Plantas en clase, aulas en el jardín: cuando la naturaleza se convierte en el mejor libro de texto

La escuela del presente y del futuro pide a gritos patios más verdes y espacios al aire libre donde conectar con el potencial pedagógico del mundo vegetal. Más plantas y menos cemento es la fórmula para crear colegios amables y sostenibles

Naturalizar los patios escolares estimula el pensamiento crítico de los niños.Maskot (Getty Images)

Cada mañana, sobre las 11.50, suena en los colegios e institutos el timbre para que miles de niños y jóvenes salgan al recreo. Será así cada día de lunes a viernes durante los próximos 10 meses. Pero tal vez el patio no es el lugar que debiera. Lo ha estudiado a fondo Yves Raibaud, investigador, docente y especialista en urbanismo inclusivo, que ha analizado cómo en los patios de colegio tradicionale...

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Cada mañana, sobre las 11.50, suena en los colegios e institutos el timbre para que miles de niños y jóvenes salgan al recreo. Será así cada día de lunes a viernes durante los próximos 10 meses. Pero tal vez el patio no es el lugar que debiera. Lo ha estudiado a fondo Yves Raibaud, investigador, docente y especialista en urbanismo inclusivo, que ha analizado cómo en los patios de colegio tradicionales presididos por superficies asfaltadas se promueven los juegos jerárquicos, con los niños y niñas líderes ocupando el espacio central y el resto relegados a los rincones periféricos. “Hay que cambiar las dinámicas y el diseño en los patios escolares y poner fin al rígido concepto actual que permite que estos espacios colonizados por el cemento estén rendidos al fútbol exclusivo y excluyente. Hay que naturalizar los patios escolares”, afirma César del Arco, biólogo y profesor de secundaria.

Del Arco ha participado en diversos proyectos para crear aulas abiertas en institutos de Castilla y León. La naturaleza es la clave. “Tener un huerto escolar es muy importante, pero hay que ir más allá, naturalizando todo el entorno escolar”. Esto implica no solo cultivar flores y hortalizas, sino crear aulas al aire libre que puedan utilizarse para impartir cualquier asignatura, favoreciendo la transversalidad. Las plantas son un gran apoyo para el aprendizaje basado en proyectos y retos. Así lo demuestran las iniciativas en las que ha participado Del Arco en los institutos IES Vasco de la Zarza, en Ávila, e IES Adaja, en Arévalo. “El objetivo del jardín escolar es generar preguntas que hagan que los alumnos se involucren para encontrar las respuestas como si fuesen investigadores”, explica.

“La lista de plantas con interés educativo es infinita”, sigue Del Arco. El azafrán es un filón a nivel didáctico porque permite hablar de etnobotánica, de historia, de geometría radial y hasta de economía. “Un ejercicio puede ser invitar a los alumnos a deducir por qué el valor del azafrán es tan elevado, pesando los pistilos de la flor en fresco y luego en seco”. Y hay muchas otras opciones. En febrero, los narcisos pueden apoyar lecciones de Genética y Geometría o dar pie a hablar de los fractales. En Matemáticas, plantas como el maíz, el girasol o los hongos son muy interesantes porque tienen un crecimiento rápido, apreciable en el día a día. “Se puede clavar una regla al lado y proponer actividades de observación para hacer gráficas de crecimiento”, sugiere el docente. Las espirales de las piñas de una conífera o los zarcillos de una parra virgen que tapice un muro del patio materializan la secuencia matemática de Fibonacci y las proporciones del número áureo. La flor del lirio (Iris germánica) es perfecta para explicar la simetría con un solo eje. Y los tréboles para el cálculo de probabilidad de los de tres hojas frente a los de cuatro. El compostaje es una herramienta que parece diseñada a medida para aplicar el cálculo de proporciones. Con la nerviación de una hoja de alocasia o un Aloe polyphylla puede ilustrarse una lección de Geometría sin apuntes de por medio. Y los propios parterres del jardín servirán como pretexto para hablar de trigonometría, haciendo comprensible el Teorema de Pitágoras. Los frutos de arces, abedules y fresnos permiten diseñar experimentos en Física: basta con lanzar las sámaras al aire y calcular cuánto tardan en caer para esclarecer las fórmulas de aerodinámica. En clase de Música el potencial de las plantas es inagotable. Se pueden fabricar flautas con cañas de bambú; convertir en maracas los guisantes o cualquier otra planta que tenga vainas con semillas; hacer percusión con las palmas secas de una palmera… Las posibilidades son prácticamente infinitas en Plástica, con proyectos como experimentar con el collage, practicar la transferencia de texturas con carboncillo, trabajar el trenzado con fibras naturales, elaborar pigmentos a partir de flores y raíces o fabricar hoteles para insectos con piñas, varas de cola de caballo, cañas de bambú, tejas y ladrillos viejos, pallets y cualquier otro material reciclado.

La cosecha del huerto es clave para hablar de nutrición y se puede aprender el vocabulario del huerto y el jardín en todos los idiomas impartidos en cada centro.FG Trade (Getty Images)

“Las flores del dondiego de noche (Mirabilis jalapa) son perfectas para esclarecer dudas de mendelismo complejo: apoyándonos en sus colores puros (blanco, rojo) o híbridos (rosa) suelo ilustrar los mecanismos de los genes dominantes y recesivos en los cursos de Bachillerato”, indica Del Arco. En Educación Física, la cosecha del huerto es clave para hablar de nutrición. Se pueden diseñar tablas de ejercicios con rutinas asociadas al trabajo en el jardín (sentadillas, zancadas…) y practicar yoga y ejercicios de respiración apoyándonos en los efluvios de aromáticas como el romero, la lavanda, la menta o el tomillo. Estas aromáticas son interesantes también para contextualizar temas en Historia y para hacer experimentos en Química, como un taller de jabones. Además, son las especies idóneas para crear itinerarios sensoriales en los que los alumnos puedan experimentar con las texturas y los aromas, “algo muy recomendable para trabajar con niños y jóvenes con necesidades especiales o TDHA”, asegura el profesor. “El simple hecho ―no tan simple― de estar al aire libre hace que un alumno esté más motivado y receptivo”, asegura.

El florecer de las Humanidades

En los itinerarios de Humanidades la nomenclatura científica de las plantas nos conecta con asignaturas de la rama de la Filología y con las lenguas clásicas. “Aprenderemos que sativus (como en Cucumis sativus, pepino), significa cultivado. Officinalis (como en Lavandula officinalis, lavanda), significa medicinal. Y vulgaris (como en Thymus vulgaris, tomillo), significa común”, enumera el docente. Reconocerán las hojas del acanto en los capiteles corintios en clase de Historia del Arte sin tener que empollarlo de memoria. En Lengua, los nombres de herramientas y tareas del jardín nos llevan a cultismos, arcaísmos o vocablos en desuso. Y se puede aprender el vocabulario del huerto y el jardín en todos los idiomas impartidos en cada centro.

Contar los anillos del tocón de un árbol permite establecer fechas que se pueden relacionar con eventos históricos para hacer un cronograma. ¿Y quién no ha hecho el experimento de germinar una legumbre sobre un algodón humedecido? “Un paso más es dibujar el proceso en viñetas para crear un cómic. O pedir a los alumnos que hagan un par de fotos al día y luego las monten con un programa de edición de vídeo para hacer su propio corto de stock motion. Las semillas de maíz, berros, mostaza o cualquier leguminosa son perfectas para este experimento”, sugiere el profesor de Biología.

Sombra, frescor, asientos… consejos para un jardín escolar

Las pautas para diseñar un buen jardín escolar son tener presente el índice de rusticidad local (que viene dado por las temperaturas mínimas a lo largo del año en el lugar donde esté el colegio), elegir plantas que requieran poco riego, primar las especies autóctonas y evitar las tóxicas o con espinas como las adelfas, el cotoneaster o el crataegus. Del Arco indica cuatro ambientes que no deben faltar: “Una arboleda con especies caducifolias, para beneficiarnos de la luz en invierno y de la sombra cuando empieza el calor; un huerto; una zona de aromáticas; y parterres o jardineras de vivaces de floraciones escalonadas con interés pedagógico: ajos, cebollas, agapantos, lirios, azucenas, crocosmias, tulipanes, lupinus, hostas, equiums, clivias, amarilis, eléboros, peonías…”. Amueblar el patio con tocones de árboles que sirvan como mesas y asientos es una buena idea para cerrar el círculo.

Además de ser entornos idóneos para educar, las aulas abiertas contribuyen a crear ciudades más sostenibles.Daniel Garrido (Getty Images)

Además de ser entornos idóneos para educar, las aulas abiertas contribuyen a crear ciudades más sostenibles enlazando con la Agenda 2030. “Estos espacios funcionan como islas verdes, son focos de biodiversidad y acercan la naturaleza a las escuelas”, argumenta Del Arco. Lo ideal es que el alumnado participe en el diseño, “y también toda la comunidad, formando grupos junto a madres, padres y vecinos para atender las plantas durante las vacaciones”, añade. “Se generan unas dinámicas intergeneracionales muy enriquecedoras haciendo, por ejemplo, que los jóvenes recuperen de sus abuelos ese saber de jardinería, etnobotánica y oficios tradicionales que se están perdiendo”. Para sobresaliente, elementos como cubiertas verdes que favorezcan el confort térmico de los edificios del colegio, sistemas de recogida del agua de lluvia para el riego, composteras, jardineras elevadas para que todos los alumnos puedan laborar en ellas… Y poblar el interior de la escuela con plantas que, además de adornar, generen un recorrido pedagógico que conecte con el patio.

Además, la naturaleza es una coartada perfecta para abordar la educación en valores y actividades que promuevan el debate y la reflexión. “Cada curso propongo a mis alumnos leer El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono”, cuenta Carlos López, profesor de Historia del Arte y tutor de Secundaria en el IES Luis de Morales de Arroyo de la Luz, en Cáceres. “Es un relato franco y conmovedor que toca temas como el ecologismo, la filantropía, el altruismo, el valor de la perseverancia, la humildad…”. Un cuento de deliciosa lectura que proclama la necesidad de cuidar nuestro entorno más inmediato en el que coexistimos con otras personas, animales y plantas. Qué mejor que empezar desde niños, en el patio del colegio.

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