Astucia y espectáculo de Puigdemont
Ninguno de los argumentos del presidencial se acerca a las verdaderas causas de la ruptura, que es la verdad dolorosa del sorpasso de Aliança Catalana que auguran muchas encuestas
Peldaño a peldaño, hacia los subterráneos de la irrelevancia. Sin que falle el habitual espectáculo que acompaña a tan majestuoso hundimiento, ¡ocho años ya!, siempre bajo los focos y la fanfarria, especialidad de la casa y método acreditado de la época trumpista, iniciado desde aquella vacía escenificación del ascenso a los cielos, el malhadado octubre de 2017 de las falsas y efímeras ...
Peldaño a peldaño, hacia los subterráneos de la irrelevancia. Sin que falle el habitual espectáculo que acompaña a tan majestuoso hundimiento, ¡ocho años ya!, siempre bajo los focos y la fanfarria, especialidad de la casa y método acreditado de la época trumpista, iniciado desde aquella vacía escenificación del ascenso a los cielos, el malhadado octubre de 2017 de las falsas y efímeras declaraciones de independencia.
Esos siete diputados en Madrid están amortizados. Servían solo para lo que sirvieron. No dan más de sí y por eso el artista los tira. Incapaz de regresar al fecundo y remoto camino de donde surgieron, el del catalanismo pactista y comprometido con España, eran de un solo uso. Y ahora se utilizan para un último servicio, el teatrillo de una ruptura aparentemente dramática con el PSOE. Que no es ni dramática ni es ruptura, por cierto, porque en sus actuales términos ya se había producido.
Ninguno de los argumentos del presidencial Puigdemont, que no admite preguntas de los periodistas, y del obsesivo Aliança Catalana que están augurando muchas encuestas, añadido a la consolidación del PSC y Salvador Illa, perfectamente asentados en el centro electoral y en la cúspide del poder catalanes, allí donde solían estar los antecesores convergentes de Puigdemont y Turull. Silvia Orriols, la auténtica némesis de Junts y Puigdemont, espera con los brazos abiertos a que caiga como fruta madura el poder municipal que les queda en el territorio de la Cataluña profunda.
No volverán a reunirse con los socialistas, abandonarán la mesa sobre el conflicto histórico con España, no se sentirán vinculados por aquellos documentos sonrojantes que el PSOE firmó de tan mala gana que no gustaban ni en el PSC: ¡qué alivio! ¿Cambiará algo? Quien no cumplió con los compromisos que de él dependían —la independencia, la retirada si no alcanzaba la presidencia y su presencia en el Parlament en la sesión de investidura— dice que los socialistas no han cumplido con los suyos, que no dependían de ellos. La verdadera y única ruptura, intransitable porque tendría consecuencias políticas y electorales para Junts e incluso personales para Puigdemont, sumaría los votos independentistas a los de PP y Vox en la moción de censura para que Sánchez cayera.
Puigdemont es un artista que se esmera al bajar las escaleras. Acomete su descenso con brío y prestancia, como si encadenara gloriosas batallas en vez de derrotas. Combina la arrogante superioridad de los vencedores con los doloristas lamentos de las víctimas de la historia, posados retóricos que apenas ocultan la desesperación de quien se sabe, gracias a sus propios pecados políticos, justamente desposeído y alejado del poder, y condenado además a no recuperarlo. Sin ideas ni programa, todo tacticismo y supervivencia, astucia y espectáculo. El espectáculo de la astucia, tan mediático, y la astucia del espectáculo, tan maquiavélica. Al final, nada.