Damien Hirst: “Hacer la ‘Mona Lisa’ cuesta 15 libras, pero se acepta que vale billones. Esto no ocurre con la escultura”
El artista británico presenta ‘Cherry Blossoms’, una exposición de la Fundación Cartier donde, igual por última vez, es él quien pinta. Lo próximo serán robots
Con el pelo teñido de azul celeste, camisa blanca y pantalón rosa, Damien Hirst (Brístol, 56 años) parece él mismo un cerezo en primavera. Que se presente así en la inauguración de Cherry Blossoms (cerezos en flor), su muestra en la Fundación Cartier de París, dice mucho de él: he aqu...
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Con el pelo teñido de azul celeste, camisa blanca y pantalón rosa, Damien Hirst (Brístol, 56 años) parece él mismo un cerezo en primavera. Que se presente así en la inauguración de Cherry Blossoms (cerezos en flor), su muestra en la Fundación Cartier de París, dice mucho de él: he aquí un hombre dispuesto a honrar su propia creación. La exposición se mantendrá hasta el 2 de enero de 2022. Después, los 30 cuadros que la componen viajarán a distintas colecciones privadas. Todo estaba vendido mucho antes de haberse mostrado al público, como él explica sin darle mucha importancia, con ese acento británico de clase trabajadora que mantiene intacto desde su infancia en Leeds: “Tuvimos que posponer por la pandemia, y en este tiempo hubo gente que vio los cuadros y los compró. Durante el confinamiento, Larry Ellison [fundador de la compañía tecnológica Oracle] vino a mi estudio y solo él se llevó como siete cuadros”.
Cherry Blossoms está compuesta por 107 obras, de las que Hervé Chandès, director general de la Fundación Cartier, hizo una selección. Su nombre la describe sin ironía: son distintas variaciones sobre la idea del cerezo florecido pintadas mediante manchas circulares de color que remiten a lo que hace siglo y medio hicieron Van Gogh, Bonnard o los puntillistas.
Habrá quien vea un giro hacia lo convencional para un artista que, a principios de los noventa, nada más salir de la escuela de arte Goldsmiths College, ya generaba asombro y horror a partes iguales con piezas como Mil años —una cabeza de vaca en descomposición devorada por moscas y gusanos— o La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo —el cadáver de un tiburón conservado en un tanque de formol—, que lo situaron en el pelotón de cabeza de aquella revolucionaria generación llamada Young British Artists. Pero inmediatamente después de aquello pasó a firmar su colorista serie de pinturas abstractas Visual Candy, un precedente manifiesto de los cerezos que nos ocupan.
“Me encantaría ver una exposición en la que pusieran estos cuadros al lado del tiburón. Casarían muy bien. Los componentes de esos animales son perturbadores, pero también hay en ellos calma y belleza. Con mi arte nunca he querido alejar a la gente ni generar controversia, sino dudas. Quiero que dudes del mundo en el que vives y lo reconfigures, y que eso cambie tu manera de vivir”.
De hecho, los cadáveres de animales y las flores comparten un mismo tema, la muerte, presente en toda su obra. Hablar de la muerte es una forma de hablar de la vida, como entendieron los artistas del Barroco, y como siempre ha hecho Hirst: “Los cerezos dan la sensación de la belleza fugaz. Tengo uno en el jardín en mi casa y todos los años lo veo florecer durante unas pocas semanas. En ese tiempo se juntan la vida y la muerte. De todas las flores, la de cerezo es la más loca, la más desenfrenada. Quizá lo que pretenda al pintarla sea que ese momento dure para siempre”.
¿Por eso vuelve a la pintura aunque se le reconozca más como artista conceptual? Ni escultor ni artista suenan tan bien como pintor. Yo siempre he deseado serlo, pero he tenido miedo a no poder pintar, a no ser capaz de crear esas imágenes en las que creía. Además, se ha asumido la idea de que las pinturas son más valiosas que el coste de sus componentes, lo que no ocurre con la escultura. Cuando hice Por el amor de Dios [una calavera de platino y diamantes, célebre por su millonario coste de producción] todo el mundo me preguntaba cuánto costaban los diamantes o el metal, y decían “¡oh, la está cobrando más cara de lo que valen los diamantes que la componen!”. Pero con la pintura no se hace eso. La Mona Lisa debe de costar como 15 libras hacerla, pero se acepta que vale billones, que no tiene precio. No sé por qué.
¿Y qué opina de quienes dicen que su trabajo está sobrevalorado? ¡Que también he estado infravalorado! Hay gente que compró mi trabajo en los noventa e hizo dinero con él, pero otros que compraron 10 años después lo perdieron. Conozco un tipo que estaba comprando y vendiendo mi obra y ganando mucho con ella, y de pronto llegó la crisis y me dijo: “Ay, Dios, he comprado un cuadro del que ahora no me puedo deshacer! ¿Qué hago con él?”. Le respondí: “¡Cuélgalo en la pared!”.
A Hirst se le ha acusado de montar operaciones dirigidas al mercado, como aquella exposición de 2017 en los palazzi venecianos de François Pinault presidida por un coloso de 18 metros fundido en bronce que la crítica destrozó. Él admite que la cuestión monetaria no le resulta ajena: “Me pongo nervioso si mis obras no dan dinero. Al principio se las vendía a amigos por 50 libras y sabía que me estaban haciendo un favor. Ahora que hay gente dispuesta a pagar tanto por ellas, me siento afortunado. Pero el arte es más importante que el dinero”.
Dicen que es el artista más caro. O el más rico. Hay pintores más caros, y definitivamente también más ricos. Mi nombre siempre va asociado al uno de. Uno de los más caros. Uno de los más ricos. ¡Los pintores muertos hacen más dinero!
La Fundación Cartier ha producido un documental donde él aparece pintando con las ropas salpicadas de colores, en un registro performativo que parece vincularlo a cierta estirpe que va desde los impresionistas hasta la action painting de Jackson Pollock. El mensaje es que estos cuadros no solo han salido de la cabeza de su autor, sino también de sus propias manos. Lo que transpira un romanticismo algo anticuado que, contra todo pronóstico, el propio Hirst no duda en desmontar. ¿Marca Cherry Blossoms el futuro de su carrera? “No”, responde tajante. “Cuando hago una cosa, inmediatamente después tengo que hacer la contraria. Ahora he empezado a pintar con robots, programándolos con un ordenador. Me encanta cuando me dicen ‘no pintas tú, pintan tus asistentes’, yo les respondo: ‘Mis asistentes no, ¡pintan mis robots!”.