Ha llegado el momento de reivindicar el legado artístico de la ruta del bakalao
‘Ruta gráfica. El diseño del sonido de València’, exposición que forma parte del programa de la World Design Capital Valenciana 2022, recupera la herencia creativa de esta subcultura asociada a la música electrónica a través de los carteles y productos de diseño que contribuyeron a construir su imagen de marca
Hay legados más sustanciosos que el “Exta sí, exta no / Esta me gusta, me la como yo” pero la ruta del bakalao no solo se compuso de pastillas de éxtasis, fines de semana sin dormir y pistas de baile vibrando con Chimo Bayo. Existe, en primer lugar, un contexto histórico: en las discotecas de Valencia, como parte de las olas hedonistas que se extend...
Hay legados más sustanciosos que el “Exta sí, exta no / Esta me gusta, me la como yo” pero la ruta del bakalao no solo se compuso de pastillas de éxtasis, fines de semana sin dormir y pistas de baile vibrando con Chimo Bayo. Existe, en primer lugar, un contexto histórico: en las discotecas de Valencia, como parte de las olas hedonistas que se extendieron por varias regiones de nuestro país con la llegada de la democracia, apareció una subcultura asociada a la música electrónica que en los años ochenta se desarrollaría sin hacer demasiado ruido más allá de su ubicación natural, y que en la siguiente década alcanzaría una difusión mucho mayor, casi siempre desde un prisma sensacionalista que contribuyó a su caída. Pero que también ha dejado una rica y variada herencia creativa, a través de los carteles y otros productos de diseño que contribuyeron a construir su imagen de marca. Esto es lo que cuenta Ruta gráfica. El diseño del sonido de València, una exposición que forma parte del programa oficial de la World Design Capital Valenciana 2022 y que puede visitarse hasta el 12 de junio en el Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Se ha llamado ruta del bacalao (o bakalao) a la subcultura que, durante los años ochenta y noventa, se desarrolló en Valencia alrededor de cierta escena de clubs y discotecas de música electrónica, que comenzó como fenómeno minoritario y acabó popularizándose hasta adquirir dimensiones casi masivas. Al contrario que la movida madrileña, el otro gran fenómeno lúdico de la España del último cuarto de siglo, no ha gozado de particular prestigio cultural. Tampoco ha existido interés por desentrañar sus frutos artísticos, ni ha sido objeto de un análisis histórico tan exhaustivo. Algo que Alberto Haller, Antonio J. Albertos y Moy Santana, los comisarios de la muestra, achacan a dos factores: “Por un lado, al fuerte centralismo de este país, y por otro al hecho de que la escena en Valencia, a diferencia de la de Madrid, fue profundamente interclasista, acogiendo a gente de todo estrato social, y no solo a unas élites sociales o simbólicas, que además suelen ir de la mano”.
También ponen de relieve la activa labor de desprestigio que ejercieron los medios de comunicación. En este sentido, suele recordarse el impacto que generó la emisión, en 1993, del documental de Canal+ Hasta que el cuerpo aguante, que retrataba un panorama favorecedor de la alarma social. Aquella ventana al nihilismo juvenil y la apoteosis química resultaba por momentos una experiencia más que incómoda, y desencadenó unas reacciones cuyo espectro abarcaba desde la guasa hasta el horror apocalíptico. “La llegada de las televisiones privadas a nuestro país fue determinante para que se hiciera visible el fenómeno en sectores sociales que en otras circunstancias ni siquiera habrían conocido su existencia”, razonan Haller, Albertos y Santana. “Al liberalizarse el sector, imperaron las lógicas capitalistas de la competencia por las audiencias. ¿Y qué hay más atractivo para generar audiencia que unos jóvenes drogados a primeras horas de la mañana en párkings de discotecas en zonas periféricas? El bakalao, junto con el terrible suceso de las niñas de Alcàsser, fueron los dos primeros temas quemados por esos medios deseosos de atención”.
Para entonces el fenómeno que nos ocupa llevaba una década operativo. En 1986 se inauguró la discoteca ACTV, ubicada en el edificio de unas antiguas termas cercano a La Malvarrosa, el principal templo de la música electrónica en la región. Hubo otras como The Face, Puzzle o Chocolate. “Cuando a principios de los noventa surge el movimiento rave en distintas partes de Europa, especialmente Inglaterra, en Valencia ya se llevaba con esta historia unos diez años, aunque fuera con otros códigos y normas”, recuerda el equipo de comisarios. “Por ejemplo, en lugar de en entornos al aire libre o abandonados, aquí la escena encontró su espacio natural a través del canal de la hostelería, es decir, de esas grandes discotecas”.
Lo que justamente sirvió como caldo de cultivo para un diseño vanguardista, el principal objeto de la exposición. El promotor de ACTV, Julio Andújar, encargó la identidad grafica del local a los diseñadores Quique Company y Paco Bascuñán (que en su juventud habían creado el Equipo Escapulari-O y, primero juntos y después por separado, se convertirían en referentes del diseño valenciano), y con este trabajo icónico establecerían el canon visual de la ruta. Pero entre los 132 carteles y 86 flyers que componen la muestra hay espacio para una amplia variedad de formas y estilos. En ocasiones los autores eran no profesionales o no están identificados: se advierte que relaciones públicas, camareros, DJs y otros anónimos que orbitaban alrededor de estas salas realizaron cuantiosas aportaciones artísticas, a menudo desinteresadas. Aunque también figuran nombres como Mariscal, El Hortelano (el pintor José Alfonso Morera Ortiz, nacido en Valencia, que sería agente destacado de la movida madrileña) o Paco Salabert, prestigioso profesional y profesor de diseño. Junto a ellos, cabe destacar a los componentes de la llamada Nueva Escuela Valenciana de cómic, con dibujantes como Sento Llobell, Daniel Torres, Ramón Marcos o Micharmut, que en los años ochenta también realizaron aportaciones decisivas en el campo de la cartelería.
El papel de las mujeres resulta algo marginal. Los comisarios citan la labor de las creadoras Lola Vázquez y Elisa Ayala (del grupo DequeDequé), dos de los pocos nombres femeninos asociados a la construcción del imaginario visual de la ruta del bakalao. Por contra, también apuntan que en realidad la ruta fue más inclusiva que muchos de sus equivalentes: “Quizá esto no fue una novedad en comparación con otras escenas europeas, pero sí a nivel nacional. Valencia fue el primer lugar en este país donde la mujer formó parte de la fiesta como sujeto de derecho, y no como objeto pasivo. No se limitaba a un elemento de segunda fila con el que ligar y al que invitar a cubatas”.
Los elementos de vanguardia creativa que habían acompañado a los primeros pasos de la ruta fueron diluyéndose en los noventa, al mismo ritmo que las discotecas se masificaban y los medios de comunicación contribuían a su descrédito. La resaca tampoco se distinguió tanto de la surgida en otros países de nuestro entorno: “Claro que hay una gran diferencia entre tratar un asunto de esta índole como un problema de orden público, como acabó pasando, o intentar encauzarlo y controlarlo para que todos los involucrados, fiesteros y vecinos, pudieran tener su espacio de desarrollo”, señalan los comisarios. “No obstante, hay que recordar que en 1994 la Inglaterra de Thatcher aprobó su famosa Criminal Justice and Public Order Act, que buscaba acabar con las raves y open airs que proliferaban por toda la isla. En Francia pasó tres cuartos de lo mismo, tal y como explica el productor Laurent Garnier en su libro de memorias Electrochoc. Fue una reacción social de terror a lo nuevo y lo desconocido que se extendió por todo el continente, no solo aquí”.
Haller, Albertos y Santana consideran que, finalizado un “periodo de terror” durante el que nadie deseaba ser relacionado con la ruta, asistimos ahora a una reivindicación de su legado: “Tras la distorsión generada por el estigma, llega el momento de hacer justicia con sus aspectos positivos. Que existieron, al igual que ocurrió en otras escenas como la madrileña”.