El pensador Edgar Morin reflexiona, desde sus 100 años, sobre la guerra en Ucrania: “Me acuerdo de la angustia que sentí durante la crisis de los misiles”

El intelectual francés se interroga sobre los límites en la intervención extranjera en un conflicto. Y aboga por una Ucrania neutra y federal

Varias personas en un refugio en Mariupol, Ucrania, el domingo 6 de marzo.Evgeniy Maloletka (AP)

Mientras escribo estas líneas, me acuerdo de la angustia que sentí en 1962, durante la crisis de los misiles rusos en Cuba. Me encontraba hospitalizado en Nueva York y mi amigo Stanley Plastrick me decía todos los días que Nueva York corría peligro de acabar destruida por una bomba atómica. Entonces llegó un acuerdo, in extremis, y Jruschov retiró sus misiles.

Hoy, aunque sea d...

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Mientras escribo estas líneas, me acuerdo de la angustia que sentí en 1962, durante la crisis de los misiles rusos en Cuba. Me encontraba hospitalizado en Nueva York y mi amigo Stanley Plastrick me decía todos los días que Nueva York corría peligro de acabar destruida por una bomba atómica. Entonces llegó un acuerdo, in extremis, y Jruschov retiró sus misiles.

Hoy, aunque sea de otra manera, veo que volvemos a estar al borde del abismo y en una incertidumbre absoluta sobre el futuro.

Lo sencillo y lo complejo

Vamos a intentar aclarar la situación, algo que es sencillo y a la vez complejo. La sencillez consiste en que hay un agresor y un agredido, el agresor es una gran potencia y el agredido una nación pacífica. La complejidad consiste en que el problema de Ucrania no solo es trágico y devastador, sino que tiene numerosas consecuencias entrelazadas y muchas incógnitas.

Después, vamos a intentar pensar en una posible solución pacífica que, para Ucrania, no signifique la paz de los cementerios.

Recordemos que a finales del siglo XVIII se repartieron Ucrania entre Polonia (que, a su vez, estaba dividida), el imperio ruso y el imperio austriaco. El país se independizó durante las guerras posteriores a la Revolución de 1917, pero en 1920 cayó derrotado y se integró en la Unión Soviética. Sus campesinos sufrieron la más cruel transformación en koljós (granjas colectivas) y fueron víctimas de la gran hambruna de 1931. Por un instante, algunos ucranios pensaron que la Wehrmacht iba a liberarlos; en 1941, el independentista Bandera empezó a colaborar con los nazis y proclamó una república pseudoindependiente bajo la ocupación alemana. Pero la población tuvo una participación activa en la resistencia contra el nazismo.

Fue durante la descomposición de la URSS cuando Ucrania y Bielorrusia lograron independizarse con la aprobación de Rusia, que entonces gobernaba Yeltsin.

La situación en Ucrania se deterioró en paralelo con el empeoramiento de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos.

Ucrania es importante para Rusia y Estados Unidos, no solo desde el punto de vista geopolítico, sino también desde el económico.

Es el país europeo con las mayores reservas de uranio y el segundo en cuanto a las reservas de titanio, manganeso, hierro y mercurio. Posee la mayor superficie de tierra cultivable de Europa y el 25% de las tierras negras del mundo, y produce y exporta cebada, maíz y otros productos agrícolas.

Después de una revolución democrática, Ucrania empezó a sufrir más presiones de Rusia. En 2014 pidió el ingreso en la Unión Europea. Entonces, Putin se anexionó Crimea y fomentó la sublevación y posterior autonomía de la región rusohablante del Donbás. Hay que reconocer que Crimea es una provincia tártara rusificada, nunca ucrania. Y que para mantener el Donbás dentro de Ucrania sería necesaria una solución federal. Para justificar su intervención, Putin proclamó el 18 de marzo de 2014: “Nos mintieron repetidamente, tomaron decisiones a nuestras espaldas, nos presentaron unos hechos consumados. Fue lo que ocurrió con la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este y con el despliegue de infraestructuras militares en nuestras fronteras”.

En realidad, ya había comenzado una guerra en el Donbás a pesar de los acuerdos de Minsk.

En un artículo publicado en Le Monde el 3 de mayo de 2014, predije el peligro: “Por desgracia, la impotencia de Occidente, en lo que respecta a Europa, no es solo militar, ni solo de falta de voluntad. Es una incapacidad de pensamiento político, de pensamiento en general. Sería deseable que Hollande, Fabius y Manuel Valls tomaran conciencia de que los peligros aumentan de forma implacable y propusieran el único plan de paz coherente, el de una Ucrania federal que sea el vínculo entre Occidente y Oriente. Ya ha pasado el momento de buscar la mejor solución, ahora se trata de evitar lo peor”.

Desde 2014, el proceso infernal de retroalimentación de los conflictos entre Este y Oeste no ha dejado de agravarse, hasta que ha ocurrido lo peor, en febrero de 2022.

La espiral fatídica

Este proceso se ha desencadenado tanto por el creciente deseo de Putin de incorporar la parte eslava del imperio ruso a su órbita como por la ampliación simultánea de la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Más en general, la causa fundamental es el aumento de los conflictos de intereses entre las dos superpotencias tras el periodo de entendimiento entre Bush y Putin a partir de 2001.

En todo este tiempo se sucedieron la reconstrucción de Rusia como superpotencia militar, el establecimiento de sus zonas de influencia en Siria y África, la sangrienta reincorporación de Chechenia mediante dos guerras (1994-1996 y 1999-2001), la intervención militar en Georgia (2008) y la presión creciente sobre Ucrania. Mientras tanto se produjo la segunda invasión estadounidense de Irak en 2003, sin la autorización de la ONU y de consecuencias catastróficas para todo Oriente Próximo, seguida de guerras internas al menos hasta 2009 y la invasión de Libia en 2011. Y, por si fuera poco, Estados Unidos estuvo inmerso en una guerra en Afganistán de 2001 a 2021.

Aunque, en 1991, el presidente estadounidense había prometido verbalmente a Gorbachov que la OTAN no se ampliaría hasta incluir a las antiguas democracias populares, la OTAN aceptó en 1999 la solicitud de ingreso de Polonia, la República Checa y Hungría, para continuar con las repúblicas bálticas, Rumania, Eslovenia, Albania y Croacia (2004), con lo que, de hecho, creó un cerco alrededor de Rusia (con dos agujeros, Georgia y Ucrania). A las autoridades del Kremlin, este cerco “objetivo” les trajo a la memoria el cerco establecido por los países capitalistas en torno a la URSS durante el periodo de entreguerras y la contención de la Guerra Fría.

Esa es la causa subjetiva de la mentalidad de asedio de Putin y del endurecimiento de su régimen autoritario.

Con el pretexto de la guerra contra Afganistán, Estados Unidos instaló bases militares en las antiguas repúblicas soviéticas meridionales —Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán—, con lo que prolongó el cerco en Siberia.

No se puede ocultar el papel que ha desempeñado la ascendente rivalidad entre dos superpotencias dispuestas a ampliar o salvaguardar su área de influencia y el cerco de la OTAN.

Los dos hechos significativos son que, desde la retirada de Afganistán, Estados Unidos está decidido a evitar cualquier guerra lejana y que el Gobierno ucranio aspira a que lo protejan la UE y la OTAN.

Ahora bien, debemos tener en cuenta que Vladímir Putin tiene una sensación cada vez más fuerte de que lo que se le consiente a Estados Unidos, en particular la injerencia militar en países soberanos, se condena cuando lo hace Rusia. No tolerará que Ucrania pase a formar parte de Occidente. Sabe que, invadida Ucrania, Estados Unidos no intervendrá militarmente. Sin querer jugar a la psicología, puedo imaginar la evolución de este espíritu autoritario, que considera que las democracias occidentales son decadentes, que endurece cada vez más su régimen militar-policial en Rusia, que en 2001 creyó durante un tiempo, por su compenetración con Bush, que Estados Unidos trataría a su gran país con dignidad. Suele ocultar el hecho de que sus guerras en Chechenia y sus intervenciones en Georgia y en Ucrania en 2014 pusieron en alerta a Estados Unidos y Europa.

Putin, al principio cauteloso y astuto, se volvió audaz en 2014 y ahora actúa impulsado por una cólera terrible.

También hay que tener en cuenta que en febrero de 2022, mientras las tropas rusas se concentraban en la frontera de Ucrania, Biden pronunció un discurso inflexible, aunque incluía una frase breve pero crucial: “No entraremos en guerra”, unas palabras legítimas que, sin embargo, descolocaron a Estados Unidos en el equilibrio de poder. Y de la misma manera, ningún pueblo, ningún Gobierno de Europa se ha propuesto ir a la guerra por la Ucrania invadida, a pesar de los constantes llamamientos del presidente Zelenski y de los múltiples intentos que ha hecho Macron de negociar con Putin.

La dificultad de hacer la guerra a la guerra

No cabe duda de que la heroica resistencia del presidente Zelenski, su Gobierno y el pueblo ucranio han sorprendido a Putin tanto como han despertado nuestra admiración. Incluso ha hecho que Putin abandone la gran mentira de la desnazificación: ahora habla de los nacionalistas ucranios. Desde luego, ha contribuido a unir la Ucrania democrática y nacional.

La guerra de Putin también está uniendo a Europa en su denuncia y su reacción, al menos por ahora. Occidente está intentando hacer todo menos lo esencial: entrar en guerra, lo que supondría una catástrofe general que sumiría a Ucrania, Europa y Estados Unidos en una nueva y aterradora guerra mundial. Por eso se empezó por una respuesta solo económica, con sanciones múltiples y generalizadas (a mí, personalmente, me causan tremenda repugnancia las sanciones contra la cultura, la música, el teatro y las artes). Después se añadió la ayuda económica a Ucrania, seguida del suministro de material militar y la organización de la acogida de refugiados. Luego llegó la formación de una legión de voluntarios para luchar sobre el terreno. Una de las características de la tragedia es que no podemos permitirnos la debilidad ni la fuerza y nos vemos obligados a navegar entre ambas de forma incierta.

Dicho esto, no olvidemos que las sanciones también afectan a quienes las ejecutan. Es decir, que Europa va a correr el riesgo de sufrir escasez de gas y otros productos.

La guerra económica sería eficaz a largo plazo, pero para entonces Ucrania ya habría caído devorada. Podría tener serias repercusiones en Rusia, empobrecer a la población, provocar una oleada de oposición (las noticias verídicas están llegando ya a las ciudades rusas por innumerables canales privados) y reforzar o tumbar el poder autoritario de Putin.

“La solución de compromiso aceptable para todos sería una Ucrania neutral y federal. En la actualidad es imposible”

¿Dónde está el límite entre la guerra económica, la ayuda en forma de armas y voluntarios y la guerra propiamente dicha?

Los bombardeos, las ruinas, las muertes y el éxodo que golpeaban a Siria, Irak, Libia y Afganistán, tan lejos de nosotros, están ahora delante de nuestra puerta.

Aquí entra la amenaza que ha hecho repetidamente Putin de un arma imparable contra quienes ataquen a Rusia: “Acabaréis todos arrasados”. ¿Será capaz, en un arrebato de ira, de pasar a la acción? Pase lo que pase, la deriva hacia una guerra que superaría en horror a los dos conflictos mundiales anteriores no es una imposibilidad.

En el momento de escribir estas palabras, Kiev no ha caído.

Macron ha hecho un nuevo y valiente esfuerzo con Putin, sin resultado.

Todo es imprevisible, todo es peligroso.

La solución de compromiso aceptable para todos sería una Ucrania neutral y federal, dada su diversidad étnica y religiosa. En la actualidad, eso es imposible.

Una resolución pacífica de la guerra permitiría unas negociaciones más generales entre Rusia, Estados Unidos y Europa. No sé si la Unión Europea mantendrá la unidad adquirida durante la crisis. Habrá un nuevo elemento: el rearme de Alemania, que le concederá una hegemonía ya no solo económica.

Mientras esperamos una solución hipotética, sigue habiendo un peligro constante. ¿Cómo encontrar el camino entre la debilidad culpable y la intervención irresponsable?

En cualquier caso, hemos visto en muchas ocasiones, tanto en Oriente como en Occidente, que las intervenciones tienen consecuencias contrarias a lo que se buscaba y se deseaba.

Postdata

Como hemos visto, Ucrania, desde el momento en el que expresó su deseo de formar parte de la Unión Europea, es decir, de Occidente, ha sido el campo de batalla de un conflicto entre las superpotencias, entre Rusia y Estados Unidos. La invasión de Ucrania y la resistencia presentada han convertido la rivalidad política en una guerra económica y han hecho que a la ayuda humanitaria de Occidente a Ucrania se sume ahora el suministro de armas. Aunque Estados Unidos y Europa declaren que no quieren entrar en combate, la radicalización política y la guerra informativa en ambos bandos alimentan el peligro de que se caiga de forma descontrolada en un enfrentamiento generalizado en el que se utilizarían misiles hipersónicos, ciberataques que paralizarían las sociedades e incluso armas nucleares; una tercera guerra mundial, esta vez de mutua aniquilación, que sería la peor catástrofe de la historia de la humanidad, tras la que habría que volver a empezar desde cero. Como bien dice Chomsky, “un genio del mal no podría haber previsto una situación más aterradora”.

Ucrania no es solo una nación heroica que defiende su independencia, es una presa geoestratégica, económica y militar que se disputan la democracia y la dictadura, pero también dos imperialismos. Puede que la agresión contra Ucrania sea un fracaso o semifracaso para la Rusia de Putin, pero las intervenciones militares de Estados Unidos en Irak, Libia y Afganistán también fueron fracasos y tuvieron consecuencias tan desastrosas para las poblaciones de Oriente Próximo como lo son hoy las consecuencias del ataque ruso para la población de Ucrania.

Por eso, en lugar de incitar a los ucranios a luchar hasta la muerte por la libertad, debemos trabajar, y creo que el presidente Macron es consciente de ello, para encontrar un acuerdo que sea aceptable para ambas partes.

Ese acuerdo implica que Ucrania sea neutral según el modelo austriaco o suizo. En principio ya se acepta, pero lo que los ucranios no pueden admitir, en las circunstancias actuales, es su desmilitarización si no se garantiza esa neutralidad, lo que supondría la participación de la OTAN como garante. También es problemático el deseo ruso de controlar la costa ucrania y el mar de Azov. Por muy difícil que sea conseguirlo, la búsqueda de este acuerdo es vital para el pueblo ucranio, para el pueblo ruso, para todos los pueblos del mundo amenazados por la gigantesca espada de Damocles que pende sobre todas las cabezas humanas.

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