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Ortega se da un baño de masas y pide “paz” tras ordenar una brutal represión en Nicaragua

El mandatario sandinista, arropado por sus seguidores, no reconoce la violencia del Gobierno desatada contra miles de nicaragüenses que piden el fin de su régimen

Carlos S. Maldonado
Un hombre levanta un cartel de Daniel Ortega.
Un hombre levanta un cartel de Daniel Ortega. JOSE CABEZAS (REUTERS)

Daniel Ortega intentó demostrar el lunes que no ha perdido ni un ápice de la fuerza que ha acumulado tras 11 años de Gobierno autoritario en Nicaragua. El mandatario convocó a decenas de miles de sus simpatizantes en Managua para responder a las multitudinarias manifestaciones que le han arrebato el control de las calles desde hace dos semanas. El Ejecutivo utilizó los recursos del Estado para movilizar a sus simpatizantes tras ordenar que los autobuses del transporte público trasladaran a empleados del Estado, los miembros de la Juventud Sandinista y los colectivos del régimen para cantar loas al presidente, en una desesperada intención de demostrar lealtad al régimen y ocultar las grietas abiertas en el poder tras una movilización popular inédita. En su discurso Ortega acusó a los manifestantes de “incitar a la violencia”, pero no reconoció la represión oficial desatada contra miles de manifestantes que exigen un cambio de liderazgo en este país centroamericano y que ha dejado al menos 43 muertos, en el que ya es el episodio más sangriento vivido en la historia reciente de Nicaragua.

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Ortega mostró el lunes una de sus máscaras. Pasó de ser el “gallo ennavajado” de la política nicaragüense a convertirse en una suerte de pastor evangélico que vestido de camisa blanca, la mano alzada y los ojos cerrados invocó con un lenguaje pentecostés a Dios, en un intento de atraerse el favor de los sectores más religiosos del país y retar la fuerza demostrada el sábado por la Iglesia Católica, que convocó a cientos de miles de nicaragüenses en Managua y las principales calles del país. “Pidámosle fuerza a Dios”, dijo el exguerrillero convertido en este acto en predicador. “Danos señor la fuerza para ser instrumento de paz y para que cuando haya odio, sembremos amor”, agregó el mandatario. A su lado su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, con la cabeza baja y los ojos cerrados, se sumaba a la masiva oración liderada por su marido. La primera dama mostraba una humildad contraria a la rabia expresada hace dos semanas, cuando en la cadena de televisión pública dijo que quienes se manifestaban contra el régimen son “seres mezquinos, seres mediocres, pequeños, llenos de odio, que todavía tienen la desfachatez de inventarse muertos. Así son esos minúsculos grupos alentadores de odio”.

Ortega hizo referencia en su discurso a los muertos y pidió un minuto de silencio por ellos, aunque no mencionó cifras, ni citó a los estudiantes que le plantan cara a su régimen, y que son quienes han puesto la mayoría de los fallecidos, ni la represión que ordenó desatar. El presidente culpó de esos asesinatos a los manifestantes que “incitan a la violencia”, porque, dijo, su Gobierno “ha venido consolidando la paz, la alegría, el amor, la solidaridad”. No hubo en el discurso del mandatario palabras sobre Ángel Gahona, periodista asesinado mientras cubría los disturbios en Bluefields, en el Caribe de Nicaragua; o para Álvaro Manuel Conrado Dávila, de 15 años, la víctima más joven de la represión; o Moroni Jacob López García, de 22 años, estudiante de la Universidad de Ingeniería, que fue asesinado en el campus cuando el edificio fue asaltado por oficiales antidisturbios y colectivos sandinistas; ni para Jesner José Rivas, de 16 años, quien cayó mientras defendía un supermercado saqueado por los seguidores del Gobierno, en una de las tantas muestras de valentía y solidaridad que los nicaragüenses han presenciado estos días de violencia.

Ortega sí hizo referencia al diálogo que convocó para buscar una salida a la profunda crisis que sufre este país desde que el mandatario impuso unas controvertidas reformas a la Seguridad Social, que tuvo que derogar por las protestas. Ortega dijo que el diálogo será para “tratar temas que tienen que ver con la justicia social”, pero evadió referirse a las condiciones impuestas por la Iglesia –mediadora en el proceso– y diferentes sectores sociales, relacionadas con el fin de la represión, la libertad de todos los presos detenidos en las protestas, incluir a todos los sectores sociales en el diálogo, negociar una “salida ordenada” del presidente y convocar elecciones. El sábado, los obispos pusieron un plazo de un mes para que el mandatario demuestre apertura y garantías mínimas para la negociación, si no, dijeron, el proceso no se podrá dar. “El diálogo va a pasar por el respeto a la justicia, la verdad, la libertad y el perdón”, advirtió el cardenal Leopoldo Brenes.

El del lunes en Managua fue un acto vacío. Ortega intentó atraer la atención al presentar a figuras del Frente Sandinista que habían roto con el partido y hoy, viejos y cansados, son usados por el régimen para demostrar apoyo. En el entarimado estuvo Edén Pastora, el comandante cero de la heroica toma del Congreso somocista de 1978, hoy funcionario del Gobierno, y Victor Tirado, uno de los fundadores del Frente Sandinista, hasta ahora voz crítica de Ortega, quien consumido por la vejez y enfermo saludó tímidamente a los simpatizantes del presidente. El mandatario se aferraba de esta manera al pasado ante la incertidumbre abierta sobre el futuro por el movimiento popular que exige su salida del poder.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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