrucción y la miseria del camino que conduce hasta allí. También el nombre engaña. No hay palacio ni presidente en Masheeq. El modesto complejo hace las veces de sede del Gobierno internacionalmente reconocido de Yemen y alberga a su primer ministro, Maeen Abdelmalik Saeed. Pero las decisiones importantes no se toman allí, sino en Riad, la capital de Arabia Saudí.

La sombra de esa tutela se percibe nada más aterrizar en Adén, la capital “provisional” de Yemen. Un mensaje en el móvil de la telefónica saudí desea “una estancia agradable” en el país. Riad también veta quién entra, ya que controla el espacio aéreo yemení. A principios de abril, Arabia Saudí impuso la dimisión al desacreditado presidente Abdrabbo Mansur Hadi y lo remplazó por un Consejo Presidencial de ocho miembros encabezado por Rashad al Alimi. Desde entonces, el primer ministro comparte Masheeq con Al Alimi.

Saeed (Taiz, 46 años), un ingeniero educado en El Cairo, formó parte del llamado Diálogo Nacional que intentó asegurar una transición pacífica después de las protestas de la primavera árabe. Su nombramiento en 2018, con el apoyo saudí, careció de consenso. “Hay yemeníes que ven las cosas de forma diferente a nosotros”, declaraba a un grupo de periodistas que visitó Adén con el centro de análisis Sana’a Center, antes de la formación del Consejo Presidencial. “Diferente” suena a eufemismo en un país que lleva siete años en guerra.

Todo empezó a raíz de que los rebeldes Huthi (un grupo político-militar que se proclama defensor de la minoría chií zaydí y cercano a Irán) tomaran Saná y depusieran al presidente Hadi a principios de 2015. Este se refugió en Adén y la declaró capital “provisional” de Yemen. Pero el intento de mantener el Estado en pie se hizo trizas cuando los sublevados del norte (con el apoyo de parte del Ejército fiel al antiguo presidente Ali Abdalá Saleh) decidieron avanzar y las fuerzas leales fueron incapaces de repelerlos. Hadi huyó a Arabia Saudí, que intervino al frente de una coalición militar y logró expulsar del sur a los Huthi, al precio de dejar Adén llena de cicatrices.

A partir de ahí la guerra con el norte se estancó, pero en el sur el desalojo de los rebeldes había abierto la caja de Pandora. La invasión reavivó el espíritu separatista de esa parte de Yemen, que fue independiente desde el fin del mandato británico en 1967 hasta la unificación en 1990. El desencanto siempre a flor de piel por el resultado de aquella experiencia salió a la calle en forma de protestas populares del Hirak (Movimiento). Uno de los grupos independentistas, el Consejo de Transición del Sur (STC en las siglas inglesas que todo el mundo usa), capitalizó el malestar y se hizo con el poder, gracias en buena medida al apoyo de Emiratos Árabes Unidos, uno de los países integrantes de la coalición saudí.

El primer ministro de Yemen, Maeen Abdelmalik Saeed, en el complejo administrativo de Masheeq en Adén el pasado 21 de febrero.Sam Tarling (Sana'a Center for Strategic Studies)

Siete años después, dos tercios de los 30 millones de yemeníes están al borde de la hambruna y los rebeldes Huthi han consolidado posiciones en el noroeste del país, donde vive el 70% de la población. El control del resto del territorio se divide entre diferentes grupos cuyo apoyo al Gobierno responde más a su enemistad con los rebeldes que a su afinidad. Arabia Saudí quiere cerrar una guerra que se le ha escapado de las manos (Emiratos Árabes sacó a sus tropas en 2019, aunque mantiene la influencia a través milicias aliadas). De ahí la apuesta de Riad ahora por ese Consejo Presidencial con el que presentar un frente común ante los Huthi, sea para negociar un acuerdo de paz o para combatirles de forma más eficaz.

El anuncio se produjo apenas unos días después de que los Huthi y la coalición acordaran a principios de abril un alto el fuego de dos meses, el primero a nivel nacional desde 2016, lo que ha dado un ligero respiro a los civiles. Pero las esperanzas son limitadas. Está por ver que los rebeldes vayan a extender la tregua más allá del próximo 2 de junio.

Además, aunque Arabia Saudí y Emiratos Árabes prometieron una ayuda de 3.000 millones de dólares (unos 2.800 millones de euros) al formar el Consejo, a nadie se le escapa que detrás de las sonrisas de sus ocho integrantes (cuatro del norte y cuatro del sur), subyacen grandes diferencias. La principal entre el STC y el partido islamista Islah. Incluso si la presión externa les obliga a aparcar sus animosidades ideológicas y personales, no está claro que estén dispuestos a enviar a sus hombres al norte para recuperar Saná. En los últimos años, los combates se han centrado en la región de Mareb, al este, donde se concentran los hidrocarburos.

El sur es diverso y en algunas provincias vecinas se cuestiona el liderazgo del STC. En Adén, sin embargo, su dominio resulta evidente por toda la ciudad. Los tres primeros controles en el acceso a la sede gubernamental de Masheeq están en manos de fuerzas de ese grupo, que tomaron el relevo a las tropas emiratíes. Solo los dos últimos los manejan soldados de la antigua guardia presidencial. En todos ellos, se exhibe la bandera independentista. “Ni siquiera podemos ondear la enseña nacional”, se duele uno de los asesores de Saeed.

A pie de calle, la población ve a los gobernantes aislados en su torre de marfil, mientras reclama servicios básicos como suministro eléctrico, agua potable, educación y sanidad. El jefe de Gobierno, el cuarto desde el golpe Huthi, admite sus limitaciones. “Intentamos mantener el ADN de las instituciones del Estado de forma que puedan reconstruirse”, declara. La propia residencia de Saeed sufre un corte de luz durante la visita de los periodistas. Sin presupuesto desde 2014, el mandatario asegura que intenta resolver los problemas. “Hacemos lo que podemos”, dice.

Ese “lo que podemos” depende de lo que sus patrones extranjeros deciden. De hecho, la presencia de Saeed en Adén es fruto del acuerdo que Arabia Saudí y Emiratos Árabes alcanzaron en Riad a finales de 2019 y que establecía la participación del STC en el Gobierno. De la trascendencia de la decisión da testimonio el boquete que dejó en el aeropuerto el atentado Huthi contra el primer ministro y sus acompañantes cuando aterrizaron en esta ciudad un año después. De su limitado alcance, el hecho de que el STC no se ha movido un centímetro en su objetivo de alcanzar la independencia.

Así lo deja claro Fadil al Jadi, el vicesecretario general del STC, en el otro extremo de la península que constituye el corazón de Adén. “Formamos parte de la coalición que lidera Arabia Saudí y les apoyamos para echar a los tipos que controlan Saná”, afirma antes de precisar que su visión para el sur una vez logrado ese propósito es “un Estado independiente”.

El acuerdo de Riad ha mejorado la seguridad de Adén, pero no ha acabado con la rivalidad entre los ahora socios de Gobierno. Para sus partidarios, Saeed es “uno de los pocos miembros del Gabinete que da esperanza en el futuro”, gracias a que es capaz de mantener buenas relaciones con todos los poderes. Para sus detractores, sin embargo, es el hombre de los saudíes y está en el cargo porque “nunca dice no”.

La desconfianza entre ambos bandos dificulta que el Estado se imponga sobre las redes de intereses que progresivamente están ocupando su lugar y convirtiendo el país en un reino de Taifas. Sin un frente común, será imposible alcanzar un arreglo con los Huthi que controlan Saná y el norte de Yemen. Pero incluso si el Consejo Presidencial funciona, el encastillamiento de los rebeldes hace cualquier acuerdo elusivo. Muchos yemeníes temen que se consolide la partición del país.

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