El muro latino
Mientras Trump pretende elevar muros en la frontera sur con México, quienes la habitan prefieren mirar al otro lado de igual a igual
A finales de 2018, una caravana de migrantes cruzaba el largo hilo de territorio que une a las dos Américas. Muchos sentían que lo que les aguardaba al final del camino era la promesa de un rechazo, personificado en una promesa aún no cumplida: el muro que Donald Trump quiere construir desde el condado de San Diego, en California, hasta Cameron, Texas. Para cumplir esta promesa, el presidente acaba de declarar la emergencia nacional en el conjunto de los Estados Unidos.
Es tan fuerte esa imagen, tan elevado el tono de las propuestas republicanas, que resulta tentador extrapolarlas al conjunto del país. Y, sin embargo, la verdad es que el principal impulso a la restricción a la migración sureña no viene sino del interior (mayoritariamente no latino) de EE UU, que llega a Washington a través de la correa de transmisión presidencial, y desde ahí lanzado a la zona fronteriza. Pero justo esta porción del país, esa franja de más de 2.000 kilómetros, se caracteriza por algo, es por ser latina, votar demócrata, y tener preferencias nítidamente mayoritarias a favor de la inmigración. El nuevo Congreso, cuyos miembros tomaban posesión el pasado 3 de enero, ofrece un reflejo fiel del contraste que parte, por supuesto, de las características y las opiniones de los propios votantes.
El legislativo mestizo
El resultado demócrata en la frontera fue excelente: ocho de los nueve distritos electorales que envían representantes a la Cámara en Washington acabaron en sus manos. El último se decidió dos semanas después de iniciado el recuento, por un ajustadísimo margen, contra Gina Ortiz Jones, que se define a sí misma como americano-filipina y veterana de la guerra de Irak.
Además, de los ocho electos que han llegado a Washington desde la frontera, siete son de origen latino. Se suman al número creciente de congresistas (sea a la Cámara, como ellos, sea al Senado) que abrieron y transitaron este camino antes que ellos.
Declarar el propio origen latino no obedece necesariamente a una categorización clara y dicotómica, sino que tiene que ver con cuestiones biográficas a veces difíciles de clasificar hasta para uno mismo: hay datos del instituto Pew que muestran cómo, a medida que el punto de referencia latino o hispano se aleja en el árbol familiar, la auto-identificación con el grupo se va desdibujando. La idea de mestizaje atraviesa todo el concepto de ser latino en los EEUU. Sin embargo, resulta útil disponer de algún tipo de medida, así sea aproximada, para observar, por ejemplo, que la escalada se consolidó solo hace poco tiempo, a pesar de que podría decirse que los Estados Unidos son en su proceso de formación histórica tan latinos como anglosajones. También resulta que, aunque la brecha se ha ido cerrando, todavía no existe paridad entre representación latina en el Congreso y presencia de latinos/hispanos sobre el conjunto de la población. Es decir, que a dicho camino le queda un trecho por recorrer.
Detrás de este cambio lento pero inexorable está, por supuesto, una tendencia demográfica y de opinión que parte en la frontera, pero que alcanza al conjunto de la nación estadounidense. No en vano, el porcentaje de población hispana se ha duplicado cada 20 años en el último medio siglo.
Una frontera más cercana al otro lado
A nadie sorprenderá que los 21 condados que forman el lado norte de esta línea tengan una notable presencia de población de origen hispano o latino. Lo realmente llamativo es hasta qué punto es dominante: la media es del 70%, pero en algunos puntos la práctica totalidad de los habitantes tienen pasado al otro lado de una frontera que, no cabe olvidarlo, estaba bastante más al norte hace cinco o seis generaciones.
En toda esta franja, Trump sufrió amplias derrotas el día en que ganó la presidencia. Las sufrió a pesar de sus argumentos a favor de incrementar la seguridad. O quizás precisamente perdió por eso justamente aquí, dado que la inmensa mayoría de sus habitantes tienen una visión netamente positiva (incluso de co-dependencia económica) de las personas que se encuentran al otro lado de la frontera. Una perspectiva que posiblemente favorece una concepción menos rígida y más porosa de la separación que la construcción de un muro físico. Por regla general, de hecho, la población de origen hispano o latino mantiene posiciones más pro-inmigración que su contraparte de blancos no hispanos. Y en nada es tan nítida esta brecha de opiniones como en la cuestión del muro fronterizo.
La presencia de importantes puertos de tránsito desde y hacia México no parecen tener un efecto particularmente negativo sobre quienes proponen una aproximación menos restrictiva a la migración. Es importante subrayar que la cifra de entradas a pie en 2018 no se corresponde con datos de migración, sino más bien de uso de la frontera, la mayoría de veces para movimientos cotidianos. Es una medida de relación entre ambos lados. Estos datos se unen a ese 70% de habitantes fronterizos que ve su vinculación con el sur como de vecindad y dependencia.
Cabe destacar que la dimensión de este fenómeno aún no se ha visto reflejada en elecciones. Sea por cuestiones de edad, de nacionalidad, o por leyes de inscripción de votantes que perjudican comparativamente más a latinos y afroamericanos, existe una brecha mayor entre la cantidad de personas que en estos grupos tienen derecho a voto y quienes disfrutan del mismo en la población blanca no hispana. En tanto que esta brecha se vaya reduciendo, el poder latino en las urnas aumentará. Hasta, tal vez, inclinar la balanza.
Las rutas latinas al poder
En 2012, tras la derrota de Mitt Romney ante Barack Obama, un grupo de estrategas republicanos elaboraron un informe que marcó la vida interna de la formación hasta bien entrado 2015. En él, apuntaban el problema que la tendencia a la diversidad demográfica podría suponer para un partido poco diverso y en exceso conservador. Y aunque en las elecciones de 2016 los latinos escogieron a los demócratas por un margen nada despreciable (66-28 según las encuestas a pie de urna), la victoria final de Trump pareció quitarles la razón en sus tenebrosas previsiones. O al menos así lo leyó el ala más nacionalista de la formación. Pero la verdad es que los datos son tozudos, y resulta Clinton perdió por un puñado de votos en tres estados muy concretos que terminaron por voltear los resultados: Wisconsin, Michigan, Pennsylvania. Hay muchas dimensiones, innumerables aristas por las que atacar la cuestión. Pero una, no menor, es el argumento logró estas victorias clave gracias al voto blanco en lugares donde el declive de la industria había dejado a la vieja clase obrera a la intemperie, esperando la llegada de alguien que les prometiese el retorno a los buenos tiempos.
Pero, ¿qué hay de la nueva clase obrera, desproporcionalmente ocupada por migrantes, o por hijos de migrantes, de origen latino? ¿Qué hay también de los latinos de clase media y acomodada cada vez más presentes en comunidades a lo largo y ancho del país? También en esos cuatro estados clave.
Esta es la primera ruta, desde el corazón del país, hasta la Casa Blanca. No hace falta mucho para darle la vuelta a estos Estados: algo más de cien mil votos en total. En pocos años, los latinos en al menos Michigan y Wisconsin podrán ponerlos sobre la mesa con sólo mantener su patrón de crecimiento diferenciado.
Mientras tanto, Florida, Texas, o Arizona han visto crecer su población hispana en más del 50% en las últimas dos décadas, hasta el punto de que son fuerzas decisivas para cualquier carrera política. Los tres constituyen una frontera (de mar el primero, de tierra los otros dos). Los tres son piezas necesarias o al menos convenientes para las mayorías republicanas. Arizona se ha vuelto demócrata en las elecciones senatoriales de este año. Florida y Texas han estado cerca de hacerlo. En una década tal vez todos sean ‘azules’ gracias, en parte, a la inexorable evolución demográfica. He aquí la segunda ruta. Lenta, quizás, pero segura en el largo plazo.
Este muro latino, que constituye uno de los diques que contienen las políticas que representa Donald Trump, se está construyendo a sí mismo poco a poco. Más bien parece una ola de cambio y diversidad que asciende desde la frontera caravana a caravana, llegada a llegada. De manera comedida, desigual, pero destinado a unirse a todas las otras mareas que antes llegaron del sur, del norte, del este y del oeste a conformar lo que es hoy Estados Unidos, tierra, al fin y al cabo, de migrantes.
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