¿Se acabó tener retrete en el baño? Por qué ha llegado la hora de pasarlo a otra habitación

Frente a la concentración habitual en un mismo espacio, la arquitectura reivindica la separación de los sanitarios ‘a la francesa’ para facilitar su utilización paralela, mejorar la higiene y evitar olores

Composición: Blanca López-Solórzano

Es un clásico tanto de familias numerosas como las que no lo son tanto. A primera hora, alguien se levanta, accede al baño, cierra la puerta y los minutos pasan con lentitud para el resto, que esperan impacientes. “Cuando éramos pequeños mi hermano entraba y podía tardar una hora en salir”, recuerda el arquitecto Gonzalo Pardo. El coste de las instalaciones, el ahorro de espacio y la tradición cultural han hecho que la inmensa mayoría de viviendas de España unifiquen bañera, inodoro, lavabo y bidé (cuando existe) en una misma habitación. Tiene ventajas, pero también desventajas. La principal: dificulta la simultaneidad de usos, salvo para quienes la intimidad y los olores sean conceptos sin importancia. Por eso especialistas como Pardo diseñan cada vez con más frecuencia baños donde la ducha está en un lugar y el retrete, en otro, lo que permite su utilización a la misma vez. A veces, incluso, el lavabo está separado físicamente, lo que añade un tercer uso paralelo. “Higiene, acústica, olor, espacio. Son todo ventajas”, afirma Pardo.

En internet es fácil encontrarlos bajo la denominación de baños a la francesa porque en el país vecino es habitual que el inodoro esté en otra habitación distinta y alejada, como también ocurre en países como Bélgica. A un lado la salle de bains (con bañera y lavabo) y al otro la toilette (con el inodoro y, a veces, otro lavabo). En España apenas se ha visto hasta los últimos años, porque tradicionalmente todos los elementos de uso sanitario se han reunido en el mismo lugar. Las teorías de por qué comenzó a hacerse así son variadas, casi siempre ligadas a la búsqueda de la eficiencia, pero también a la intención de ocultar todo lo que ocurre de puerta para adentro, como la desnudez o las necesidades fisiológicas. “Al final es algo muy arraigado a cada cultura. En Japón, por ejemplo, hay casas que ni tienen baño porque se entiende como algo más público”, destaca la arquitecta Laura Bravo, que el año pasado presentó Baños ¿jugables? Premiado por la Universitat Politècnica de Catalunya, es un trabajo de fin carrera que recorre la evolución de los baños en el último siglo. “También influye cada vez más el capitalismo, la individualidad”, destaca Bravo. De ahí esas mansiones que tienen tropecientos cuartos de baño, cada cual el suyo, para que nadie se cruce con nadie.

Inodoro y lavamanos en un espacio independiente al que acoge la ducha, en un piso reformado por el estudio h3o en Barcelona. AdriaGoulaPhoto

Hasta hace bien poco las viviendas españolas ubicaban el baño, si es que tenían, fuera del edificio principal. En muchas ocasiones incluso era compartido entre varias familias, como podía ocurrir en cortijos andaluces, patios cordobeses, masías catalanas o casas payesas de Ibiza. “Una de las principales razones era el coste de llevar las instalaciones de agua y saneamiento, que siempre han sido las más caras”, expone el arquitecto Fernando Pérez del Pulgar. “Tubería de cerámica, fosa séptica, acometida de agua… Había que concentrar todo para abaratar y que el mantenimiento fuese sencillo”, insiste. A partir de los años cincuenta y sesenta cada nuevo piso contó ya con su propio cuarto de baño, que siempre reunía los elementos clásicos en un solo lugar: bañera, lavabo, inodoro y bidé. Una de las biblias de la arquitectura, la obra Arte de proyectar en arquitectura, de Ernst Neufert y publicada por primera vez en 1936, preveía numerosas formas de ubicar los sanitarios, pero siempre juntos. “Como las necesidades a satisfacer generalmente son las mismas, tiene sentido pensar en la prefabricación”, proponía, incluso, dando medidas exactas para cada elemento. Eso sí, luego ofrecía cierto margen y consideraba “imprescindible” separar usos en viviendas con más de cinco personas. En los años ochenta, Las medidas en Arquitectura, de Enrique Steegmann, ahondaba en la idea tradicional.

“La disposición clásica favorece en teoría el espacio en el resto de la casa, ya que reduce esa habitación al máximo. Sin embargo, olvida lo más importante: sus usuarios”, relata Gonzalo Pardo, que desde hace años ensaya soluciones alternativas. El reparto en dos espacios a la francesa es una de las más comunes. En el primero, se ubica la bañera o el plato de ducha junto a un lavabo. En el segundo, el inodoro en solitario o con pica lavamanos. “Al diseñar lo único que te ata es la bajante de aguas fecales, eso es inamovible, pero el resto se puede mover porque las conducciones de agua no son problema”, asegura Pardo (aunque hay normativas municipales que no lo ponen fácil). Hay versiones que incluyen el retrete tras una puerta en la misma estancia o escondido tras una mampara opaca o un tabique que no llegue al techo; la más radical es, sin embargo, trasladarlo a otro lugar con acceso totalmente independiente e incluso otro punto de la casa, como el antiguo aseo de cortesía o la toilette francesa. En ocasiones el lavabo también puede salir al espacio público, como un pasillo, aumentando aún más las posibilidades.

Con el bidé ya prácticamente desaparecido, atomizar el cuarto de baño ofrece dos ventajas principales. La más clara es que favorece que distintos habitantes de una casa puedan usarlo de manera simultánea. Así, mientras uno está utilizando el inodoro en un espacio independiente, otro puede estar duchándose y alguien más lavándose los dientes. “Yo tengo cuatro peques. Cuando uno entra al baño, deja todo inutilizado para los demás. Es un retraso que esté todo junto”, añade Fernando Pérez del Pulgar, socio fundador de 969 Arquitectos, quien sostiene que la separación de espacios ayuda en otros aspectos como los olores o la higiene. Es sencillo: a nadie le gusta irse a la ducha cuando otra persona ha utilizado previamente el retrete. “Tiene muchísimas ventajas”, subraya al tiempo que señala que no siempre esta fórmula tiene por qué ocupar más metros cuadrados que la tradicional. “Nosotros hicimos un proyecto de viviendas sociales en Rute (Córdoba) donde el cuarto de baño estaba separado y ello ahorraba espacio. Si se organiza bien se puede hacer en sitios pequeños o grandes, pisos sencillos o villas de lujo”, destaca el arquitecto.

“Además, el retrete tiene problemas de olores y la ducha de vapores: separarlos también facilita cómo afrontar la ventilación en cada caso”, apunta arquitecto catalán Joan Gener, cofundador del estudio h3o, donde ya han incluido estos baños en varios de sus proyectos. “Si los clientes tienen influencia de la cultura francesa o buscan algo innovador, pues lo hacemos. Es que tiene muchas ventajas”, corrobora. “Queda muy bien separado y es más limpio: al baño vas al baño y a la ducha, pues a la ducha”, asevera la interiorista Mireia Torruella, que cree que la atomización viene también dada por el tipo de residencia: “Para una pareja que viva en un apartamento, quizá tiene menos sentido. Para una segunda residencia con mayor uso social, pues tiene más”.

En viviendas de lujo con muchos metros cuadrados se puede dar más espacio a elementos como la bañera.

“Perder el miedo”

Los especialistas creen también que las nuevas disposiciones están igualmente relacionadas con la evolución del propio uso del aseo. Ha pasado de ser solo sanitario a tener muchas más utilidades para el culto al cuerpo. Se pasa más tiempo en su interior y los requisitos han cambiado: desde un lavabo más amplio a muebles más grandes para guardar cremas y dispositivos electrónicos. Poco a poco se empieza también a ver la mudanza de la lavadora de la cocina al baño. Nunca pareció tener mucho sentido que compartieran espacio las cazuelas para cocinar, el cubo de la basura, el detergente y el quitamanchas. Eso sí, el precio del metro cuadrado del baño –el más caro de una vivienda– impulsa a mantener un equilibrio para que sea un espacio funcional y cómodo, pero tampoco demasiado grande.

“Lo que está pasando con los baños es algo cultural, de perder el miedo a romper la tradición. Ya pasó con la cocina americana”, explica Marcos Tamagnone, que dirige su propio estudio en Marbella y que es director de la denominada Escuela Nacional de Diseño, plataforma a través de la que realiza formaciones en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Málaga. “En algún momento de la historia se decidió que todo debía estar encerrado entre cuatro paredes y una puerta: la cocina, el baño, los dormitorios e incluso el salón separado del comedor”, destaca el argentino, quien dice que cuando se unifican estancias o se delimitan con puertas correderas o cristaleras hay mayor integración, continuidad en los espacios y la sensación de amplitud es mayor con los mismos metros cuadrados. Es lo que ocurrió con la cocina americana –en realidad, a pesar del nombre, una influencia escandinava– aunque en los últimos años es una tendencia a la baja y los clientes buscan soluciones alternativas.

“Con los baños ha ocurrido igual: se está innovando”, remarca Tamagnone, que relata que fueron los hoteles los primeros en innovar en busca de experiencias nuevas para sus clientes. Buscan soluciones más arriesgadas, ganando en flexibilidad y permitiendo nuevas fórmulas. El paso más habitual fue sacar la bañera –con diseño renovados– e incorporarla al dormitorio, para dejar lavabo e inodoro en el interior del cuarto de baño, que a veces carece de puerta. “Son espacios diferentes y más novedosos porque el cliente pasa un par de noches y no le importa vivir algo diferente, que está bien cuando se está de viaje o por trabajo. En casa ya es otra cosa, porque la limpieza y el mantenimiento es más complicado, además del espacio que ocupa y las dificultades para el uso cotidiano”, concluye Tamagnone, otro fiel defensor del baño a la francesa.

El estudio Gon Architects situó este lavamanos en el pasillo, fuera de las habitaciones que acogen al inodoro y a la bañera.

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