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Yaoya, un colmado vasco-japonés donde compran los vecinos del pueblo de Guéthary

En una casa tradicional de la costa del País Vasco francés la japonesa Aï Kato ha creado un pequeño comercio que combina productos de calidad vascos con una exótica propuesta de alimentos japoneses

Al subir la calle principal de Guéthary (Getaria, en euskera), el pueblo más pequeño del País Vasco francés, en un caserío típico con entramado de madera verde botella encontramos una propuesta peculiar: “Épicerie basque et japonaise”. La parte baja, un antiguo garaje con entrada sencilla, cuenta ahora con dos cortinas (noren, en japonés) que nos indican que el comercio está abierto. Así descubrimos Yaoya, un pequeño colmado que engloba los mejores productos de alimentación del País Vasco (a ambos lados de la frontera) y de Japón. Una apuesta singular que ha permitido a muchos vecinos reconectar con el comercio local tras años sin disponer de una tienda a pie de calle donde hacer la compra, sin pasar por las grandes superficies ni coger el coche. De paso, la excusa perfecta para aprender a hacer una sopa miso vasco-japonesa, como propone su fundadora, Aï Kato.

Su oferta es una muestra de la riqueza de productores y artesanos vascos, ya que todo lo que vemos en Yaoya (frutería y verdulería, en japonés) viene de la zona. “Antes de abrir, viajamos por toda la región para conocer a los agricultores y elegir las mejores patatas, la mejor manzana, la mejor miel. Queríamos asegurarnos de comprar buena calidad a productores en los que creemos. Así, una a una, fuimos construyendo la relación con nuestros proveedores”, dice Kato, que abrió la tienda con su pareja en 2018. Hoy, las señoras del pueblo hacen aquí sus compras, en el mismo lugar donde hacían los mandados de niñas, ya que en los años 60 esto era también un ultramarinos.

A la oferta de productos frescos, como quesos, mantequilla y panes, se añade una delicada selección de otros más finos: el chocolate Cazenave, de Bayona, con más de 150 años de historia; granola crujiente del obrador navarro La Panacea; miel Idoia, producida en las montañas del interior, o la original bebida Garagar, una alternativa al café a base de cebada tostada. Comparten estantería con el praliné de almendras y sésamo negro de Biomomo Hashimoto, una pareja de pasteleros japoneses instalados en el sur de Francia, salsas como la teriyaki o la de soja, bebidas como el sake y tés de calidad superior como el verde Gyokuro de Kyoto (a 23 euros la bolsa de 20 gramos) o el Sencha, de Kagoshima (unos 18 euros los 50 gramos).

“Hacemos nuestro propio champú sólido, vendemos paños de cocina y algunos productos exclusivos como el chocolate de sésamo negro en colaboración con Cazenave, que sólo se encuentra aquí”, dice Kato, que además de comida ofrece una pequeña selección de droguería. “Es importante para nosotros -continúa- ofrecer productos exclusivos o bien una alternativa. Esa es la alegría de visitar un nuevo país o una nueva tienda: apoyar a los artesanos que trabajan en producciones limitadas, poniendo el corazón y las manos en cada producto”.

Un pedazo de Japón en el corazón del País Vasco

Aï Kato lleva cerca de 30 años viviendo en Francia, donde ha trabajado como diseñadora en marcas de moda y, desde 2021, está a caballo entre Guéthary y París, donde ocupa un alto puesto creativo en la firma de belleza Aesop. En 2006 llegó a este pueblecito pesquero conquistado por impresionantes caseríos a pocos metros del mar. Aquel año no pudo pagar un billete de avión para pasar las navidades en Japón y un amigo la invitó a compartir las fechas con su familia. “Nadie debería estar sólo en Nochevieja”, le dijo. Allí encontró una calma y un orgullo popular que le recordó a su tierra natal.

Diez años más tarde, Kato y su pareja se habían acostumbrado a perderse en este rincón y la japonesa se había dado cuenta de que era imposible comprar verduras locales sin coger el coche. “Me dio pena pensar que si tuviera 80 años y no tuviera una familia que me ayudara, tendría que comer lo que encontrara en el supermercado lejos de la enorme calidad de productos disponibles en el País Vasco. Para mí, es un fracaso de nuestro mundo moderno no contar con sistemas o servicios que apoyen la alimentación de las personas mayores con opciones saludables”, lamenta.

La búsqueda de sentido y de un modelo de consumo más responsable, coincidió con el hallazgo de la casa en la que hoy se encuentra Yaoya. Compraron el edificio convencidos de que la planta baja era el lugar perfecto para dar forma a la idea que les rondaba, trabajando en exclusiva con granjeros y productores que suministran también pan, zumos, vinos... También han sacado varias colaboraciones artísticas como una línea de platos en colaboración con los ceramistas de Poterie de Guéthary y una colección de delantales japoneses con una artista neoyorquina.

La inesperada simbiosis de lo vasco y lo nipón ha encontrado su público entre los vecinos (el 80 % de los clientes lo son) y hay quien ha aprendido a hacer la sopa miso de Aï Kato: “Corta y saltea verduras en aceite de sésamo, añade agua y, cuando las verduras estén cocidas, agrega una cucharada de miso”. Otra propuesta es marinar ajos pelados en salsa de soja durante unos días y usarlos después para dar sabor a cualquier salsa o saltearlos con pollo y arroz. “Puedes hacer este condimento y guardarlo en el frigorífico varios meses”, explica Kato. En invierno, su sopa favorita es una sencilla receta a base de patatas y cebollas cocidas con una buena cucharada de miso.

En los meses más duros del año, enero y febrero, es difícil mantener el ritmo en Guéthary, que cuenta poco más de 1.300 habitantes durante el invierno y ve cómo su población se multiplica exponencialmente en los meses más soleados. La tiendecita resiste al paso de las temporadas readaptando su oferta y, en ausencia de Kato, que ha intentado visitar a sus padres más a menudo en la vejez, es regentada por Gloria Pedemonte, fundadora de una asociación dedicada a la cultura japonesa en el País Vasco, y su hijo Joshua. Hoy, ellos cumplen con la misión que quiso darle su fundadora: que nuestro comportamiento como consumidores no sólo esté vinculado al bienestar de nuestra vida personal y nuestra salud, también al de nuestra comunidad y el medio ambiente. “Durante mucho tiempo habíamos estado insensibilizados. Ahora somos más conscientes de las elecciones que hacemos como consumidores”, zanja la japonesa. Sueña con que una lotería le permita agrandar Yaoya para acoger una pequeña panadería y una pensión japonesa. En plena costa vasca.

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