Sé valiente, UE, levanta la antorcha
Frente al nacionalismo que prospera en las potencias autoritarias de Oriente y en las populistas de Occidente, el club europeo tiene el deber histórico de defender los valores liberales
Una fugaz mirada al atlas seguida de otra al pasado bastan como funesta premonición. El hoy nos dice que los principales polos de poder del mundo son presas de un nacionalismo descarnado. El ayer, que ese mantra político nunca arrojó nada bueno.
Oriente. Destaca en ese cuadrante una China cada vez más asertiva en la proyección de sus intereses y con el liderazgo más autoritario y represivo de las últimas décadas. Al contrar...
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Una fugaz mirada al atlas seguida de otra al pasado bastan como funesta premonición. El hoy nos dice que los principales polos de poder del mundo son presas de un nacionalismo descarnado. El ayer, que ese mantra político nunca arrojó nada bueno.
Oriente. Destaca en ese cuadrante una China cada vez más asertiva en la proyección de sus intereses y con el liderazgo más autoritario y represivo de las últimas décadas. Al contrario de sus antecesores, Xi Jinping va rumbo a la eternización. La opacidad del sistema es muy densa —¿solo 4.600 muertos por covid-19? ¿Menos que Perú?— y la reciente polémica ley sobre Hong Kong dice mucho tanto por su contenido como por la manera de aprobarse: 2.878 votos a favor y 1 en contra.
Sigue una Rusia en las mismas manos desde hace 20 años y que se dirige hacia una gatopardiana transición constitucional que promete más de lo mismo: pluralismo político de fachada, monocultivo económico, tropas sin insignias en países vecinos.
La democrática India también despierta inquietudes, gobernada por un nacionalismo hindú desacomplejado como el de Narendra Modi, que paga en primer lugar la minoría musulmana de ese país.
Occidente. En el extremo opuesto, los dos gigantes americanos viven bajo la batuta de desconcertantes líderes ultranacionalistas. Estados Unidos, la gran potencia mundial —sin duda protagonista de muy polémicas acciones en el tablero global en las últimas décadas, pero a la vez admirable democracia y gran valedora del mundo libre frente al totalitarismo— se halla hoy en una situación realmente llamativa bajo la presidencia de Trump, con su actitud hipernacionalista en política exterior y ultrapolarizadora en política interior. Brasil, por otra parte, vive horas muy bajas con Jair Bolsonaro en el puente de mando.
El nuevo reino del medio. En el centro de todo esto, la Unión Europea, que cada vez más parece una suerte de reino del medio del siglo XXI, parafraseando la vieja denominación china. Entre las grandes democracias americanas agrietadas por populismos extremos y potencias asiáticas sin pluralismo.
El club está dando pasos considerables para afrontar la crisis actual. Sufrió una grave amputación con la salida del Reino Unido, pero esto facilita ahora nuevos pasos de integración impensables con Londres dentro. A la vez que afianza su viabilidad, su vitalidad construida sobre pactos transnacionales, el grupo proyecta la única gran señal plenamente democrática y multilateralista global. Hay otras, por supuesto, pero no de alcance global.
El reto de la UE es que su acción global esté plenamente en sintonía con el enunciado, la promesa intrínseca a su mera existencia. Esto requiere firmeza y valentía. No es fácil cuajar ambas cosas entre 27 sin una política exterior común plena. Pero hace falta.
La presidencia de Trump representa el repliegue de EE UU del orden que ese mismo país construyó. La retirada del pacto de París o de la OMS, la voladura de pactos comerciales o militares, el cuestionamiento de las alianzas y los valores morales que se predican desde la Casa Blanca minan la capacidad de liderazgo de Washington en el mundo. El Reino Unido, pese a la retórica aperturista, vive un proceso de ensimismamiento y empequeñecimiento —de Gran Bretaña a Pequeña Inglaterra—. Su tamaño, soledad y actual dinámica le impedirán tener capacidad de arrastre ninguna.
Sin embargo, esos dos países han respondido con firmeza a la nueva presión de China sobre Hong Kong y a la UE se le nota envuelta en las habituales dificultades de gesticulación condenatorio-contemporizadora, reproches verbales desprovistos de garra.
El balance reciente del bloque europeo tiene claroscuros. Por ejemplo, apreciable firmeza en las sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania, cuestionable debilidad de la posición hacia ciertas dictaduras árabes. Ahora se detecta un viraje hacia una mayor dureza frente a la administración de Trump.
La confrontación como estrategia, por defecto, no encaja con lo que la UE es; pero rehuir la confrontación en situaciones de principio tampoco. Ya se verá qué ocurre en las presidenciales en noviembre en EE UU. Pero, en cualquier caso, mirando al mapa, mirando al pasado, es necesario que la UE abandere con vigor ciertos valores, sea hacia Oriente o hacia Occidente. Pese a sus muchos defectos, ahora mismo es la única potencia que puede hacerlo.