Frontera sin límites

Lo importante ahora es cómo aprovechar la experiencia del impulso científico y mantener el empuje

Un grupo de científicos estadounidenses en Berkeley, California, entre los que se encuentra el ingeniero Vannevar Bush (tercero desde la izquierda), el 29 de marzo de 1940.Smith Collection/Gado (Getty Images)

La única consecuencia positiva de la pandemia covid-19 ha sido el renovado prestigio que ha alcanzado en todo el mundo la ciencia, capaz de descubrir varios tipos de vacuna en un plazo increíblemente corto de tiempo. El formidable impulso científico ha sido provocado por la convicción política de que merecía la pena cualquier inversión que permitiera encontrar remedio a una calamidad mundial de semejantes proporciones. Es decir, los avances científicos respo...

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La única consecuencia positiva de la pandemia covid-19 ha sido el renovado prestigio que ha alcanzado en todo el mundo la ciencia, capaz de descubrir varios tipos de vacuna en un plazo increíblemente corto de tiempo. El formidable impulso científico ha sido provocado por la convicción política de que merecía la pena cualquier inversión que permitiera encontrar remedio a una calamidad mundial de semejantes proporciones. Es decir, los avances científicos respondieron a una imperiosa necesidad política. Lo importante ahora es cómo aprovechar esa experiencia y cómo mantener el empuje.

Lo ocurrido durante la pandemia se asemeja, en cierta forma, al formidable esfuerzo científico que se hizo en EE UU durante la II Guerra Mundial a través de la Oficina de Investigación Científica y Desarrollo, que dependía directamente del presidente Franklin D. Roosevelt, y a la que se proporcionaron fondos y recursos prácticamente ilimitados. El 17 de noviembre de 1944, convencido ya de haber ganado la guerra, Roosevelt escribió al director de este joven organismo, un ingeniero llamado Vannevar Bush: “La oficina que usted dirige representa un experimento único de trabajo en equipo y cooperación en investigación científica y en la aplicación del conocimiento científico a la solución de los problemas técnicos primordiales en la guerra”. Y seguía: “No hay razón alguna por la que las lecciones que proporciona este experimento no puedan emplearse de manera rentable en tiempos de paz. La información, las técnicas y la experiencia de investigación desarrollada por la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico y por los miles de científicos en las universidades y en la industria privada deben utilizarse en los días de paz venideros para mejorar la salud nacional, la creación de nuevas empresas que traigan nuevos puestos de trabajo y la mejora del nivel de vida nacional”. El presidente, que fallecería seis meses después, pedía consejo al experto: ¿Qué deberíamos hacer? Bush le envió un informe que se hizo famoso, titulado La ciencia, una frontera sin límites.

Lo más interesante del trabajo de Bush es su maravillosa sencillez: “Primero: debemos tener muchos hombres y mujeres capacitados en ciencia, porque de ellos depende tanto la creación de nuevos conocimientos como su aplicación a propósitos prácticos. Después, debemos fortalecer los centros de investigación básica, principalmente las universidades e institutos de investigación. Estas instituciones proporcionan el entorno más propicio para la creación de nuevos conocimientos y el menos presionado para obtener resultados inmediatos y tangibles. Son las universidades y los institutos de investigación los que dedican la mayor parte de sus esfuerzos a expandir las fronteras del conocimiento”.

Si lo primero es conseguir que muchos hombres y mujeres se dediquen a la ciencia (Bush explicitaba la importancia de reconocer e impulsar el trabajo de las científicas), entonces el primer empujón hay que darlo en la educación. “Hay individuos talentosos en cada segmento de la población, pero con pocas excepciones, aquellos que no tienen los medios para comprar una educación superior se quedan sin ella. Aquí hay un tremendo desperdicio del mayor recurso de una nación: la inteligencia de sus ciudadanos”. Para aprovechar ese talento, lo fundamental es mejorar la instrucción en la escuela secundaria y ampliar el grupo de hombres y mujeres calificados que terminan esos estudios con beneficio. Bush, el científico e ingeniero (y Roosevelt), se hubiera quedado horrorizado por el coste de los estudios superiores en EE UU, pero también con los niveles de abandono escolar que hay hoy, 76 años después, en el sistema educativo español. ¡Qué desperdicio de talento!

Por eso se echa de menos un mayor énfasis en la reforma educativa en el Plan de Recuperación y Resiliencia preparado por el Gobierno. Es cierto que la educación figura en uno de los cuatro ejes sobre los que se levanta el proyecto, notable, por otra parte, en muchos aspectos. Pero aun así, el capítulo o “palanca” 7, que se titula “Educación y conocimiento, formación continua y desarrollo de capacidades”, habla mucho más de capacitación tecnológica o digital que de capacitación científica, y las dos cosas no son sinónimos. No por lo menos para Vannevar Bush y su frontera sin límites.

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