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LAS PALABRAS
Columna
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Montesquieu y Condorito

La salida del presidente Kuczynski hubiera supuesto la captura total del poder por el autoritarismo fujimorista

Gustavo Gorriti

En las jornadas cargadas de destino, como la del jueves lo fue para el Perú, suelen citarse los pensamientos de autores clásicos que ayudan a contemplar el cadalso con estoica perspectiva. Los citados por Alberto Borea, el abogado del presidente Pedro Pablo Kuczynski, en su alegato de defensa ante el Congreso, fueron Raymond Aron, Montesquieu y Condorito. En las largas horas siguientes de un debate interminable, una parlamentaria notoria hasta en este Congreso, Yeni Vilcatoma, atacó con chirriante xenofobia a Borea por haber mencionado el nombre de un chi-le-no (así lo silabeó): el entrañable habitante de la mítica Pelotillehue, el ciudadano Condorito.

La farsesca argumentación del debate no ocultó, sin embargo, lo que estaba en juego: el inminente peligro del derrocamiento de la democracia peruana. Si PPK hubiera sido destituido por “incapacidad moral permanente”, sus dos vicepresidentes hubieran renunciado (como habían hecho saber) y la presidencia de la República hubiera sido asumida por el presidente del Congreso, el fujimorista converso (y por ende sobreactuado) Luis Galarreta, durante los meses que le tomara realizar la misión constitucional de convocar elecciones generales.

Eso hubiera supuesto la captura total del poder por el autoritarismo fujimorista, derrocado el 2000 luego de la revelación documentada de niveles de corrupción propios del crimen organizado. Así, la democracia peruana, condenada a caminar desde el 2001 sobre el filo de la cornisa, mirándose con el abismo, forzada a escoger el mal menor para prevenir la calamidad mayor, hubiera terminado su más largo período de sobrevivencia en nuestra historia.

Pese a que pudo haber sido la víctima, Kuczynski no hubiera tenido a nadie más que a sí mismo para culpar por ese desenlace. Elegido en segunda vuelta el 2016 solo gracias al apoyo de las fuerzas democráticas, que aquí deciden elecciones, pero no, desafortunadamente, candidatos, Kuczynski tuvo inicialmente mucha popularidad. Enfrentando una hostil mayoría fujimorista en el Congreso, pudo haber fortalecido su autoridad presidencial forzando cuestiones de confianza que le permitían, como última medida, convocar a nuevas elecciones parlamentarias si le censuraban dos Gabinetes ministeriales. En lugar de eso, optó por el apaciguamiento y la sumisión, buscando ganar la condescendencia de Keiko Fujimori para gobernar.

Le censuraron a los mejores ministros, lo humillaron una y otra vez y prosiguió con la terquedad de un Neville Chamberlain limeño. Ahora, cuando el caso Odebrecht avanza cubriendo casi todo el horizonte político, los fujimoristas, inquietos por protegerse de una investigación que avanza en su dirección y que intentan destituir al fiscal general para ahogarla, consiguieron información que implica a PPK en un pasado conflicto de intereses (entre 2004 y 2007) con Odebrecht, aunque sin seña alguna de pago de sobornos, y acogieron con celeridad de vértigo la iniciativa de vacancia presentada por otro grupo, que los llevaría al control total del Gobierno.

El proceso era en realidad un linchamiento con precario hilo dental de procedimiento. Buena parte de los ministros cortesanos de PPK desertó y lo abandonó. Solo un grupo pequeño de leales le evitó sentirse el Lear de la calle Choquehuanca; ese grupo fue reforzado por unas pocas personalidades democráticas, entre ellas su abogado Borea, que le dieron vigor republicano a su discurso e hicieron posible (junto con la sorpresiva escisión del fujimorismo) que sobreviviera a su cita con el cadalso.

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¿Aprendió de esta experiencia extrema? Los días siguientes lo revelarán. Ayer, empero, lo rodeaban de nuevo los cortesanos. Dicen que perro viejo no aprende trucos nuevos, pero él sostuvo, al disculparse ante su pueblo en la víspera del debate, que él no dejará de aprender.

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