La década de las tres rupturas

El marxismo, la OTAN y la relación con UGT transformaron el socialismo español

UGT celebra su centenario, el 18 de abril de 1988. Nicolás Redondo, su secretario general, junto a Felipe González.Quim Llenas (Cover/Getty Images)

Grandes encrucijadas transforman la naturaleza de las formaciones políticas. En una de ellas se encuentran ahora los socialistas franceses, en riesgo de desaparición (después de su refundación a finales de los años sesenta), de división y de pérdida de su alma socialdemócrata. Al unirse a la plataforma de izquierdas que lidera Francia Insumisa, el partido de Jacques Delors y François Mitterrand la fortalece y, además, puede apu...

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Grandes encrucijadas transforman la naturaleza de las formaciones políticas. En una de ellas se encuentran ahora los socialistas franceses, en riesgo de desaparición (después de su refundación a finales de los años sesenta), de división y de pérdida de su alma socialdemócrata. Al unirse a la plataforma de izquierdas que lidera Francia Insumisa, el partido de Jacques Delors y François Mitterrand la fortalece y, además, puede apuntalarse y ganar presencia parlamentaria, aunque el precio será desdibujar su esencia europeísta, el corazón de su proyecto histórico.

De este tipo de metamorfosis sabe el socialismo español. En la década que va entre 1979 y 1988 tres rupturas alteraron para siempre sus señas de identidad. Las tres tuvieron lugar bajo el liderazgo de Felipe González, como secretario general del PSOE y luego como presidente del Gobierno: el abandono del marxismo, la permanencia en la OTAN y la autonomía respecto al sindicato hermano, la UGT.

1979 fue un año muy movido para los socialistas. En marzo hubo elecciones generales, las segundas desde la muerte de Franco, y el PSOE no pasó de ser el principal partido de la oposición. Dos meses después celebra su XXVIII Congreso, en el que los delegados rechazan la iniciativa de González de abandonar estatutariamente la definición del partido como “marxista”. Éste dimite de la secretaría general y el partido queda en manos de una gestora. Apenas un trimestre después, en un Congreso extraordinario, Felipe volverá en loor de multitudes y se abandonará el marxismo como ideología oficial. Delante de miles de delegados y militantes Felipe lanzará su célebre aserto: “¡Compañeros, hay que ser antes socialistas que marxistas!”. En los actuales estatutos del partido no hay ni una gota de marxismo: el PSOE se define a sí mismo como europeísta, feminista, ecologista, instrumento para la participación política que representa a la clase trabajadora y a los hombres y mujeres que luchan contra todo tipo de explotación.

Tres años después, en 1982, España ingresa en la OTAN de la mano de Leopoldo Calvo Sotelo. Convocadas elecciones generales, los socialistas llevan en su programa una promesa fuerte: someter a referéndum la permanencia de nuestro país en la Alianza Atlántica, con su voto negativo. La posición socialista era inequívoca. En noviembre de 1981 se celebra en la campa de la Ciudad Universitaria de Madrid una gigantesca concentración de centenares de miles de personas bajo el lema “Contra el ingreso en la OTAN, por la paz, el desarme y la libertad”, en la que el orador principal, Felipe González, gritó ante la multitud: “¿Qué dirán los aliados de las OTAN ante medio millón de personas que dicen en Madrid que no quieren ingresar en la Alianza?”.

Pero nada más llegar a la Moncloa comienza el giro. En 1986, el Gobierno socialista convoca el referéndum prometido, pero defiende la permanencia de España en la OTAN. Participa sólo el 59% del censo, gana el “sí” con un 52% de los votos, y los partidarios de la salida son casi un 40% (mayoritarios en comunidades como Cataluña y el País Vasco). Aquella contorsión en carne viva dejó muchas heridas abiertas, que quizá expliquen todavía hoy la renuencia de parte de la ciudadanía ante la presencia de la OTAN en la guerra de Ucrania. Muchos votantes socialistas de entonces no acudieron a las urnas, y los que votaron a favor lo hicieron con desgana y decepción.

En 1987, los dos máximos representantes del sindicalismo en las filas parlamentarias socialistas, Nicolás Redondo y Antón Saracíbar, devolvieron su acta de diputados en desacuerdo con la política económica social-liberal del ministro de Economía, Carlos Solchaga, avalado por Felipe González. La ruptura entre el partido y el sindicato hermano, y la autonomía de ambas partes, se corrobora en la huelga general del 14 de diciembre de 1988, la más masiva de la historia de España. Desde entonces apenas se hablará de la UGT como correa de transmisión del partido.

El PSOE que heredaron Joaquín Almunia, Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez no revertió las decisiones tomadas. Precedentes para el socialismo francés.

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