Cómo se relaciona lo que comemos con la despoblación rural y la red aragonesa que lo reivindica
Un grupo de pequeñas empresas agroalimentarias del Pirineo Aragonés Mincha d’aquí defiende que su actividad mantiene la vida en los pueblos, los paisajes y ecosistemas, y vende online
¿Qué tiene que ver lo que comemos con la España vaciada? ¿O con los incendios forestales? Para casi todas las personas, ir a comprar alimentos es una experiencia que termina en el último lineal del supermercado. Tras esta pared opaca, se encuentra la parte del sistema alimentario que el consumidor desconoce. Una parte que al mismo sistema tampoco le interesa que se conozca. Nuestras opciones alimentarias —porque es importante recalcar que muchas familias no tienen acceso a otro tipo de alimentación, por lo tanto, muchas veces no se trata de elecciones— son una de las causas principales de la emergencia climática, además de influir de forma decisiva en los ecosistemas que nos rodean y en la vida de las personas que producen lo que comemos.
Pero la alimentación no es destructiva per se, de hecho, en este mismo paradigma se encuentran muchas pequeñas empresas agroalimentarias que a través de su trabajo construyen en positivo. Mantenimiento de especies locales, conservación de conocimiento tradicional, ejercicio de una agricultura y ganadería sostenible y en equilibrio con el entorno, producción de alimentos saludables y artesanos… Desgraciadamente, son estos proyectos rurales los que más dificultades tienen a la hora de acceder a la distribución en grandes superficies, los que cuentan con menos medios para promocionar y comunicar su trabajo, los que sobreviven con márgenes de beneficio más pequeños. Bajo este paraguas de necesidades y dificultades han surgido agrupaciones de pequeños productores a lo largo del territorio con el objetivo de trabajar juntos.
Mincha d’aquí nace de esta manera. Impulsado por el Centro de Estudios Rurales y de Agricultura Internacional (CERAI), este proyecto surge en 2017 a partir de una fase de diagnóstico del tejido agroalimentario en la que participaron más de 100 pequeñas empresas de las comarcas del Pirinero Aragonés. A día de hoy, una veintena de negocios conforma esta red que pretende, por un lado, hacer más fácil al consumidor la compra de producto local y sostenible, y por el otro, trabajar colectivamente para tener más fuerza. “Desde el principio vimos que la necesidad de agruparse no era solo por mejorar ventas o distribución, que también, sino que era una cuestión anímica, de apoyo emocional”, cuenta Juan Laborda, miembro de CERAI y coordinador del proyecto. “Los beneficios son muchos, al final, todos tenemos los mismos problemas. Colectivizando conseguimos resolver problemas uniendo fuerzas: negociaciones colectivas con algún proveedor, papeleo, incidencia política, flexibilización sanitaria… Además, se crean sinergias entre distintos proyectos, lo que a su vez dinamiza el territorio”.
Uno de los objetivos de Mincha es ubicar en un solo punto de venta la mayor gama de productos posibles para facilitar la compra al consumidor. A día de hoy, a través de una única tienda online, se puede comprar desde carne ecológica de ganadería extensiva a pan, pasando por queso, aceite de oliva virgen extra o huevos. Siempre que se produzca en el Pirineo aragonés. De ahí que no cuenten con fruta o verdura en su catálogo. “Esa es una de las dificultades que tenemos, la gente está acostumbrada a acceder a todos los alimentos en un mismo espacio”.
El trabajo que realiza cada uno de los proyectos que compone la red va mucho más allá de producir alimentos. “Cada una de las pequeñas empresas de Mincha tiene una relación de cuidado recíproco con el entorno en el que se ubica”, afirma Laborda. Los paisajes que conocemos hoy en día son el resultado de una relación simbiótica entre la naturaleza y el ejercicio humano. “El único modelo que ha demostrado la sostenibilidad es el campesino. Nuestros paisajes dependen de esa actividad para mantenerse como los conocemos. En el pirineo es más biodiverso un paisaje con pasto que uno sin pasto. Si no hay pasto, sin esa actividad, ese paisaje se degrada, hay más asilvestramiento, más secarral, más incendio.”
Sustituir una producción alimentaria basada en los recursos locales que ofrece el territorio por una basada en insumos que vienen de fuera, conlleva que se han cambiado los pequeños rumiantes (ovejas y cabras) por monogástricos (cerdos y pollos). Los rumiantes son consumidores primarios, y, por tanto, los únicos capaces de aprovechar el carbono procedente de los tejidos vegetales y transformarlo en proteína. Esto permite que aprovechen recursos que de otra manera nunca se convertirían en comida para los humanos —monte, rastrojeras, subproductos de huerta, o de industria alimentaria—. Sin embargo, los monogástricos tienen el mismo sistema para engordar que los humanos, por eso hay que darles mucha soja y mucho maíz (plantas ricas en proteína). Y para ello hay que cultivar en regadío grandes extensiones que de otra manera podrían producir fruta o verdura para el consumo humano. De esta manera, estos animales entran en competencia ecológica con los humanos. Laborda cuenta que este sistema es “energéticamente muy poco eficiente y el tiempo está poniendo las cosas en su sitio conforme se va acabando el petróleo. El problema es que cuando queramos volver a esas razas autóctonas que aprovechaban el territorio ya se habrán extinguido”.
Nuestro cambio de alimentación ha tenido también mucho que ver con la despoblación. “Cuando tú compras las cosas fuera, el valor que pagas se va a otro sitio, no se queda en el territorio. Si se saca ese dinero fuera, deja de moverse en las familias que habitan las zonas rurales. Eso erosiona la vida rural, lo que hace más difícil habitar esas mismas zonas. Cuanto menos valor, menos gente”. Para que la producción de alimentos pueda impactar de forma positiva, hace falta señalar esa importancia, dar a conocer la relación que se establece entre lo que se come y lo que ocurre en nuestros territorios.