¿Canadá ‘cool’?
Mientras Donald Trump cierra las puertas a los migrantes, Justin Trudeau las abre
La arremetida anti-inmigración de Donald Trump y su populismo disruptivo han provocado un interés creciente en Canadá como alternativa más liberal, abierta y amable que los Estados Unidos. El Primer Ministro Justin Trudeau ha lanzado mensajes de bienvenida a los refugiados, después de que Trump firmara su decreto prohibiendo la entrada de ciudadanos de siete países mayoritariamente musulmanes y de refugiados que huyen de la guerra en Siria. Las universidades canadienses reportan un crecimiento de las consultas de jóvenes que exploran las ventajas de venir a estudiar al frío vecino del norte en lugar de ir a los Estados Unidos. Incluso, algunos columnistas se preguntan si Canadá servirá de faro protector de los valores e ideales liberales y democráticos en Norteamérica.
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Es cierto que Canadá es una sociedad abierta a la inmigración en la que las personas de diversos orígenes, religiones, culturas e idiomas se integran con relativo éxito. Pero eso no quiere decir que el país esté exento de problemas asociados con la coexistencia multicultural o intercultural, como prefieren llamarlo en la provincia de Quebec. Es justamente en la capital de la provincia francófona que se ha vivido recientemente una terrible manifestación de ciertas tensiones que de manera soterrada existen en Canadá, a pesar de la imagen cool que proyecta el país.
La noche del pasado 29 de enero un joven entró en la mezquita del Centre Culturel Islamique en la ciudad de Quebec, y mató a tiros seis personas e hirió a otras siete que rezaban. Los reportes de prensa indican que el asesino, un estudiante de Ciencia Política en la Universidad Laval, habría manifestado a sus conocidos y en Facebook posiciones abiertamente racistas contra los musulmanes y contra las feministas, así como simpatías por Marine Le Pen y Donald Trump. ¿Es este un caso aislado o el síntoma de un malestar más profundo en la sociedad canadiense?
Desde un punto de vista puramente estadístico, se podría decir que es un caso excepcional en un país con una baja tasa de crímenes violentos y donde los ataques terroristas han sido muy raros. El ataque más importante, antes de la masacre en la ciudad de Quebec, ocurrió en el 22 de octubre de 2014, cuando otro joven, esta vez un islamista radicalizado, entró disparando al parlamento canadiense en Ottawa. Tanto en 2014 como en 2017, la reacción de la sociedad canadiense ha sido de total rechazo a la violencia terrorista, venga de donde venga, de solidaridad absoluta con las víctimas y un llamado a la coexistencia pacífica en la pluralidad.
¿Son estos episodios, entonces, fenómenos aislados producto de desequilibrios mentales de los asesinos? En parte sí. En Canadá, como en otros países, se han vivido tragedias provocadas por resentidos que deciden matar a personas identificadas con un segmento de la población en particular. Ya ocurrió, por ejemplo, en 1989, cuando un hombre mató a mujeres que estudiaban en la Escuela Politécnica de Montreal. Pero, hasta ahora, son casos muy raros y que no reflejan una opinión extendida o adoptada como bandera por un partido político. En general, desde la derecha conservadora hasta la izquierda más liberal o “neo-demócrata” (como se conoce aquí a los socialdemócratas), existe un consenso multicultural y abierto a la inmigración.
Sin embargo, el país no ha estado exento de debates sobre la política de la identidad cultural o religiosa. Es en la provincia de Quebec donde estos debates han tenido sus momentos más álgidos. En 2007, durante un proceso de consulta pública sobre las prácticas de “acomodamiento” asociadas con las diferencias culturales, se escucharon opiniones abiertamente racistas contra los musulmanes y contra los judíos. Más recientemente, el partido Québecois, que promueve la independencia de la provincia del resto de Canadá, lanzó una consulta en 2013 sobre la adopción de un estatuto de la laicidad, muy al estilo del republicanismo francés, que también generó polémicas y abrió la puerta para que de nuevo se expresaran opiniones abiertamente intolerantes contra ciertos grupos.
El resto de Canadá no ha sido inmune a estas tensiones. El anterior gobierno conservador encabezado por Stephen Harper pagó un alto precio político por haber propuesto un estatuto de valores canadienses que los nuevos ciudadanos canadienses deberían aceptar, y por haber endurecido en 2014 la reglamentación para acceder a la ciudadanía canadiense. Esto se lo cobraron a los conservadores las minorías “étnico-culturales”, votando mayoritariamente por los liberales en las más recientes elecciones federales de 2015. Tampoco hay que olvidar la marginalización histórica que han sufrido las naciones autóctonas e inuit, que viven serios problemas asociados con la pobreza, la violencia, especialmente contra las mujeres, y las adicciones.
A pesar de la politización de las identidades, Canadá sigue siendo en gran medida una sociedad abierta y acogedora para los inmigrantes de todos los orígenes. Los lamentables ataques terroristas que se han vivido aquí no han provocado una reacción histérica de los gobiernos, ni bajo el mandato de los conservadores ni de los liberales. Los medios de comunicación, en general (siempre hay excepciones más extremistas), han evitado la retórica incendiaria o el sensacionalismo apocalíptico. Se puede decir que los canadienses han sabido mantener esa compostura cool que los identifica como los “norteamericanos simpáticos”.
Isaac Nahón Serfaty es periodista y profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá).
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