Una Roma atemporal, gloriosa y fascista: así era el barrio que Mussolini soñó para su capital imperial
El EUR42 es hoy un no-lugar que albega los frustrados sueños del dictador para el futuro italiano, así como el reciente y laureado Centro de Congresos de Massimiliano Fuksas, que su creador considera “un drama” y “un conflicto”
El pórtico del Salón Tre Fontane tiene inscrita una promesa: “La tercera Roma se extenderá en otras colinas a lo largo del río sacro hasta la orilla del Tirreno”. Ese fue el el gran deseo capitalino de Benito Mussolini, sentar las bases de una ciudad utópica más allá de la moderna y la antigua, una que estuviera próxima al mar. Y empezaría por EUR42, al Sur de Roma y en dirección al puerto de Ostia, un barrio transformado en minúscula urbe para acog...
El pórtico del Salón Tre Fontane tiene inscrita una promesa: “La tercera Roma se extenderá en otras colinas a lo largo del río sacro hasta la orilla del Tirreno”. Ese fue el el gran deseo capitalino de Benito Mussolini, sentar las bases de una ciudad utópica más allá de la moderna y la antigua, una que estuviera próxima al mar. Y empezaría por EUR42, al Sur de Roma y en dirección al puerto de Ostia, un barrio transformado en minúscula urbe para acoger la Exposición Universal de 1942, la cual frenaron las bombas de la II Guerra Mundial. Este habría sido el vigésimo aniversario de la Marcha en Roma, edulcorada por una banda sonora (Passo Romano) que reivindicaba el Imperio mirando al futuro.
Il Duce confió al arquitecto y urbanista Marcello Piacentini la construcción. Expropiando más de 400 hectáreas a monjes Trappisti y aceleró las obras de la línea B de metro, que conectaría el Coliseo con la zona contemporánea, es decir, el Foro antiguo con el del siglo XXI.
“Mussolini era periodista, controlaba los medios de comunicación, pero sobre todo vio en la arquitectura un megáfono para mandar mensajes”, explica Antonino Saggio, profesor de la Universidad Sapienza de Roma. “El Fascismo tuvo muchas almas: primero de izquierda y anticlerical, después al contrario… Inicialmente apoyó a jóvenes arquitectos racionalistas inspirados en Le Corbusier, pero después se centró más en el estilo Littorio”. Un estilo que subraya el lenguaje dogmático, retórico y monumental para representar la grandeza del régimen, arquitectura simple para evocar los antiguos ideales antiguos. Con esta mezcla de clasicismo y racionalismo se pretendía homogeneizar ciudades o edificios públicos, la mayoría inspirados en la pintura metafísica de Giorgio De Chirico.
“Es interesante ver en qué dirección viró Mussolini [que ascendió al poder en 1922] cuando entró en contacto con Hitler [hacia 1934] y conoció al arquitecto Speer. Se abandonó en cierta manera la pura funcionalidad racionalista en beneficio del decorado y revestimiento, en travertino. Las paredes aparecían perforadas y dinámicas, no puramente estructurales. Todo en medio de una traza ortogonal urbanística: plazas atravesadas por avenidas que a su vez conectaban con otras zonas lejanas. Nada que ver con algunos barrios dormitorios de Le Corbusier, donde el recinto callejero es completamente independiente del habitable, en ocasiones lo deja incluso aislado, como sucede en el Villaggio Olimpico de Roma”, apunta el profesor.
También subraya el acierto del toque De Chirico, en lugar del Futurismo de Marinetti, más en boga en aquella época, para resaltar el mensaje de il Duce: razonar con el tiempo y crear una Roma atemporal que se apoya en un pasado glorioso. El esqueleto del barrio lo formaban, junto con la Basílica San Pietro y Paolo, el Palazzo Uffici y el de los Congresos –realizado por Adalberto Libera–. Se terminó de construir en los cincuenta y creció significativamente superada la posguerra, concretamente con los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, momento crucial para descubrir su propio lago y dejar paso a otro genio de la arquitectura: Pier Luigi Nervi. Aquel lugar que sirvió de inspiración para importantes directores de cine italianos, como Michelangelo Antonioni o Federico Fellini. Este último la definió como un no-lugar, un decorado teatral que está y no está. Siempre en tensa calma.
La nube de Fuksas
Es precisamente en esa Roma atemporal, atrapada en el tiempo, con retazos impersonales y apocalípticos, fríos, desnortados y a la vez llenos de profusa vegetación, esa Roma convertida en centro financiero con gasolineras abandonadas, sola y desalmada como un cuadro de Hopper, donde el arquitecto Massimiliano Fuksas terminó de construir en 2016 el Nuevo Centro de Congresos, conocido como la nuvola di Fuksas (la nube de Fuksas). Quizás la primera gran construcción desde aquellos Juegos Olímpicos de Roma.
Con 30 metros de altura y orientado longitudinalmente, el paralepípedo es un conjunto de nervios en acero. Una nube suspendida con un envoltorio exterior a base de líneas simples que homenajean la arquitectura racionalista de los años treinta, esa que junto a la monumentalidad y el clasicismo conformaban el específico estilo Littorio. “Piensa que mi nube está donde Fellini colocó el panel enorme de Anita Ekberg en la película Boccaccio 70”, advierte el arquitecto al comienzo de la entrevista.
“Intenté comprender y respetar la gran labor de Piacentini y la pintura mediterránea. Eran una pintura y una arquitectura mediterráneas, escultóreas, que poseen fuerza. El urbanismo sigue una lógica racionalista para mí. También la arquitectura, aunque con particularismos de casa”, explica. Quizás más próxima al concretismo y exclusividad que citaba el profesor Saggio de la pintura del expresionista Mario Sironi, que a su vez se había formado con los futuristas Balla y Boccini.
El EUR42 es un barrio cortado por la calle Cristóbal Colón, que arranca en las Termas de Caracalla y llega hasta Ostia. “Mussolini hizo algo nuevo, jamás visto hasta entonces, y ahí metí mi nube. Nació de unos estudios que hacía de física cuántica. Antes había trabajado en China (en el aeropuerto Shenzen) y en Milán en el New Milan Trade Fair, pero aquí no había hecho nada. Me llamaban la atención las nubes, su geometría del caos, los algoritmos existentes. De lo construido, me interesa el espacio que se crea entre el acero revestido en tela transparente de cristal y el del paralepípedo…”, medita. Algo así como el cielo azul que se cuela entre una nube y otra. El espacio que da sentido a todo, dónde está el aire, una especie de intersticio invertebrado que se pierde entre fractales.
“Dentro hemos construido un auditorio con excelente acústica para la ópera, también se organiza la feria del libro, ahora es un hub para las vacunas… Yo quería un lugar, como el Teatro Marcello o el Mausoleo de Augusto, reutilizable para que viviera eternamente”, sentencia desde su estudio modernista romano, situado en un edificio renacentista cuyas paredes aparecen rasgadas para rescatar los frescos del pasado. Se trata de un desorden perfectamente ordenado, difuminado y desnudo, pero muy pensado. “Las paredes, misteriosas, vibran. Parecen decir algo”. Como el EUR, siempre en entredicho, con ese halo de misterio. “Así es mi nube: un drama, un conflicto. Fuera es racional y dentro es barocchetto romano del siglo XX”.