Lur Garden, un microcosmos botánico convertido en laboratorio a cielo abierto en una noche de insomnio
En uno de los valles de Oiartzun, en Gipuzkoa, se encuentra uno de los jardines más conmovedores de la Península: un vergel de 20.000 metros que no se parece a ningún otro, un lugar extravagante, casi místico, creado por el jardinero y paisajista Iñigo Segurola
Las hortensias Annabelle están a punto de florecer de nuevo en Lur Garden. Aparentemente frágiles, sus pompones de un blanco radiante y corazón verde lima iluminarán un verano más las lindes de la pradera, multiplicándose en el reflejo del estanque. En esta alberca circular de geometría perfecta, cada jornada, al caer la tarde, el jardinero y paisajista Iñigo Segurola —artífice de este jardín inclasific...
Las hortensias Annabelle están a punto de florecer de nuevo en Lur Garden. Aparentemente frágiles, sus pompones de un blanco radiante y corazón verde lima iluminarán un verano más las lindes de la pradera, multiplicándose en el reflejo del estanque. En esta alberca circular de geometría perfecta, cada jornada, al caer la tarde, el jardinero y paisajista Iñigo Segurola —artífice de este jardín inclasificable en un profundo valle de Oiartzun, en Gipuzkoa— se sumerge en un baño sanador en un agua que nunca se corrompe. Delirio, misticismo y una energía en perfecto equilibrio son las leyes que rigen ese cautivador universo que es Lur Garden.
En la primera visita a Lur Garden, Segurola llegó tarde al encuentro. Rostro popular por su mediático paso por el longevo y exitoso programa Bricomanía, que estuvo más de 25 años en antena, apareció de entre un bosquecillo de Discksonia antarctica —unos helechos jurásicos tan grandes como árboles— con las chanclas y los pies perdidos de barro. Pletórico, con una sonrisa exultante, porque de buena mañana ya tenía la cena. En su camiseta, que sujetaba formando un hatillo, el anfitrión portaba media docena de setas recién recogidas. Los helechos gigantes, el barro, los hongos silvestres… No pudo haber mejor preámbulo a la visita. Era como si la naturaleza, en agradecimiento, devolviera a Segurola todo lo que él le ha dado con Lur.
Un jardín de jardines
Lur Garden es un microcosmos de 20.000 metros cuadrados al que el paisajista y jardinero ha dedicado en cuerpo y alma la última década de su vida. Lo que comenzó como una suerte de banco de pruebas para testar la adaptación de diferentes especies hortícolas, así como un taller para escenificar conceptos para el diseño de jardines, pronto se convirtió en una obsesión. En una adicción. En una posesión. En su alimento. “Cuando compré esta parcela todo era pradera”, cuenta Segurola. Una extensión de gramíneas salpicada de frailecillos (Lythrum salicaria), zanahorias silvestres (Daucus carota) y otras hierbas pratenses. En una noche de insomnio, el paisajista esbozó el plano: un jardín compuesto por pequeños jardines temáticos. El diseño está basado en la declinación de la elipse, que en distintas escalas y a modo fractal va ordenando el espacio.
Es imposible cuantificar todas las especies que habitan en Lur Garden. Las más llamativas —por insólitas, cautivadoras, extravagantes o inesperadas— se quedan grabadas en la retina. Helechos, equisetos, musgos, nenúfares, lotos, hortensias, árboles de papel de arroz, orejas de elefante, bananeros, papiros, ruibarbos gigantes, zumaques, agapantos, spiraeas tomentosas, arces, amapolas adormideras, rosas de té… Hay una secuoya gigante que se ha convertido en un involuntario punto focal desde la parte más profunda del valle. El invernadero con cubierta de pradera cobija una exótica colección de crasas, cactus y suculentas. Más de 1.800 hayas forman los setos que delimitan los espacios y configuran las elipses de los 16 jardines temáticos. Hay veces que no se sabe dónde mirar.
El renacer de las perennes
Todo el que haya hecho un jardín o un huerto desde cero sabe que plantar, sembrar, esquejar, germinar semillas, dividir matas y hacer acodos son las únicas vías posibles. Segurola las ha puesto todas en práctica con minuciosidad científica. “No había colección que me saciase”, recuerda de su etapa más obsesiva en la gestación del jardín. De todas las series de plantas con las que ha experimentado destaca las vivaces, esas herbáceas perennes —tan de moda en el paisajismo contemporáneo— que se secan en invierno y vuelven a brotar en primavera. El holandés Piet Oudolf es el máximo exponente de esta tendencia, conocida como New perennials, que pone el acento en composiciones asilvestradas en tecnicolor. Segurola también cayó seducido por la versatilidad plástica de las perennes. Tulbaghias, clavellinas, phlox, equináceas, achiras, salvias, hemerocallis, astilbes… “El color, las texturas y las formas de las vivaces y las interacciones entre todo ello han sido mi objeto de investigación”, reconoce.
En el proceso de ensayo-error que ha sido dar forma a este experimento estético, Segurola se confiesa “una especie de partera que ha estado ahí asistiendo, cuidando, dando atención”. Dice sentir que ha “completado algo que ya estaba”. Convertir aquella “energía de miles de años” en Lur Garden “ha sido como criar a quintillizos dependientes en absoluta soledad”, bromea el arquitecto del paisaje. “Además, un jardín no cumple nunca 18 años. Jamás se emancipa. Te atrapa para siempre”
Te atrapa por y para siempre, da igual la estación. Porque desde la vibrante orgía floral de la primavera hasta la quietud de los inviernos de niebla y escarcha; desde la embriaguez en ocres, rojos y amarillos del otoño hasta la efervescencia multicolor de las hortensias en verano, todas las estaciones exhiben un Lur Garden en plenitud. Las temporadas bajas no existen en este jardín que proclama la grandeza de cada instante del ciclo vital del reino vegetal. Lur se rinde al devenir, dando a cada estación su importancia y recreándose en todas de manera intensa.
Piedra, metal, cielo, agua: el poder de lo inerte
Floraciones escalonadas, amebas dibujadas en la pradera a golpe de siega, ranas, libélulas, mariposas, recovecos que hacen que el jardín se reinvente a medida que lo recorres, inesperados bancos de niebla, plantas que desafían la escala humana… Cada detalle obra la maravilla escenográfica de que Lur Garden sea nuevo, único y diferente cada día. Diseminadas por aquí y por allá, una vieja cancela, un solitario banco de madera, algunas sillas de bistró oxidadas, una mesa de forja y cuatro losas colosales de arenisca de Igeldo cohabitan como objetos encontrados y estructuras inertes, dando soporte a las plantaciones y ofreciendo un contrapunto estático al apabullante dinamismo floral.
En el Jardín del Espejo, un estanque desbordante de 25 metros de largo, se refleja nítidamente el cielo y lo “dispone a la altura de los mortales para su disfrute y sosiego”, explica Segurola. Esta gran lámina de agua con forma de elipse —una de las aportaciones más virgueras del jardín— delata la exquisita formación técnica de Segurola (graduado superior en Arquitectura del Paisaje por la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo y máster en Planificación y Diseño del Paisaje por la Universidad de Wagheningen de Holanda), por más que él se reivindique como un humilde jardinero. Alrededor del estanque se despliega un amplio parterre de plantas herbáceas que brinda interés y carácter sorpresivo durante todo el año. Rudbeckias, crocosmias y lirios de un día —de nuevo las vivaces— retan en amarillo, blanco y naranja a un melancólico ciprés de los pantanos.
El Lur Garden de Iñigo Segurola en Gipuzkoa se estudiará en las escuelas de Paisajismo como hoy se estudia el Sissinghurst de Vita Sackville-West en el Condado de Kent, Le Jardin Plume de Sylvie y Patrick Quibe en Normandía, el pictórico edén de Claude Monet en Giverny o los Jardines de Santa Clotilde de Rubió i Tudurí en Girona. Un vivero de belleza. Un experimento vivo, eternamente mutable. Un acontecimiento botánico y estético. Un metaverso vegetal ―y 100% analógico― solo apto para adictos a la belleza.