La segunda invasión del plumífero: historia y guía de uso de la prenda que saltó del extrarradio a la pasarela
En los meses más fríos el anorak, plumas o plumífero se ha vuelto ubicuo por ser cálido, ligero y accesible. Pero no siempre reinó en la calle ni tampoco en las pasarelas
Hace un par de años me compré mi primer plumífero. Era negro, exageradamente abultado y de un material grueso y gomoso que recordaba al cuero sin pretender remedarlo. Me pareció que me daba un aire algo teatral, entre los Harkonnen del Dune de David Lynch y un muñeco Michelin, y lo encontré satisfactorio. Desde entonces me lo pongo los días invernales en los que además de protegerme del frío siento la necesidad de hacer muy evidente mi presencia, quizá como acto de autoafirmación. Porque, si toda decisión de moda implica una declaración de intenciones, aquí esas intenciones apuntan hacia la conquista del espacio, que también lo es de la atención ajena.
El anorak de plumas ha vivido picos y valles de popularidad, pero últimamente parece confirmarse como una opción ganadora con la que no pasar desapercibido en invierno. Hemos visto al anterior Papa, Francisco, vestido con un aparatoso plumífero blanco nácar que lo presentaba como recién salido del desfile de moda eclesiástica de Roma, de Federico Fellini, y la imagen resultaba tan deslumbrante que la habríamos querido cierta, a pesar de que se trató de un espejismo de la IA.
Hemos visto a la cantante y compositora Lily Allen vestida con una chaqueta acolchada en la portada de su último disco, West End Girl, retratada por la artista española Nieves González en un registro historicista que remite a prendas, por lo general masculinas, como el gambesón de la Edad media o los jubones cortesanos del Renacimiento y Barroco, así como a los abultados ropajes que llevaban las mujeres de las clases altas de algunos segmentos de los siglos XVIII y XIX, cuando el volumen se conseguía a base superposiciones de metros de tejido y de armazones interiores. Más recientemente aún, hemos visto también a Al Pacino y Robert de Niro en un alarde de camaradería, mano sobre mano, en una campaña para la firma Moncler, especializada en este tipo de abrigos, con el lema Warmer together (“más calientes juntos”), que en el inglés original carece de las connotaciones sexuales de la traducción española, estaría bueno.
Y, sobre todo, lo vemos cada día en la calle. El aire cálido que la pluma y el plumón de ave logran retener mejor que ningún tejido se ha convertido en un recurso eficaz contra la bajada brusca de las temperaturas que se ha producido en el último tramo de este otoño. Si bien esa utilidad nunca se ha cuestionado, es cierto que, durante mucho tiempo, el plumas se ha considerado una prenda estéticamente dudosa o, lo que es aún peor, mortalmente aburrida. Así lo prueba el vídeo cómico de Pantomima Full Chaqueta Acolchada, cuyo protagonista camina por la ciudad vistiendo una insulsa chaqueta azul marino que adquirió en unos grandes almacenes, y su monólogo interior en off lamenta: “Es cutre, es hortera, no favorece nada, es poco sostenible. Es aburrida. Me gustaría ser alguien interesante, pero llevo algo puesto que me quita el interés”.
Tampoco puede pasarse por alto su asociación con las ideologías del arco conservador, que está en el origen del término “fachaleco”. En 2019, un texto de Carmen Mañana para El País Semanal concluía: “Lo último que nos queda por ver es cómo los modernos terminan rescatándolo como en su día hicieron con las pajaritas y los bléiseres de cuadros Príncipe de Gales. Al final, la democratización era esto”. Bien, puede concluirse que ese día ya ha llegado.
Así lo cree el diseñador de moda mallorquín Pablo Erroz, quien admite haber experimentado sentimientos enfrentados con la prenda en el pasado: “Pero hoy en día esos sentimientos han terminado de encontrarse. Además de ser tremendamente necesaria, lo interesante de ella es cómo ha evolucionado. Ahora, través de distintos gramajes y fittings, se ha vuelto más transversal, moderna y fácil de llevar. Puede ser una chaqueta discreta que llevas debajo de otras cosas, que por superposición de capas da bastante rollo, o bien puedes llevarla totalmente oculta, o todo lo contrario, por encima en un super outfit. Marcas como Moncler, que en su día le dio un giro interesante, y otras como Uniqlo, la trabajan muy bien. A la hora de hacer un buen puffer, es importante el material exterior, que sean buenos nylons, y también el relleno. Yo lo uso y me gusta mucho”.
Erroz también recuerda cómo a principios de los dosmiles, justo antes de ser visto como un símbolo de aburrimiento vital, el plumífero podía sugerir mal gusto, por su repentina ubicuidad y sobre todo por su abuso de los colores brillantes y remates de pelo u otras aplicaciones. Pero, aún antes de eso, tuvo cierto aire marginal, como indica Leticia García, redactora jefa de moda de S Moda: “En los ochenta y noventa, el plumas era como el chándal, que estaba en los márgenes, y los medios o lo institucional lo dejaban de lado. Era cosa de los chavs ingleses, de chonis y de periferias, que usaron mucho lo deportivo como prenda de diario, pero que estaba mal vista en otros ámbitos”.
Sin embargo, durante esos mismos ochenta, el plumífero también constituyó un elemento imprescindible en el registro invernal de los paninari, los jóvenes milaneses de clase media-alta que combinaron de forma muy interesante el adocenamiento estético promovido por la sociedad de consumo con cierta voluntad de dandismo. Aquí las marcas se convertían en una cuestión vital: para un paninaro de pedigrí, la chaqueta acolchada de Moncler debía combinarse con unos vaqueros Levi’s 501 bien asentados a la cintura y, debajo de estos, unas botas Timberland. De esa época data también el chaleco sin mangas y acolchado de color naranja de Michael J. Fox en la película Regreso al futuro (1985), gigantesco blockbuster que contribuyó a popularizar la prenda y asociarla al dinamismo juvenil, cuando hasta entonces se percibía como más propia de actividades no demasiado a la moda, como la pesca, la caza o el montañismo.
De hecho, ese fue el origen del plumífero, que apareció en los años treinta del pasado siglo (es, por tanto, una prenda prácticamente centenaria) para arropar a los pescadores aficionados que se aventuraban en climas extremos. El excursionista norteamericano Eddie Bauer lo patentó con ese fin en 1939, tras haberse visto al borde de la muerte por hipotermia durante una de sus expediciones de pesca. Y obtuvo con ello un éxito perdurable: hoy lleva su nombre una próspera compañía especializada en la producción y venta de ese tipo de prendas y artículos.
Para Leticia García, de esos orígenes pervive hoy una función simbólica entre ciertas subculturas: “Se ve claro en la del normcore, que recurre a marcas como North Face, Stone Island o Patagonia para un estilo muy concreto que es como decir: llevo una ropa para subir al Everest, pero la uso para irme a tomar un martini con un sándwich de 30 euros. Esos fans del lujo montañero son, además, una gente que se reconoce mucho entre sí. Así que el plumífero es una prenda compleja, que ha dejado de gustar tanto a los diseñadores por la pérdida del elemento sorpresa, pero persiste en la calle como símbolo de estatus silencioso”.
En este sentido, aunque la alta costura empezó a recurrir tímidamente a los acolchados de plumas desde que en 1937 el modisto Charles James los utilizara en una chaqueta blanca de satén –concebida como atavío excéntrico y no demasiado funcional-, su momento estelar llegaría ya en los setenta, de la mano de la neoyorquina Norma Kamali, autora del innovador abrigo-saco de dormir, inspirado en uno de sus viajes de acampada. El fashionista André Leon Talley convirtió uno de esos abrigos, largo y de un intenso tono bermellón, en un icono estilístico que hoy pertenece a la colección del Smithsonian National Museum of African American History and Culture. Y que ha sido homenajeado por la bailarina Mira (de negro en la MET Gala de 2025) y las estrellas pop Alicia Keys (de Moncler en la misma gala), Rihanna (rojo sangre, en versión de Alaïa, para actuar en la Super Bowl de 2023) y Audrey Nuna (en los últimos MTV Video Music Awards).
El mismo abrigo inspiró también al irreverente diseñador Demna Gvasalia para la chaqueta roja acolchada que presentó en su primera colección para Balenciaga en 2016, como le confesaba a Talley en una entrevista publicada por la revista Interview en 2021. “Pensé que era tan Balenciaga”, revelaba el modisto georgiano. Ciertamente, los originales y dramáticos juegos de volúmenes que contribuyeron a forjar el estilo original de Cristóbal Balenciaga encuentran una prolongación nada descabellada en este tipo de prendas. De nuevo, regresamos a la idea de la conquista del eje horizontal del espacio, que es también una forma de materializar la reafirmación de la propia personalidad.
Y, como resultaría poco ambicioso limitarnos al somero análisis histórico o la especulación sociológica, ha llegado el momento de hacer propuestas. Para un estilo también elegante al tiempo que casual, conviene no perder de vista la alternativa que en la serie de culto Doctor en Alaska ponía en pie el protagonista interpretado por Rob Morrow: gran abrigo acolchado de color caqui sobre conjunto de camisa, corbata y cárdigan de lana. Una combinación noventera que recomendamos encarecidamente para la temporada de invierno 2025-2026.