Por encima de los muros
Ni de un lado ni del otro: lo que dicen aquellos que tienen, como posición, un rechazo a las narrativas de adhesión
Encima del muro. Neutrazo. Colaboracionista del golpe. Cobarde. Omiso. Ingenuo. Burro.
Estas son algunas de las formas de llamarle a quien no está de ninguno de los lados del Brasil polarizado. No se alinea —mucho menos, se enfila— ni en la narrativa #ImpeachmentJá (destitución ya) ni en la narrativa #NãoVaiTerGolpe (no va a haber golpe). Ni amarillo, ni rojo. Le dicen que está encima del muro, o sea, que no se moja. Y, así, lo ridiculizan desde los dos lados, como traidor de ambos.
Como dijo Bruno Cava: “Me sitúo en este lugar nada cómodo de ser la izquierda que le gusta a la derecha, y la derecha que le gusta a la izquierda. Pero que, en el fondo, a nadie le gusta. Un lugar del pensamiento que aún balbucea, pero que aún piensa”. O, en palabras de Bruno Torturra, que se presenta como “desidentificado”: “Prefiero el vértigo de la desidentificación al falso refugio de las banderas de siempre”.
Como afirmé en mi artículo anterior, no estar de ninguno de los lados es una posición. Y fuerte. Silenciarla, mediante la descalificación, es una pérdida en un momento en el que, más que nunca, es necesario que las voces sean ampliadas y no reducidas. Mucho menos, calladas. “Los discursos partidistas, pronunciados por muchos y siempre de la misma forma, han sofocado, con su abundancia repetitiva, los discursos independientes”, dice Pablo Ortellado. O, en la expresión de Moysés Pinto Neto: “Es como un vórtice bipolar, que succiona todo hacia su interior y reduce todas las posiciones a sus referencias”.
El país está, aparentemente, dividido por muros que impiden cualquier contacto que no sea a gritos. O incluso a golpes, en la tentativa de eliminar, literalmente, al otro del espacio público. Los muros de las urbanizaciones cerradas, las cercas electrificadas han tomado las calles. Y ya nadie se escucha, cada persona es un muro en sí misma, un portal armado, un cristal blindado y con una película oscura.
Es necesario promover el desarme. Es necesario intentar ver por encima de los muros, y derribarlos. No a mazazos, sino con el instrumento más subversivo de este momento histórico: el diálogo. La conversación que solo puede suceder mediante el reconocimiento del otro como alguien que piensa diferente, no como un enemigo a eliminar.
En lugar de sumarse a la comodidad de uno de los lados, puede ser importante hacer lo más difícil: sostener el no saber
Es muy duro sostener el lugar del no saber. Pienso que también nos enfrentamos a esta dificultad. Tengo dudas sobre si no es por eso que una parte de las personas, de derechas y de izquierdas, prefieren sumarse a la comodidad de una de las narrativas, para al menos ilusionarse con que hay una respuesta, con que hay alguien que sabe. Sumarse como un intento de estancar la angustia de sentirse perdido. Tal vez sea hora de soportar el no saber y acoger las incertidumbres. Pero en movimiento, en el movimiento de busca.
En lo que se refiere al campo de la izquierda, también tengo dudas sobre si no hay, de nuevo, una exhortación más a lo “menos peor”, a la eterna esperanza del tal giro a la izquierda. O algo correspondiente al “voto útil” aplicado a las manifestaciones. Una convocación, como se vio en elecciones recientes y en especial en la última. ¿Los días siguientes no mostraron, de forma muy elocuente, que eso no ha funcionado? ¿Que tan solo ha ampliado el abismo y que ya ha pasado la hora de hacerle frente al agujero y afrontar los conflictos, por más duro que sea, para que al menos exista una oportunidad de crear posibilidades?
El diálogo es tan urgente que tiene que provocarse en todas partes. Me he dado cuenta de que, en este momento, ni siquiera en mi propia columna de opinión puedo hablar sola. He invitado a este espacio, para que nos ayuden a movernos más allá de lo que cada uno crea, a algunas personas que se han atrevido a pensar y escribir, por lo general en blogs y en las redes, sobre este momento tan movedizo, en el que pocos se arriesgan a decir más allá de lo ya dicho. Y a pensar fuera de las narrativas de adhesión de uno y otro lado. Estas, que ya nos sabemos de memoria.
Traigo a este espacio voces ahogadas, las de aquellos que no están “encima del muro”, sino “por encima de los muros”, en plural. Moysés Pinto Neto es escritor, profesor de la Universidad Luterana de Brasil, graduado en Derecho y doctor en Filosofía. Su lectura de Brasil se puede seguir en elblog O Ingovernável (el ingobernable).Bruno Torturra se dedica a experimentar con nuevos caminos para la participación política y para el periodismo, a partir de las posibilidades de la hiperconexión. Fundó Mídia Ninja, esencial en la cobertura de las protestas de junio de 2013, y se distanció de ella a partir de finales de aquel año. En la actualidad se dedica al Estúdio Fluxo. Pablo Ortellado es filósofo, profesor del grado en Gestión de Políticas Públicas de la Universidad de São Paulo y coautor de Veinte centavos: la lucha contra el aumento, entre otros. Fue testigo, como investigador, de todas las manifestaciones en contra y a favor de la destitución organizadas en São Paulo. Bruno Cava, autor de La multitud fue al desierto, entre otros libros, es bloguero deQuadrado dos Loucos (‘el cuadrado de los locos'). Es también un atento observador de las calles, un investigador de las luchas y los movimientos urbanos desde hace 11 años, asociado a la Universidad Nómada.
Todos ellos respondieron, por correo electrónico, a tres preguntas propuestas por mí. Aunque estos cuatro interlocutores estén cerca del campo de la izquierda, hay diferencias considerables en su modo de entender este momento. Y hay quienes consideren el concepto de izquierda, así como el de derecha, superados, insuficientes y reductores. De modos diferentes, los cuatro son observadores atentos de Junio de 2013, el punto de inflexión que no parece haber sido entendido por los protagonistas de ambos lados.
La idea, aquí, no es construir un tercer discurso, o un tercer lado. Eso también sería empobrecedor. No hay homogeneidad. Y es más interesante que no exista, que los discursos puedan ser múltiples. Tal vez, por eso, también sea difícil —o incluso imposible— nombrar este fuera dentro. O este más allá de los muros.
La transgresión necesaria, en este momento tan delicado, es atravesar los muros con palabras. Pero estas palabras van en varias direcciones.
1) ¿Por qué no estás de ninguno de los lados o de los polos de la llamada "polarización del país"?
Moysés Pinto Neto - No estar de uno de los lados no significa no tener posición. Estoy en contra de la destitución por cuestiones jurídicas y políticas. Significa simplemente no sumarse a las dos principales narrativas. A un lado, la narrativa oposicionista, que define al Partido de los Trabajadores (PT) como una banda que se ha apropiado del Estado para mantenerse en el poder y ha garantizado su permanencia por medio de fraudes electorales y maniobras populistas. Al otro lado, la narrativa oficialista, que define lo que está sucediendo como un golpe de estado trabado por las fuerzas conservadoras, con vistas a perjudicar el proceso de inclusión social llevado a cabo durante los últimos 12 años. El problema es que estas narrativas están incompletas.
La oposición dibuja el escenario de un modo que transforma al PT en el blanco principal e ignora, deliberadamente, la dimensión estructural y universal que se está revelando en el proceso de investigación de la operación Lava Jato. Los oficialistas, a su vez, se prenden a importantes cuestiones formales, basadas en las instituciones jurídicas; pero no afrontan el mérito de que lo estructural no elimina la responsabilidad de quienes se involucraron y profundizaron el proceso, a menudo blindando de forma idolátrica al partido contra toda y cualquier crítica.
Hace tiempo que viene construyéndose una crítica al modelo basado en una noción de progreso unidimensional, que mide el éxito de las políticas públicas por medio de índices cuantitativos de crecimiento, se sostiene en alianzas con los latifundistas y oligopolios económicos y en la alineación política con un centro amplio. La corrupción no fue un accidente, sino parte de un programa que aceptó como un hecho consumado la existencia de ese complejo oligopólico para promover el crecimiento nacional. Los movimientos sociales de 2013 entendieron perfectamente este mecanismo cuando utilizaron el lema #NAOVAITERCOPA (no va a haber Copa).
No estar en la polarización significa ampliar narrativas que han sido reprimidas en nombre de la simplificación maniquea.
Bruno Torturra - Ver el país a través de la lente de la polarización ya ha probado ser algo peor que simplista. A estas alturas, es alucinatorio. En cierto modo, la polarización es exactamente lo opuesto a lo que estamos viviendo en la política institucional, descaradamente promiscua, fisiológica y amalgamada.
"Ver el país a través de la lente de la polarización ya ha probado ser algo peor que simplista: es alucinatorio"
Hoy en día veo la polarización más como un fenómeno entrópico de la comunicación que político. Destaca y ejerce toda esa fuerza gravitatoria en las calles, los periódicos y las líneas del tiempo precisamente por la dificultad inmensa de lectura de un paisaje político caótico, trágico y demasiado complejo para resumirlo en publicaciones, titulares o consignas.
Esta complejidad es una barrera enorme a que nuevos léxicos, líderes, símbolos y campos de identificación emerjan y se conviertan en fuerzas relevantes, críticas y propositivas en el debate. Es un campo minado para la asertividad. Pero, a medida que la crisis se hace más profunda, crecen también la ansiedad pública y la necesidad de respuestas, de posiciones firmes. Entonces, los polos —por más disfuncionales que sean— se convierten en los únicos aspectos de fácil identificación del terreno.
Es una pena, porque ese teatro esconde la causa que podría, en un ambiente racional, unir una gran parte de los dos campos y a una masa de desidentificados por el camino: la completa refundación del sistema de financiación electoral en nombre de uno más barato, público y transparente.
Pablo Ortellado - Esta polarización política, en mi opinión, tiene dos motivos principales. El primero es la aparición, en Brasil, de lo que los estadounidenses llaman “guerras culturales”, que son las disputas generadas por la moralización del debate político. Esta moralización aparece en la prominencia en el debate político de temas como el matrimonio homosexual, el aborto y el endurecimiento penal, en detrimento de cuestiones tradicionales de política económica y social. Además, la moralización aparece también en el tratamiento moral dado a estos temas clásicos de lapolítica económica y social, que opone, por una parte, una moral punitiva, asociada a la derecha conservadora y, por otra, una moral comprensiva, asociada a la izquierda progresista.
Así, la Bolsa Familia, por ejemplo, ya no se discute en función de su eficacia o eficiencia en la lucha contra la pobreza, sino que suscita dosdiscursos morales irreconciliables. Para un lado, es un instrumento que premia la indolencia, la incapacidad de ahorrar y la falta de espíritu empresarial. Para el otro, se trata de una política solidaria que mitiga una pobreza estructural injusta.
Con la moralización de la política, el debate pierde las referencias comunes y se convierte solo en el agresivo choque de visiones morales del mundo. Esta moralización del debate es reforzada y está entrelazada con la rivalidad entre los dos grandes partidos políticos brasileños, el PT y el PSDB, que organizan a las demás fuerzas políticas. Como están bastante organizados y enraizados en diversos sectores de la sociedad brasileña, cada uno de ellos tiene la capacidad de coordinar un discurso unitario. Poco importa si esta orquestación es fruto de la adhesión espontánea de los partidarios a argumentos y consignas o emana como orden de un centro político. El resultado es que cada partido tiene un discurso listo, cerrado y autorreferencial, que es igual en todas partes: en las redes sociales, en los medios de comunicación y en la conversación cotidiana.
“Huir de la polarización es una condición para pensar y para actuar con autonomía e independencia”
Estos discursos partidistas, pronunciados por muchas personas, siempre de la misma forma y en todas partes, sofocan, con su abundancia repetitiva, los discursos independientes que, por su propia naturaleza, son singulares y descoordinados. Por lo tanto, huir de la polarización es una condición para pensar y para actuar con autonomía e independencia.
Bruno Cava - Se habla de tercera vía, pero estoy del lado de una segunda vía, en relación con un sistema de político-partidista agotado, en el que las polarizaciones de los líderes esconden cambalaches, promesas y posicionamientos que, por detrás de la retórica, no pasan de la repetición del mismo juego de siempre. Así que estoy polarizado en contra de esta falsa polarización, y es lo que me hace continuar pensando.
Ante el clamor por cambios en el país entero, en todos los segmentos, los protagonistas de esta crisis simulan que están cambiando, para que todo siga como está. Ya tome esta simulación la forma de giro a la izquierda, ya la del fin del PT. La diferencia, en cuanto a la dinámica, entre las dos está en la capacidad de hablar hacia fuera. El verdeamarillo y la agenda anticorrupción son inclusivos y tienden a funcionar como paraguas para las indignaciones, al mismo tiempo que los símbolos partidistas no son bien vistos y pueden sufrir abucheos. El rojo y la invocación de pertenecer a un grupo específico, el de la izquierda, hace de la otra manifestación una especie de prueba de cohesión, con contornos claros.
“Ante el clamor por cambios, los protagonistas de esta crisis simulan que están cambiando para que todo siga como está”
Esto tal vez explique, en parte, la diferencia cuantitativa entre una y otra: la persona indignada, que no está acostumbrada a ir a manifestaciones, tiende a ir a las de verdeamarillo. Y eso me parece particularmente irónico, porque, cuando gritábamos “no va a haber Copa”, en las protestas de 2014, nos vestíamos de negro y rojo. Pero, en aquel período, una buena parte de la izquierda decía que no era el momento de manifestarse, que era el momento de apoyar. Es decir, hace solo dos años, era inmoral *no* vestir verdeamarillo. Ahora, esas mismas personas le atribuyen al verdeamarillo una connotación negativa.
El grito antipolítico o anticorrupción exprime una tendencia mundial de rechazo al actual sistema representativo, en su dimensión política, económica y ambiental, que no se corresponde con las potencialidades de una democracia hoy posible, pero que es bloqueada de forma sistemática. Detrás del “anti”, del “no”, del repudio general a la figura del político, hay un “sí” mayor, como vimos en las jornadas de junio de 2013, en Brasil, en Gezi Park, en Turquía, en el movimiento del 15M en España, en las revoluciones árabes, en todo un ciclo vivido intensamente por el mundo. Es posible trabajar con este sí.
2) Si no estás de ninguno de los lados, ¿dónde estás? ¿Qué posición es esta? ¿Y cómo nombras ese “lugar” en el que estás?
Moysés - Se ha prohibido nombrar este lugar. Antiguamente lo llamaban, peyorativamente, “tercera vía”, ahora lo llaman “exento”. En realidad, si “tercera vía” se confunde con el liberalismo avergonzado de Tony Blair y “exento” se confunde con “sin posición”, no veo cómo estos términos podrían ser adecuados. Se trata de la tentativa del “vórtice” bipolar de succionar todo hacia su interior, reduciendo así todas las posiciones a sus referencias.
Este “lugar” surge desde Junio de 2013, cuando se produjo una oportunidad inédita de enfrentarse a viejas oligarquías con nuevas fuerzas políticas, formadas a partir de una transición generacional sumergida en una mutación tecnológica y cultural. El punto de partida es el fracaso de la democracia representativa en el contexto mundial, cuya crisis se expresa por la presencia sintomática de movimientos críticos al sistema (como los de España y Grecia), por el descontento popular con cuestiones globales, del que se apropió la extrema derecha (con Le Pen, Donald Trump, etc.), por los colectivos auto-organizados (como los zapatistas, Rojava) y, finalmente, con revueltas violentas difusas en los suburbios y con fundamentalismos.
El contexto actual también plantea la cuestión urgente del Antropoceno, la entrada en un período geológico en el que el factor humano juega un papel central en la organización de la Tierra. La continuidad del programa de crecimiento económico basado en la hiperproducción y en el hiperconsumo ya no tiene ningún sentido en un contexto material en el que es necesario reducir nuestro impacto.
“El programa de crecimiento basado en la hiperproducción y en el hiperconsumo no tiene sentido cuando es necesario reducir nuestro impacto sobre el planeta”
Algunos se preguntan si la propia noción de “izquierda” es útil para pensar este porvenir, al entenderla como un marcador identitario que restringe la capacidad de diseminación de las luchas y promueve un cierre “en urbanizaciones cerradas”, que gradualmente se enamora de sus propias ideas. Y, cuanto más camina hacia al extremo, más rígida, en un sentido casi militar, se vuelve la identidad.
Por otra parte, incluso si consideramos la crisis de la mediación y la crisis ecológica como nuevos termómetros políticos, que reposicionan la polaridad, es difícil simplemente negar la existencia de una diferencia que corta por la mitad las posiciones: hacia dónde va estas transformaciones sociales, ecológicas, tecnológicas. La división social en dos grandes grupos, aquellos que son dueños de todo y de todos los derechos y aquellos que no tienen ningún derecho, reducidos a la condición de “vida desnuda”, parece ser el hilo que corta necesariamente toda visión acerca del futuro, incluso estando marcada por estos nuevos termómetros.
Por lo tanto, puede hasta ser que el significante “izquierda” no diga nada más sobre el porvenir, ya que su herencia humanista y parlamentaria no consigue afrontar los problemas planteados por el Antropoceno. Del mismo modo que el lenguaje político de los derechos humanos puede ser insuficiente para entender el contexto pluricultural que emerge en el escenario globalizado, al eliminar el privilegio occidental de presentarse como la propia humanidad. Pero es innegable que hay una herencia ahí de la que apropiarse: la lucha por la justicia, que sobrepasa la noción de la mera supervivencia. La lucha por la justicia en contra de la división de la sociedad en dos, una con todo y otra con nada.
Torturra - Creo que mi lugar es el de la travesía. Imposible posicionarlo con precisión. Puede ser un lugar muy incómodo, pero necesario. Siempre me he considerado —y todavía me considero— alguien de izquierdas. Pero creo realmente que la definición de este término está, como todo el resto, en crisis. Porque resulta muy difícil saber qué es la izquierda cuando ya no sabemos dónde está el norte. Cuando ya no tenemos claro qué futuro, qué idea de sociedad y de democracia va a ofrecerle nuestro campo al siglo XXI.
La forma, la estética y la ética de las izquierdas del siglo XX ya no dan abasto. Por eso, en este momento, creo que la mejor posición no sea un “lado”, sino una actitud desarmada, racional y realista. Abrazar la duda. Para que, cuando sea posible, tengamos más claros el léxico, las propuestas y la acción. Para eso, recurro a las dos bases de mi formación política. Por una parte, autores ilustrados y valores de crítica y autocrítica permanentes. De revisar y adaptar mis opiniones a los hechos, nunca lo contrario. Y, por otra parte, volviendo a buscar experiencias psicodélicas con plantas y sustancias enteógenas, psicoactivos que favorecen una reconexión entre la naturaleza y sus procesos. Me ayudan mucho a entender lo intraducible. A ver la política como una propiedad emergente de la psique humana. Y traen un poco de calma en el caos, un poco de perspectiva y una relativa lucidez en este momento.
"La forma, la estética y la ética de las izquierdas del siglo XX ya no dan abasto "
Ortellado - Me coloco fuera de la rivalidad de los partidos políticos y colaboro como puedo con los movimientos sociales “autónomos”. Como dicen los zapatistas, busco estar “abajo y a la izquierda”. A la izquierda en el espectro político y abajo (fuera) del sistema partidista.
Creo que hay una conexión entre las manifestaciones de junio de 2013 y las protestas a favor de la destitución de 2015 y 2016. Más allá de cualquier duda, Junio de 2013 rescató el salir a las calles como un instrumento de presión política, y este elemento se incorporó al repertorio de la acción política, a la derecha y a la izquierda.
Pero, de manera más profunda, las encuestas de opinión que realizamos con los manifestantes anti Dilma, en 2015, mostraron que estos compartían las demandas centrales de las protestas de junio de 2013, que pueden resumirse en: 1) el rechazo de la representación política; 2) la defensa del sistema de derechos sociales. Al contrario de lo que parecía, los manifestantes anti Dilma no eran antipetistas selectivos, sino que desconfiaban de todo el sistema político, con el PT al frente. Además, defendían de una manera sorprendentemente fuerte la universalidad, el carácter público y la gratuidad de los sistemas de educación y salud.
Mi explicación para eso es la siguiente: Junio de 2013 despertó una gran indignación transversal en la sociedad brasileña contra el sistema político y en defensa de los derechos sociales, a partir de las protestas por la reducción de la tarifa convocadas por el Movimiento Pase Libre (MPL). Esta indignación más amplia se quedó huérfana cuando el MPL, por cuestiones propias de su modo de hacer política, se recogió a su trabajo de base, dirigido a la movilidad urbana. Sin actores políticos a la izquierda que estuviesen organizados y desvinculados de partidos políticos, esa indignación fue asumida como causa por los nuevos grupos de derecha, que comenzaron a transformar el impulso anti-institucional en antipetismo y le atribuyeron la mala calidad de los servicios públicos a la corrupción. El paso siguiente, en el que trabajan ahora, es transformar la crítica a la corrupción en una crítica al tamaño del estado, para proponer como solución la deconstrucción de los servicios públicos.
Cava - Tengo discursos, rasgos e instintos de una cultura de izquierdas. Hoy vivo esta tradición como una limitación de mi poder de actuar. Me desconecta de la alteridad, me paraliza por el miedo. La multiplicidad de modos de vida en el mundo, hoy, no admite esa dicotomía entre “personas de derechas” o “personas de izquierdas”. Es artificial, forzada, y suele servir tan solo para hacer cordones sanitarios entre grupos y redes más amplios y transversales.
“La dicotomía entre izquierda y derecha es artificial y suele servir para hacer cordones sanitarios entre grupos y redes más amplios y transversales”
¿Cómo hablar de la izquierda y la derecha como estructurantes del mundo político después de Hungría 56 o de la Primavera de Praga 68? Tal vez funcionase en algún lugar del siglo XIX; pero hoy en día existen varios polos que no encajan bien ahí, como los derechos de las minorías, el ecologismo, la cultura digital, el pensamiento amerindio, etc.
Pero soy de una generación que ya no es la de la fundación PT, sino la del ciclo alterglobalización de Seattle y Génova, que tenía en el zapatismo una gran referencia, se informaba por el Centro de Medios Independientes (CMI) y militaba por la globalización de las luchas. Entonces, ya es una generación en éxodo con relación a las formas rígidas que la izquierda asume, ya sea en el movimiento estudiantil, en los sindicatos, en los movimientos sociales.
El ciclo de “ocupaciones” brasileñas, en el período de 2011-12, tuvo el efecto de demostrar que se fortalece una tendencia transformadora queno pasa por la izquierda. Al contrario, sus símbolos representan elementos indeseados: provisión de cargos públicos a correligionarios del Gobierno, viejos líderes, estructuras pesadas y centralizadas.
En 2013 este movimiento de éxodo se hizo masivo y generalizado: en Río tuvimos luchas por el transporte, la vivienda, la lucha contra la corrupción en las obras de la Copa del Mundo y en los pliegos de las líneas de autobús, contra la cura gay, la campaña "¿Dónde está Amarildo?", huelgas metropolitanas de profesores y barrenderos. Sin embargo, para una parte de la izquierda, es más importante proteger los símbolos que transformar el mundo.
De allá para acá, ser de izquierdas se ha convertido en una especie de estado civil, con cobros, obligaciones, certificados. En vez de quedarme estático, intento seguir las prolongaciones de la tendencia que he citado, que hoy aparece de forma esparcida. Es un tipo de soledad, pues no hay un lugar cómodo, sino que es compartida por muchos en la propia soledad, como un bloque del “nosotros solos”. En un juego de palabras con la canción de Los Hermanos, quiero decir con esto el bloque de los no representados, de los sin nombre, de aquel que está solo en el desierto, pero encuentra a otros solos. Y esos solos juntos forman un pueblo nómada. Un desierto es una producción: no de soledad, de aislamiento, sino de soledad activa, recomienzo, bandada.
3) ¿Qué está pasando con Brasil, visto desde este lugar? ¿Cuáles son los riesgos de este momento histórico? ¿Y cómo salir de este impasse?
Moysés - Estamos convirtiéndonos en un nuevo país: las varias autoimágenes brasileñas están disolviéndose. Desde abajo hacia arriba, en contraste con el imaginario del mestizaje, de la malicia y de la cordialidad. Y desde arriba hacia abajo, con el imaginario del coronelismo, del liderazgo paternal y del patrimonialismo. Los conflictos se establecen a nivel micro y macro, al mismo tiempo, y ponen a la sociedad en estado de hiperpolitización.
La democracia implementada desde la Constitución de 1988 transformó el país, con la estabilidad del Plan Real y la inclusión social del periodo lulista. Pero la etapa posterior aún está por escribir.
Contrariando sus ideas iniciales, el PT, cada vez más, se identifica con el imaginario típicamente laborista. Busca instaurar un estado de bienestar social en los moldes del capitalismo industrial nacionalista, que sirvió como base para su construcción europea. Pero este contexto, hoy en día, con el poder de presión del mercado financiero, la disolución de las fronteras culturales, la crisis migratoria y la universalidad de los problemas ecológicos, ya no está presente.
El gran riesgo, inherente a cualquier deconstrucción, es que este proceso se suspenda en nombre de un gesto de unificación forzada. La “antipolítica” que emergió en 2013, tanto a la derecha como a la izquierda, pero que está presente y visible en el mundo entero, se puede capitalizar de diversas formas, teniendo en común tan solo el rechazo en bloque de todo el sistema de mediación.
Desplazando el problema a la coyuntura, parece nítido que el agujero de la “corrupción” no se tapará solamente con “garantismo” (defensa de las garantías individuales y la legalidad en los procesos de persecución criminal). Para que la izquierda se rearticule, necesitará dar una respuesta a eso que no pase solo por cambios legales y más punitivismo. El propio punitivismo es una demanda que contempla la nostalgia por la cohesión social absoluta: su lucha “contra la impunidad” es una tentativa de restablecer los lazos sociales en estado de temblor, de buscar reafirmar la ley como elemento unificador.
Tal vez el oficialismo simplemente ya no sea capaz de dar esa respuesta, dado que está involucrado hasta los huesos en la defensa del proyecto actual. La reiterada defensa de Odebrecht por parte de Lula es significativa con relación a eso. Pero, sin duda, la izquierda, entendida como unaperspectiva de transformación social con justicia, necesitará una respuesta y un cambio estructural de este escenario y proyecto, para poder reposicionarse políticamente y despertar aquello que es esencial al vínculo con el Otro: la confianza.
“Para salir del impasse actual es necesario renunciar a las viejas identidades”
La transformación del país pasa, por lo tanto, por un nuevo pensamiento, un nuevo programa experimental y nuevas formas de organización. Salir del impasse actual de la crisis de las mediaciones demanda repensarlas de un modo radical: sin dogmas y renunciando a las viejas identidades, escapando de la polarización que heredamos del siglo XX y que ya no da abasto de la enorme cantidad de problemas que el siglo XXI ha pasado a presentar.
Torturra - Intentando resumir lo imposible, me parece que no solo el Gobierno, sino Brasil entero está sufriendo las consecuencias gravísimas de un autoengaño generalizado. Cada actor de esta crisis —de los ciudadanos a los partidos e instituciones— está viviendo una profunda negación de la autocrítica y de responsabilidades personales. Y buscando culpas en agentes del “otro polo”. El “corrupto” el “golpista”, el “indignado selectivo”, el “omiso”, es siempre el otro.
Esto explica un poco de la imprevisibilidad y de la escalada punitivista en el país. Y explica el propio proceso de destitución. Para mí, la deposición de Dilma no es un golpe, como muchos prefieren llamarla. Sino la culminación de esa saña, literalmente expiatoria. Que es librar de la culpa a todo un organismo político y social mediante la inmolación de un cuerpo en una plaza pública. Una sociedad ahogada en contradicciones, una prensa en su mayor parte cínica y un Congreso atascado en escándalos quieren hornear la pizza de la operación Lava Jato usando a la presidenta como leña.
El riesgo, en este momento, es altísimo. Y tal vez el guion del desarrollo de la crisis ya esté definido. Pero, en caso de que el proceso de destitución sea el gran “pacificador”, la irracionalidad saldrá victoriosa, confirmada y libre para capitalizar electoralmente. En el nombre de la unificación nacional, vamos a perder la oportunidad de discutir, programar y refundar el sistema de financiación electoral. Dado el enorme vacío de líderes nuevos y creíbles, los oportunistas y demagogos pueden ocupar este espacio muy pronto.
Mi tenue esperanza, en este momento, viene, precisamente, de creer que el enorme y poco reconocido campo de los desidentificados sea el más fértil del país. Que esta metástasis del cuerpo político pueda ser capaz de abrir camino para la profundización de nuestra propia idea de democracia, más allá del voto. ¿Cómo? No me arriesgo ni a ser objetivo aquí. Pero creo que los derechos humanos, la transparencia de los gastos, un respeto incondicional a los ecosistemas y una mayor permeabilidad del Estado a la participación ciudadana deben guiar cualquier nueva visión política del país. Por eso, mi único mantra, a estas alturas, es el siguiente: mantener las perspectivas más amplias que las expectativas. Es difícil, pero hoy en día prefiero el vértigo de la desidentificación al falso refugio de las banderas de siempre.
“Prefiero el vértigo de la desidentificación al falso refugio de las banderas de siempre”
Ortellado - Por una parte, la cuestión de la destitución está ofuscando cuestiones más sustantivas, relativas a la pérdida de derechos sociales,que los dos grupos políticos en disputa están promoviendo, con un énfasis diferente. Por otra parte, una destitución ahora sin duda tendrá grandes repercusiones en el futuro cercano. Las pedaladas, que no son nada más que una maniobra contable, son un pretexto ridículo para remover a una presidenta que ha perdido la popularidad y el apoyo político en el Congreso. En esta clave, impedir a la presidenta ahora es un recurso abusivo y peligroso, porque la destitución no es un recall, una votación en medio del mandato por la permanencia o no del mandatario. Aunque el proceso sea legal e institucional, banaliza un instrumento que debería utilizarse de modo excepcional. Sin embargo, si algunos de los indicios averiguados por la operación Lava Jato se confirman —por ejemplo, las acusaciones hechas por el senador Delcídio do Amaral—, entonces sí tendremos motivos para un proceso de destitución. Pero todavía no hemos llegado a ese punto.
Independientemente de todo esto, lo que estamos viendo ahora es un ataque a los derechos sociales. Comenzó con la limitación del seguro de desempleo, pasó por recortes importantes en los gastos sociales y camina rápidamente hacia recortes en las pensiones. Sea quien sea que gane la disputa, probablemente tendremos una reducción de los derechos. Por eso, la cuestión más importante ahora es fortalecer a los movimientos sociales, principalmente a aquellos que actúan por fuera del sistema político. Consolidar a los movimientos sociales que están fuera del modelo del PT de fusión entre partido y movimiento.
“Sea quien sea que gane la disputa, probablemente tendremos reducción de los derechos”
El PT no es un partido socialdemócrata tradicional, como el Partido Socialdemócrata alemán o el Partido Laborista inglés. En el modelosocialdemócrata europeo, el partido intenta controlar y guiar a los movimientos, desde fuera, mediante la oferta de una planificación política a largo plazo. El PT es lo contrario de eso: es un partido construido en gran medida por la base, a partir de la convergencia de casi todos los movimientos sociales activos a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980. Esto generó un modelo de participación y colaboración entre la sociedad civil y el estado, que vemos tanto en la participación de movimientos en la dirección del partido como en instrumentos institucionales de participación en el estado, tales como las conferencias, los consejos y las audiencias públicas.
A partir de las décadas de 1990 y 2000, este modelo, que se convirtió en dominante, empieza a ser rechazado por los nuevos movimientos sociales construidos por los más jóvenes. Este proceso de construcción —que vemos en el Movimiento Pase Libre, en el movimiento de los estudiantes de secundaria, en el nuevo movimiento feminista, en los movimientos contra la violencia policial en los suburbios, entre muchos otros— es el que tiene que madurar, para que podamos inaugurar una nueva etapa en la izquierda brasileña, en la que la sociedad civil presione al estado por más derechos desde fuera.
Cava – Gramsci decía que la crisis es cuando lo viejo ya ha muerto y lo nuevo aún no ha podido nacer, intervalo durante el cual se producen las más diversas expresiones mórbidas. El problema es que ninguna de las posiciones que están sobre la colina dejan el sol nacer, lo que está llevando al país —y al mundo— al punto del paroxismo. El mayor riesgo es quitarles la elección a las personas. Es el chantaje en tono policial de que uno tiene que elegir un lado, si no... Es necesario desconfiar de cualquier campo de posibilidades en el que uno no tenga elección, y, ante eso, elegir la elección.
Cuando se afirma que hay pocas elecciones, o un estrechamiento hacia tan solo dos, “todo” o “nada”, sería interesante desplazar esa afirmación: ¿Qué tipo de agencia puedo yo —y cada yo son muchos, muchas redes— construir así? Si enmarcamos la intensa movilización social en el Brasil de 2016 como una dicotomía, ¿no cancelamos cualquier posibilidad de agencia?
Por ejemplo, el 18 de marzo, en São Paulo, donde estuve, el PT puso a girar toda su estructura en la capital y ciudades vecinas, aglutinó a todas las fuerzas sindicales, las de las juventudes, las de los movimientos sociales y contó con el refuerzo de las personas vinculadas a la oposición de izquierdas, y, de sobremanera, de la universidad. El problema es que, a medida que el acto iba evolucionando, se verticalizaba sucesivamente en consignas, hasta alcanzar el clímax, que fue el discurso de Lula. Toda la organización se produjo de modo arborescente, casi un zigurat, para que Lula hablase. Lula sale de allí y va a negociar con los caciques del PMDB, como venía haciendo el año pasado, con el poder de cambalache ofrecido por el presupuesto del Gobierno.
Fue una capitalización política en la que los participantes tuvieron poca o ninguna agencia. O, peor, se agenciaron para favorecer no lo que querían, el “giro a la izquierda”, sino el blindaje del sistema político al único vector que consiguió pasar por la brecha de Junio de 2013, la Lava Jato, que es, para su deleite y drama, una operación policial. La apertura de las hojas de cálculo de las obras y campañas está apenas comprobando aquello de lo que ya desconfiábamos: cómo en términos de financiación política y compromisos ocultos los principales partidos no difieren en nada. En esta crisis de destrucción, si la Lava Jato está jugando el papel de Glasnost de una gobernabilidad desarrollista, el desastre ambiental en Mariana fue su Chernobyl.
En las jornadas de junio de 2013, los colectivos por el pase libre pusieron en tela de juicio las hojas de cálculo del transporte público municipal, para examinar los negocios y descubrir los “secretos del oficio”. Además de los obstáculos planteados por la represión, se enfrentaban a una contabilidad paralela, donde se enredaban acuerdos empresariales y político-electorales. Hoy, tres años después, la Lava Jato está abriendo de par en par las cajas negras de la gobernabilidad, relativas a las grandes obras, los contratos públicos, los proyectos urbanos.
Podemos llevar más allá este cuestionamiento. Esta, dicho sea de paso, no fue solo una de las demandas de junio, sino también de una reciente movilización a favor de una constituyente por una reforma política, centrada en la financiación electoral, pero paralizada con la excusa de la ausencia de una “correlación de fuerzas”. Hoy en día, ¿esa correlación no ha cambiado para favorecer los cambios?
Spinoza decía, sobre la servidumbre voluntaria, que no se puede engañar al deseo. Uno puede frustrar el interés, no el deseo. Sería interesantepreguntar, entonces, por cuál mecanismo se lleva a uno a luchar por su propia frustración, por su propio fracaso. De ahí tantas lecturas “existencialistas” —signo de interiorización de una crisis en la que no se encuentra agencia— que van a hablar de la angustia, de la desesperación, etc. Claro que, el 18 de marzo, escuché numerosos relatos acerca de esto, había márgenes, líneas de fuga, grupos desplazados con respecto a la verticalización. Dentro de la masa roja había jaurías.
Pero esto pasa precisamente por no dejarse subjetivar por un lado como contraposición al otro, y buscar el tercer margen, la segunda vía, en términos de potencia de actuar. Esto no significa no actuar o no decidir. Solo creo en refugiarme cuando tiene un sentido táctico, como quien se tira al suelo para escapar de una bomba, pero luego se levanta y hace algo.
Sí que es necesario actuar, hablar, estar en las calles, debatir en las redes, ver líneas minoritarias en medio de los macrobloques que exigen cohesión. Existe una gran energía suelta, que busca emerger desde las jornadas de junio de 2013, que la polarización partidista viene violando de manera ortopédica. Ocurrió algo semejante en la Argentina de 2001, que culminó en el movimiento de las caceroladas y los piquetes al grito de “que se vayan todos”. Sin respuestas a la altura por parte del sistema político-representativo, la indignación va a hacer un strike, como en los bolos.
La crisis es un momento en el que tenemos la oportunidad de vivir intensamente nuestro tiempo histórico. En el que el futuro es una incógnita, en el que podemos contribuir, en un sentido o en otro, a materializar este futuro aquí y ahora. Querer salir del impasse ya es, en cierta medida, negarlo.Como si hubiese una salida a mano, un “¡Ábrete, sésamo!” La izquierda, cuando habla de una “salida por la izquierda”, recuerda al Barón de Münchhausen: para salir del atolladero, decidió tirar de sus propios pelos. Se arrancará algunos, pero no saldrá.
No tengo la respuesta a “cómo hacer”, en sentido estricto. No va a salir de un discurso o un análisis individual. En realidad, solo puede desplegarse a partir de un campo de relaciones, redes y agenciamientos en los que cada uno ya participa, aunque esto signifique divorciarse de algunos de ellos, porque las crisis también son momentos de reconfiguración. Bastante gente vivió así Junio de 2013: como un tiempo que urge.
Tenemos que asumir el impasse como potencia. No hay cómo salir, hay que entrar en él.
Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.
Sitio web: desacontecimentos.comEmail:elianebrum.coluna@gmail.comTwitter:brumelianebrum
Traducción de Óscar Curros
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