Análisis

La mentira racista tiene consecuencias

Como demuestra la historia del fascismo, poner el racismo y la violencia política en tela de juicio es de capital importancia para la supervivencia de la democracia

Donald Trump, con un ejemplar del 'New York Post' mientras habla a los periodistas sobre la nueva orden que afecta a las redes sociales, el pasado jueves en la Casa Blanca.Jonathan Ernst (Reuters)

“Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos. ¡Gracias!”. Twitter señaló que este tuit “glorifica la violencia”. El autor de tan totalitario mensaje no fue un fascista cualquiera sino nada menos que el presidente norteamericano, Donald Trump.

Nada de esto es nuevo de parte de Trump pero marca una diferencia con respecto a Twitter, que ...

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“Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos. ¡Gracias!”. Twitter señaló que este tuit “glorifica la violencia”. El autor de tan totalitario mensaje no fue un fascista cualquiera sino nada menos que el presidente norteamericano, Donald Trump.

Nada de esto es nuevo de parte de Trump pero marca una diferencia con respecto a Twitter, que días antes también había señalado que un tuit presidencial faltaba a la verdad. No es novedoso que Trump, un populista de extrema derecha, mienta o amenace a los manifestantes que protestan en distintos puntos de Estados Unidos por la ejecución policial de un afroamericano indefenso, pues el presidente se ha dedicado a elogiar o promover acciones racistas y represivas de diversos grupos terroristas de derecha y neonazis. De hecho, el día anterior el caudillo de la Casa Blanca había hecho un retuit de un mensaje de un seguidor, “un cowboy de Trump” que advertía que “el único demócrata bueno es un demócrata muerto.”

Periodistas arrestados en vivo, asesinatos de minorías por la policía, y un aumento de la miseria y el racismo en el marco de una crisis global, ¿se está convirtiendo Estados Unidos en la Alemania de Weimar? Los paralelos con el momento en que la democracia alemana fue destruida desde adentro por el fascismo son reales pero no pueden confundirnos. Todavía la democracia de Estados Unidos puede defenderse de estos ataques.

La ofensiva de Trump contra las redes sociales se suma a los recurrentes ataques a la prensa independiente que el caudillo define como “enemigos del pueblo”, y que son moneda corriente, pero está claro que estamos viendo un incremento del acercamiento del populismo de Trump al universo mental del fascismo.

¿Cómo es posible que la Casa Blanca promueva y provoque actos de racismo tan cercanos a los modos de los fascistas? Desde un punto vista histórico se nota que estamos en presencia de un nuevo capítulo en la historia del fascismo y el populismo, dos ideologías políticas distintas que ahora comparten un objetivo: fomentar el racismo sin evitar la violencia política. A diferencia del fascismo, en su historia el populismo (de Juan Domingo Perón a Hugo Chávez y Silvio Berlusconi) fue una concepción autoritaria de la democracia que a partir de 1945 reelaboró el legado del fascismo para recombinarlo con distintos procedimientos democráticos. El populismo emergió como una forma de posfascismo reformulada en función de una era democrática. En otras palabras: el populismo es el fascismo adaptado a la democracia. Históricamente, el populismo rechazó la centralidad del racismo y la violencia en la política pero los nuevos populistas vuelven a hacer de la violencia y la discriminación un eje central de su acción.

En este marco, no es de extrañar que, en los Estados Unidos, gente ideológicamente alineada con Trump pueda embarcarse en acciones de violencia política y actos racistas. Estas formas de violencia política tienen lugar fuera del ámbito del Gobierno y el líder norteamericanos. Pero Trump es responsable moral y éticamente de promover un clima de violencia racista y de ataque a los medios, en particular a través de las redes sociales.

El resultado es un clima de violencia fomentado en nombre de mentiras racistas disfrazadas de verdades. La historia nos enseña hasta qué punto las mentiras fascistas y racistas tuvieron consecuencias horrendas. Sabemos lo que sucedió cuando se hizo realidad la mentira fascista. Si el fascismo alemán triunfó, no fue solo por la gente que apoyó las políticas racistas de Hitler, sino también por la gente a la que simplemente no le importó que el racismo fuera un elemento característico del nacionalsocialismo. La diferencia clave entre ese momento y este es la condena amplia que reciben las mentiras racistas del presidente y el impacto que tienen en amplios sectores de la sociedad norteamericana que las resiste.

A diferencia de la época dictatorial de Hitler y Mussolini, cuando se eliminó la libertad de prensa, hoy la prensa independiente sigue trabajando en los Estados Unidos. Su tarea es esencial para la democracia. Acusar a los medios de mentir, de ser poco confiables, presupone la idea de que la única fuente de verdad es el líder. En una época en que el presidente norteamericano demoniza a los periodistas y a las minorías, la prensa independiente sigue informando sobre las mentiras y el racismo y corroborando los hechos. A esta defensa de la democracia se suma ahora Twitter y esto le molesta mucho a Trump como también a sus acólitos postfascistas de Vox en España y esbirros muy cercanos al totalitario presidente de Brasil, Jair Mesías Bolsonaro, el Trump de los Trópicos que quiere destruir a la democracia de su país.

Como demuestra la historia del fascismo, poner las mentiras racistas y la violencia política en tela de juicio es de capital importancia para la supervivencia de la democracia. Tanto en Estados Unidos como en España y Brasil, las mentiras racistas y la glorificación de la violencia constituyen ataques graves contra la democracia. Lo que hacen es menoscabar la confianza en las instituciones democráticas, tal como lo hicieron los fascistas. Hoy sabemos que hay que defender la democracia de manera activa, porque las instituciones y tradiciones democráticas no son tan fuertes como muchos creen. Las mentiras, la glorificación de la violencia y el racismo, en efecto, pueden destruir la democracia.

Federico Finchelstein es catedrático de Historia de la New School of Social Research de Nueva York. Este artículo ha sido elaborado por Agenda Pública para EL PAÍS.

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