Un trovador llamado Enric Casasses

El poeta recopila en ‘Sol·liloquis de nyigui-nyogui’ sus composiciones más narrativas y de largo aliento de entre 1977 y 2020

El poeta Enric Casasses, este miércoles tras presentar su nuevo libro 'Sol·liloquis de niygui-nyogui'.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Heterogéneo e iconoclasta, creativo y versátil como quizá nadie hoy en las letras catalanas, Enric Casasses ha pasado por el surrealismo, lo barroco, la poesía popular, el dadaísmo, lo patafísico… y los poemas largos en prosa, éstos últimos mayormente inspirados en su descubrimiento de las noves rimades medievales. Visto en perspectiva, podrían haber sido sólo una etapa creativa de su carrera, pero, repasada su trayectoria, resulta que esas extensas composiciones, inusuales en catalán, at...

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Heterogéneo e iconoclasta, creativo y versátil como quizá nadie hoy en las letras catalanas, Enric Casasses ha pasado por el surrealismo, lo barroco, la poesía popular, el dadaísmo, lo patafísico… y los poemas largos en prosa, éstos últimos mayormente inspirados en su descubrimiento de las noves rimades medievales. Visto en perspectiva, podrían haber sido sólo una etapa creativa de su carrera, pero, repasada su trayectoria, resulta que esas extensas composiciones, inusuales en catalán, atraviesan su producción poética desde un lejano 1977 a hoy. En 2011 ya dejó por escrito (en Bes Nagana) que, si un día se decidía a recopilar unos textos que pespuntean su perfil como trovador contemporáneo, llamaría al libro Sol·liloquis de nyigui-nyogui. Y una década después, lo ha cumplido recopilando 16 composiciones, dos de ellas inéditas, que han acabado conformando un libro de 531 páginas (Edicions 62).

“Tras la lira de personajes como Lord Byron, tienes la sensación de estar aquí como de suplente, que lo tuyo es de nyigui-nyogui”, justifica el propio Casasses (Barcelona, 1951), al presentar su libro. Pero nada más lejos de la construcción defectuosa, hecha de cualquier manera, de versos de pacotilla que describe la doméstica expresión catalana, que el bardo, hábil conocedor del lenguaje popular, ha puesto en el título de una poesía que sirve tanto para ser leída como recitada. “Tiene, pon un lado, la obsesión de contar una historia, que tensa narrativamente, y que está enraizada en su vida inmediata, lo que permite reconocer paisajes humanos que todos hemos transitado; por otro, es una poesía filosófica, hecha de ideas, de cómo el mundo debería de estar hecho”, aúna el editor literario de Grup 62, Jordi Cornudella.

El caso más claro, el poemario Plaça Raspall, sobre la multicultural plaza del barrio de Gràcia de Barcelona, escrito entre 1986 y 1987, un paisaje con figuras que es de los pocos que presenta algunos añadidos, recuperados de unas versiones que al pasar el original a máquina o al “rondinador” (ordenador), se cayeron del redactado inicial. En puridad, el volumen, que se abre con el título que le dio a conocer, La cosa aquella (1982), y acoge títulos tan significados en su producción como Oda a Espanya y Que dormim?, sólo contiene dos textos inéditos. El primero es Novel·la de referències, en realidad capítulo inicial de lo que iba a ser eso, una novela, arrancada en 1988 y que describe “unos personajes de clase alta, con su copa de vino blanco y sus rayas de coca a los que les están pasando unas fotografías de los estragos de la heroína en la Barcelona de los 80, que entonces afectaba a todos los estratos sociales”, describe hoy Casasses. Casi 20 años después, en 2008, intentó retomar la historia con un segundo capítulo, con definiciones como “Barcelona / és un tetrabric florit,/ pútrid podrimener de / fongs mutants”. “Quedé encallado en la segunda página”, admite; hace poco, en 2020, le dio “un portazo, con sólo siete sílabas: soy incapaz de hacer una novela de verdad; cosas pendientes, en mi vida, han quedado muchas”.

La segunda novedad estricta del volumen recae en a pes de braços, que declamó en directo en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, en el marco de las jornadas Mirar el futur de la Bienal del Pensamiento, en 2020. Su interés, doble. Primero, porque está todo escrito en minúsculas, como el brevísimo prólogo de libro: “Me impuse que mientras duren acusaciones y juicios inventados y esta represión política que Cataluña sufre por la cara escribiría en minúsculas”. Segundo, porque en el incansable ejercicio del poeta por buscar formas de expresividad, se ha inventado en ella una estrofa de cuatro versos de cuatro sílabas, los dos primeros y el cuarto, masculinos, y el tercero, femenino: agudo /agudo /plano / agudo.

A pesar de mirar Sol·liloquis de nyigui-nyogui también como “retratos de momentos de mi vida: no pasa el tiempo, pero pasamos nosotros”, o de relativizarlo ironizando sobre su propia persona (“tengo la sensación de que no hago nada y así se ve como un trabajazo”), los poemas demuestran precisamente una labor rigurosa en lo formal. Así, admite que en las composiciones de entre 1977 y 1988 el cordón umbilical estaría en la fuerza de la forma: “Con moldes de ayer hago poemas de hoy”. Desde esa última fecha hasta el último, los versos ya son libres, “con una música muy diferente uno de otro”, hasta culminar con la invención formal de a pes de braços. También Plaça Raspall sería un buen ejemplo, con versos que tienen un núcleo de sólo dos sílabas, que generan saltos de línea constantes.

Con acentos diacríticos

“Lo difícil de un poema largo es cómo lo aguantas: yo mismo a veces no sé qué estoy diciendo en algún momento”, exagera el poeta. La argamasa, en cualquier caso, es el uso de un envidiable catalán, natural, de musicalidad siempre agradable al oído y que no se presta a dudas cuando se lee porque Casasses mantiene los acentos diacríticos que el Institut d’Estudis Catalans redujo en 2016. “Me parece una traición, un retroceso y una complicación renunciar a ellos, sería una metafísica bajada de pantalones”, escribe en el prólogo el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes 2020. Y recuerda que hasta él se inventó unos en 2008: èh para decir oi (¿verdad?) y éh como sinónimo exclamativo de ep, mientras que el eh sin acento equivaldría para él al que se emplea cuando uno se despista y no recuerda qué quería decir. “Lo de los diacríticos es una tontería: me gustaría tener una ortografía definitivamente consolidada y entonces saber qué te la saltas; aquí lo haces y no sabes bien qué pasa porque la propia Academia la rompe con argumentos que no se acaban de comprender muy bien; mantenerlos es mi particular elogio a Pompeu Fabra”.

El volumen, característico de la manera de escribir y de ser de Casasses, está lleno de guiños, como la dedicatoria al traductor Víctor Compta, en los años 70 editor y director de la revista Druïda, en Menorca, que le dio a conocer con La bragueta encallada (1972) y La cosa aquella (1982), y con el que recorrió “los juguetones caminos dadá y patafísicos y así después poder llegar bien preparados a los autores antiguos”. A uno de esos “antiguos”, otro Víctor, la Víctor Català, destina el colofón, si bien antes ya aparece en la dedicatoria de uno de los poemas de Que dormim? “Me hace gracia que se diga que hasta ahora no se había descubierto a la Víctor Català y yo la tengo ya citada y reivindicada de hace tiempo; a veces, tengo la sensación de que mi obra no se ha leído bien del todo”, lanza Casasses, que no descarta reunir ahora todos sus sonetos (“sólo se han publicado la mitad”) y al que le gustaría recuperar también sus composiciones de los años 80, de regusto más barroco.

Los proyectos, acompañados de un “ya veremos”, salen del Casasses de siempre: enjuto, camisas anchas y con su inseparable cistell de paja. Con el mismo aire que destila el capítulo 3 con el que ha cerrado Novel·la de referències: “—Mira, destí, saps què?: sec”. (“--Mira, destino, ¿sabes qué?: me siento”).

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