El diseño más dulce del siglo: cien años de los ositos de gominola, el caramelo que nunca hubo que mejorar
Desde la llegada de los dulces de Haribo en 1922, se han creado todo tipo de caramelos y gelatinas, pero ninguno ha calado tanto como los osos que ideó el confitero alemán Hans Riegel
Los ositos dorados de Haribo cumplen cien años. Resulta difícil concebir una efeméride más encantadora. Llevamos ya un siglo de estrecha convivencia con esos coloridos plantígrados en miniatura que se elaboran con gelatinas de origen animal, la materia de la que están hechos los sueños. Las pastillas de goma, gominolas en España, gomitas en Andalucía o América Latina, wine gums o jelly beans en países anglosajones, son el orgulloso proletariado de...
Los ositos dorados de Haribo cumplen cien años. Resulta difícil concebir una efeméride más encantadora. Llevamos ya un siglo de estrecha convivencia con esos coloridos plantígrados en miniatura que se elaboran con gelatinas de origen animal, la materia de la que están hechos los sueños. Las pastillas de goma, gominolas en España, gomitas en Andalucía o América Latina, wine gums o jelly beans en países anglosajones, son el orgulloso proletariado de las golosinas.
Nada que ver con las ínfulas aristocráticas de los toffees artesanales y los caramelos balsámicos de miel, cebada o ruibarbo. Tampoco con esa clase media aspiracional de la que forman parte piruletas y demás continuadores de la tradición del caramelo de palo. La pastilla de gelatina se engulle en un santiamén, no deja rastro sólido, forma parte de las rutinas más cotidianas de la primera infancia y se convierte en un placer culpable en cuanto uno cumple los diez años.
Haribo y sus ositos tal vez sean la excepción: se trata de un producto con cuajo, solera y una imagen icónica. Son un trozo de historia, y eso nos legitima para consumirlos a todas las edades, ya sea en su versión original o en cualquiera de sus (siempre muy respetuosas) reinvenciones contemporáneas.
Sin embargo no son los caramelos más antiguos que han llegado a nuestros días. En realidad, existe toda una tradición de golosinas centenarias, de las barritas de chocolate con leche de Hershey’s (a la venta desde 1900) a los caramelos duros y blandos de Spangler (1907), pasando por los Toblerone (1908), las pastillas de regaliz Good & Plenty (1893) o los dulces de mantequilla de cacahuete Mary Jane (1914). Pero ninguna de estas delicias jurásicas tiene la imagen y, sobre todo, el poder de irradiación a nivel mundial de Haribo y sus ositos. La marca no solo ha sobrevivido a un océano de tiempo, sino que nunca ha dejado de crecer.
En 1920, el confitero alemán Hans Riegel, inauguró una tienda de caramelos bautizada como Haribo, abreviatura de su propio nombre, apellido y ciudad de origen (Bonn). Hans despachaba y repartía el producto con su bicicleta y contaba con una única empleada, su esposa Gertrud, que cocía azúcar y melaza en la rebotica. Tal y como explica Christian Bahlmann, vicepresidente de comunicación corporativa de Haribo, en una entrevista de la revista Smithsonian, “suele decirse que Apple nació en un garaje californiano, y los orígenes de nuestra empresa fueron bastante similares”.
El baile del oso
En su primer año como minoristas del caramelo, al matrimonio Riegel le costó hacerse con una cuota de mercado significativa y estuvieron cerca de tirar la toalla. Pero en 1922 tuvieron por fin la ocurrencia que les haría pasar a la historia. Siguiendo el ejemplo de Fryers, compañía británica del condado de Lancashire que llevaba produciendo golosinas blandas desde 1864, empezaron a experimentar con gelatina y jarabe de maíz para crear un caramelo apto para niños aún con dientes de leche. Hans decidió darles una forma peculiar, basada en los populares osos danzarines, una tradición de zonas montañosas de la Europa Occidental como los Pirineos, los Alpes o la Selva Negra.
Capturar y amaestrar a osos pardos para hacer que bailasen en celebraciones populares venía siendo práctica habitual entre los feriantes europeos desde la Edad Media. Mucho antes de que Disney antropomorfizase a casi todas las especies animales, había lugares, como la comarca francesa del Ariège, en que los grandes plantígrados eran estrellas del espectáculo y a sus oseznos se les trataba como mascotas. Aunque la práctica fue prohibida en Alemania en 1911, Hans Riegel tuvo la oportunidad de ver a un osezno cautivo en la feria de Bonn, y en él se inspiró para dar una imagen reconocible a su nueva línea de dulces.
Los primeros ositos venían a ser estatuas de cuatro o cinco centímetros de altura, más gruesos y altos que los actuales. Hans los representó erguidos y con las patas delanteras extendidas, como en las ferias y en la tradición heráldica alemana. Empezaron siendo de dos sabores distintos, fresa y frambuesa, y se vendían dos unidades a un penique. Antes de la Segunda Guerra Mundial se incorporaron a la oferta ositos de limón, naranja y piña, y en 1985 se incorporó un sexto sabor, manzana. En cuanto a la forma definitiva del producto, que hace pensar más en un entrañable oso de peluche que en una bestia danzarina, se estableció en 1978, tras diversas variaciones en el diseño.
Juguetes que se comen
Tal y como explica Bahlmann, la principal intuición de Hans Riegel fue entender que los caramelos, más que un alimento, son un juguete comestible, y que vale la pena dotarlos de una cara y una personalidad definida que los haga más atractivos. No tuvo miedo de saltar una barrera conceptual e incitar a que los niños se comiesen esa versión dulce de sus mascotas y sus juguetes.
Los caramelos con cara y ojos, incluso con una narrativa pensada para estimular la imaginación infantil, se volverían muy populares en décadas posteriores. En 1935, los Riegel dirigían ya una fábrica con 400 empleados que producía diez toneladas de caramelos diarios. Un gigante comercial en ciernes que solo entró en crisis durante la Segunda Guerra Mundial, periodo en que el patriarca de la familia sufrió una depresión. Contribuyó a ello la ausencia de sus dos hijos, que fueron reclutados y acabaron en un campo de prisioneros. En 1946, uno de esos reclutas, el hijo de Hans y Gertrud, Hans Riegel Junior, heredó el negocio familiar. Se trataba de un auténtico intelectual del sector confiero, autor en 1951 de una tesis doctoral sobre la evolución de la industria del azúcar antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Con Hans Junior, deportista semiprofesional y presidente de la federación alemana de bádminton, la empresa daría un importante salto cualitativo que le acercaría a su estado actual, el de un gigante industrial con presencia en todo el planeta y que produce más de 160 millones de unidades diarias de su producto más emblemático, el oso comestible.
Ni cuervos ni serpientes: osos
Para Fernando de Córdoba, divulgador periodístico y experto en marcas, “el valor de Haribo tiene que ver sobre todo con haber creado un producto icónico, al nivel de dulces como las piruletas o las nubes”. En opinión de Córdoba, que los ositos sigan siendo el producto estrella de la compañía cien años más tarde es un ejemplo de coherencia y la clave del éxito: “Han experimentado grandes cambios, pero vienen siendo idénticos a sí mismos, con ajustes menores, desde los años setenta”.
Hoy, forman parte del imaginario de varias generaciones de terrícolas. “También me resulta interesante que el elegido fuese un oso, un animal poco cotidiano. Pero el caso es que, junto con el oso de peluche (otra genialidad creada por azar, en homenaje al osezno al que el presidente Roosevelt se negó a dar caza), se ha acabado convirtiendo en icono de la infancia y la inocencia, algo que ha inspirado a otras marcas, como Tous”, añade Córdoba. Hizo falta que Disney crease a Dumbo y a Simba para que viésemos a elefantes y leones con otros ojos. Hans Riegel hizo lo mismo para los cada vez menos abundantes úrsidos.
A Córdoba le resulta “curioso” constatar como también las especies animales son “marcas en sí mismas”. La percepción que tenemos de ellos, “del miedo que nos inspiran los tiburones a la asociación de las palomas con la paz o los osos panda con la ternura”, depende de variables culturales, tradiciones, medios de comunicación y productos como los ositos de oro. “¿Cómo sería el mundo si Haribo hubiese creado cuervos o serpientes de gominola en lugar de osos?”, se pregunta el experto.
Más allá de la rebotica
Córdoba recuerda que muchas historias de éxito empresarial en apariencia idílicas pueden tener también su trasfondo oscuro. Contra Haribo pesan, sin ir más lejos, “acusaciones de haber impuesto condiciones de trabajo abusivas”. La periodista Michele Hermann hace referencia en un artículo a las principales controversias que han afectado a la compañía a lo largo de su historia. Tal vez la más dañina fue su negativa a formar parte de Remembrance, Responsability and Future (Memoria, responsabilidad y futuro), una asociación empresarial creada para compensar a individuos (disidentes, prisioneros de guerra, cautivos en campos de concentración) que fueron obligados a trabajar en condiciones de esclavitud durante la Segunda Guerra Mundial. Haribo rechazó en un comunicado del año 2000 haber recurrido al uso de mano de obra esclava, pero historiadores como Hans Mommsen consideraron que sí había incurrido en práctica tan infame.
En época más reciente, en un documental estrenado en Alemania en 2017, se afirmaba que en las plantaciones de cera de carnaúba que Haribo tenía en Brasil los trabajadores habían sido reducidos a condiciones de “virtual esclavitud”. La compañía utilizaba por entonces la cera de esas hojas de palma para dar a las pastillas de goma su característico brillo y su consistencia. Esta vez, según Hermann, la compañía sí reaccionó con contundencia a las acusaciones: “Realizon una investigación interna y, aunque esta concluyó sin evidencia de que se hubiesen producido abusos, optaron finalmente por sustituir el ingrediente polémico por cera de abejas”.
Decía Diego Armando Maradona, en respuesta a la polémica que generaban sus problemas personales, que “el balón no se mancha”. Haribo podría alegar lo mismo. Es la suya una tradición centenaria, con algún que otro lunar, pero sus osos danzarines de gelatina, su gran contribución a que el mundo contemporáneo sea un poco más colorido y dulce, permanecen sin mácula. No está mal para un modesto caramelo surgido de la rebotica de una empresa familiar de provincias.