Kengo Kuma, leyenda de la arquitectura mundial: “Antes de mi accidente era demasiado lógico”

Con su intervención en el renovado Centro de Arte Moderna Gulbenkian de Lisboa, el japonés vuelve a demostrar por qué es uno de los arquitectos más influyentes y prolíficos de su tiempo

Kengo Kuma posa enfrente de la enorme pérgola curva que ha creado para la renovación del CAM Gulbenkian, en Lisboa.Ayub El Kadmiri

Posiblemente, la casa de la infancia sea la influencia primigenia de todo arquitecto. Kengo Kuma (Yokohama, Japón, 70 años) detestaba la suya, una humilde vivienda tradicional japonesa construida antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras los bombardeos sobre Tokio, el gobierno limitó el uso de la madera y promovió el del hormigón para reconstruir el país. “En comparació...

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Posiblemente, la casa de la infancia sea la influencia primigenia de todo arquitecto. Kengo Kuma (Yokohama, Japón, 70 años) detestaba la suya, una humilde vivienda tradicional japonesa construida antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras los bombardeos sobre Tokio, el gobierno limitó el uso de la madera y promovió el del hormigón para reconstruir el país. “En comparación con las casas nuevas de mis amigos, limpias y con sus techos altos, la mía me daba vergüenza. Era vieja, oscura, sucia… La odiaba. Solo cuando estudié arquitectura supe apreciar que la madera es más acogedora y amable. Fue la primera gran amiga de la civilización: los humanos salimos de los bosques”, esgrime con gesto sosegado.

Su primer punto de fuga fueron los montes que la rodeaban. Jugar a perderse en su arboleda, dice, es el recuerdo más emocionante que conserva. “Aún hoy, cuando acudo a ojear los lugares donde voy a construir, sigo explorando. Busco una conexión con la naturaleza y los materiales locales”. Nos encontramos bajo la enorme pérgola curvada que ha concebido para dar la bienvenida al renovado Centro de Arte Moderno Gulbenkian, en Lisboa, un espacio que conecta los jardines recuperados por el paisajista Vladimir Djurovic con la ciudad y sus visitantes. Esta apuesta representa lo que, a sus ojos, debe ser “el museo del futuro. Un lugar que integre la experiencia del exterior con el interior, que sume la naturaleza al arte”.

La pérgola es una reinterpretación del tradicional 'engawa' japonés, un espacio de tránsito entre el interior y el exterior.Ayub El Kadmiri

En el caso del CAM Gulbenkian, ese vínculo se produce a través de un lugar intermedio de 107 metros de largo y 15 de ancho tan integrado en el paisaje que solo revela toda su espectacularidad cuando uno está prácticamente debajo. Revestido con maderas locales en la parte inferior y cerámica blanca portuguesa en la superior, su autor lo identifica como engawa, una pasarela contemporánea. “El engawa es un espacio entre el jardín y el edificio muy típico en Japón que ofrece una experiencia rica y multidimensional. Es más que un simple umbral: es un lugar donde los humanos y la naturaleza se encuentran, que revitaliza el espíritu”.

El CAM Gulbenkian se sitúa dentro de los jardines recuperados por el paisajista Vladimir Djurovic.Ayub El Kadmiri

Esa aplicación de los saberes tradicionales a la vanguardia le ha valido un puesto destacado entre los arquitectos más influyentes y prolíficos del mundo. Suyo es el estadio de los Juegos de Tokio 2020, tras descartarse sobre la marcha la polémica (y prohibitiva) propuesta ganadora de Zaha Hadid. Frente al sobredimensionado casco intergaláctico concebido por la iraquí, Kuma brindó una construcción bioclimática de tamaño más contenido, elaborada con maderas de cada una de las 47 prefecturas de Japón y que presentó como símbolo de armonía nacional, “para unir a todo el país bajo un mismo techo”. Toda una meta vital con la que el niño Kuma ya había soñado cuando su padre lo llevó con 10 años a visitar el Gimnasio Nacional Yoyogi, construido por Kenzo Tange para las Olimpiadas de 1964. “Según lo vi, quise ser arquitecto, aunque hoy ya nadie necesite hacer esos gestos tan monumentales”, matiza.

La pérgola mide 107 metros y está tan integrada en el paisaje que solo revela toda su espectacularidad cuando uno está debajo.Ayub El Kadmiri

Cuando estableció su propio estudio, en 1990, reaccionó contra la arquitectura posmoderna y su mantra, aquel más siempre es mejor, con un primer proyecto que recogía aquellas enseñanzas y las transformaba en un estrambótico collage. Se trataba de un showroom para Mazda, bautizado como M2, presidido por una columna jónica de proporciones imposibles (hoy, aunque suene a chiste, el edificio es una funeraria). Kuma quería criticar los desvaríos faraónicos de acero y hormigón de sus predecesores antes de dar paso, inmediatamente, a la ligereza de su estilo propio. Al japonés le gusta decir que es “como un pájaro que construye su nido a partir de piececitas que encuentra en su entorno”.

Para la reforma del CAM, Kuma se esforzó en utilizar materiales propios del lugar como la madera o la cerámica blanca portuguesa.Ayub El Kadmiri

Esta metáfora le permite “crear una gran estructura que se puede desmontar y devolver a la naturaleza en cualquier momento”, afirma. No por casualidad, Kuma se ha presentado a la inauguración del CAM Gulbenkian con una camiseta con bosquejos de pájaros bajo la chaqueta. Verlo con camisa es infrecuente: le cuesta abrocharse los botones. La mano derecha que tiende para saludar aún luce las cicatrices en el interior de la muñeca y algún dedo parcialmente paralizado producto de un profundo corte accidental hace más de 30 años al apoyarla en una mesa de cristal que se hizo añicos. Su principal herramienta, su mano para dibujar, quedó dañada irreparablemente. Tuvo que reeducarse para utilizar la otra. Aún hoy, cuentan sus colaboradores, dibuja constantemente en el estudio. “De nada sirve lamentarse. Lo viví como una liberación. La mano derecha está conectada con el hemisferio izquierdo del cerebro, que es nuestra parte lógica. Y la izquierda, con el hemisferio derecho, que responde a lo emocional e intuitivo. Antes del accidente, yo era demasiado lógico. Aún no puedo utilizar la mano derecha muy bien, así que se impone el ‘pensamiento’ de la izquierda y puedo eludir la lógica”.

Tras accidentarse la mano derecha hace tres décadas, Kengo Kuma tuvo que reeducar la izquierda para dibujar. Aquí, uno de sus bocetos para la pérgola que ha construido en el CAM Gulbenkian de Lisboa.

Quizás por eso le gusta más explayarse cuando se le mencionan algunas de sus referencias creativas alejadas de lo estrictamente arquitectónico. Las enseñanzas de Zeami Motokiyo, el dramaturgo que perfeccionó el arte del teatro noh eliminando la danza, la música y hasta las palabras, se manifiestan también en su concepto para el CAM Gulbenkian. “Motokiyo estableció sus ideas en el siglo XIV y sorprende lo patentes que son hoy. Este engawa sigue esa doctrina de crear el vacío en la naturaleza: aparentemente no tiene ninguna función pero, precisamente, por estar vacío, admite casi cualquier actividad. Nos empeñamos en llenarlo todo de todo, pero el vacío es esencial”. De igual manera, está presente su admirado Junichiro Tanizaki, autor de El elogio de la sombra, el ensayo de 1933 donde se ensalza la belleza de la estética tradicional japonesa en contraposición con las ideas occidentales. Kuma ha escrito un prefacio para la reedición más reciente de este clásico. “La sombra es tan importante como el vacío, sin ella tampoco podríamos apreciar la luz”.

Le pedimos un último apunte sobre el escritor superventas Haruki Murakami, amigo personal suyo y máxima inspiración también en su obra. Recientemente ha renovado una biblioteca universitaria en Tokio rebautizada con el nombre del autor. “Además de centros expositivos, en los últimos años me han surgido muchos encargos relacionados con la literatura, como el museo Hans Christian Andersen, en Dinamarca, o la Biblioteca Murakami. La literatura y la arquitectura son muy similares, tienen el rol de proporcionar sueños a la gente. La arquitectura que solo resuelve una función específica no es realmente necesaria; debe servir de entrada a otro mundo, provocarte experiencias fuera de lo normal. En sus novelas, Murakami crea un túnel que trasciende el tiempo y el espacio. Yo intento hacer lo mismo, aunque me encantaría tener tanta capacidad como él para crear otros mundos”.

"La madera es acogedora y amable. Fue la primera gran amiga de la civilización: los humanos salimos de los bosques”, cuenta Kuma.Ayub El Kadmiri

En los años recientes, sus proyectos se han multiplicado hasta tal punto que él mismo reconoce que su único hobby es “ir a ver las localizaciones” (aunque siempre aprovecha para comprar artesanía en algún mercado local). Tiene casi 400 empleados repartidos entre sus oficinas de Tokio, Pekín, Shanghai y París; y unas 100 obras en construcción. Crece la ‘fiebre Kuma’. Todo el mundo quiere su sello. Desde balnearios japoneses hasta ayuntamientos (el de Nagaoka); desde los grandes conglomerados de moda (las oficinas de LVMH en Osaka son suyas) hasta Kim Kardashian (que le ha encargado un refugio secreto en un lago de EE UU); pasando por marcas como Fendi o Asics, para quienes ha creado bolsos o zapatillas de edición limitada.

Apenas pasa más de un día en cada parada. Tras su paso por Lisboa, le esperaba Sevilla, donde le han encargado una intervención en la antigua fábrica de tabacos Los Remedios y una pasarela sobre el Guadalquivir para comunicar un parque urbano con el casco histórico. Suma a este proyectos otros en España, como el recubrimiento de la escalera de la Casa Batlló de Gaudí, el interiorismo para una tienda Camper en Barcelona, una casa privada en Valencia o el futuro Centro Tecnológico Bosonit en Logroño. En los últimos años, ha encontrado tiempo para perderse de vacaciones en Menorca aunque, cuenta, su relación con nuestro país le viene de largo. “De adolescente estudié en un colegio jesuita, el Eiko Gakuen, en Kamakura. Y allí tuve dos profesores españoles, uno madrileño y el otro vasco, Ledesma y Oregui, aún recuerdo sus apellidos. Ellos me enseñaron a jugar al fútbol, algo que durante un tiempo me tomé muy en serio. Aún hoy me gusta verlo aunque, claro, ya no tengo ni tiempo ni cuerpo para jugarlo”, y se despide con una sonrisa cómplice que delata esa enriquecida vida que asoma entre las luces y sombras de sus obras.

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