La reconstrucción del templete del metro Gran Vía: ¿homenaje o pastiche?

La estación madrileña reabre a finales de julio, después de tres años en obras, con una nueva incorporación: una estructura de granito que recrea la original que Antonio Palacios diseñó hace 100 años para servir de acceso a este metro

El templete original de Antonio Palacios en la entrada de la estación de metro de Gran vía de Madrid, en 1925.metro de madrid

Justo cuando queda un mes para la reapertura de la estación madrileña de metro de Gran Vía y del templete reconstruido que la corona, se derriban las históricas cocheras de Cuatro Caminos para construir viviendas nuevas en su solar. Metro Madrid considera la resurrección de esta arquitectura centenaria “un homenaje”, aunque hay quien piensa que “nada de eso”.

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Justo cuando queda un mes para la reapertura de la estación madrileña de metro de Gran Vía y del templete reconstruido que la corona, se derriban las históricas cocheras de Cuatro Caminos para construir viviendas nuevas en su solar. Metro Madrid considera la resurrección de esta arquitectura centenaria “un homenaje”, aunque hay quien piensa que “nada de eso”.

Un paseo por la madrileña Gran Vía hasta el cruce con la calle Montera permite comprobar estos días que se encuentra muy avanzada la construcción de una flamante estructura de granito que recuerda a tiempos pasados. Es el templete, rematado con una gran marquesina de metal y vidrio, por el que pronto se accederá a la estación de metro de Gran Vía. Y no se trata de una presencia nueva, sino de una especie de regreso. Porque lo que allí estuvo entre 1920 y 1970 fue la construcción original diseñada por el arquitecto gallego Antonio Palacios (autor de otros edificios icónicos cercanos como el Círculo de Bellas Artes, el Palacio de Comunicaciones o el Edificio de las Cariátides) para servir de acceso a un ascensor rodeado de una escalera de caracol que conectaba el nivel de la calle con la estación subterránea de metro. El templete se desmanteló en 1970 y sus piezas se transportaron hasta O Porriño (Pontevedra), localidad natal de su autor, en cuyo parque Campo da Feira sigue hoy instalado. Lo que está a punto de finalizarse en Madrid es una réplica exacta, con lo que la clonación arquitectónica permitirá el milagro de que existan de manera simultánea en nuestro país dos templetes de metro Gran Vía de Antonio Palacios.

La estación de metro de Gran Vía es estratégica por servir de confluencia a dos de las líneas más concurridas del subterráneo (L1 y L5), por su ubicación geográfica en la capital y por la autoridad icónica de su entorno. Lleva cerrada desde agosto de 2018, cuando se iniciaron unas obras de ampliación que se han demorado más de lo esperado. Pero ya hay fecha para la reinauguración. “Será hacia el 20 o 25 de este mes de julio”, informa a ICON Design Carlos Zorita, responsable de Infraestructuras y Estaciones de Metro Madrid.

Sobre la decisión de reconstruir la obra de Palacios, expone: “Podíamos haber optado por una solución más convencional para acoger los nuevos accesos, pero vimos la oportunidad de poner en valor un elemento que ya era único cuando se construyó y durante los 50 años que estuvo en servicio. Ha sido una labor conjunta con el Ayuntamiento y Patrimonio, y es una manera de evocar a un gran arquitecto”.

Foto de las cocheras de Metro en Cuatro Caminos tomada en 2016.Kike Para

Álvaro Bonet, de la asociación privada sin ánimo de lucro Madrid Ciudadanía y Patrimonio (MCyP), dedicada a defender y salvaguardar el patrimonio histórico, artístico y natural de la Comunidad Autónoma de Madrid, (que trató sin éxito de impedir el derribo de las cocheras de Cuatro Caminos), tiene su propia opinión: “No es un homenaje a Palacios, sino una putada. Se ha hecho como todo en este país, sin estudios previos y con unos imprevistos que podían haberse evitado”.

La Gran Vía de Madrid se proyectó hacia mediados del siglo XIX, aunque no comenzó a acometerse hasta 1910. Su construcción supuso el derribo de los inmuebles que ocupaban aquellos solares para dar paso a un programa de edificios señoriales más o menos homogéneo. Se fue ejecutando en distintos momentos, por tramos, lo que propicia que cada uno de ellos tenga distinta personalidad.

El primer tramo, entre las calles de Alcalá y Montera, se terminó en 1915 y despliega unas fachadas de estilo ecléctico historicista, en ocasiones tendente a lo afrancesado. El segundo se cerró en 1922 y llega hasta la plaza de Callao, y puede argumentarse que es el más interesante gracias a edificios como el Carrión de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced, el de Telefónica de Ignacio Cárdenas (que fue el primer rascacielos de Madrid) o el Palacio de la Prensa de Pedro Muguruza. El tercero, que finaliza en la plaza de España, terminó de construirse en 1932. El templete de Palacios se instaló justamente en el encuentro entre los dos primeros tramos.

Si nos atenemos al objetivo de preservar la homogeneidad estilística del espacio urbano, la reconstrucción tiene sentido. Así lo cree el propio Álvaro Bonet. “Desde ese punto de vista de conjunto, la acción está justificada”, valora. “El problema es cómo la han tratado. Al margen de que sea una copia, su principal defecto es considerar que el templete es un objeto y no parte de un todo, lo que desvirtúa la operación”. Asegura que, ya en 2018, MCyP advirtió por escrito a la Comunidad de Madrid que debajo se encontrarían elementos históricos. Siempre según Bonet, la respuesta fue que, según sus informes, allí no quedaba nada de lo original. “Pero, efectivamente, el día uno de la excavación apareció todo, y lo han demolido para hacer un gran vacío”.

El templete original instalado en el Campo da Feira de O Porriño (Pontevedra), localidad natal de Antonio Palacios.septem trionis flickr

Carlos Zorita confirma que en efecto se han retirado estos elementos, pero además explica a ICON Design que los restos de la escalera primigenia no fueron los únicos vestigios arqueológicos que aparecieron en la excavación: “El pozo de 1919 ya se retiró cuando en 1969 llegó la línea 5 y se crearon unos accesos nuevos, llevándose por delante la parte más superficial, mientras que la otra quedó soterrada, y esa es la que se acaba de descubrir. Pero también se han encontrado otros elementos más antiguos como las cimentaciones de los edificios que fueron expropiados para construir la Gran Vía y que se derribaron. Hubo que retirarlos, pero se hizo de forma muy pausada. Esto supuso un tiempo de paralización de las obras”.

Zorita asegura que todo está debidamente documentado en los correspondientes informes de análisis arqueológico (ICON Design ha solicitado el acceso a dichos informes, pero la petición se ha denegado). También explica que los hallazgos más relevantes quedarán expuestos al público en la propia estación de metro: “Todo lo que ha aparecido se ha inventariado, y lo más significativo lo pondremos en valor en un nivel intermedio de paso. Por ejemplo, se exhibirá un escudo cerámico de la infraestructura del pozo de los ascensores, también distintos elementos constructivos como restos de pilares metálicos, y objetos de la época como vasijas o monedas”.

Álvaro Bonet habría sido partidario de otro tipo de operación que conjugara la reconstrucción del templete perdido, la restauración de los elementos históricos hallados y la nueva construcción allí donde hiciera falta. Pero también existían otras opciones. Una de ellas habría sido convocar un concurso dirigido a estudios de arquitectura que aportaran nuevas ideas para el acceso a la estación. Bonet no cree que esta fuera la solución óptima: “Fíjate en el acceso de metro de Sol, un ejemplo de diseño inadecuado, aunque lo firme un buen arquitecto como Antonio Fernández Alba. Así que una cosa nueva no tiene por qué funcionar, mientras que sabemos que esto otro sí lo hace”.

El acceso de la Puerta del Sol al que hace referencia, que contrasta en estilo y escala con la plaza en la que se ubica (ya problemática por distintas razones), se erigió entre fuertes críticas en 2009. Esta marquesina de vidrio y metal que enfrenta dos cúpulas de gran tamaño parece tomar prestados rasgos de las estaciones del metro de Bilbao (allí conocidos popularmente como fosteritos), un diseño del arquitecto británico Norman Foster que la crítica percibe como uno de los mejores trabajos del arquitecto británico en nuestro país.

“Hay que tener cuidado, porque reconstruir puede sustituir a restaurar y eso no es tolerable”, argumenta Victoria Soto Caba, profesora de Historia del Arte de la UNED y coautora de un manual para la asignatura de Patrimonio histórico artístico. “Si reconstruyes un castillo medio derruido, por mucho estudio o mucha investigación que realices, caerías en los falsos históricos que promovió Viollet-le-Duc”.

El arquitecto francés Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc emprendió en el siglo XIX la tarea de terminar y reconstruir diversos monumentos medievales de su país (incluidas la catedral de Notre Dame o la Sainte-Chapelle) bajo un programa de exaltación nacionalista y basándose en su principio de la unidad de estilo, para lo cual no tenía en cuenta cómo fueron los edificios en su día, sino cómo en su opinión deberían haber sido. A él se opusieron las teorías del británico John Ruskin, quien destacó el valor de la ruina como fase final de la vida de una construcción y depositaria de memoria histórica. Desde aquella polarización ha pasado mucho tiempo y se han publicado muchas cartas y manifiestos, pero en general el falso histórico no suele convencer a arquitectos, teóricos y restauradores.

Sin embargo, Bonet no lo considera aplicable a este caso: “No creo que esta reconstrucción sea extemporánea. Del término falso histórico se abusa mucho, y esto no lo es. Un castillo tipo Eurodisney sí es un falso histórico. El Templo de Debod, por ejemplo, es un híbrido. No es un falso histórico como tal, aunque esté completado y reubicado, así que algo de falso sí tiene porque resulta anacrónico y fuera de sitio. Pero el nuevo templete está más o menos en su ubicación anterior”.

Soto Caba, por su parte, señala que “reconstruir no es una decisión ni buena ni mala, pero da la sensación de que en Madrid se actúa como una señora caprichosa que cada dos meses cambia los muebles de sitio: ahora traemos un sofá aquí y la mesa para allá”. Y aporta otros ejemplos: “Tiene sentido que se reconstruyan edificios emblemáticos cuando hay terremoto o un ataque bélico. Pensemos en la destrucción de la ciudad siria de Palmira, o la de Alepo, que ha sido una pérdida incalculable. También hay una tradición importante en la reconstrucción de cascos históricos bombardeados durante la Segunda Guerra Mundial, como el de Varsovia. La macrooperación de la presa de Asuán obligó a trasladar y reconstruir los templos de Abu Simbel. En España, nuevos embalses exigieron trasladar piedra a piedra diversas iglesias, como la gallega de Portomarín o la zamorana de San Pedro de la Nave. Pero esas son reubicaciones patrimoniales. Reconstruir edificios históricos del pasado es una opción que da lugar a centros de interpretación. Eso si no preferimos calificar algunas actuaciones directamente de horteradas, una especie de Walt Disney donde todo entra”.

El arquitecto y urbanista Pablo Martínez, que acaba de participar en la Bienal de Arquitectura de Venecia con su estudio 300.000 Km/s, comenta: “Hablando de Venecia, me viene la advertencia de Salvatore Settis [prestigioso arqueólogo y profesor italiano] que nos recuerda que uno de los peligros que acechan la desaparición de la ciudad consiste en la pérdida de la memoria de los ciudadanos sobre ella. El patrimonio ayuda a vincularnos al lugar, a tejer el sentimiento de pertenencia frente a una ciudad efímera de luces y movimientos. Y Cesare Brandi, origen de distintas escuelas de restauración actuales, nos recuerda en su Teoría de la restauración que aquello que restauramos no es la materia, sino la recreación de la experiencia sobre ella”.

Martínez reclama, ante todo, que se preste atención a cómo actuamos en la configuración del espacio urbano. Y discute la legitimidad de ciertas nociones de lo monumental que aquí parecen concurrir. “Copiar, restituir o rehacer sin interactuar sobre la obra, sin hacer de este proceso un momento de reflexión, solamente consigue situar en nuestras ciudades objetos ajenos a sus habitantes, unas monumentalidades falsas que estorban la vida contemporánea y disgregan las comunidades que debieran apuntalar. Restaurar no es reconstruir. Restaurar es aceptar el inevitable paso del tiempo y la necesidad de reflexionar sobre qué queremos transmitir del pasado hacia el futuro”.

Por el momento, el primer templete de Antonio Palacios permanece en O Porriño, ajeno a todas estas diatribas. “Y allí está tan ricamente”, certifica Victoria Soto Caba. “¡Por favor, que no lo muevan!”.

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