El problema de cantar pop en catalán, gallego o euskera: los festivales dicen sí, pero la industria aún titubea

Los nuevos artistas que cantan en lenguas cooficiales se enfrentan a un doble prejuicio, el de las inercias conservadoras que promueven la música en sus propios territorios y el miedo del resto del país a enfrentarse a música en otros idiomas. Pero esto está cambiando

De izquierda a derecha, As fillas de Cassandra, Fermín Muruguza, Raimon y María Rodés, todos ellos figuras que cantan en gallego, euskera o catalán.Collage: Pepa Ortiz

Hace ya más de 50 años, durante un concierto en el Teatro Olympia de París, Lluís Llach cantó la versión más recordada de L’estaca. Aquella interpretación quedó grabada en un directo que se convirtió en pieza fundamental de la nova cançó. Entonces, los informes de la policía franquista acusaban al cant...

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Hace ya más de 50 años, durante un concierto en el Teatro Olympia de París, Lluís Llach cantó la versión más recordada de L’estaca. Aquella interpretación quedó grabada en un directo que se convirtió en pieza fundamental de la nova cançó. Entonces, los informes de la policía franquista acusaban al cantautor de “exaltar a las masas con la mirada” y sus canciones y las de figuras como Raimon o Núria Feliu daban aliento a quienes luchaban contra la dictadura. Más tarde, grupos de todo el mundo grabaron versiones de L’estaca en sus respectivos idiomas y el tema se convirtió en el himno de revueltas y protestas tan distantes como la Revolución del Jazmín (Túnez, 2010) o las manifestaciones contra Lukashenko en Bielorrusia (2020).

El movimiento de la nova cançó, formado hace seis décadas por cantautores antifranquistas (como Joan Manuel Serrat) sigue siendo, a día de hoy, la manifestación más importante (por repercusión y por ventas, con permiso de Sopa de Cabra y de Manel) de la música popular en catalán. Tanto que, como comentan algunos artistas jóvenes, buena parte del público sigue identificando cualquier propuesta en catalán con aquel género.

Alrededor de 1980, Fermín Muguruza grababa las primeras canciones de los míticos Kortatu en español porque, como explicaba a este diario, no sabía euskera: “Mis padres son euskaldunes, pero a nosotros nadie nos enseñó el idioma. Hemos tenido que aprender por nuestra cuenta”. En 2023, Sarri, Sarri, uno de los últimos temas de Kortatu, grabado ya en euskera, acumula más escuchas en Spotify que Mierda de ciudad (ese éxito en cristalino español que, como saben los dj, triunfa los sábados en cualquier ciudad). Si con la nova cançó, al menos fuera de Cataluña, la parte sustituyó al todo, con el rock radical vasco sucedió algo similar.

Fermín Muguruza fotografiado en 2013 en Sídney.Juan Naharro Gimenez (Redferns via Getty Images)

Y el gallego no es una excepción: durante décadas, las propuestas en esta lengua que han girado por el resto de la península lo han hecho, sobre todo, por festivales de música folk o celta. La música en gallego también tiene su casilla y es la de las raíces, por más que, últimamente y gracias, entre otros, a Baiuca, Fillas de Cassandra o Tanxugueiras esas raíces se estén actualizando.

En cualquier caso, ¿Por qué apenas se programan bandas que usen cualquiera de las tres lenguas en festivales fuera de los territorios bilingües (mientras, en muchos festivales españoles, los grupos angloparlantes son mayoría)? ¿Existe una escena impermeable en cada territorio y para cada lengua? ¿Arrastramos prejuicios de hace décadas y seguimos asociando cada lengua con un solo género? ¿Qué parte de una canción —además de su contenido explícito— es política? ¿Falta curiosidad o el idioma español empuja demasiado?

No entendí qué dijiste: lengua y discurso

Durante la gala de los American Music Awards de 2021 (una celebración organizada por la industria estadounidense), un reportero lanzó una pregunta en inglés a Bad Bunny. El puertorriqueño contestó con desparpajo y en español: “No entendí qué dijiste”. Así que el entrevistador, avergonzado por el malentendido, repitió la pregunta vocalizando mejor. Algo así era impensable hace algunos lustros (cuando incluso Julio Iglesias pedía disculpas por su acento en los late shows americanos) y da la medida del éxito del español en el mercado de la música global. Todavía más: esta anécdota también revela que las relaciones de poder están cambiando dentro de la sociedad estadounidense.

El dúo gallego Fillas de Cassandra.

Filósofos como Roland Barthes especularon durante los años setenta del s. XX sobre la confusión entre lengua y discurso: dos conceptos que, según decían, forman un único objeto. Así, el uso de una determinada lengua, con independencia del contenido transmitido, estaría enviando cierto mensaje. Y como hablamos de algo tan sometido a reglas (ortográficas y gramaticales, pero no únicamente), modas, tradiciones e inercias como las lenguas, buena parte de ese mensaje es político.

Un artista bilingüe, en cuanto empieza a componer, debe tomar una decisión no del todo inocente: cuál de las dos lenguas que maneja con soltura usará. ¿Pensará en la audiencia que quiere alcanzar (potencialmente enorme en el caso del español)? ¿Se acordará de las relaciones de poder que se establecen entre los hablantes de una y otra lengua, es decir, elegirá por razones políticas? ¿Lo hará por cuestiones estéticas, como la sonoridad de ciertas palabras o la colocación de los acentos? ¿Y si, simplemente, hace lo que le resulta más natural?

Julieta Gracián (o Julieta) es barcelonesa, tiene 23 años y acaba de lanzar su tercer álbum, 5AM, un caso singular porque en él hay canciones en catalán, en español y con una estrofa en cada lengua. Julieta, una de las jóvenes promesas de la escena catalana, explica así cómo decide entre idiomas: “Para mí es algo estético. Creo que el catalán tiene una sonoridad muy distinta tanto del castellano como del inglés. Yo he escuchado mucha música en francés y el catalán es una lengua que se parece mucho a nivel sonoro”. ¿Alguna vez le ha resultado conflictivo usar una u otra? “Para quienes vivimos en Cataluña el bilingüismo es algo súper natural, tan normal que en mi casa usamos una u otra indistintamente. Yo pienso en las dos lenguas y las dos lenguas representan algo para mí, ambas tienen algo sincero y real”.

La cantante barcelonesa Julieta Gracián, de nombre artístico Julieta.

María Rodès, con 7 discos en solitario entre los que se cuela alguna pista en catalán y colaboraciones en los dos idiomas, también se refiere a la lengua en que piensa: “Suelo escribir en castellano porque es mi idioma materno y el idioma en el que pienso habitualmente. Aun así, soy totalmente bilingüe y a pesar de que escriba la mayoría de mis canciones en castellano, el catalán lo uso con el 80% de mis amistades en Catalunya”. También distingue tonos o propiedades diferentes para cada lengua: “Creo que cada idioma tiene unas capacidades expresivas distintas y a mí me encanta la fonética del catalán. Las palabras son más cortas y el sonido de las consonantes menos ‘agresivo’. Eso facilita el asunto a la hora de componer, me resulta una lengua más amable de cara a la escritura de canciones”.

Catalán, gallego y euskera son “lenguas minorizadas”, es decir, en algún momento de su historia su uso se ha visto marginado, perseguido o incluso prohibido. Es algo que recuerdan María Pérez y Sara Faro, que reconocen que, de manera inevitable, están haciendo política cuando cantan en gallego. Ellas son Fillas de Cassandra, y este verano causaron sensación en todos los festivales en los que presentaron su disco Acrópole. “Cantar en gallego”, sostiene Sara, “independientemente de lo que digas, es en sí mismo un acto político, porque contribuyes a la supervivencia y transmisión de una lengua minorizada”. Y continúa: “Hablar en gallego, y más en la adolescencia implica un esfuerzo activo por consumir cultura en gallego y relacionarse en esta lengua. Y para eso, [esa cultura] tiene que existir, estar al alcance de todos y ser para todos los gustos. Esa está siendo la gran conquista del panorama musical actual, y quizás el motivo por el que nuestra música vive un buen momento: porque habla de lo que nos pasa, nos habla a nosotros e, innegablemente, es un hecho político”.

Mercados y cifras desiguales

En los festivales españoles falta variedad. Especialmente en los de mayor tamaño, que son también los más visibles y los que más subvenciones públicas reciben. Es algo en lo que profundiza el crítico musical Nando Cruz en su reciente ensayo Macrofestivales, el agujero negro de la música. En su libro, Cruz explica que vivimos en un “día de la marmota festivalero”: los carteles se repiten y el circuito depende de opacas agencias internacionales y de “bookers mayores, víctimas de su propia red de amistades, inercias y debilidades”. Si en los grandes festivales resulta complicado acceder a novedades, es aun más difícil escuchar a una banda que use un idioma distinto del inglés o del español fuera de los territorios bilingües. A veces, es complicado incluso dentro de ellos. Existen casos paradigmáticos, como el del FIB de Benicàssim o el del Low Festival de Benidorm: los dos se celebran en lugares donde el valenciano es lengua cooficial y en los últimos años no han programado a ningún grupo que lo utilice. Desde la Associació Professional de Representants, Promotors i Mànagers de Catalunya (ARC) indican que “es muy preocupante que festivales con envergadura no programen a ninguna banda del territorio próximo”. Y siguen: “En casos como el de Benidorm, no hay ninguna infraestructura ni de locales de ensayo ni de exhibición de bandas locales. Es alarmante que falten recursos económicos para la cultura y el turismo y los pocos que hay se destinen a festivales donde no tocan grupos locales y se pagan cachés desmesurados a los extranjeros. Los grupos locales no tienen oportunidades y los festivales se convierten en un circo que viene y va”.

El cantante Raimon en 1964 en Madrid.Gianni Ferrari (Getty Images)

La ARC edita cada año un anuario que recoge las principales estadísticas relacionadas con la música en Cataluña, así como las opiniones de decenas de expertos. En el Anuari de la música 2023 aparecen datos sobre la presencia de músicos catalanes en los escenarios de Cataluña o sobre el idioma que usan. La pandemia y sus restricciones fueron favorables: en 2020, el 70% de los músicos que actuaron en Cataluña fueron nacidos allí. Este efecto ya se ha diluido y en 2022, de media, poco más de un cuarto del cartel de los festivales catalanes estuvo formado por artistas locales, así que durante la última temporada solo un 17% de las actuaciones se desarrolló en catalán.

Ante estas cifras, Ruth Carandell de Plateforma por la Llengua se queja de que “la parte más importante de las ayudas públicas a festivales se invierte en propuestas donde la música en catalán es minoritaria”. Aunque hay excepciones como Canet Rock o Acústica, los festivales programan poco catalán y eso a pesar de que la escucha de música en este idioma ha crecido durante los últimos años. Según recoge el Anuari, un 75% de los catalanes afirma que “escucha a diario música en español”, “un 70% la escucha en inglés” y “un 42% la escucha en catalán”. En 2012 ese último dato apenas alcanzaba el 10% y, como se aprecia, no son costumbres excluyentes.

No existen estadísticas tan detalladas sobre el consumo de cultura en euskera o en gallego, así que hay que atender a impresiones subjetivas o a estudios menos pormenorizados como el Eustat, elaborado por el Instituto Vasco de Estadística. En él se indica que el 58% de la población vasca “escucha música de grupos vascos habitualmente”, pero no especifica qué lengua usan esos grupos. Por su parte, María Pérez ha sentido que en varias ocasiones han contratado a Fillas de Cassandra “por cumplir con el feminismo y el idioma”. Y tampoco faltan quienes le dan consejos que no ha pedido: “Personas mayores, sobre todo, nos recomiendan cambiar al castellano para seguir avanzando. Hay generaciones que piensan en el gallego como en algo que cierra puertas en vez de abrirlas”.

Variedad y esperanza contra los viejos tópicos

“Por desgracia hay todavía demasiada separación entre la cultura catalana, o mejor dicho en catalán, y la del resto de España”, comenta María Rodés. “Sigue habiendo muchos artistas catalanes como Ferrán Palau y Pau Vallvé que lo petan en Catalunya pero reciben escasa atención en el resto de la península. Es una pena que existan esas barreras, la música debería estar por encima de eso”.

LA cantante Maria Rodés, fotografiada en 2023 en Madrid. Samuel Sánchez

Aunque grupos como Manel llegaran al número 1 de las listas españolas, otros como Antònia Font hayan girado por todo el país y propuestas principalmente en euskera como la de los navarros Chill Mafia llenen en sus actuaciones fuera de territorio euskadún, siguen faltando puentes. Pero no toda la culpa es de los programadores, de los medios o del público del resto de España. Julieta confiesa que desde dentro ha notado que “la industria de la música en Cataluña no mira hacia afuera y se ha estancado. Yo me metí en esto porque escuchaba decir que la música en catalán era un género. La música en catalán no es un género, sino que tiene que incluir muchos géneros. Y los carteles han sido los mismos durante años: grupos de chicos tocando trompetas y tal; que los respeto, pero no se puede basar toda una industria en eso. Esa mentalidad está cambiando, pero cuesta: muchos grupos de chicos no tienen ni la mitad de oyentes de los que tenemos Mushkaa o yo, pero reciben más oportunidades porque hacen música de fiesta mayor”.

Así que, por un lado, las músicas en catalán, gallego o euskera se enfrentan a un problema de proyección fuera de sus territorios y, por otro, a la excesiva inercia por lo ya conocido de los promotores locales. Aun así, las perspectivas son buenas. La propia Julieta reconoce que se empieza a notar un cambio y que cada vez más gente joven produce reggaetón, techno o house en catalán.

Y Sara Faro cree que las cosas ya han cambiado en Galicia. “Hubo años en que la música en gallego era en cierta manera metalingüística: hablaba, en su mayoría, del idioma como arma política, habitualmente, en estilos muy concretos. Quizá esta nueva generación no solo ha integrado ese mensaje, sino que, consciente o inconscientemente, ha asumido esas conquistas, permitiéndose hablar sobre otras cosas sin prejuicios sobre ritmos o sonidos”.

“Podemos cantar en gallego sobre lo que nos pasa como jóvenes”, prosigue, “sobre nuestras preocupaciones, amores y desamores, sobre nuestros deseos y frustraciones, y hacerlo tanto desde el trap de Boyanka Kostova, como desde el indie-funk de The Rapants. También desde el folk de Caamaño e Ameixeiras o desde el pop de Berto. Numerosos proyectos gallegos están demostrando, en reproducciones y conciertos, que los jóvenes gallegos y en general, el público, demandan música de todo tipo”.

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