Cuando el infierno (y el cielo) estaban en Valencia: así fue la Ruta del Bakalao que el tiempo ha borrado

Un oasis de vanguardia y apertura musical surgió en los años ochenta. En los noventa, derivó en infierno poligonero. Una nueva serie de Atresplayer Premium reclama su verdadero legado

Los actores Àlex Monner y Ricardo Gómez, en el plató de 'La Ruta'.Laia Lluch

Nunca una discoteca estuvo sumida en un silencio mayor. Vasos de tubo, medio llenos o medio vacíos, olvidados sobre mesas y estantes y, un poco más allá, focos, monitores y percheros rebosantes de ropa colorida. Una docena de personas vestidas de negro corretean, susurrando a walkie-talkies, y otros observan en silencio una pantalla en la que se ve a dos actores, Álex Monner y Claudia Salas, meter...

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Nunca una discoteca estuvo sumida en un silencio mayor. Vasos de tubo, medio llenos o medio vacíos, olvidados sobre mesas y estantes y, un poco más allá, focos, monitores y percheros rebosantes de ropa colorida. Una docena de personas vestidas de negro corretean, susurrando a walkie-talkies, y otros observan en silencio una pantalla en la que se ve a dos actores, Álex Monner y Claudia Salas, meterse dos rayas de un polvo blanco en el cuarto de baño.

Un cartel a la salida indica que estamos en Spook Multiespacio, una sala de fiestas y eventos a las afueras de Valencia. Hace más de 30 años se conocía como Spook Factory y era uno de los templos de la Ruta del Bakalao, posiblemente el fenómeno social más colorido y más discutido de la España reciente. Ahora Spook vuelve a ser ese templo, aunque en la ficción: la sala es uno de los escenarios donde Atresplayer Premium está rodando La ruta, una serie de ocho episodios que se estrena el día 13 y busca rectificar la imagen hortera y machacona que los medios de los noventa dieron del fenómeno.

Para quien no esté familiarizado, la Ruta del Bakalao, previamente conocida como Ruta Destroy, era un circuito de discotecas en los alrededores de Valencia (Barraca, Chocolate, Espiral o, por supuesto, Spook) que, a principios de los años ochenta, trajeron a las mejores bandas de punk, tecnopop y dance gótico e industrial de todo el mundo a la huerta levantina. A medida que la música de baile evolucionó a ritmos más rápidos y electrónicos (la música makina o bakalao), aumentaba el consumo de drogas y la escena se popularizaba, empezaron los problemas: masificación, violencia, accidentes de tráfico y, con los últimos noventa, decadencia y cierre de los locales míticos.

Imagen de la discoteca Spook Factory tomada en 1985.

“Tenemos esta imagen de una Ruta poligonera, el tuning y el parquineo, pero aquello fue la resaca”, alerta Borja Soler, cocreador de la serie y uno de sus tres realizadores junto a los cineastas Belén Funes (La hija de un ladrón) y Carlos Marqués-Marcet (10.000 km, Los días que vendrán). Roberto Martín Maiztegui, otro de los creadores, añade: “Cuando nos adentramos en ella descubrimos un movimiento cultural apasionante a muchos niveles: en lo musical, en lo performativo, en el diseño…”.

La Ruta se centra en los primeros años del fenómeno, entre finales de los ochenta y principios de la década siguiente, cuando aún no se había convertido en un escaparate de drogas y sus peores consecuencias. “Era un movimiento de gente que buscaba música, diversión y amistad”, recuerda un rutero, Óscar, que vivió el fenómeno desde dentro entre 1987 hasta su final. “Venían grupos que eran conocidos mundialmente como The Who o los Ramones. Yo vi a The Cult en Espiral”.

En los inicios, el público era una amalgama de nacionalidades, sexualidades, géneros y tribus urbanas, desde rockeros y punks hasta ambiguos new romantics o las primeras drag queens. Jóvenes de clase media e hijos de obreros que encontraban en Barraca o Chocolate, en su inicio discotecas de verano, un hedonismo hasta entonces inédito. “Trabajábamos de lunes a viernes con el objetivo de pasarlo bien el fin de semana”, completa Óscar. Así lo explica también Joan M. Oleaque en su libro En éxtasis: El bakalao como contracultura en España (Barlin Libros): “Eran los hijos de un nuevo sistema político y renunciaban a este cada fin de semana: se dedicaban a olvidarlo perdidos entre luces estroboscópicas, en una ceremonia que cambiaba cualquier tipo de compromiso por un individualismo colectivo absolutamente evasivo”. Su obra fue lo que hizo a Soler imaginar una serie de ficción sobre la Ruta.

Discoteca Barraca en sus inicios.

Todo comenzó en una Valencia desconectada de las grandes capitales de un país que, a su vez, andaba aún en vías de modernización. La cultura se impregnaba de nuevas influencias anglosajonas y, mientras se creaban líneas de comunicación directa con Londres, París, Mánchester o Berlín, la sociedad española empezaba a sentir cierta decepción con la democracia. “La modernización tuvo un precio”, explica Ramón González Férriz, periodista y autor del ensayo La trampa del optimismo. Cómo los años noventa explican el mundo actual. “El PSOE tuvo que hacer reformas económicas muy duras, había inflación constante y un montón de desempleo. Cuando ven que llega la democracia y la izquierda pero no los milagros, hubo una decepción colectiva”. A sumar a este panorama: la amenaza de ETA, la inestabilidad económica, huelgas generales, conflictos sociales… Los jóvenes valencianos se propusieron olvidarlo todo en una pista de baile.

En el baño de Spook, Alex Monner (La línea invisible, Vivir sin permiso) vuelve a esnifar y, metido en personaje, enumera las cosas que le han pasado esta noche. El realizador Marqués-Marcet, conocido por trabajar de forma más libre e improvisada, rueda largas tomas sin cortar para darle libertad a los actores. Sobre los urinarios hay más copas abandonadas y en las paredes se leen pintadas como “Mesca Mesca Mesca” (por la mescalina, droga estrella de la Ruta primigenia) o “Millor festa Valencià”. No queda claro si es parte de la ambientación diseñada por el equipo de la serie o mensajes que permanecen de fiesteros del pasado.

Porque la historia de la Ruta también es la de las drogas que se consumía en cada momento. En los ochenta imperaba la mencionada mescalina (una sustancia psicotrópica también llamada entonces la droga del amor y hoy casi desaparecida) y, con el acid house, al final de la década, llegó el éxtasis. En aquellos días, “el ambiente era mucho más sano y amable que ahora”, asegura Óscar. “La que sería mi mujer era del pueblo de al lado, y nos conocimos viéndonos en discotecas de la Ruta. Ella iba vestida de una forma muy provocativa, y ya cuando éramos novios mucha gente la miraba y se acercaba… pero a mí nunca se me ha ocurrido ir a pegarle a nadie. Si uno te pisaba, esa persona se giraba y te pedía disculpas, y acababas en la barra con ella tomándote un chupito”.

La actriz Claudia Salas, durante el rodaje de 'La Ruta'.Laia Lluch

A partir de mediados de los noventa, la cocaína y el alcohol se apoderaron de la escena nocturna y la Ruta se volvió mucho menos inclusiva, por decirlo en términos actuales. “La droga es un elemento más de la Ruta y no hay que negarlo. Pasó así, y así hay que contarlo”, defiende Claudia Salas (Élite, La Peste), que interpreta a uno de los cinco protagonistas de la serie. El uso continuado de estupefacientes de los personajes, eso sí, conlleva varias cuestiones prácticas en el rodaje. “Hay una figura en el departamento de arte que se ocupa de pintar las rayas”. Lo que esnifan no es cocaína real, obviamente, sino un polvo inocuo hecho a base de lactosa.

Los valencianos, conscientes de cómo se ha tendido a demonizar todo aquello, primero recibieron la noticia de la serie con recelo. O, como dice Ricardo Gómez (Cuéntame cómo pasó), otro de los protagonistas: “Se pusieron de dientes y de uñas. Borja y Róber hicieron un trabajo muy individual de ir a decirle a cada uno cómo era el proyecto, hasta que se han ganado el cariño y el respeto de todas las figuras de la Ruta”. Añade la guionista Clara Botas: “Cuando hablábamos con ellos, nos decían: ‘Por favor, que no sea todo makineo, o pastelitos o cantaditas [géneros de los días de decadencia de la Ruta]… Que aquí se escuchaba muy buena música, la misma que en Francia, en Berlín o en Londres”. Botas enumera aquí varias listas de Spotify que los entrevistados compartían con ellos para educarles.

Los actores, y cientos de extras, han recibido clases de coreografía para bailar de forma distinta según el año en el que se ambienta el episodio, porque variaba dependiendo de dos factores: la música que se escuchara en cada momento y local, y la sustancia que prevaleciera. Hay más detalles. “La gente no llevaba la copa en la mano, porque molestaba para bailar”, comenta Salas. “La dejaba en la barra o por ahí, y nadie se la robaba a nadie ni le echaba nada. Había una cosa como de compartir, como de buen rollo, de respeto, diversión y de ausencia de prejuicios”.

Una de las figuras clave en el rodaje ha sido Fran Lenaers, mítico DJ de la Ruta, quien introdujo en el circuito la mezcla entre canciones, que hasta entonces consistía en superponer los segundos finales. Lenaers se ha volcado con la serie para asegurarse de que todo se muestre tal y como fue. Entre otras cosas, ha enseñado a pinchar a Monner y Guillem Barrosa, que interpretan a dos hermanos pinchadiscos. “Nos ha dejado todos los cachivaches, los cacharros con los que [su grupo] Megabeat empezó a hacer música, con los que se inventaron el sonido de Valencia, algo súperpionero y herencia directa de Kraftwerk y de la gente que empezó a hacer techno melódico”, cuenta Monner emocionado. “Nos explicó que en aquella época no bailaban mientras pinchaban, o detalles como aguantar con el pulgar la aguja para cambiar el disco…”, agrega Barrosa, sonriendo ante la meticulosidad del DJ. Monner también sonríe: “A veces nos observaba tan de cerca que se colaba en el plano. En plan, ‘tío, que estamos grabando”.

La Ruta “se les acabó yendo de las manos a los propietarios de las discotecas, a los DJ, a los clientes, a todos”, cuenta en En éxtasis una mujer anónima que lo vivió de cerca. El abuso de drogas fue a más, y con él, los accidentes de coche y una masificación que atrajo a las discotecas a delincuentes y skinheads: la situación perfecta para ser explotada por unas televisiones privadas que estaban entregándose al sensacionalismo. Oleaque da una visión panorámica: “La sociedad posolímpica se enfrentaba, sin poder esconderse, con el reverso de ella misma a través de la cara desfasada de sus hijos. Y odiaba hacerlo, porque no podía soportar el reflejo”.

Óscar, el rutero, también vio de cerca esa “degradación”. “Yo he llegado a salir de una discoteca y ver a dos chicos pateando a otro delante de un coche. He visto accidentes delante de mí en la carretera. Una vez en Espiral me abrieron el coche, me quitaron el radiocasete, el equipo, una caja de herramientas, la ropa de mi novia… No todo era bonito”.

El Dj Andrés Llatas pinchando en ACTV.Laia Lluch

Para ahorrarse el descenso a los infiernos, la serie contará el fenómeno empezando por el año 1993 y desde ahí irá hacia atrás. Cada episodio mostrará a los protagonistas más jóvenes e inocentes. Aun corriendo el riesgo de idealizarlo y romantizarlo en exceso, La Ruta quiere mirar con buenos ojos lo que sus creadores consideran que es “historia de nuestro país, de la música y de la cultura, y siempre se ha observado desde un sitio muy negativo, muy oscuro y muy poco justo”. Valencia como una especie de Shangri-La. “Es muy bonito pensar que les abdujo un OVNI, se fueron de la Tierra durante 12 años y después volvieron”, reflexiona Martín Maiztegui. “Fue un movimiento… no podemos decir que fuera sano, pero sí amable”, dice entre risas Óscar. “No hacíamos daño a nadie, íbamos a divertirnos”.

De vuelta a Spook, Salas resume conmovida un rodaje que está siendo idílico, casi como una fiesta. “Normalmente en una grabación, a la hora de comer, sueles ver en cada mesa a un departamento por afinidad, y en este ves que todo el mundo está mezclado. Los ruteros eran como niños perdidos y encontraron en la Ruta su País del Nunca Jamás. Y eso me ha pasado a mí”.

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