¿Será Rosales el nuevo Ponzano? Así cambia la hostelería de un paseo centenario
Esta arteria madrileña, que refugió a la burguesía del caos urbano entre quioscos, arboledas y el teleférico, ha sido testigo este 2025 de varias aperturas que activan la alerta sobre un nuevo destino gastro
Cualquiera que haya visitado el madrileño parque del Oeste, el paseo por su rosaleda o la desembocadura en el jardín del Templo de Debod, imagina con cierta envidia a los vecinos de las viviendas que miran al parque, propietarios de unas vistas singulares a la Casa de Campo. Son los residentes del Paseo del Pintor Rosales, un tranquilo mirador de apenas 1,2 kilómetros de largo, que mantiene vivo su pasado burgués y respira aún ese sentimiento de barrio entre arboledas, alguna fuente y zonas infantiles.
Su menudo tamaño, sin embargo, no ha impedido el despegue de una estimulante ruta gastronómica más allá del ritual del aperitivo, que sustenta desde hace décadas. En unos meses, los paseos matutinos con el perro o la compra del pan de los lugareños se alternan con inauguraciones adheridas a su ya existente propuesta del paseo (y en sus aledaños) que hace recordar los comienzos del fenómeno Ponzaning. Una de ellas conduce al quiosco construido en 1907, en la esquina que traza el paseo con la bajada de Francisco y Jacinto Alcántara.
Con vistas a la entrada del teleférico de Madrid (que reabrirá sus puertas en 2027), esta centenaria terraza que nació con el nombre de El Parque, adoptó más tarde el apellido de su propietario Agustín Magadán, excombatiente de la Guerra de Cuba. En manos del grupo Lamucca desde primavera de este año, han querido mantener desde su nombre —Magadán— a ese ambiente apacible de la solana original en los tiempos del llamado tranvía cangrejo, en el que despachaban granizado de limón, horchata y vermut junto a una pequeña banda de música.
A pleno sol o en su terraza acristalada, su objetivo fue recuperar el quiosco centenario y ese carácter de refugio frente al ajetreo de la ciudad respetando su esencia, “pero adaptándolo a un formato más estacional y contemporáneo”, explica Inés Lujan, Directora de Comunicación y Marketing del grupo Lamucca. Sobre el mantel, un puñado de hits castizos como ensaladilla rusa, bravas, torreznos o gildas, pero también con guiños al turista en su brunch sin horarios donde no faltan boles de açaí y pancakes. “Apostar por el eje Palacio Real–Rosales, recientemente renovado, era un paso natural dentro de nuestra evolución, como refuerzo de la apuesta que ya iniciamos con Lamucca de Plaza de España”, detalla. Precio medio por comensal entre 25 y 35 euros.
La paella sagrada de los domingos en Casa de Valencia (Paseo del Pintor Rosales, 58), abierto desde 1975; el risotto norteño de Stefano Franzin en la nueva ubicación de Più di Prima (en el número 30) o los boquerones y las croquetas de rabo de toro que se juntan con la primera copa de la tarde en Rosales 20, el mítico local que afirma haber tenido entre su clientela a los reyes o Pedro Sánchez —la sede del PSOE está solo a unos minutos— son ya ritos sagrados de la zona, que conviven con la novedad como el desembarco del grupo Trafalgar por partida doble.
Los creadores del bar que trastocó el tardeo de Chamberí, aterrizan en Rosales tras ganar las concesiones municipales de dos terrazas. Por un lado, Moret, otro quiosco rejuvenecido de estilo neoherreriano —memorable por la leche merengada que despachaban bajo el rótulo de Quiosco La Perla—, funciona ahora como restaurante y coctelería bajo una pérgola que prolonga su frenesí del día a la noche. Esta terraza situada entre magnolios, abetos y la atenta mirada del “as de copas”, como se conoce a la fuente en memoria del arquitecto Juan de Villanueva, elevan el picoteo patrio con bocados como el brioche de txangurro, las zamburiñas acevichadas o el bikini de lacón ahumado, junto a una propuesta de coctelería de autor —ojo al Negroni del Oeste o al Rosales Spritz— y el protagonismo de los espumosos (precio medio, unos por 55 euros por persona). “Si no puedes comprar un piso en Rosales, siempre podrás tomar un cóctel en Moret”, declaran en su web.
Por otro lado, el Palacete Rosales, ubicado en el desaparecido quiosco de la música que proyectó en 1923 Luis Bellido —autor también del Matadero— invita a sentarse sin prisas, ya sea al aire libre o en la zona cubierta, y probar el steak tartar, los huevos rotos con gambón al ajillo o el escalope con huevo y trufa (precio medio por comensal: 55 euros). En su carta líquida destaca la sangría de cava o su limonada a la antigua. “En verano, las noches en el Palacete Rosales son increíbles; cenar y tomar un cóctel viendo los árboles del Parque del Oeste iluminados es un lujo. Solo aquí puedes sentirte fuera de la ciudad sin salir de ella. Es algo muy especial”, explica Juan Tena, uno de los cofundadores del bar Trafalgar.
En materia de café de especialidad, no puede faltar una parada en La Florida Café Bistro (Paseo del Pintor Rosales, 70) o cruzar un par de calles hasta The Fix (Calle de Luisa Fernanda, 15). La zona también ofrece una digna ruta de ultramarinos, como una sucursal del templo del embutido Marcelino, Vinos y Porcinos en el número 48 del paseo, o uno de los clásicos del barrio desde 1939, Cuenllas (Ferraz, 5), para comer allí y adentrarse en su bodega o llevarse algunas de sus especialidades a casa como salazones, caviar, elaborados de pato y oca o tartas caseras. Una oferta consolidada que sus nuevos vecinos inciden en respetar para un fin común. “Los barrios hay que cuidarlos. Casos como el de Ponzano no nos terminan de gustar, porque se ha saturado de ocio y eso no es bueno. Nosotros aspiramos a ser parte del barrio y no matar su esencia, sino integrarnos y ser una buena opción (primero de todo) para la gente de la zona”, concluye Tena.