Reencuentro cuatro décadas después de la foto de La Vaguada
Las redes sociales propician que el reportero Benito Román conozca a la niña que fotografió en 1979 en brazos de su padre durante una protesta
Lucía Rodríguez Valenciano, de 42 años, se quedó “en shock”. Acababa de toparse por puro accidente en el grupo de WhatsApp de amigos del barrio con lo que ella consideraba “un tesoro”. Superadas las dudas y la incredulidad, le parecía alucinante que en la imagen que ocupaba su pantalla apareciera ella misma de bebé en brazos de su padre. Habían transcurrido casi cuatro décadas desde que aquella escena quedara atrapada en un negativo en blanco y negro. Las redes sociales habían obrado “la magia” de ese reencuentro consigo misma.
El siguiente paso fue tratar de localizar al autor d...
Lucía Rodríguez Valenciano, de 42 años, se quedó “en shock”. Acababa de toparse por puro accidente en el grupo de WhatsApp de amigos del barrio con lo que ella consideraba “un tesoro”. Superadas las dudas y la incredulidad, le parecía alucinante que en la imagen que ocupaba su pantalla apareciera ella misma de bebé en brazos de su padre. Habían transcurrido casi cuatro décadas desde que aquella escena quedara atrapada en un negativo en blanco y negro. Las redes sociales habían obrado “la magia” de ese reencuentro consigo misma.
El siguiente paso fue tratar de localizar al autor de la instantánea. Facebook sirvió de hilo conductor para que esta profesora de instituto hallara a Benito Román, un histórico del fotoperiodismo que suele desempolvar viejas glorias de su archivo y publicarlas en su perfil. Ella le escribió un mensaje “agradecidísima” y él leyó “emocionado” a aquella recién nacida hecha mujer. El fotógrafo recuerda que la de un padre dando el biberón a “su criatura” se trataba de “una inusual escena para aquella época”. La ternura, recuerda, contrastaba con el acto de protesta popular en el que se reivindicaban unos terrenos en los que poco después se iba a levantar el primer centro comercial de Madrid, La Vaguada.
“El complejo abre hoy sus puertas al público, en un espacio urbano cuya reivindicación para uso público centró la principal lucha vecinal de la transición política”, recogía la crónica de EL PAÍS del 24 de octubre de 1983. El arquitecto César Manrique estuvo al principio reacio al proyecto por estar enclavado en medio de la masa de hormigón del barrio del Pilar que había levantado José Banús de la mano del régimen antes de, pelotazo en mano, bajar a diseñar urbanizaciones de lujo a la costa del Sol.
Los padres de Lucía Rodríguez, nacida el 18 de diciembre de 1978, no eran militantes en esas asociaciones vecinales que se oponían al nuevo centro comercial, pero sí se movilizaban como muchas otras familias que residían en la zona. Acudieron a la explanada en la que luce la pancarta el día en que se hizo la foto en 1979 junto a sus dos hijas. Detrás del niño de la coca-cola aparecen la madre y la hermana mayor. La imagen de Benito Román ha servido para mantener más viva la memoria de ese padre, que se fue de la mano del cáncer de manera prematura. Andrés Rodríguez falleció en 2012 a los 64 años, detalla su hija.
A Román, madrileño de 71 años, le tiraba más el dibujo cuando el impulso de la juventud le llevó a París dos meses después del Mayo del 68. Pero en aquel “ambiente de libertad” decidió que la cámara de fotos sería la herramienta con la que se iba a relacionar con el mundo. La primera fue una Yashica de formato medio 6x6, sus primeros paseos para capturar el alma de la ciudad los dio por El Rastro y su primer trabajo, tras pasar por la escuela de artes y oficios, fue en el departamento de publicidad de El Corte Inglés.
Fotomontajes
Le gusta recordar también los fotomontajes con los que colaboraba en Hermano Lobo, bajo el pseudónimo de Beno. Regresó un tiempo a la capital francesa, donde estuvo contratado por la agencia Sipa Press. Después vendrían más encargos de fotografía corporativa, con los “que en aquellos años se podía vivir bien, algo complicado para las nuevas generaciones”, y numerosos medios de comunicación.
La capital era entonces un circo mediático a tres pistas con el regusto dejado por la dictadura, la pujante transición y el aire renovador de la Movida. El fotógrafo “Carlos Bosh nos ayudó con nuevas ideas para romper con la foto franquista”, rememora Benito Román. Eran tiempos en los que pateaba la calle junto a colegas como Paco Junquera, Ricardo Martín, Juan Santiso o Jordi Socias y de los que dio buena cuenta en el libro Lo que yo viví. Otros referentes de los que habla en la entrevista con EL PAÍS son Irving Penn o Eugene Smith, sin olvidar a Juan Manuel Díaz Burgos y Raúl Cañibano.
De aquellos años del Madrid que mudaba de piel es también el retrato de Enrique Tierno Galván durante la campaña que le llevó a convertirse en alcalde en 1979. El fotógrafo dejó su lente habitual, el angular, para que el teleobjetivo dejara al candidato casi engullido por el tráfico. “Hay una cosa que yo lo llamo descolocarse, que el personaje baje un poco la guardia y puedas captar un rasgo, un gesto, una situación que da un poco una idea de su psicología o cómo es”. Por eso, explica, eligió el click del momento en el que Tierno se llevó la mano a la nariz, “como si se tapase la nariz en medio de la contaminación de los coches”.
Con el tiempo, como la mayoría, acabó dejando atrás el carrete y abrazando el pixel. “Nunca he rechazado el digital, ni me he aferrado al romanticismo de la fotografía analógica”, comenta al tiempo que recuerda “las dificultades que daba la diapo para corregir el color, algo que en digital es una maravilla poder hacer sin filtros. Ahora se ha perdido el nerviosismo de ver las fotos reveladas tras una semana de trabajo, aunque entonces yo llevaba un respaldo de Polaroid para poder adelantar algo el resultado en el momento”.
Ya jubilado, Benito Román mantiene su estudio cerca de casa. Allí brega con miles de negativos y estos días prepara un libro sobre perros, sin dejar de activar el obturador de vez en cuando. Tras décadas marcadas por el reporterismo y los encargos de empresa, cuenta que tiene nuevas inquietudes, ganas de experimentar lejos de lo conceptual. Es aquí donde aparece la inquietante figura de Francesca Woodman (1958-1981) que, en medio de la depresión y sin alcanzar el éxito que buscaba, decidió en un salto mortal lanzarse al vacío a los 22 años en Nueva York.
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