Los 41 balazos que aún resuenan en el Bronx
Kadiatu Diallo, la madre del joven guineano asesinado por la policía hace dos décadas: “Cada vez que matan a alguien se reabre mi herida”
Ya se habían cumplido las doce de la noche y sonaron 41 disparos en el corazón del Bronx, en Nueva York. El 4 de febrero de 1999, Amadú Diallo, un joven guineano de 23 años que había emigrado a Estados Unidos para estudiar informática, murió acribillado a balazos por cuatro policías en la puerta de su casa. Iba desarmado. No había cometido ningún delito. Su caso se convirtió en un símbolo, las manifestaciones recorrieron la ciudad estadounidense. “Cada vez que matan a un chico, ...
Ya se habían cumplido las doce de la noche y sonaron 41 disparos en el corazón del Bronx, en Nueva York. El 4 de febrero de 1999, Amadú Diallo, un joven guineano de 23 años que había emigrado a Estados Unidos para estudiar informática, murió acribillado a balazos por cuatro policías en la puerta de su casa. Iba desarmado. No había cometido ningún delito. Su caso se convirtió en un símbolo, las manifestaciones recorrieron la ciudad estadounidense. “Cada vez que matan a un chico, como ha ocurrido ahora con George Floyd, se reabre la herida, estoy tan cansada. Rezo cada día para que no vuelva a suceder”, asegura Kadiatu Diallo, su madre.
La semana pasada, Diallo y las madres y familiares de decenas de víctimas afroamericanas asesinadas en los últimos años a manos de la policía en EE UU, como Eric Garner o Sean Bell, volvieron a pedir a senadores y congresistas la derogación de la sección 50ª de la Ley de Derechos Civiles de 1976, que prohíbe que se den a conocer los registros disciplinarios de los agentes. “Las vidas de aquellos que mueren son investigadas y expuestas a todo el mundo, a veces con la intención de denigrarlos, pero el historial de los asesinos queda oculto. No se debe proteger a policías que han matado a niños”, explica.
Esta es la motivación de Kadiatu Diallo, verdad y justicia, que no ocurra nunca más. Cuando su hijo fue asesinado, la prensa retrató al joven Amadú como inmigrante africano y vendedor ambulante. “Hicieron una caricatura de mi hijo. Así que dejé todo en Guinea y me fui a Nueva York para contar su historia”, explica. “Era un joven independiente de buena familia que hablaba cuatro idiomas y soñaba con triunfar en América. Tras el Bachillerato, su ilusión era estudiar informática en la Universidad pero rechazó mi ayuda, se puso a vender en la calle para pagárselo todo, ya tenía 9.000 dólares ahorrados [unos 7.900 euros]”.
Los detalles de su asesinato son escalofriantes y están recogidos en el capítulo tercero de la serie de Netflix Trial by Media, bajo el título de 41 disparos. Tras un duro día de trabajo, Amadú Diallo bajó a comer algo y, cuando estaba de regreso en la puerta de su edificio de la Avenida Wheeler del Bronx, cuatro agentes de paisano que buscaban a un sospechoso de violación le interpelaron. El joven se metió la mano en el bolsillo para sacar su cartera, uno de los policías pensó que llevaba una pistola y comenzó a disparar. El estruendo de la balacera despertó a los vecinos. “No solo vaciaron sus cargadores, incluso recargaron”, explica Diallo.
“Lo mataron como a un criminal. Era un chico sereno, generoso, valiente. Fue atroz”, añade su madre. Las protestas se extendieron por la ciudad y el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, no tardó en salir en defensa de sus agentes tildando las manifestaciones de “idiotas”. Los cuatro oficiales fueron r absueltos de todos los cargos por un jurado en un polémico proceso. Kadiatu Diallo se quedó en EE UU, contó su historia en el libro Mi corazón cruzará este océano y creó la Fundación Amadú Diallo que ha pagado la universidad de un centenar de jóvenes del Bronx. Además, ha levantado dos escuelas en Guinea y prevé abrir un nuevo centro de formación en Senegal en los próximos meses. De informática, por supuesto.
Los africanos conocen bien la brutalidad policial, los abusos de poder, las ejecuciones extrajudiciales y las muertes bajo detención. El pasado 10 de abril, el sudafricano Collins Khosa fue asesinado a golpes por beberse una cerveza durante el confinamiento. En Sudáfrica, pero también en Kenia, Ruanda o Nigeria han muerto unas 20 personas a manos de la policía en los últimos tres meses por saltarse un toque de queda o las normas ligadas a la covid-19. El 11 de mayo, 12 civiles fueron detenidos, torturados y ejecutados de un disparo en la cabeza por agentes en Fada N’Gourma, en el norte de Burkina Faso, por denuncias no probadas de complicidad con grupos armados.
En el exterior, ya sea en China, Europa, las aguas del Mediterráneo o la propia Norteamérica, los africanos negros sufren racismo, discriminación y muerte. Por todo ello, las tímidas protestas por la muerte del estadounidense George Floyd que han tenido lugar en Lagos, Nairobi, Ciudad del Cabo o Acra han estado marcadas por una suerte de reflexión de que son las vidas de todos los negros las que importan, independientemente de su origen o del país donde se produzca su muerte.
Celebridades
La reacción en África se ha movido entre la contundencia del presidente ghanés, Nana Akufo-Addo, quien habló en Twitter de “racismo sistémico”, y de algunas celebridades, como los jugadores de fútbol Sadio Mané y Mohamed Salah o el cantante Youssou N’Dour, y la formalidad del comunicado oficial del presidente de la comisión de la Unión Africana (UA), Musa Faki Mahamat, quien expresó su “rechazo” por la persistencia de “prácticas discriminatorias” en EE UU. La Asociación de Escritores Africanos sin Fronteras llegó a reclamarle más implicación en una carta firmada por autores como José Eduardo Agualusa o Bubacar Boris Diop, entre otros: “La UA podría y debería hacerlo mejor”.
Mientras tanto, Kadiatu Diallo ha convertido la pérdida de su hijo en una oportunidad para decenas de jóvenes, tanto en el Bronx como en Guinea. “Que el sueño de Amadú se haga realidad en ellos”, comenta. Al tiempo, milita contra la brutalidad policial. “Parece que se hacen progresos, pero luego ocurre otro caso. Y otro y otro más. Al final, sentimos que no avanzamos, que en estos más de veinte años no ha cambiado nada”. Estos días, con el asesinato de George Floyd hurgando en su propia herida, no tiene ninguna duda: “Algo se ha liberado, la gente en las calles está decidida. Hay que escucharlos, hay que hablar. La fuerza no es la salida”, remata.