Heinrich August Winkler, historiador: “Hoy vivimos la ruptura más profunda en la historia desde la caída del Muro”

El intelectual alemán, que ha recorrido en su obra el pasado y el presente de su país, dice ante las elecciones al Bundestag que AfD es el adversario más peligroso para la democracia

Heinrich August Winkler, en el centro de arte Haus am Waldsee, en Berlín, en septiembre de 2023Julia Steinigeweg (Agentur Focus)

El historiador Heinrich August Winkler tenía seis años cuando terminó la II Guerra Mundial. Vivía en Württemberg, lejos de la Prusia Oriental natal, y sus recuerdos son vívidos. “Todavía veo ante mí la llegada de las tropas americanas”, dice. “Mi familia vivió como una liberación el fin del régimen de Hitler. Era una familia conservadora, pero en mi entorno había una conciencia muy precisa de que era un régimen criminal. Y con esta conciencia viví el fin de la guerra”.

El Este. El Oeste. La ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El historiador Heinrich August Winkler tenía seis años cuando terminó la II Guerra Mundial. Vivía en Württemberg, lejos de la Prusia Oriental natal, y sus recuerdos son vívidos. “Todavía veo ante mí la llegada de las tropas americanas”, dice. “Mi familia vivió como una liberación el fin del régimen de Hitler. Era una familia conservadora, pero en mi entorno había una conciencia muy precisa de que era un régimen criminal. Y con esta conciencia viví el fin de la guerra”.

El Este. El Oeste. La anomalía alemana. Todo lo que ocuparía la vida y los libros de Winkler (86 años, Königsberg, hoy la ciudad rusa de Kaliningrado) ya estaba en este instante de su infancia. Posiblemente se dio cuenta entonces de que hay momentos en los que giran los goznes de la historia. Uno fue 1945. Otro, 1989 y 1990: los años de la caída del muro de Berlín, la reunificación y el fin de la Guerra Fría. Es posible que este invierno de 2025 —el regreso de Donald Trump al poder, los ataques a la democracia europea y el apoyo a la extrema derecha alemana— sea otro de esos momentos en los que todo cambia.

Es una extraña coincidencia que esta fecha concurra en el 25º aniversario de la publicación de Der lange Weg nach Westen (el largo camino hacia Occidente, sin traducir al español), seguramente el libro de historia más importante desde la reunificación en Alemania. Explica cómo Alemania llegó a ser la democracia occidental en paz con sus vecinos y consigo misma después de un camino tortuoso y, a veces, criminal. El profesor emérito de la Universidad Humboldt de Berlín, en vísperas de las elecciones alemanas que se celebran este domingo, conversa largamente con Ideas en varias llamadas telefónicas e intercambios de correos.

Pregunta. En su Historia de Occidente habla de “algo que mantiene a Occidente unido en su núcleo”, y es lo que usted denomina “el proyecto normativo de 1776 y 1789″. Se refiere a las revoluciones americana y francesa. Con Donald Trump en Washington y los nacionalistas y populistas que ya gobiernan en Europa o crecen con fuerza, y EE UU apoyando a estos partidos y cuestionando las democracias europeas, ¿diría que Occidente todavía puede mantenerse unido?

Respuesta. Lo que mantiene Occidente, para decirlo al modo de Goethe, “unido en su núcleo”, son los logros políticos de la Ilustración, y lo que une a ambas revoluciones atlánticas de finales del siglo XVIII, la americana de 1776 y la francesa de 1789: los derechos humanos inalienables, el Estado de derecho, la separación de poderes, la soberanía popular y la democracia representativa. Este proyecto normativo de Occidente, con Trump, ya no tiene un defensor en la Casa Blanca. En esta situación, el futuro de Occidente depende de que el resto de las democracias liberales cooperen entre ellas tanto como sea posible.

P. ¿Qué significa, históricamente, lo ocurrido estos días con el discurso del vicepresidente de EE UU, J. D. Vance, cuestionando la democracia en Europa, o los contactos de Donald Trump con Vladímir Putin sobre Ucrania?

R. Vance ha hecho constar en acta lo que cabe esperar de la segunda presidencia de Trump y que ya ha comenzado: un proceso de revocación de lo que llamamos el orden basado en las normas y, en un sentido estricto del término, la comunidad de valores transatlántica u occidental. Vivimos actualmente la ruptura más profunda en la historia desde la de 1989 a 1991. Trump se despide, en nombre de Estados Unidos, del orden tricontinental de la posguerra fría al que da forma la Carta de París de noviembre de 1990, que garantiza a todos los miembros de la entonces CSCE, ahora OSCE [Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa], el derecho a la soberanía nacional, la integridad territorial y la libre elección de alianza. Trump da así el mismo paso que dio Putin en 2014 con la anexión de Crimea, contraria al derecho internacional, y con el inicio de la guerra híbrida en el este de Ucrania. A la vista de esta convergencia entre dos grandes potencias bajo el signo de una visión autoritaria e imperialista del mundo, corresponde al resto de democracias occidentales unirse lo más estrechamente posible a fin de preservar y desarrollar los logros de la Ilustración política. Los miembros de la OTAN en Europa, pertenezcan o no a la Unión Europea, y Canadá se enfrentan a un reto especial. Deben contrarrestar, al mismo tiempo, las fuerzas extremistas en sus propios países, que aspiran a una reorganización autoritaria de la sociedad. Si las fuerzas liberales del Occidente global, en un sentido amplio del término, actúan de esta manera, ayudarán al mismo tiempo a los opositores del trumpismo en Estados Unidos en su combate contra el curso fatal en política interior y exterior de la actual Administración.

Winkler es un monumento en Alemania. Se le escucha; se le discute también. Sus obras no se han publicado en castellano. Ni los dos volúmenes de El largo camino hacia Occidente, obra de la que este año saldrá una nueva edición conmemorativa. Ni los cuatro de Historia de Occidente. Ni otros más breves y divulgativos como Para siempre bajo la sombra de Hitler o Cómo nos convertimos en lo que somos. En verano prevé publicar Por qué aconteció así. Memorias de un historiador.

He aquí un intelectual que se enfrenta a la cuestión esencial de la historia de Alemania: el Sonderweg, la vía específica o particular alemana; la de un país que llega tarde a todo: al Estado nación, en 1871; y a la democracia, tras la Primera Guerra Mundial. Y en ambos casos, la experiencia resultará fallida y las consecuencias serán catastróficas. Solo en 1990, con la reunificación, la “cuestión alemana” quedará cerrada con una Alemania unida, democrática y anclada en Occidente y alejada de toda tentación iliberal u oriental. ¿Fin de la historia?

Alice Weidel, líder del partido de extrema derecha alemán AfD, llega a un plató televisivo para participar en un debate con el resto de candidatos a las elecciones de este domingo, el pasado 17 de febrero, en Berlín.RALF HIRSCHBERGER (AFP / GETTY IMAGES)

P. En la Breve historia de los alemanes se pregunta: ¿está Alemania de nuevo en un Sonderweg? El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) podría obtener hoy el 20% de los votos. En el este, AfD y la populista de izquierdas Sahra Wagenknecht obtuvieron en las recientes elecciones regionales más del 40% del escrutinio. Vistos estos resultados, ¿en qué punto se encuentra hoy Alemania en su largo camino hacia Occidente? ¿Se ha detenido este camino?

R. En los años posteriores a 1945, Alemania no quedó dividida solo en dos Estados. Se desarrollaron dos culturas políticas radicalmente distintas. Solamente en las zonas de ocupación occidentales, lo que después sería la República Federal, fue posible lograr, gradualmente, una apertura incondicional hacia la cultura de Occidente. Jürgen Habermas lo describió en 1986 como el mayor éxito intelectual de la sociedad alemana de la posguerra. Los alemanes de la zona de ocupación soviética no tuvieron esta suerte. Tuvieron que esperar hasta la revolución pacífica de 1989 hasta poder abrirse en libertad a la cultura política de Occidente. Bajo la cobertura del antifascismo oficial, en parte de la sociedad germano-oriental pervivían viejos prejuicios nacionalistas alemanes y antioccidentales. Allí no hubo las controversias liberales sobre el legado autoritario del Reich, sobre la decisiva complicidad alemana en el estallido de la Primera Guerra Mundial y sobre las causas profundas del fracaso de la primera democracia alemana, la de la República de Weimar. El Holocausto quedó excluido de la cultura de la memoria de la República Democrática Alemana, porque no encajaba con el antisionismo de los países del bloque oriental y las vulgares fórmulas marxistas habituales no permitían explicarlo. Las tradiciones del pensamiento nacionalista perviven hoy en la Alemania del Este y se reflejan especialmente en un porcentaje de voto especialmente alto para AfD. Esto también tiene que ver con el hecho de que el trabajo educativo, político e histórico fue lamentablemente descuidado después de 1990. El largo camino hacia Occidente está lejos de haber terminado. A ello se añade la crisis general de la democracia occidental, con el ascenso de los populistas nacionalistas. Por eso no hablaría en términos generales de un nuevo Sonderweg.

El historiador es reacio a pronunciarse sobre la campaña electoral, aunque ha tenido un papel secundario, pero significativo en ella. En un artículo en el semanario Der Spiegel, criticó las posiciones del Partido Socialdemócrata (SPD) —que es el suyo—, sobre la política de inmigración y asilo. El artículo mereció los elogios del candidato democristiano Friedrich Merz durante un debate televisivo con el canciller socialdemócrata, Olaf Scholz, y provocó incomodidad entre los socialdemócratas. Merz, unos días antes, había impulsado varias iniciativas parlamentarias para reducir la inmigración irregular y la entrada de demandantes de asilo, y había recibido los votos de la extrema derecha de AfD.

P. Usted milita en el partido socialdemócrata, pero ha criticado tanto la posición del canciller Olaf Scholz sobre Ucrania, como su postura en el debate sobre migración. ¿En qué medida son decisivas estas elecciones para Alemania y Europa?

R. Pertenezco al SPD desde 1962, hace más de seis décadas. En este tiempo he criticado repetidamente a este partido, especialmente desde los años ochenta, debido a su política respecto a los Estados de Europa central y oriental y sus movimientos de libertad, respecto a la Unión Soviética y, después de la reunificación, respecto a Rusia. El miedo a que continúe la inmigración masiva irregular y a que se siga abusando del derecho de asilo es la principal razón del crecimiento de la AfD desde 2015, es decir, durante la era Merkel. El resultado de las elecciones al Bundestag de este domingo determinará si el nuevo Gobierno federal logra quitarle viento a las velas de este partido, en parte de extrema derecha, adoptando una política de asilo realista. Un éxito así tendría también repercusiones positivas en la Unión Europea.

P. ¿No cree que se ha roto un tabú o se ha sentado un precedente cuando un partido democrático como la CDU/CSU vota junto a la AfD sobre inmigración y esta lo celebra como una victoria?

R. En mi artículo en Der Spiegel critiqué el hecho de que la CDU/CSU buscara una demostración de fuerza en el Bundestag, aunque tuviera que contar con el hecho de que solo se podría ganar la mayoría con los votos de la AfD en las votaciones correspondientes. Esto ha tensado innecesariamente la relación de la CDU/CSU con los dos posibles socios de coalición en el nuevo Bundestag, el SPD o, lo que es menos probable, los Verdes. A largo plazo, sin embargo, los partidos demócratas no deben dejar en manos de la derecha radical la determinación de lo que está “bien” y lo que está “mal”, renunciando a presentar leyes que juzguen como necesarias. Esto paraliza políticamente a los demócratas y solo beneficia a la AfD.

P. En el último capítulo de El largo camino hacia Occidente usted escribe: “Alemania [en 1990] era un Estado nacional postclásico entre otros, firmemente integrado en la Alianza Atlántica y en la Comunidad Europea, la naciente Unión Europea…”. ¿No podría argumentarse que la situación actual —fuertes derechas extremas en el Parlamento, polarización, gobiernos débiles— es también una especie de normalidad? ¿Que Alemania tiene los mismos problemas que otros países occidentales? Y ¿puede Alemania ser normal?

R. El éxito electoral de la AfD debe verse en un contexto general europeo. De hecho, del conjunto de Occidente. La división Este-Oeste en la popularidad de este partido dentro de Alemania, por otra parte, tiene razones específicamente alemanas, que acabamos de discutir. La “normalización” de Alemania tiene un límite que no debe traspasarse. El régimen nacionalsocialista, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial y fue responsable del asesinato de la mayoría de los judíos europeos, sigue siendo históricamente singular. Relativizar esta experiencia, como hace la AfD, es un ataque a la cultura política alemana. Esto es precisamente lo que convierte a este partido en el adversario más peligroso de la democracia occidental en la República Federal de Alemania y, de hecho, en el conjunto de la Unión Europea.


Sobre la firma

Más información

Archivado En